“A mi edad la vida no es fácil pero la primavera es bella y el amor también” |
(Frase escrita por Freud, al día siguiente de su octogésimo aniversario) [1] |
El imaginario social en la vejez
La estructura social prescribe aquello que es propio de la vejez, lo esperable, lo pertinente o no, también lo pasible de sanción. Desde antiguo la vejez ha sido tanto reverenciada y exaltada como denigrada y despreciada.
Existen dos pilares conceptuales para pensar en la vejez, el punto de vista judeo cristiano y el griego. Desde el punto de vista judío, el anciano está asociado a la sabiduría y a la bondad, recordemos un pasaje bíblico: Le preguntaron al rey Salomón ¿Quién tiene lugar en el mundo futuro?
-Todo aquel que honre a sus ancianos.
Nuestra cultura se alejó lamentablemente de esta concepción y heredó la visión Griega de la vejez. Según los Griegos el envejecimiento está asociado a las máscaras. El viejo según esta concepción junto al deterioro del cuerpo va perdiendo el alma.Aristóteles expresaba, “Los viejos son desconfiados, miedosos, vacilantes, fríos y egoístas”. En nuestra cultura según el imaginario social el viejo pierde sus capacidades libidinales, así toda expresión de deseo erótico resultaría repugnante.
En el modelo griego, la belleza, la juventud y el amor son indisociables. Estos prejuicios sociales victimizan al viejo con la marginación.
Estamos ante un sistema de violencia ejercido sobre las personas mayores que se constituye también como violencia simbólica, en la medida que el discurso social se va construyendo desde mitos y prejuicios que somete al viejo al lugar de sujeto enfermo, discapacitado, deteriorado y asexuado.
Cuanto mayor sea la identificación del geronte con el imaginario social, mayor probabilidad de sucumbir a la depresión a consecuencia de la cancelación del proyecto vital así como el investimiento de aspectos mortíferos.
Es factible que haya ciertos ancianos que preserven la pasión gracias a la presencia de investiduras en proyectos vitales, vínculos intrapsíquicos e interpersonales libidinales favorecedores de la autoestima. Están organizados psíquicamente de manera tal que facilitan movimientos progresivos, vinculares e integradores que les permite defenderse de la mirada discriminatoria. Podrán entonces buscar y construir lazos de apoyo social que previenen y atenúan las situaciones críticas y la enfermedad, incrementando inclusive los mecanismos inmunológicos.
En la obra de teatro “For Ever Young” por ejemplo, se observa con claridad, como el apoyo social, el despliegue de aspectos creativos, sostiene y transforma la fragilidad física y psíquica que caracteriza a los ancianos que en este caso particular conviven en un geriátrico.
En cambio cuando la persona mayor es frágil, los lazos sociales se ven disminuidos generándose efectos negativos sobre el sujeto como enfermedades coronarias, accidentes, caídas, suicidios, y altos índices de admisión en servicios psiquiátricos. Nuestra estructura social vincula vejez con enfermedad, este prejuicio, lamentablemente es interiorizado por los propios viejos y constituyen factores traumáticos.
La respuesta subjetiva del anciano es la identificación con este lugar marginal donde el malestar interno puede expresarse a través de la enfermedad.
El adulto mayor ofrece entonces su cuerpo en sacrificio de aquello que ha perdido valor y retorna a través de la enfermedad buscando ligarse a los demás, estar desesperadamente vivos, demandando ser mirado, tocado, escuchado en su dolor.
Dice Santiago Kovadloff: ”…Entre los antiguos Escandinavos la práctica del suicidio fue un hecho usual, correspondía que los hombres se quitaran la vida arrojándose al vacío, cuando extenuados por los años, ya no eran capaces de sostener la espada que les diera renombre y función social” [2].
La propensión a identificar la vejez con la incompetencia irremediable para las tareas de la juventud no se ha extinguido con las cruentas prácticas gerontocidas de aquel pasado remoto. Ha sufrido tan solo algunas transformaciones de superficie, ocurre que en Occidente es cosa relativamente nueva el descubrimiento de la ancianidad como una etapa de la existencia y no de su derrumbe o disolución.
“En el rostro apergaminado de un anciano, los ojos frívolos de cierta juventud suelen ver la evidencia de un fracaso” [3].
“En la vejez ajena se detestan las acechanzas de la propia, ella es el espejo imperdonable donde el sueño narcisista de la eternidad personal se desvanece” [4].
El valor y el dolor de los duelos
Desde el psicoanálisis podemos pensar el envejecer como un proceso que pone el jaque la fantasía de completud, se trata de un progresivo desprendimiento de ciertas envolturas con que nos fuimos revistiendo a lo largo de nuestras vidas.
Dichas envolturas son funciones: físicas, lugares dentro del ámbito familiar, roles sociales, relaciones afectivas, bienes e imágenes. Se producen pérdidas que no necesariamente implican un derrumbe, no en tanto sea factible elaborar duelos.
Duelar: significa una operatoria inconciente donde se pone en marcha un trabajo psíquico para elaborar la idea de que aquello que estaba no va a estar más, una aceptación interna de dicha situación y recobrar un nuevo impulso vital que permita investir nuevos proyectos y vínculos afectivos que mejoren la existencia. A partir de la forma en que han sido realizados dichos duelos, va a depender el destino de esta última fase del ciclo vital humano.
Según Erikson, la tarea de esta etapa final de la vida es sostener el sentimiento de integridad, identidad y equilibrio logrado en la adultez. Este sentimiento de integridad corre el riesgo de perderse durante la vejez [5].
Esta etapa de la vida puede encontrar al sujeto situado predominantemente en algunas de estas posiciones polares: integración versus desesperación. Se logra un lugar de integración cuando la persona mayor ha podido progresivamente abandonar la omnipotencia infantil, aceptar los propios límites y tolerar el cambio generacional como necesario y no como mero desplazamiento.
Para satisfacer la necesidad siempre renovada de construir nuevas funciones, nuevos vínculos y un lugar en la vida que le permita transmitir su experiencia como sabiduría, es muy importante el estado de la memoria. Una de las riquezas que guarda el anciano son sus recuerdos, se erige a través de ellos en custodio de los afectos vivenciados, los pensamientos propios almacenados y las acciones realizadas. El viejo vive primordialmente en la dimensión del pasado que implica también la posibilidad de vivir el presente en plenitud. El recuerdo le permite a la persona mayor volver a recorrer el camino de su vida, para que los recuerdos afloren el anciano tendrá que ir a desanidarlos en los rincones mas remotos de la memoria.
Rememorar es una actividad trabajosa y perturbadora, a su vez es saludable pues en la remembranza es posible encontrarse a sí mismo, la propia identidad, el sentido o sinsentido de la vida junto a los muchos años transcurridos y las mil peripecias vividas.
Durante la vejez la persona mayor también tendrá la tarea de buscar nuevos recursos creativos, para sostener o restablecer la autoestima y la identidad amenazada por el deterioro de algunas funciones. Lograr un sentimiento interno de desafío para superar la pasividad, los obstáculos y el sentimiento de desamparo, permite desarrollar el sentimiento de que se ha vivido una vida única, junto a sentimientos de gratitud por esto.
En caso de que la persona mayor este ubicada en una posición interna de desesperación, predominará el sentimiento de soledad y desamparo, la aparición de depresión con disminución de la autoestima, empeoramiento psico-físico, hipocondría, accidentes, aislamiento social, y familiar. Además puede haber predominio de resentimiento en lugar de gratitud por el transcurso del propio acontecer vital.
Las fuerzas que llevan al anciano a seguir uno u otro destino van a depender de la existencia de apuntalamientos sociales y familiares, de la forma en que han podido elaborar las diversas pérdidas, de la historia de cada sujeto particular y del estado físico con que llega a esta etapa.
La imagen corporal durante la vejez
El cuerpo es el escenario principal donde se desarrolla el drama de la vejez. Desde el comienzo de la vida, el cuerpo esta marcado por el deseo, la mirada, la palabra del otro significativo y de los otros con quienes se despliegan vínculos que construyen psiquismo. Esto va a determinar la forma particular de despliegue del deseo expresado en el cuerpo, irá marcando la dramática de su vida y por tanto de su envejecimiento atravesado por el paso del tiempo, su destino y significado.
Los invito a recorrer brevemente las funciones de la piel para pensar desde allí al viejo. La piel es de todos los órganos de los sentidos el más vital, cumple diversas funciones psíquicas que se apoyan en funciones biológicas.
Se trata de un recipiente que permite guardar lo interno, discriminar lo que es yo de no yo, diferenciar el mundo interno del mundo externo, reconociendo las influencias recíprocas de uno y otro. La piel es una barrera protectora contra la agresión, además y esto es de singular importancia, es el medio de comunicación con el mundo. Es una superficie de inscripción de las huellas que los vínculos de amor dejan durante el transcurrir vital: las caricias, los abrazos, los vínculos entre la mirada y el cuerpo, aquello que primariamente va estructurando al yo. La piel brinda en forma progresiva sentido de unidad e integridad gracias a la mirada y el contacto con los otros significativos, el mirar y ser mirado ocupa un lugar central en la constitución del cuerpo unificado. En relación al cuerpo la medida de lo deseable o no, pasa estrictamente por la piel y por lo que ella ofrece a la mirada.
“La piel refleja nuestra buena o mala salud orgánica y es el espejo del alma” Anzieu [6]. Es posible que esto nos permita comprender el motivo de tanta cirugía plástica a medida que pasan los años y las huellas de la vida van surcando la piel.
El paso del tiempo y las experiencias subjetivantes, dejan huellas visibles, arrugas, manchas y pérdida de tersura, entre otras, esto es un cuerpo distinto al que se ofrece culturalmente como deseable. En general se observa un fenómeno muy doloroso, no se elige tocar, abrazar, acariciar al anciano, resulta difícil colocarse en la piel del viejo. Quién no es tocado se vivencia como prescindible, transparente, quizás inexistente.
A consecuencia de la marginación durante la vejez, la piel adquiere en el plano psíquico una función excesiva de barrera protectora que lleva al aislamiento. El anciano deja de ser mirado, tocado, escuchado, lo más grave que al no encontrar anclaje en el deseo del otro, está expuesto a perder su propio deseo… el deseo de estar vivo. Así quedan facilitadas las vías para las enfermedades psicosomáticas como único resquicio donde expresar el dolor psíquico, demandando, a través de su enfermedad, ser escuchado en su padecer emocional y aún mas en su padecer existencial.
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