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René Kaës - Trayectoria

René Kaës
Por Mirta Segoviano
 
 
 
 
Paul Delvaux (1897-1994)
El afecto y las identificaciones afectivas en los grupos *
(Primera parte)
Por René Kaës
Traducción: Mirta Segoviano
 

La cuestión del afecto y de las identificaciones afectivas prácticamente no fue objeto de investigaciones profundas en los grupos, y más en general, en el abordaje psicoanalítico del vínculo intersubjetivo. El grupo es sin embargo un activador de experiencias sensoriales intensas: no sólo visuales y auditivas, sino también olfativas y táctiles. Involucra e invoca al cuerpo en su relación con el cuerpo del otro y según diversas modalidades: imaginarias, simbólicas, reales. Los vínculos de grupo implican relaciones de proximidad y de distancia: conmueven, afectan, participan en el «desarreglo de todos los sentidos» (Rimbaud), pero también en sus regulaciones.

Desde un punto de vista subjetivo, el afecto se experimenta como una expresión psíquica que viene del cuerpo, una manera penosa o agradable, vaga o definida de ser tocado dentro de uno mismo: el afecto se vivencia también como la experiencia de ser «afectado» por una cierta «acción psíquica» ejercida sobre uno por los otros. Correlativamente, la expresión de un afecto es una manera de actuar sobre los otros, de tocarlos dentro de ellos mismos, de «afectarlos», incluso de infectarlos (el afecto es contagioso).

La afectación y su nominación

Reparemos en este primer rasgo, que hace del afecto una expresión psíquica del cuerpo y del vínculo con el otro, sin duda del cuerpo en tanto está afectado por, o desde el origen, en el vínculo con el cuerpo del otro. La matriz del afecto sería entonces el cuerpo de la madre, ciertamente desde la vida fetal.

Otro rasgo constante del afecto es la dificultad para nombrarlo. Siempre tenemos que nombrarlo, puesto que el afecto se constituye, muy por debajo del acceso a la palabra, en el ombligo de la psique en el cuerpo, pero también en el ombligo del vínculo con el cuerpo del otro y del vínculo del otro con su cuerpo. Además, los afectos escapan a cualquier representación fija, se manifiestan repentinamente, irrumpiendo. El afecto difícilmente se deja decir y buscamos una nominación que es también una interpretación para aprehender su cualidad, su origen y su destino. Notemos que la nominación-interpretación de los afectos los hace cambiar de estatuto en nuestra experiencia y en nuestra organización psíquica. Transformamos así el afecto en una cualidad vuelta sensible a la conciencia del sujeto, que la conoce entonces como emoción o sentimiento [1]. Decir que estamos embargados o invadidos por la pena, la tristeza, la nostalgia, el miedo, la vergüenza, la cólera, la rabia, el odio (por afectos negativos), o por la alegría, la atracción amorosa, una especie de plenitud, una excitación agradable, es una manera usual de nombrar los afectos y por lo tanto de transformarlos en sentimientos: el afecto se conoce al volverse sentimiento.

El afecto como representante de la pulsión

Freud introdujo muy pronto el concepto de afecto como descarga masiva (gasto) de energía pulsional o como tonalidad general y difusa, lo que antiguamente llamábamos humor. Lo identificó como uno de los dos representantes de la pulsión: expresión cualitativa de la cantidad de energía pulsional y de sus variaciones, el afecto acompaña al representante-representativo de la pulsión, al que está ligado o del que está separado. Freud admite que hay afectos sin representación, y representaciones sin afecto, siguiendo cada uno un destino diferente. Por uno u otro de esos representantes es que podemos saber algo de la pulsión [2].

Esta concepción del afecto describe su origen, su especificidad y su valor en la economía y la tópica intrapsíquicas. Freud piensa el afecto en términos de cantidad de investidura y en términos de expresión psíquica de la cualidad de una experiencia que la palabra no puede traducir, y busca su origen ante todo en un acontecimiento traumático al que no pudo corresponder una descarga adecuada (cf. los primeros trabajos sobre la histeria [3]).

No me propongo desplegar la teoría freudiana del afecto, sino indicar cómo, sobre algunas de estas bases y en particular sobre algunas investigaciones contemporáneas, es posible retomar el hilo del análisis acerca del segundo aspecto del afecto que he mencionado como introducción, allí donde participa de una teoría de la intersubjetividad en la cual se mantiene absolutamente el lugar del sujeto. Sobre la base de esta hipótesis, se desarrollaron investigaciones en dos campos teórico-clínicos diferentes, pero sus resultados definen una zona de debate pertinente acerca del lugar y la función del afecto en una teoría de la intersubjetividad.
El primero de estos campos de investigación explora las relaciones entre afecto, cuerpo y simbolizaciones precoces, precisamente las estructuras elementales de significación donde el afecto está asociado a sensaciones, percepciones y significantes arcaicos. En este conjunto, están los trabajos sobre los pictogramas (P. Castoriadis Aulagnier, 1975), las proto representaciones (M. Pinol-Douriez, 1984), los significantes formales y el yo-piel (D. Anzieu, 1987), los significantes de demarcación (G. Rosolato, 1985) y los significantes enigmáticos (J. Laplanche, 1987), pero también las investigaciones inaugurales de Bion sobre los elementos alfa y beta (W. R. Bion, 1979).

El segundo campo de investigación explora más precisamente las relaciones entre el afecto y el vínculo intersubjetivo. Desde este punto de vista, sostengo que el afecto no es solamente un modo de representación de la pulsión en la psique, sino también una creación del encuentro madre-hijo, y ulteriormente de cualquier encuentro. Un primer conjunto de trabajos se inscribe en el marco precedente y presta atención al hecho de que no solamente el bebé percibe los afectos de la madre y la madre los del hijo, sino que los intercambios afectivos y emocionales son —o no— acompañados en la madre por contactos corporales y verbales. Lo que P. Castoriadis Aulagnier teorizó como la función porta-palabra, Bion como función alfa, Stern como consonancia [accordage] afectiva madre hijo, Anzieu como envoltura psíquica, son seguramente distintas concepciones de procesos y formaciones intersubjetivas cuya existencia es la condición necesaria para el establecimiento de los procesos de simbolización.

Un segundo conjunto de investigaciones sobre el afecto y el vínculo, lo constituyen los trabajos psicoanalíticos sobre los grupos, las familias, las parejas y las instituciones. Quisiera proponer algunas reflexiones a partir de la situación psicoanalítica de grupo.



I. AFECTO E INTERSUBJETIVIDAD

El afecto y el vínculo de grupo

Mis investigaciones se organizaron en torno al siguiente punto de vista: todo estudio psicoanalítico del grupo se inscribe en una teoría del vínculo intersubjetivo y en una teoría del sujeto. El grupo es una estructura de vínculos intrapsíquicos, inter y transpsíquicos. Si examinamos más particularmente la realidad psíquica del grupo, es pertinente examinarla desde tres puntos de vista:
el vínculo de cada sujeto con el grupo, en cuanto este es objeto de investiduras pulsionales, de afectos y de representaciones, conscientes, preconscientes e inconscientes,
el vínculo de cada uno con los otros en el grupo,
el sistema de vínculo que especifica al grupo como espacio psíquico dotado de una realidad psíquica propia, irreductible a una simple suma de las psiques individuales.

El modelo del aparato psíquico grupal integra estos tres puntos de vista, sus espacios propios, sus diferencias y sus articulaciones: este aparato psíquico de ligadura organiza la estructura del grupo y garantiza su transformación. Contiene una energía pulsional, en él se efectúan realizaciones de deseo, circulan afectos, se forman representaciones cuya ligadura con los afectos es a menudo problemática, como lo revela la clínica.

Queda todavía por elaborar la cuestión del afecto en su doble estatuto: en el espacio intrapsíquico y en el espacio del vínculo. Deberemos pues conocer el afecto que caracteriza una expresión y una impresión psíquica de todo el grupo (afecto de grupo), y el afecto singular, no compartido —pero compartible— que experimenta el sujeto debido a su vínculo con el grupo o con algunos miembros del grupo (el afecto en grupo). Esta distinción da cuenta de que, por un lado, el afecto es eminentemente individual, y por otro, es contagioso, común, compartido.

Identificaciones por el afecto y trabajo del afecto en un grupo. Referencias clínicas

Para describir el pasaje del afecto en grupo al afecto de grupo, vuelvo a la clínica de un grupo que analicé más ampliamente en cuanto a la organización de la realidad psíquica inconsciente, el proceso y la lógica de los vínculos intersubjetivos, y el espacio de la realidad subjetiva que en él se manifiesta y se transforma [4]. Se trata de un pequeño grupo de breve duración, propuesto con fines de sensibilización a la experiencia del inconsciente. Reunió a diez participantes durante dieciséis sesiones repartidas en cuatro días; fue conducido por dos psicoanalistas, Sophie y yo. Recuerdo que este tipo de grupo intensifica los procesos de la organización psíquica del grupo y moviliza los procesos individuales más sensibles a los efectos de grupo.

El hilo conductor de mi análisis será aquí seguir el destino de los afectos durante las primeras sesiones de este grupo. Evoco brevemente el movimiento.

Desde la primera sesión, los participantes, y principalmente algunos hombres, refieren un malestar. Dicen haber perdido sus «referencias [repères]» y estar «fuera de sí», pudiendo entenderse esta última formulación de dos maneras: encontrarse en un estado de despersonalización y estar encolerizado. Aprovechando el doble sentido, se condensan dos afectos: el desasosiego y la cólera. Los sentimientos de malestar que afloran a la conciencia son compartidos por dos mujeres, Sylvie y Anne Marie, luego por Solange y Michèle. Se trata de confusión y de equívoco.

El equívoco alude a un acontecimiento que tuvo lugar al iniciarse la primera sesión. Antes de que Sophie y yo nos presentáramos, recibiéramos a los participantes, y enunciáramos las reglas, Sylvie había tomado a Solange y a Michèle por mi colega. Solange puede decir ahora que había vivido ese equívoco con angustia, pero expresa algo más al hablar de su decepción respecto del grupo: pensaba haberse inscrito para aprender el «hablar-bien», pero dice también que lo que sucede y se habla aquí le interesa y que la palabra puede utilizarse para decir lo que quedó suspendido en ella misma, lo que la perturba. Luego critica nuestro recibimiento (frío) y la sala (desagradable) en la que se realizan las sesiones. La crítica es compartida por otros participantes. Siguen intercambios caóticos y momentos de silencio. Son momentos de silencio particulares, vividos como vacío, pensamiento blanco, apatía; cargados de afectos a veces insoportables y tóxicos. Es importante no prolongar esos estados. A menudo algunos miembros del grupo encuentran una solución y proponen una organización. Lo que se produce en este grupo: una presentación mutua de los participantes restablece una forma, una envoltura, referencias. Uno de los participantes, el primero en haber dicho que había perdido sus «referencias» y que estaba «fuera de sí», dice de él: «me llaman Marc», luego permanece en silencio. Retomará la palabra cuando varios participantes digan qué los motivó a inscribirse en este grupo. Marc declara haberse inscrito «siguiendo mi nombre [sur mon nom]»: la fórmula me sorprende, como me sorprendió la presentación que hizo de sí mismo. Pero Marc no la comenta. Por mi parte, estoy impresionado por el desamparo de Marc, pero también aturdido por esta avalancha de afectos que convulsiona al conjunto del grupo desde la primera sesión.

En la sesión siguiente, después de haber hablado durante la pausa con algunos participantes, por lo tanto fuera de la presencia de los psicoanalistas, Marc declara que se siente obligado a confesar ante el grupo entero lo que llama su «acontecimiento marcante»: está, dice, todavía bajo el efecto de una interpretación brutal que, en un grupo homólogo a este, el psicoanalista que lo conducía le habría hecho un cuarto de hora antes del final de la última sesión. Se describe en un estado de shock traumático que le dejó la «marca». Nada sabremos del contenido de la interpretación recibida, sólo se transmitirá el afecto en su violencia, por la voz y sobre todo por la ausencia de contenido de representación. Esta «confesión» deja estupefactos a los participantes. El término confesión supone un sentimiento refrenado o un acto culpable que debe mantenerse oculto.

Durante la sesión, Marc precisa que eligió a los dos psicoanalistas de este grupo por su idoneidad. Su pedido manifiesto de reparación me está más particularmente dirigido. Me siento impresionado por la intensidad de su demanda, la ambigüedad de su fórmula (se ha inscrito «siguiendo mi nombre») pero también perturbado por la manera como asegura su dominio sobre el grupo gracias a lo que inyecta en el grupo [5].

Con Sophie, hacemos la hipótesis de que el nombre, su nombre de pila y mi nombre son para él significantes cruciales de un drama que revive en la transferencia. Los afectos son intensos, son referidos en el grupo antes y después de la representación (la evocación) de la escena de amenaza: desasosiego y cólera, confusión y equívoco, decepción, ataque, shock, estupefacción, pero también movimiento afectuoso y dependencia confiada.

Quisiera destacar lo siguiente: Marc comentó fuera de la sesión lo ocurrido según él en ese otro grupo, sabiendo que tendrá el recurso de restituir ese contenido en la sesión. Se apoya en la regla que he enunciado para significar que él respeta “la obligación” y para, con su respeto, hacer resaltar más aún la «falta» del psicoanalista que le inflingió esta interpretación salvaje, asestada como un golpe en la cabeza. Este acontecimiento es para él a tal punto «marcante» que lo representa —en femenino: lleva su «marca»— y quiere atestiguarlo aquí y demandar reparación/reanimación. Se rehúsa a comunicar un contenido de representación más preciso: la cosa en la escena violenta sólo es puesta en palabras para actuar su efecto y, utilicemos aquí este antiguo término, abreaccionarlo. Esta forma de utilizar la palabra tiene también por finalidad hacer experimentar a los otros el afecto de una violencia que para Marc da causa a su presencia en el grupo: Marc se vuelve activo inflingiendo el golpe que le dejó la cabeza vacía. Toma a los participantes como testigos y ubica a los psicoanalistas en posición de acusados, de jueces y de reparadores. Pero sólo transmite, o transfiere el afecto de violencia que emana de esa escena ampliamente indeterminada en cuanto a su contexto y a su contenido.

Un cuarto de hora antes del final de la tercera sesión, Solange (objeto del equívoco de Sylvie) será elegida como porta-palabra de un “secreto” que le ha confiado Anne-Marie, también ella presa del malestar y la confusión de la primera sesión. Durante la pausa (repetición del episodio de Marc) Anne Marie le dice que su hija acaba de ser hospitalizada para una examen diagnóstico de un cáncer, y que se siente culpable por haber venido a este grupo. En el momento en que refiere las palabras que transporta para otra, Solange recuerda repentinamente y con intensa emoción la amenaza de la que su propia madre la había hecho objeto, cuando ella misma tenía la edad de la hija de Anne Marie: tendría cáncer si continuaba fumando.

Desborde de afecto, confusión e insuficiencia de las barreras contra las excitaciones

Notemos la variedad y la intensidad de los afectos que se manifiestan durante estas tres sesiones: los participantes están «desbordados», Sophie y yo necesitamos recuperar momentos de pausa y de retiro para pensar, cada uno por su lado y juntos, lo que nos afecta y perturba nuestra capacidad de pensar. Pienso en esa época que la situación de grupo es una situación de co-excitación pulsional intensa, un atractor y un acelerador de afectos suscitados por la pluralidad del encuentro con más de un otro, desconocidos, elementos todavía no integrados en una forma, una envoltura, un continente, un proceso de transformación que los dote de una identidad aceptable, suficientemente semejantes a nuestros objetos internos.

La situación de grupo es una puesta a prueba de las barreras contra las excitaciones. Lo que se juega es particularmente angustiante porque la dificultad está en establecer e integrar una doble barrera contra las excitaciones y un doble dispositivo de representación tranquilizador: uno es interno y se encuentra en parte fuera de uso, el otro es externo y todavía no está suficientemente construido y compartido. El enunciado de las reglas que estructuran la situación psicoanalítica, las preinvestiduras transferenciales positivas contribuyen a esta construcción, en realidad, una auto-construcción del grupo. Pero en este periodo inicial, esta construcción es muy frágil, y los pocos puntos de apoyo están primeramente en una relación frontal con las angustias que suscitan el grupo como objeto psíquico, los otros y los analistas. Aquí el grupo es eso que pone fuera de sí, que es hostil, los analistas son objetos malos (fríos, amenazantes, peligrosos) o salvadores, los otros no son verdaderamente otros, sino dobles contagiosos y agentes de perturbación.

El modelo del contagio afectivo

Este modelo del contagio que se transmite por el afecto evoca la infección: es un modelo pertinente en la medida en que indica no sólo la ausencia o la ineficacia de la protección, sino también un modo de transmisión que pasa de un sujeto a otro directamente, mediante identificaciones de un tipo particular, sin representaciones correlativas. Podríamos pensar que las identificaciones en urgencia, descritas desde 1972 por A. Missenard como una de las modalidades de establecimiento de un contenido psíquico común a los miembros del grupo en la fase inicial de este; son identificaciones por el afecto, sin objeto de representación. Sin barrera de filtrado, pero también sin aparato de ligadura con contenidos representacionales, por lo tanto sin dispositivos de transformación simbolígena, el afecto se expresa o se suprime o se desplaza, o se amplifica. Su efecto es antagonista o paradójico: al mismo tiempo que desorganiza, liga. Desorganiza la capacidad de pensar, liga mediante los vínculos arcaicos de las identificaciones afectivas, es decir identificaciones por el afecto (sin representaciones), pero convoca al otro en su capacidad de co-experimentar, de albergar y de producir sentido.

Cómo el afecto convoca hacia el otro: la afectiv-acción

Precisemos cómo convoca el afecto. En este ejemplo, comprobamos que el afecto es claramente una expresión psíquica que procede del cuerpo, que implica al cuerpo: lo manifiestan los significantes fuera de sí, golpe en la cabeza, cáncer, frialdad. Lo que llama la atención es la notable «estrategia» de afectación y de afectiv-acción empleada por Marc, pero también por Anne Marie y Solange: seguramente Marc siente el afecto, pero utiliza el afecto para ejercer una cierta «acción psíquica» sobre los otros, para tocarlos dentro de ellos mismos, los afecta, y todos se afectan (el afecto es contagioso). Este ejemplo verifica no sólo que el afecto es una expresión psíquica del cuerpo y del vínculo con el otro, sino también que convoca al otro en lo disociado entre el cuerpo, el vínculo y el sentido.

Volvamos a Marc. Lo que evoca se transforma en una escena de amenaza que vendría «del re-padre/referencia [re-père]» perdido pero comprensivo; para Solange, de una madre amenazante, abandonante para Anne Marie, figuras parentales transferidas en Sophie y en mí. Hemos observado que Marc transmite por inyección en el grupo la carga de afecto correspondiente a su representación, volviéndola enigmática para él mismo, para los otros. Esta disociación-transfusión del afecto cumple seguramente una función económica para él, pero también debemos considerarla desde el punto de vista en que es una invocación a la capacidad de albergue y de transformación de los miembros del grupo, y en primer lugar de los psicoanalistas.

Y de hecho, el grupo se pondrá a funcionar como un aparato de trabajo de las asociaciones a través de las funciones de porta palabra cumplidas por varios de sus miembros, funciones que les conciernen en su propia historia, pero que son producidas y utilizadas por el conjunto del grupo. El grupo en su conjunto es portador no sólo de una palabra de la que no disponen sus sujetos considerados uno por uno (y en particular Marc y Solange, más tarde otras personas), sino también de una palabra que interesa a los otros y cuyos términos despliegan sin saberlo. Lo que Marc dice (y no dice), interesa a cada uno, él despliega significantes que interesan a Anne Marie y a Solange, que las afectan así como me afectan. Aunque el sentido puede volverse asunto de cada uno, en su singularidad, y asunto del grupo como conjunto, la palabra faltante sólo puede aparecer en el arreglo intersubjetivo del discurso grupal. Diré que el proceso asociativo grupal, sostenido en la transferencia, facilita las vías del retorno de lo reprimido y de la ligadura entre el afecto y la representación. Una vez reencontrada esta articulación, las identificaciones afectivas son menos eficientes.

En otro trabajo de análisis de este grupo, intenté comprender cómo Solange se sitúa en el punto de oscilación y de condensación de la organización fantasmática que liga a los miembros del grupo («Un padre amenaza/repara un hijo»). Solange se representa ahí en un emplazamiento inverso al de Anne Marie (madre amenazante) y homólogo al de Marc (hijo amenazado). Está en el pivote de las acciones pasivas y activas, en el punto de soldadura de la fantasía de amenaza y de la fantasía de reparación. Se ubica, y es ubicada con su asentimiento, en el lugar mismo de su conflicto amenazar/reparar, de sus identificaciones ambivalentes respecto de la imago materna. Su posición en la fantasía está en el lugar mismo de su síntoma y es a través de los rasgos comunes a varios que se efectuarán las identificaciones con Solange. Tenemos aquí un ejemplo notable de identificación por el síntoma.
Desde este punto de vista, la historia de Solange, pero también la de Marc en este grupo, invierte la proposición de Freud acerca del afecto en el tratamiento de la histeria: «Sólo si la evocación del recuerdo conlleva la reviviscencia del afecto que originalmente le estaba ligado —escribe Freud—, la rememoración encuentra su eficacia terapéutica». En el grupo, vemos que la reviviscencia del afecto conlleva la evocación del recuerdo al que estaba ligado, a condición de un trabajo particular que he denominado el trabajo de la intersubjetividad.
Sigue en Parte 2

* Se publicó una primera versión de este estudio en 2006 - «El afecto y las identificaciones afectivas en los grupos » Champ Psychosomatique, 41, 59-79.
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Notas
 

[1] En La violencia de la interpretación (1975), P. Castoriadis Aulagnier escribe que la palabra que nombra el afecto lo transforma en sentimiento y le impone un estatuto diferente en la economía y la tópica. «El sentimiento, lejos de reducirse a la nominación de un afecto, es una interpretación, en el sentido más fuerte del término, que une una experiencia incognoscible en sí misma, con una causa que se supone acorde a lo que se experimenta. Ahora bien, hemos visto que lo que se experimenta es también lo que primero fue interpretado por el discurso del Otro y de los otros» (pág. 163 de la versión francesa). Más adelante: «La transformación del afecto en sentimiento resulta de este acto de lenguaje que impone un corte radical entre el registro pictográfico y el de la puesta-en-sentido» (pág. 164 v.fr.)
[2] En sus escritos metapsicológicos (La represión, 1915; El inconsciente, 1915; Vue d’ensemble sur les névroses de transfert, 1916), Freud distingue el aspecto subjetivo del afecto y los procesos energéticos que lo condicionan. El quantum de afecto corresponde al aspecto económico de la pulsión, el afecto se define como la traducción subjetiva de la cantidad pulsional.
[3] Acerca del tratamiento del síntoma histérico, Breuer y Freud escriben: «Un recuerdo desprovisto de carga afectiva es casi siempre totalmente ineficaz. Es preciso que el proceso psíquico original se repita con tanta intensidad como sea posible, que vuelva a encontrarse in statu nascendi, luego formulado (o verbalmente expresado: und dann «ausgesprochen» werden)» (1892, G.W. I, 85). Sólo si la evocación del recuerdo conlleva la reviviscencia del afecto que le estaba ligado originalmente, la rememoración encuentra su eficacia terapéutica.
[4] R. Kaës, 2007, Un singuler pluriel, Paris, Dunod. Trad. al castellano por M. Segoviano, Un singular plural, Buenos Aires, Amorrortu, 2010.
[5] Se trata de un acto-palabra. Freud y Breuer destacan en los Estudios sobre la histeria que «(...) el ser humano encuentra en el lenguaje un equivalente del acto, equivalente gracias al cual el afecto puede ser «abreaccionado» casi de la misma forma» (J. Breuer y S. Freud, 1892, trad. fr. p.5-6)

 
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