Introducción
Al leer en el diario sobre los 24000 desempleados estatales que como primera medida realiza el nuevo gobierno en sus primeros días de gestión, el impacto es muy grande en lo personal, en lo ideológico y social.
En este momento a más de 100 días de gobierno la cifra se ha potenciado y ya suman 100.000, o sea mil despidos por día, entre el sector público y el privado.
Podemos decir en primera instancia que hay un arrasamiento en tres niveles: socio comunitario, subjetivo y vincular.
En el primer nivel, el choque es muy grande y de índole traumática o traumatizante, por lo masivo, por el temor extensivo al colectivo de los trabajadores, generando incertidumbre y la pregunta consiguiente: ¿yo seré el próximo?
En lo subjetivo, afecta a la identidad y autoestima del desempleado, la vivencia de injusticia, el desamparo, generan una tendencia a la culpabilización ligada más a lo emocional que a lo racional, ya que ¿cómo se puede decidir de la mañana a la noche que 20000 o 30000 personas no trabajan adecuadamente o que conformaban el grupo de los popularmente denominados ñoquis?
Más bien parecería que gran parte de esos trabajadores -me refiero a los del sector público- eran precarizados, es decir, tenían contratos semestrales o anuales que se iban renovando, algunos de ellos desde hace muchos años, no obstante también se despidió a muchos empleados efectivos.
Ahora, volviendo a la resolución política en sí, ¿era necesaria?, si eran precarizados, ¿no era mejor efectivizarlos, darles una relación contractual más digna, pasándolos “a planta” como se dice en ámbitos ligados a la administración pública, en lugar de echarlos a la calle?
El tercer arrasamiento es en lo vincular, ya que el desempleado, pierde los lazos que generaba a partir de su pertenencia al espacio, quehacer y ámbito laboral y a su vez afecta a los vínculos familiares, de pareja, de ligazón con otros, según el rol que ocupara en su espacio vincular familiar.
Esto es una doble pérdida de redes que ligan al sujeto, la del ámbito de pertenencia laboral y la pérdida de su condición de sujeto con un proyecto laboral que lo identificaba en su rol productivo en lo familiar y social, arrasando también las significaciones concomitantes.
Trauma y desempleo
El que se encuentra desocupado de esta manera masiva y abrupta, vive una situación traumática, que lo pone en una situación de riesgo subjetivo, deja de ser quien era en un área no poco importante de su vida.
Sabemos que lo que caracteriza a una situación traumática es el monto de angustia superior al que el sujeto es capaz de tolerar y procesar, requiriendo mucho mayor energía y tiempo para su tramitación, producido por un estímulo externo ante el que no se encuentran recursos adecuados para enfrentarlo.
Dice Rene Kaes [1] que se produce una catástrofe psíquica, cuando las modalidades habituales empleadas para tratar la negatividad inherente a la experiencia traumática se muestran insuficientes, especialmente cuando no pueden ser utilizadas por el sujeto debido a cualidades particulares de la relación entre realidad traumática interna y medio ambiente.
Uno de los efectos de esta situación traumática o catástrofe psíquica es la depresión, lesión en la autoestima, y suele resultar en una actitud de aislamiento, concretizando que: si no sirvo, si una política económica me aparta, me corta parte de mis lazos sociales, lo internalizo y me aparto, corto lazos, encarnando la invisibilización que el desempleo me produjo.
Es notoria la cantidad de desempleados que hubo en la crisis 2001-2002, dejando esa situación traumática una secuela que duró varios años como pudimos observarlos con el equipo que coordinábamos grupos de personas que estaban marginadas total o parcialmente del ámbito laboral.
Experiencia en talleres de desocupados
En la APDH -Asamblea Permanente por los Derechos Humanos- con el equipo de Salud Mental del que formé parte del año 2005 al 2012, realizábamos talleres para personas sin trabajo o en busca de un mejor trabajar, y observamos que hasta 2007 concurrían personas afectadas en lo laboral por la crisis del 2001- 2002.
Desde esa época de crisis, dichas personas estaban afectadas por variados síntomas como depresiones, aislamiento, culpabilización, auto-reproche, llegando a generar incluso complejos mecanismos psíquicos de saboteo al presentarse a una entrevista laboral.
Un ejemplo de esto es un participante de los talleres que en su Currículum Vitae ocultaba una parte importante de su trayectoria, dado que percibía que si estaba sobre- capacitado o sobre-calificado para cierto rango de posiciones laborales, disminuían sus posibilidades de reinserción.
Así como otras personas por este mismo motivo pasaban a postularse para cualquier cosa, desdibujando, debido a la angustia y ansiedad que les producía dicha situación, su perfil de experiencia, conocimientos y recursos.
Acerca de la levedad
Ahora a esta presentación hay que agregarle una mirada al adjetivo que aparece en el título: la levedad. Impresiona sobremanera lo rápido que se naturaliza y banaliza esta situación político-económica, diciendo: se necesitaba un cambio, si se achica el Estado se baja la inflación, o todos los trabajadores despedidos no hacían nada, de nuevo el argumento conocido y falaz de que eran ñoquis, o que está bien que no haya trabajadores precarizados…
Esta levedad invisibiliza a los afectados y todo sigue como si nada, restando peso a la significación social y subjetiva del trabajo y a las secuelas que deja el hecho de perderlo por una decisión unilateral sin explicaciones más que porque sí y sin derecho a réplica, situación incomprensible y sin motivo justificado para quien la padece.
Asimismo esta levedad es un no registro de lo que está sucediendo a ojos vista, que se muestra, se expone, pero como una luz que enceguece, impide ver lo que es obvio, produciéndose un efecto de desmentida y todo sigue igual, aquí no ha pasado nada, como si no fueran ciertos los miles de desocupados y no existiera la secuela social y subjetiva que este hecho produce.
“En la actualidad, a la sobreabundancia de registros exteriores (audios, videos, notas escritas) parece corresponderle un vacío a nivel del registro subjetivo, más aún, es posible decir que cuanto más atiborrado de registros objetivos está el sujeto, más merma la capacidad de incorporar la información”. Jaime Fernández Miranda [2].
La inmediatez, el consumo, la no duración, como concepto filosófico se conectan con este concepto de levedad. Dice Marcelo Cao [3] que la cuestión del tiempo es la duración, dado que así se denomina en Física al tiempo transcurrido; y que el problema es que la duración se viene acortando y este acortamiento se debe a la irrupción de la instantaneidad en el campo de las comunicaciones, ya que éstas han logrado abolir de manera ilusoria la dimensión temporal.
En este contexto de inmediatez e insignificancia, se instala esta inconsistencia de la memoria colectiva. Dice Jaime Fernández Miranda [4]: “La velocidad, el volumen, la novedad constante y, sobre todo, la equivalencia de todos los enunciados, rasgos que definen el flujo incesante de información en la actualidad, forjan una subjetividad regida por la temporalidad del instante, despojada de la capacidad de asimilar los acontecimientos, condenada a elegir entre opciones del mismo valor. Los dispositivos de enunciación de la cultura contemporánea vuelven obsoleta la función del archivo como soporte colectivo de la memoria”.
Embestida neoliberal y sus secuelas
Pensando sobre el párrafo anterior, en el que decíamos situación inmotivada, corrijo esa reflexión, este arrasamiento deshumanizante que segrega a miles de personas forma parte de una motivación ideológicamente justificada desde la posición política y económica que la propone; dado que las áreas afectadas son las de salud, educación, ciencia, cultura y derechos humanos, abarcando proyectos o programas considerados importantes para la gestión anterior.
Considero que este hecho requiere un análisis y una lectura económico- política más profunda, que excede este trabajo, no obstante apunto a aclarar algo tan obvio que parece que no se ve, nuevamente, y es que la política y la economía afectan nada más y nada menos que a las personas y sus vínculos, sea positiva o negativamente.
Si el trabajo es un derecho humano básico, junto con el de salud y vivienda, estas decisiones vulneran ese derecho produciendo una violencia social.
Violencia secundaria según Piera Aulagnier, que el capitalismo produce expresada en precarización laboral y exclusión, como una de sus manifestaciones, entre muchas otras.
Dice Yago Franco [5] que el espacio social ejerce cotidianamente una enorme cuota de violencia, sobre la mayor parte de la población. Desnutrición y mortalidad infantil crecientes, riesgo de exclusión de los ciudadanos de las fuentes de trabajo, -se refiere a la década de los 90- reconociendo que en esta última década había comenzado a disminuir la tasa de desocupados y trabajadores precarizados.
Esta exclusión de los ciudadanos de las fuentes de trabajo, que había disminuido en esta última década, se incrementa nuevamente ahora, notoriamente a mi entender, debido a la reciente embestida neoliberal que vuelve a poner en jaque a miles de trabajadores.
Desocupación y subjetividad
Ahora podemos interrogarnos acerca de cómo se siente una persona sin trabajo: tiene lesionada su autoestima, sus vínculos, su espacio de pertenencia, su valoración personal, familiar y social, se aísla, se deprime y puede tener un sentimiento de culpa, pensando que es por algo que hizo o que no hizo.
Esta culpa se asemeja a la sombra de sospecha que cubría como un manto oscuro sobre los detenidos-desaparecidos durante la dictadura militar, el algo habrá hecho, era bastante común de escuchar y algunos aún hoy lo sostienen, cuando sabemos que hay documentación muy precisa sobre los desmanes que realizó la dictadura militar matando gente sin posibilidad de réplica y con total impunidad.
Si bien el ámbito subjetivo que corresponde al área laboral, no es toda la identidad del sujeto sino una parte, es una parte significativa y el hecho de estar desempleado, además repentinamente y por decreto, genera una lesión en el área personal ligada al sentirse útil y valorizado.
Si una persona siente que como resultado de su trabajo administrativo, manual, intelectual, logra un resultado, un producto que aporta valor, ese valor implica un logro laboral y un reconocimiento económico que se ligan con la autoestima.
Además en la economía libidinal, se produce un desajuste en el proceso de sublimación puesto en marcha ligado a transformar una porción de libido o energía psíquica al servicio de la actividad laboral.
En este escenario de exclusión y desamparo, el desempleado está afectado en su economía libidinal, con una herida o un desgarro en su narcisismo trófico, productivo y su subjetividad tambalea cuando de un momento a otro, la vida que tenía ya no es como era y ha perdido su lugar de pertenencia laboral.
Esta pertenencia le permitía ser parte de una red social, donde otro lo reconoce como existente, formando parte de vínculos que pueden ser para ambas partes enriquecedores.
Esto que se produce a partir de un hecho político-económico, genera un trauma de difícil elaboración, ya que constituye una catástrofe psíquica que atraviesa diferentes ámbitos de la vida de un sujeto, obstaculizando la tramitación de un proceso de duelo, si esto fuera posible.
Dice Osvaldo Bayer [6] que no hay verdadera democracia mientras haya villas miseria, que no hay verdadera democracia con gente que no encuentra trabajo y que crear trabajo es un deber de toda verdadera democracia.
Agrega luego en el texto citado, nunca más las balas que hicieron correr la sangre de peones rurales en las huelgas patagónicas de 19021-1922; parafraseándolo, podemos decir: nunca más las balas del desempleo masivo.
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