“La lengua nos afecta primero por todos los efectos que encierra y que son afectos. Si se puede decir que el Inconsciente está estructurado como un lenguaje es por el hecho mismo de que los efectos de lalengua, ya allí como saber, van mucho más allá de todo lo que el ser que habla es capaz de enunciar.” |
Jacques Lacan [1] |
Lacan ubica al cuerpo, delimita su construcción, según distintos parámetros a través del tiempo. Miller organiza ese recorrido trazando puentes que hilvanan cada posta. Me interesa pensar ese desarrollo lacaniano como el resaltado, según la época de su enseñanza, de diferentes aspectos que juegan tanto en la constitución del sujeto y el armado de su cuerpo como en las variantes del sufrimiento. Estos diferentes abordajes no se anulan entre sí y cada construcción mantiene su riqueza. Dibujaré sólo algunos trazos de este enorme recorrido.
Se puede rastrear, en esta serie, una preocupación lacaniana por las relaciones entre lo simbólico y lo real, así como por efectos imaginarios de estas operaciones, incluso si se considera –finalmente- una equiparación de los tres registros: ¿Cómo nace, a partir de la intrusión del significante en el viviente, allí donde no lo había, un sujeto? ¿Cómo interviene el lenguaje sobre lo real del organismo para que el sujeto tenga un cuerpo? El Otro de la prehistoria personal es también, en este proceso, vehículo de lo simbólico epocal y ejerce un modo particular de afectación a partir de la cual surge tanto ese ser como la posibilidad de su tener un cuerpo.
Podemos considerar, así, tanto al Otro de la historia singular como al Otro social en el cual el primero está inmerso. El modo de presentación del sufrimiento psíquico así como del involucramiento del cuerpo –entonces- no es ajeno a estos datos, al encuentro inaugural del infans, al discurso epocal que aloja ese cruce.
El cuerpo imaginario, la bella forma del cuerpo
Se trata del cuerpo especular y del surgimiento del Yo y el Yo Ideal. Allí se inauguran y –a la vez- se excluyen de sí los efectos de la prematuración, siempre y cuando haya un garante que sostenga ese proceso, I(A) o Ideal del Yo. Es decir que es necesario un soporte simbólico para que se produzca esa operación: El Otro, su mirada, su palabra y su deseo.
En su conceptualización del Estadío del Espejo, Lacan entiende los desplazamientos libidinales que menciona Freud en relación con el surgimiento del Yo. Traduce sus desarrollos en una construcción que sitúa el momento en el que el infans, sostenido por el Otro, se embelesa frente a su propia imagen en el espejo y se identifica allí. Se trata de una identificación imaginaria, entendida como captura y fascinación por una forma de la completud, el Yo Ideal.
Asimismo, en esta construcción Lacan señala dos puntos fundamentales. Por un lado, la prematuración humana tiene, en ese momento, un equivalente psíquico: comparada con la bella forma del cuerpo visto, la incoordinación motora empieza a existir como tal para el infans. El segundo punto es que este dato es expulsado del campo visual, para retornar ya sea ante una dimisión por parte del Otro garante, como ante determinadas experiencias que dejan en primer plano lo que habitualmente, en la imagen total, ocupa un punto límite de lo visible, tan sólo un rastro.
Esta inconsistencia, la fragilidad de la captura por la imagen de ese otro/yo mismo, es el modelo de todas las rivalidades, ya que -en un instante- el otro es quien puede quedar ubicado del lado de la completud y el Yo quien puede quedar atrapado en el lugar del “cuerpo despedazado”. La agresión queda, así, enmarcada en esta dialéctica giratoria, tanto más violenta y fugaz cuanto menos sostenida por el marco identificatorio simbólico. Estas vivencias serán especialmente consideradas al tratar, en una segunda parte, el cuerpo y la época.
Lacan, despliega su enseñanza apuntando siempre a conceptualizar los efectos de un psicoanálisis. En esta época, el Estadío del Espejo conlleva indicaciones clínicas muy precisas respecto de la transferencia, el lugar del analista y los peligros de ocuparlo desde la completud frente al sujeto. La agresividad de transferencia encuentra, así, una claridad que permite intervenirla convenientemente. El eje simbólico -de la palabra, del reconocimiento- es el que mejor acogerá la posibilidad del desciframiento del Inconsciente y el progreso del sujeto hacia la verdad. Esta época optimista de Lacan, quien celebra la eficacia del símbolo y el valor de la verdad, se corresponde con serias desviaciones posfreudianas. El mismo relativizará más adelante esa seguridad, aunque su principio regulador se mantenga válido.
El cuerpo simbólico, la mortificación del significante
Otro hito de la enseñanza lacaniana remite al cuerpo como simbólico; el primer cuerpo es el lenguaje mismo, un cuerpo de relaciones, que opera como vaciador del goce, como castración y desnaturalización. El sujeto a venir, en este sentido, está precedido por el lenguaje y nace inmerso en él. El significante es un operador pacificante y un ordenador que excluye goce, el afecto primordial, generalizado e indiferenciado del ser. Al grito del viviente la recepción del Otro lo convierte en llamado.
El sujeto, en este sentido, el de la identificación simbólica, marcado por la represión primaria, aquejado de Inconsciente, es lo que representa un significante para otro significante. El sujeto es liviano, se desplaza entre los significantes, es huidizo y sutil. Es un sujeto vaciado de goce, de ahí que se lo escriba como tachado, sujeto de la falta. El cuerpo, en este punto, mortificado por el significante, es representado como desierto de goce. En el falo, en su elevación al significante, tenemos el prototipo de esa operación sublimatoria. Tanto es así que el cuerpo de la mujer, el cuerpo que no lo tiene, puede serlo, puede encarnarlo.
Lacan dice, en el Seminario La Identificación, Seminario IX, que la primera modificación de lo real en el sujeto bajo el efecto de la demanda es la pulsión. Para ello, señala, es preciso que la demanda se repita y que, asimismo, sea defraudada; o sea que se repita como significante. En ese vacío, por ser defraudada, se funda la nada en la que adviene el objeto del deseo. En el hecho de ser tomado en el movimiento repetido de la demanda se aloja el objeto del deseo: el seno, por ejemplo, deviene ya no objeto de alimento sino objeto erótico. En la pulsión hay ya un efecto de la demanda; la pulsión como demanda que será exigencia del cuerpo, exigencia de siempre obtener satisfacción.
Ese real inicial que se modifica es un goce supuesto, del viviente; sin embargo no sabemos nada de ello. El goce que es producido por el efecto de la demanda, el goce pulsional, está trabajado por el significante, que trastoca un cuerpo y lo desnaturaliza, a la vez que hace surgir un sujeto del discurso. La particularidad de la demanda pulsional es que sus significantes están tomados del cuerpo.
El cuerpo, vaciado de ese goce primordial y trabajado por el lenguaje, ofrece sus orificios como reductos para el goce que allí se condensa; en tanto se separa de los objetos (a), oral, anal, fálico, escópico y vocal. Se trata del recorrido de las pulsiones, así construidas entre el cuerpo y el Otro del decir.
En este recorrido, se puede tomar la construcción del Seminario XI: Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, así como la del Escrito Posición del Inconsciente, respecto de la Alienación y la Separación. Allí podemos entender la constitución subjetiva, en estos dos tiempos/movimientos, operaciones posibilitadas por el deseo del Otro, por su misterio, así como por el consentimiento del sujeto. La marca fundamental del significante, el einzieger zug freudiano, es el S1 de la identificación primera que viene del Otro, correlativa de la represión.
El sujeto, así producido/identificado, se enfrenta luego -sin embargo- con un vacío ante el surgimiento del S2, de la cadena. Su respuesta ante esa hiancia, que es la del enigma del deseo del Otro, es ofrecerse como objeto, es responder como perdiéndose. En ese espacio el sujeto deja caer el objeto, operación de constitución del recorrido pulsional entre él y el Otro y construcción fantasmática, como respuesta a la pregunta por ese deseo. Hay, entonces, una operación de constitución subjetiva, del sujeto del significante, y una afectación del cuerpo en ese mismo movimiento.
Esta construcción permite entender una peculiaridad, lo que Lacan designa como holofrase, y ubica como generadora de “toda una serie de casos”, entre los que se encuentra la enfermedad psicosomática. Así, si en esa cadena a la que se enfrenta el sujeto, S1 S2, no hay intervalo, gap, hiancia enigmática, puede haber bloque, holofrase, que retorna sobre el cuerpo mismo como Otro, en un ataque que se concreta como enfermedad.
Para retomar el enfoque que enfatiza el cuerpo como simbólico, sabemos que el goce desalojado del cuerpo por la operación de significantización puede, sin embargo, retornar. Se trata de lo que vuelve en el síntoma y en las otras formaciones del Inconsciente como retorno de lo reprimido. Es, en un psicoanálisis, aquello que es apto para ser descifrado y que, en el caso del síntoma, contiene en sí un núcleo de satisfacción que permanece ajeno al significante. El funcionamiento del Inconsciente en su apertura y cierre, en este punto de la enseñanza de Lacan, es homólogo al de las zonas erógenas, zonas del cuerpo en las que se verifica la pérdida del objeto.
Como vemos, se trata -de otro modo- de un denominador común de las construcciones lacanianas: lo que constituye al sujeto, la humanización, deja siempre un resto que puede encarnar en alguna suerte de retorno. Así: el cuerpo despedazado del Estadío del Espejo, el goce barrido por la simbolización, los objetos que caen en el campo del Otro. El resto, su amenaza y su fecundidad, son dos caras apreciables para comprender y encarar el trabajo clínico.
El cuerpo real, sustancia gozante
Un tercer movimiento en la enseñanza de Lacan subraya el efecto de goce del lenguaje. El encuentro, para el infans que aún no está en el discurso, es con algo que marca el cuerpo por venir, que lo afecta, que funciona por fuera del sentido y que Lacan llamará lalengua, así en una sola palabra. Se trata de una materialidad sonora que podríamos equiparar a lo que Freud nombró como “(…) algo que el niño vio u oyó en la época en que apenas era capaz de lenguaje todavía (…)” [2], origen del Superyo, hundiendo sus raíces en el Ello.
Lacan remarca aquí el efecto de goce del lenguaje. Cada lalengua alberga toda clase de equívocos propicios a la operación de lectura, pues su origen está en el malentendido. Es una serie de Unos, por lo tanto asemánticos, que ni se enlazan ni se dialectizan, sino que insisten en su repetición, que es repetición de goce, más allá del principio del placer. Es el encuentro inaugural siempre traumatizante, al estilo de lo que formuló Freud como modelos para la histeria y la obsesión en la primera vivencia sexual: el demasiado poco o el demasiado mucho como defensa.
Si Lacan dice que el Otro es el cuerpo, esta afirmación es pensable en el marco de estas marcas que escriben el cuerpo, que lo afectan, sin que por ello haya ahí quien lea o pueda saber de esa escritura sin significación. En relación con esta construcción, Lacan usa el término de hablanteser, más que el de sujeto, una denominación que incluye al cuerpo como sustancia gozante. El síntoma, sinthome ahora, será acontecimiento del cuerpo que se tiene.
El cuerpo es sustancia gozante por la afectación por la lalengua y por la constitución de la pulsión. La erogeinización es producto de la prematuración y la dependencia al Otro - lenguaje/deseo/amor-; la pulsión es “eco en el cuerpo”del decir del Otro. Lacan dirá que sólo se goza de un cuerpo y dejará el encuentro con el Otro sexo y el goce sexual como invento, vía el amor [3], de cada quien ya que la desnaturalización del ser y del cuerpo le permite afirmar su célebre: No hay relación proporción sexual. Además, esta construcción particular del humano hace a la dificultad de la relación de cada uno con su cuerpo, a la distancia en que para siempre se mantendrá y, en el caso de las psicosis, a la imposibilidad de tenerlo.
En un psicoanálisis el Inconsciente simbólico, el de la represión secundaria, será el que –en su trabajo- posibilitará quizás el enlazado, gracias al amor de transferencia, de Unos de goce de lalengua. Es un trabajo defensivo, entonces, que hace significaciones, de ese modo, con los Unos del trauma; lalengua del gosentido o el sentido gozado [4]. Lacan pierde su optimismo respecto de lo simbólico, de su poder, y -en este punto de su enseñanza- se trata en la cura de que el hablanteser se arregle lo mejor posible con ese su síntoma –su modo singular de gozar-, de que cada uno invente su modo de hacer placer, de mejorar su dolor.
En este sentido, me resultó particularmente ilustrativo el relato de una paciente de Lacan a propósito de una interpretación que –a mi juicio- conjuga los tres registros a los que me he referido. Asimismo, muestra -en acto- la operación, el triturado, del significante, hace evidente, en este caso, la presencia del propio cuerpo del analista, quien apela al escrito en lo que se oye, en proximidad al registro de lalengua. Habla, por ello, de una escucha que no se engaña:
Suzanne Hommel: “Un día, en sesión, le estaba contando a Lacan acerca de un sueño que tuve y le dije: ‘Me despierto todos los días a las 5 de la mañana’, y agregué: ‘Es a las 5 que la Gestapo venía para aprehender a los judíos en sus casas’. En ese momento, Lacan saltó de su silla, vino hacia mí y me hizo una caricia extremadamente suave en la mejilla. Yo lo comprendí como ‘gesto en la piel’ (hay homofonía en francés entre Gestapo y geste a peau), ese gesto…”
Gerard Miller: “¿Había transformado la Gestapo en un gesto en la piel?”
Suzanne Hommel: “Un gesto muy tierno, hay que decirlo, un gesto extraordinariamente tierno. Y esa sorpresa no disminuyó el dolor pero lo convirtió en otra cosa. La prueba es que ahora, después de 40 años, cuando recuerdo el gesto todavía puedo sentirlo en mi mejilla. Es un gesto, también, como un llamado a la humanidad, algo así”. [5].
El cuerpo en la época
Las relaciones entre el ser y el cuerpo, decíamos, serán siempre problemáticas, a diferencia de lo que ocurre con los animales quienes pueden ser uno con él. Las épocas, los discursos que predominan, el modo del lazo social, son el caldo para que estos defectos de origen cobren particularidades que reflejan tanto el modo de afectación por el gran Otro como los modos de respuesta de los seres hablantes.
Las diferentes construcciones lacanianas pueden ayudarnos a pensar algunas de esas respuestas. La sociedad del espectáculo, el discurso del capitalismo en su cruce con el avance de la ciencia y de la tecnología, el mandato a gozar sin límites, la caída de los significantes Amos, la proliferación de los objetos para el goce son –sin duda- un marco potente para definir el modo en que se arman los cuerpos, los efectos de goce que padecen y las defensas/inventos con que se las arreglan los sujetos. Este será el tema para una segunda parte.
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