Introducción
Actualmente existe la tendencia a indicar terapias de revinculación ante conflictos familiares serios, judicializados. Se indican sin tener en cuenta la causa de los mismos por lo que, aun ante situaciones de abuso, de violencias graves, de negligencia y maltrato, se “decreta” la revinculación forzada aunque ponga en riesgo la integridad psico-física y emocional de los niños involucrados. La revinculación, basada en la pseudo teoría del psiquiatra norteamericano Richard Gardner, pone en juego un proceso que fuerza a los niños a retomar contacto con el progenitor que -de acuerdo a esta teoría- fuera excluido del hogar por el odio y la acción belicosa del otro padre. Se entiende que esto les acarrea indefectiblemente un daño vital cuando estos espacios pretenden instalarse en situaciones en las que han existido abusos concretos de cualquier tipo. No se considera la voluntad, la necesidad y las posibilidades psico-emocionales de los niños de “revincularse” con un padre que ha abusado de ellos. La imposición de este “tratamiento” se da bajo la amenaza de revertir la tenencia. Es decir que, si no aceptan a ver al progenitor abusador, corren con el riesgo de tener que ir a vivir con él.
Analizaremos los presupuestos teóricos con los que se intenta validar este tipo de tratamientos, la metodología empleada y las consecuencias altamente iatrogénicas de los mismos. Numerosos aportes indican que las mismas favorecerían, en muchas ocasiones, corrientes pedófilas y/o intereses económicos y políticos muy contrarios a los derechos y la salud integral de los niños.
Nos referiremos a abuso sexual tomando la definición que da la Asociación de Mujeres para la Salud que considera que “el abuso sexual infantil se produce cuando un adulto busca contacto sexual con un niñ@, joven o adolescente para su propia estimulación y gratificación”. Sostiene que “las relaciones sexuales entre adultos y menores son abusivas, manipuladoras y de alto riesgo traumatizante”. Es abuso sexual todo aprovechamiento sexual que se hace de un niño. El niño no es emocionalmente maduro para entender o resistir el contacto, especialmente cuando es dependiente, psicológica y socialmente, del agresor.
Las referencias a servicios e instancias, intervinientes en el caso testigo, son de público conocimiento. La periodista Mariana Carbajal escribió un extenso artículo en Página 12, titulado “Una sordera perversa” (viernes 22 de junio de 2012), que incluye tanto a profesionales intervinientes como a las instancias públicas correspondientes. El nombre propio, aclaramos, es ficticio a fines de proteger la privacidad del menor.
Una espiral diabólica
Nuestro recorrido por juzgados e instancias de revinculación, se inicia de la mano de tres hermanitos, mellizos de 4 años y su hermanita de 3, quienes relataron, jugaron, y manifestaron una y otra vez -en los múltiples espacios de sus vidas y en las pericias- el terrible abuso sexual perpetrado hacia ellos por el padre, la abuela paterna y otros allegados a la familia a quienes nombraron en todo momento. Las producciones clínicas y los dichos de los niños descartan toda duda de falsedad.
La situación comienza con un divorcio, al tiempo que los niños empiezan a dar claras manifestaciones de haber sufrido abuso sexual por parte del padre. La madre realiza la denuncia correspondiente y el juzgado de familia, aun antes de que se lograra la sentencia en el juzgado penal, indica compulsivamente una y otra vez la revinculación de los niños con el padre. Vamos a detenernos en tres de las múltiples cosas que se juegan entonces:
Lo que implica para los niños.
La noticia llega al consultorio de boca de uno de los mellicitos, quien me dice: “Sabés que la jueza quiere que veamos de vuelta a nuestro padre… ¿habrá algo que puedas hacer…?” La sesión transcurre en un clima de aplastamiento y, lentamente, comienzan a pensar en formas de defenderse. Subyacía la pesadumbre y el horror de tener que volver a encontrarse con ese hombre, habiendo develado lo que ocurría, al romper el pacto de silencio, y exponiéndose a que se cumplieran las terribles amenazas de las que habían sido víctimas: por ejemplo que matarían a la mamá si ellos hablaban. ¿Qué se escuchó de lo que los niños dijeron?
Esto sucede, paradójicamente, cuando se enfatiza como nunca el derecho de los niños a ser escuchados. Entre los 4 y 5 años de edad uno de los mellizos fue periciado judicialmente en Cámara Gesell seis veces sin criterio alguno. No se respetó el tiempo de elaboración de lo vivido por los niños, lo que implica -entre otras cosas- poder contar con las palabras necesarias para expresarse. Lo traumático implica la dimensión de la falta de palabra que dé cuenta de una vivencia, del horror. Desde el vamos, la justicia pone en juego una paradoja cruel: se pide que se relate “lo traumático” cuando su condición es la de ser inefable. Hace falta un proceso de elaboración para que pueda ir poniéndose en palabras el horror vivido. En el proceso indicado para estos niños, no se tomó en cuenta nada de ello, sometiendo al pequeño de cuatro años a una seguidilla de peritajes e instancias de evaluación psicológica. En total fueron diez [1] en un plazo de tres meses, hasta que los niños comienzan entrevistas psicológicas con la psicóloga que luego lleva adelante el tratamiento de los mellizos.
En todas las instancias el pequeño (ya que uno solo de los mellizos había tomado sobre sí la función de hablar sobre lo que les había pasado) tuvo que repetir el relato de lo ocurrido. Sin embargo, no fue tomado en cuenta por ninguno de los juzgados intervinientes. Tampoco se admitieron los informes psicológicos elaborados por la psicóloga de los niños que daban cuenta de lo que producían a nivel de juegos, dibujos y dichos en el espacio terapéutico. Tampoco se citó como testigos a las numerosas personas -maestras, empleadas domésticas, etc.- a quienes los niños relataron lo padecido.
Escuchar a un niño en este contexto debería traducirse en actuar para proteger sus derechos, aun ante cierta duda, anteponiendo la integridad del niño al interés de los adultos. De otro modo, se reduplica la violación sufrida. ¿Con qué padre se pretende revincular?
En una de las sesiones al preguntarle a la pequeña niña algo sobre “el padre” ella muy seria me dice: “yo no tengo uno papá”. Cuando aclaro que me refiero al señor que ellos relataron que les hizo daño, agrega: “Ah! Ese se dice un papá… yo tengo uno abuelo”. Vemos cómo la niña, a su corta edad, advierte que padre no es alguien que utiliza a sus hijos para su placer sexual.
¿Por qué un juez no podría entender algo que es tan claro para una niña pequeña? O, sino: ¿Qué subyace a este tipo de intervenciones, más allá de un juez? La revinculación en caso de abuso sexual infantil
La posibilidad de revincular no se pone en cuestión en situaciones de conflictos y crisis familiares, siempre y cuando se tenga en cuenta el interés y las posibilidades de los integrantes de la familia para iniciarla. Sí cuestionamos la revinculación compulsiva, forzada, que no toma en cuenta el caso por caso. Especialmente, la revinculación cuando uno de los progenitores es protagonista de alguna forma de abuso: maltrato, violencia o abuso sexual.
Si bien mucha bibliografía especializada contraindica el contacto del padre abusador con la víctima, durante el proceso de investigación y/o tratamiento, hay una serie de juzgados que compulsivamente decretan el inicio de la terapia de revinculación sin esperar resultados de las investigaciones judiciales. ¿Qué ocurre para que se desestime la palabra de los niños, al forzar y violentar, en la mayoría de los casos, sus necesidades y sus realidades emocionales?
Mencionaremos dos líneas. Un contexto social, cultural y económico en el que florece y se naturaliza una idea errónea de sexualidad libre, que incluye actividades pedófilas y que resta seriedad a los impactos traumáticos en los niños afectados. En segundo lugar, una línea teórica conocida como SAP (Sindrome de Alienación Parental), fundada en la teoría del psiquiatra forense estadounidense Richard Gardner, quien desarrolla los parámetros pseudocientíficos de las terapias de revinculación y desprogramación. Este psiquiatra también ha sido vinculado al tema de la pedofilia en su vida personal. Contexto socio-cultural
Nos encontramos en una cultura globalizada en la cual ideologías como la mencionada subyacen en la base de mitos que circulan frecuentemente y que tienden a generar un efecto de naturalización del hecho, tal como: En realidad no fue tan grave; Después de todo es el padre; Hay que perdonar, Cuando crezca va a olvidar, No hay que cortar el vínculo, u opiniones como la de Gardner, quien ha expresado la idea de que el padre abusador debe permanecer con el niño para que pueda rehabilitarse. Síndrome de alienación parental de Gardner
Richard Gardner, psiquiatra norteamericano, perito forense y experto en casos de conflictos en torno a la tenencia en procesos de divorcio, ha desarrollado esta teoría conocida como SAP, a la que define de la siguiente manera: “El Síndrome de Alienación Parental (SAP) es un trastorno infantil que surge casi exclusivamente en el contexto de disputas por la custodia de los niños. Su manifestación primaria es la campaña de denigración del niño contra un padre, una “campaña” que no tiene justificación [2] (…) Ello resulta de la combinación de una programación (lavado de cerebro) de adoctrinamiento parental y de las propias contribuciones del niño para el vilipendio del padre objetivo” [3]. Es decir que, si un niño se niega a ver a uno de los padres, se considera que es producto de la acción, del lavado de cerebro que realiza el padre alienante sobre el niño en función del odio que siente por el progenitor apartado. Como la tenencia mayormente la tienen las madres, Gardner utilizará madre como sinónimo de padre alienante (más adelante en sus desarrollos teóricos dirá que se tiende a un 50% y 50% a raíz de que hay más padres varones que conviven con sus hijos).
También admite en su teoría que cuando un “maltrato/abuso sexual” está presente, la animosidad puede estar justificada y así, la explicación del síndrome de alienación parental no es aplicable para dar cuenta de la hostilidad del niño. Sin embargo veremos más adelante cómo esta frase, desde la misma teoría que construye, queda paradigmáticamente burlada, resultando imposible diagnosticar abuso desde la teoría del SAP.
Escudero y Otros [4] sostienen que el SAP constituye un cuerpo indivisible comprendido entre su formulación teórica como síndrome médico puro y su aplicación final como terapia de la amenaza [5]; amenaza que se basa en el cambio inmediato de la custodia y la posibilidad de aumentar las restricciones de contacto entre el progenitor alienador –habitualmente la madre– y el/la hijo/a diagnosticados de desarrollar un SAP. La aceptación del diagnóstico, pone en marcha automáticamente la terapia de la amenaza, indivisible del diagnóstico. Esto es fundamental para entender el sentido profundo del SAP.
Gardner lo llama un síndrome debido a que describe ocho síntomas que estarían siempre presentes en los niños con SAP. Su esfuerzo por atribuir rigor científico y validez al SAP resulta de la preocupación para que sea reconocido como entidad nosográfica en los manuales de psiquiatría como el DSM IV. Sin embargo no cuenta con elementos teóricos, empíricos y científicos para elaborar y validar su teoría, más allá que los dichos que les atribuye a los niños.
Síntomas primarios de la alienación infantil parental
(Gardner, 1998)
Los 8 síntomas primarios que Gardner propone para determinar la existencia del Síndrome de Alienación Parental son los siguientes:
1) Campaña de denigración: Esta campaña se manifiesta verbalmente y en los actos. El menor contribuye activamente. Suele ser la primera manifestación. El menor está obsesionado en odiar a uno de los progenitores.
2) Justificaciones débiles: El menor da pretextos débiles, poco creíbles o absurdos para justificar su actitud. Argumentos irracionales y ridículos para no querer ir con el progenitor rechazado.
3) Ausencia de ambivalencia: El menor está absolutamente seguro de su sentimiento hacia el progenitor rechazado; es maniqueo y sin equívoco: es el odio. Su sentimiento es inflexible, incuestionable.
4) Fenómeno del pensador independiente (acuñado por Gardner): El menor afirma que nadie lo ha influenciado y que ha llegado sólo a adoptar esta actitud.
5) Sostén deliberado: El menor toma de manera pensada la defensa del progenitor aceptado en el conflicto. Apoya reflexivamente al progenitor con cuya causa está aliado, incluso cuando se les ofrece evidencia de que éste miente.
6) Ausencia de culpabilidad: El menor expresa desprecio y no siente ninguna culpabilidad por el odio que siente y la explotación del progenitor rechazado.
7) Escenarios prestados: El menor relata hechos que no ha vivido él, sino que ha escuchado contar. Por ejemplo, las afirmaciones del niño reflejan temas y terminologías propias del progenitor aceptado, palabras o frases que no forman parte del lenguaje de los niños. La calidad de los argumentos parece ensayada.
8) Generalización a la familia extendida: El hijo extiende su animosidad a la familia entera y a los amigos del progenitor rechazado, o a quienes se asocian con él aunque previamente esas personas supusieran para él una fuente de gratificaciones.
Tipo de madres alienadoras
Gardner reconoce dos tipos de madres:
1) Aquellas madres que programan activamente al niño contra el padre, quienes están obsesionadas con el odio por el ex marido y que activamente instigan, animan, y ayudan a los sentimientos del niño de alienación.
2) Aquellas madres que reconocen que dicha alienación no acompaña los mejores intereses del niño y están dispuestas a adoptar un acercamiento más conciliador a las solicitudes del padre. Ellas continúan un compromiso de custodia compartida o permiten (aunque de mala gana) al padre tener la custodia exclusiva teniendo un programa de visita liberal. Controversias a considerar
Hay una serie de elementos importantes a tener en cuenta en el momento de evaluar las características y consecuencias del SAP y sus aplicaciones terapéuticas. Antonio Escudero, Lola Aguilar y Julia de la Cruz, en el artículo: La lógica del Síndrome de Alienación Parental de Gardner (SAP): “terapia de la amenaza”, llegan a la conclusión que el SAP fue construido por medio de falacias y que puede ser usado como una amenaza para disuadir a las mujeres de abandonar a sus parejas cuando hay violencia de género En cuanto a los síntomas
Escudero, Aguilar y de la Cruz, sostienen que los síntomas construidos por Gardner no cumplen con requisitos que los avalen científicamente. Por ejemplo, el síntoma campaña de denigración que es enunciado como síntoma principal, no tiene una descripción específica inseparable de los demás ítems; de hecho incluye a los restantes síntomas.
A fines de la utilización clínico-terapéutica que se está haciendo de la teoría del SAP, nos interesa remarcar algunas cuestiones relativas a los síntomas que permite entender el efecto de trampa de esas terapias de revinculación. Escudero sostiene: “Enfrentado a la imposibilidad de discriminar a través de los criterios del SAP la verdad o falsedad del «maltrato/abuso sexual/negligencia» por un padre designado como víctima, Gardner introdujo en la definición que habiendo tal maltrato y abuso «la explicación del síndrome de alienación parental para la hostilidad del niño no es aplicable». Pero esta solución paradójicamente asume en la propia definición la incapacidad de discriminación de la falsedad por el SAP” [6]. Lo que el chico manifieste en las entrevistas es interpretado desde los presupuestos teóricos previos que determinan, por ejemplo, que si un niño dice cosas malas de uno de los progenitores o hace inclusive acusaciones de abuso, es parte de una campaña de denigración inducida por el padre conviviente. Desde este presupuesto inicial, se hace imposible diferenciar entonces cuándo los dichos del chico son auténticos y cuándo no lo serían. No se toma en cuenta ningún otro tipo de indicadores que permitirían establecer un diagnóstico diferencial, para no aplicar la terapia de la amenaza en caso de real violencia y/o abusos, que sí generan pánico en los niños cuando son confrontados a tener que interactuar nuevamente con el progenitor que abusó de ellos. Todo lo que el niño produzca y diga en la sesión es escuchado exclusivamente desde el presupuesto inicial de la alienación y de su cooperación y complicidad con la misma.
Es un circuito macabro sin salida. El niño diagnosticado con SAP, si habla poco, valida este síntoma, es decir no corrobora abuso, debido a una justificación débil y si habla mucho y/o cuenta atrocidades, se presupone que no las vivió, sino que es parte de la estrategia de desprestigio de la que es cómplice.
El fenómeno del pensador independiente (síntoma 4), alude al papel del niño en su personal campaña de denigración. Gardner insistirá que el SAP “es mucho más extenso” que el lavado de cerebro, pues “además (y esto es sumamente importante), ello incluye los factores que surgen dentro del niño –independiente de las contribuciones parentales– que contribuyen al desarrollo del síndrome” [7]. A partir de esta participación activa del niño, Gardner define al SAP como un trastorno infantil. Si bien, la similitud de relatos entre el alienador y el menor sugeriría (no necesariamente), el efecto de un adoctrinamiento, la falta de coincidencia (en contradicción con lo anterior) se explica por el protagonismo que el niño adopta.
Para Gardner, la naturaleza del niño (síntoma 6), constituida por la “ausencia de culpa”, es la fuente de su papel independiente en la campaña: “Los niños con SAP actúan muchas veces como psicópatas y muchos de ellos son psicopáticos”. Ahora, el diagnóstico no contempla la posibilidad de que el padre abusador sea psicópata y el niño, como puede y de acuerdo a su edad, denuncie y relate lo padecido con relación a éste. Para Gardner la ausencia de culpa aparece también en el padre alienador. Gardner habla hasta de depravación del niño con SAP.
Escudero y otros, mencionan que el síntoma 5, apoyo reflexivo al progenitor alienador, interpreta las expresiones de los niños como una prolongación de la alienación ejercida por uno de los adultos. Para Gardner los niños son como “armas” en manos del alienador quien los utiliza de esta manera para apoyar su estrategia de degradación del padre excluido.
Prosigue explicando Escudero: El síntoma 3 (y el 8 como su extensión a la familia del progenitor alienado), alude a la ausencia de una ambivalencia que se daría según Gardner en todas las relaciones humanas. Sin embargo el pensamiento dicotómico pasa de ser un síntoma a constituir el argumento que justifica el cambio de custodia. A la inversa, Gardner toma en cuenta que el vínculo que el padre alienado ofrece (odiado desde el niño y el alienador) es un vínculo amoroso que se da como hecho objetivo y premisa incuestionable. A partir de ello, las expresiones negativas y de rechazo de los niños se explican por dos nuevos mecanismos que se introducen para tal efecto:
a) La amnesia de experiencias “positivas y amorosas” con el progenitor alienado que explicará también otro concepto llamado Síndrome de la Falsa Memoria (SFM): “Los niños con SAP, sin embargo, exhiben lo que parece ser amnesia. Especialmente, pueden negar cualquier experiencia agradable con el padre alienado a lo largo de toda su vida y demandan que todo placer ostensible con el padre objetivo (víctima), como escenas de momentos felices en Disney World, fueron sólo encubrimientos de la miseria y la pena que ellos estuvieron sufriendo durante aquel viaje. La “reescritura de la historia” típicamente vista en niños con SAP, es análoga al hiato sin memoria visto en pacientes con FMS” [8].
b) El fenómeno del pensador independiente ya explicitado anteriormente.
Para Escudero el síntoma 7, la presencia de escenarios prestados es «probablemente la manifestación más convincente de programación» [9] que se ve de forma típica en el SAP. Este concepto es clave en el SAP para definir toda denuncia como falsa, pero hará muy visible una falla en el argumento, que intentará paliar con la inclusión de una cláusula de exclusión o exención en la propia definición.
Contrastes con la clínica
Los síntomas descriptos tienen la particularidad de justificar y desautorizar toda manifestación y producción del niño para sostener el diagnóstico de SAP. Si consideramos que el para el SAP se toma en cuenta el grado alienante que ejerce el padre conviviente podemos, sin embargo, aportar desde la clínica con niños la siguiente observación:
El niño que crece en un espacio afectivamente positivo ama y desea estar con al padre y la madre. Es decir que si manifiesta temor o rechazo de ver a alguno de los padres es importante escuchar y profundizar la raíz de tal vivencia.
Es parte de la constitución psíquica del niño, que hasta cierta edad dependa de la presencia real del padre/madre o referente afectivo adulto, ubicándose en función al deseo y la neurosis del adulto. En tal sentido un niño puede sentirse desalentado por la actitud de alguno de los padres a manifestar ante éste su deseo de querer, ver, o estar con el otro padre. Pero, desde la experiencia clínica, se evidencia que estando solos con el psicólogo suelen manifestar este conflicto y el propio deseo de tener contacto con ambos padres.
Más difícil aún es pretender que el niño diga haber vivido cosas que no ha vivido. El niño puede repetir cosas que escucha, dándole significación a partir del universo significativo que conoce. Puede repetir cosas del discurso adulto pero no dar explicaciones o atribuir significado. Asimismo, los niños dan cuenta de la fuente de lo que dicen si se les pregunta. Expresan que lo dijo tal o cual o que es porque lo saben ellos. Cuando un niño sostiene que él lo sabe, que nadie se lo dijo, lo irónico es que para el SAP es prueba de los síntomas de la alienación, implica el Fenómeno del Pensador Independiente. Dramático ejemplo es ver cómo, diga el niño lo que diga, no hay salida para él una vez diagnosticado y abordado teórica y clínicamente desde los profesionales del SAP. Ilustraremos esta idea mediante un ejemplo, donde queda claro cómo el niño dice y comunica cuando lo que sostiene es propuesto por un adulto.
El niño, en los primeros años de vida, es mayormente realista; relata y dice lo que ve, cree y siente. Los niños se caracterizan por tener convicciones y teorías, y no se dejan persuadir fácilmente. No poseen aún conocimientos suficientes para inventar cierto tipo de cosas relacionadas con escenas y/o conocimientos de la sexualidad adulta [10]. Es decir que cuando un niño relata ciertas cuestiones referentes a la sexualidad y que implican conocimientos que no están aún al alcance de su momento evolutivo, es porque ha sido expuesto a tales vivencias [11]. Por ejemplo para Freud “La investigación sexual infantil desconoce siempre dos elementos; el papel de la semilla fecundante y la existencia del orificio vaginal” [12].
Intebi señala: “Los juegos del doctor; por ejemplo, de niños no victimizados, engloban conductas exploratorias de los genitales, junto con la aplicación de inyecciones, la administración de medicamentos, la colocación de yesos, la práctica de “operaciones”, etc. Donde la gracia del juego reside básicamente en sacarse la ropa y mirarse. Los niños victimizados, por el contrario, proponen juegos con representaciones –o actividades concretas- de sexo oral, coito anal o vaginal, inserción de objetos en orificios genitales o masturbación mutua” [13].
La exploración sexual infantil espontánea versa en torno a la observación de la diferencia genital entre niñas y niños. Es decir que se puede inferir exposición a ciertas situaciones de abuso sexual, cuando el niño se aparta de las conductas esperables para su edad en cuanto a investigaciones y manifestaciones sexuales.
Freud, en Tres Ensayos para una Teoría Sexual, dice que el niño solamente puede conocer lo que está a su alcance desde las propias vivencias pulsionales de su cuerpo. Por más que al pequeño se le haya explicado todo, las nociones de la vagina, del semen, etc. no están al alcance de su conocimiento por no ser parte de su realidad pulsional, sexual, de sus vivencias orgánicas.
Analizaremos un ejemplo en el cual niños muy pequeños, que aún no poseen el vocabulario adecuado para nombrar elementos sexuales, se las ingenian para dar cuenta de la situación de abuso vivida.
Santi y Matías son traídos a sesión ante la sospecha de abuso sexual a sus tres y cuatro años recién cumplidos. Las frases que los niños repetían desde el inicio y en todos los espacios periciales se referían al padre y a su caca: “Mi papá es un cagado”, “La caca del boludo”, “Que asco ese cagado”… En un momento se les pregunta: “¿y de qué color es la caca de tu papá?” Inmediatamente contesta Santi: “¡Amarilla!” Y el hermanito agrega, “No, es marrón”. Se le pregunta a Santi: “¿De dónde sale la caca amarilla?” Sin titubear el niño contesta: “¡Del pito!” “¿Y la caca marón?” Contesta Matías: “¡De la cola!”.
Este recorte clínico evidencia cómo los niños se las arreglaron para referirse al semen con el vocabulario que poseían denominándolo “caca”, a la vez que pudieron diferenciarlo de la caca propiamente dicha.
Un contraejemplo que representa el 1% de los casos totales atendidos en un servicio público durante el período 2011 a 2013, da cuenta de lo mismo. Se trata de un niño que utiliza, en un momento de destitución subjetiva, ante el nacimiento de su hermanita, un argumento que sabía que retornaría la atención de la madre sobre él: “Papá me tocó la cola”. Pero no podía dar cuenta mediante otros elementos de alguna situación irregular en cuanto a ello, ni agregar detalles indicativos de algún tipo de irregularidad y/o abuso. El episodio quedaba enmarcado en un contexto de “limpiarlo cuando fue al baño”,
El relato de un niño referido a vivencias sexuales no puede ser una mera repetición de un “discurso adulto” ni de una “alienación”, ni se agota en una frase expresada. Lo que el niño revela a nivel de dichos, juegos, dibujos y otras formas de expresión posibles sobre la sexualidad, es siempre relativo a una construcción físico-psico-emocional compleja y vivencial que no puede ser alterada en el niño desde un discurso, más aún si los conceptos involucrados en el mismo están fuera de su realidad vivencial y comprensiva.
Tomando en cuenta las estadísticas señaladas anteriormente cabe mencionar, también, que el 96% [14] de los niños atendidos, de 3 a 15 años, relata los hechos ocurridos indicando con claridad y seguridad al perpetrador de los abusos referidos. En cuanto al perpetrador, no hay dudas ni ambivalencias. En los casos en que los niños no mencionan claramente el perpetrador de los hechos o indican al inicio alguna persona que luego no resulta ser la perpetradora, siempre hay motivos que explican tales conductas. Por ejemplo, miedo por las amenazas recibidas, proximidad y dependencia exclusiva del perpetrador (en el caso en que no hay otro familiar protector), protección hacia otros familiares por lo cual no develan desde el inicio la identidad del agresor y otros motivos.
Articulando estas experiencias con los niveles de alienación postulados por Gardner, es solamente en el primer nivel en el que se ve que los niños manifiestan la conflictiva entre los padres y a la vez hacen saber el deseo de vincularse con ambos. Distinto es cuando el propio niño se niega a ver a uno de los padres y da razones para ello. En este punto se hace central indagar esas razones en vez de presuponer de antemano que la única causa de las mismas es la alienación efectuada por el padre aceptado por el niño. En la mayoría de los casos de abuso sexual es el niño quien no quiere ver más al padre abusador, ya que su presencia es altamente perturbadora y amenazadora para su integridad psico-emocional. La madre/padre que reciba el relato del niño y lo pueda escuchar, implementará las medidas necesarias para protegerlo. Son muchos los factores que determinan que revincular en estos casos es ser cómplice directo de la situación abusiva, reeditándola y perpetrándola.
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