Safo fue la primera en llamar a Eros “dulce – amargo”. Nadie que haya estado enamorado se lo
discute. ¿Qué significa esa expresión?
Eros le pareció a Safo al mismo tiempo una experiencia de placer y dolor. Hay aquí una
contradicción y tal vez una paradoja. Percibir este eros puede partir la mente en dos. ¿Por qué? Es
posible que los componentes de la contradicción parezcan, a primera vista, obvios. Damos por
hecho, tal como lo hizo Safo, la dulzura del deseo erótico; su carácter placentero nos sonríe. Pero la
amargura es menos obvia. Puede que haya varias razones por las que lo que es dulce debería
también ser amargo. Puede que haya diversas relaciones entre ambos sabores. Los poetas han
resuelto el asunto de diferentes maneras. La formulación de la propia Safo es un buen lugar para
empezar a rastrear las posibilidades. El fragmento relevante dice:
Eros una vez más afloja mis miembros me lanza a un remolino dulce – amargo, imposible de resistir,
criatura sigilosa.
Es difícil de traducir. “Dulce – amargo” suena extraño, pero la versión estándar en inglés bittersweet
invierte los términos reales del compuesto de Safo glukupikron. ¿Debería preocuparnos? Si su orden
tiene una intención descriptiva, se dice aquí que el eros provoca dulzura y después amargura en
secuencia: Safo ordena las posibilidades cronológicamente. Las experiencias de muchos amantes
darían validez a esa cronología, especialmente en poesía, donde la mayor parte de los amores
terminan mal. Pero es improbable que eso sea lo que dice Safo.
Su poema empieza con una localización dramática de la situación erótica en el tiempo (deute) y fija
la acción erótica en el presente del indicativo (donei). No está registrando la historia de una relación
amorosa sino el instante del deseo. Un momento se tambalea bajo la presión del eros; se parte un
estado mental.
Es la simultaneidad del placer y el dolor. El aspecto placentero se nombra en primer lugar,
podríamos suponer, porque es menos sorprendente. El énfasis se pone sobre el otro lado
problemático del fenómeno, cuyos atributos avanzan como un granizo de consonantes suaves
(segundo verso). Eros se mueve o repta sobre su víctima desde algún lugar fuera de ella: orpeton.
Ninguna batalla sirve para detener ese avance: amachanon. El deseo, entonces, no es habitante ni
aliado del deseante. Ajeno a su voluntad, se le impone irresistiblemente desde afuera.
Eros es un enemigo. Su amargura debe ser el gusto de la enemistad. Es decir, algo así como el odio.
“Amar a nuestros amigos y odiar a nuestros enemigos” es, ante un dilema moral, una prescripción
arcaica convencional.
El amor y el odio construyen entre sí la maquinaria del contacto humano. ¿Tiene sentido situar
ambos polos de este afecto dentro del único acontecimiento emocional del eros?
[*] Del libro Eros El dulce – amargo, de Anne Carson. Traducción Mirta Rosenberg y Silvina López
Medin. Editorial Fiordo, Bs.As. 2015.
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