La cuestión
del afecto y de las identificaciones afectivas prácticamente
no fue objeto de investigaciones profundas en los
grupos, y más en general, en el abordaje psicoanalítico
del vínculo intersubjetivo. El grupo es sin
embargo un activador de experiencias sensoriales intensas:
no sólo visuales y auditivas, sino también
olfativas y táctiles. Involucra e invoca al
cuerpo en su relación con el cuerpo del otro
y según diversas modalidades: imaginarias,
simbólicas, reales. Los vínculos de
grupo implican relaciones de proximidad y de distancia:
conmueven, afectan, participan en el «desarreglo
de todos los sentidos» (Rimbaud), pero también
en sus regulaciones.
Desde un punto de vista subjetivo, el afecto se experimenta
como una expresión psíquica que viene
del cuerpo, una manera penosa o agradable, vaga o
definida de ser tocado dentro de uno mismo: el afecto
se vivencia también como la experiencia de
ser «afectado» por una cierta «acción
psíquica» ejercida sobre uno por los
otros. Correlativamente, la expresión de un
afecto es una manera de actuar sobre los otros, de
tocarlos dentro de ellos mismos, de «afectarlos»,
incluso de infectarlos (el afecto es contagioso).
La afectación y su nominación
Reparemos en este primer rasgo, que hace del afecto
una expresión psíquica del cuerpo y
del vínculo con el otro, sin duda del cuerpo
en tanto está afectado por, o desde el origen,
en el vínculo con el cuerpo del otro. La matriz
del afecto sería entonces el cuerpo de la madre,
ciertamente desde la vida fetal.
Otro rasgo constante del afecto es la dificultad para
nombrarlo. Siempre tenemos que nombrarlo, puesto que
el afecto se constituye, muy por debajo del acceso
a la palabra, en el ombligo de la psique en el cuerpo,
pero también en el ombligo del vínculo
con el cuerpo del otro y del vínculo del otro
con su cuerpo. Además, los afectos escapan
a cualquier representación fija, se manifiestan
repentinamente, irrumpiendo. El afecto difícilmente
se deja decir y buscamos una nominación que
es también una interpretación para aprehender
su cualidad, su origen y su destino. Notemos que la
nominación-interpretación de los afectos
los hace cambiar de estatuto en nuestra experiencia
y en nuestra organización psíquica.
Transformamos así el afecto en una cualidad
vuelta sensible a la conciencia del sujeto, que la
conoce entonces como emoción o sentimiento
[1].
Decir que estamos embargados o invadidos por la pena,
la tristeza, la nostalgia, el miedo, la vergüenza,
la cólera, la rabia, el odio (por afectos negativos),
o por la alegría, la atracción amorosa,
una especie de plenitud, una excitación agradable,
es una manera usual de nombrar los afectos y por lo
tanto de transformarlos en sentimientos: el afecto
se conoce al volverse sentimiento.
El afecto como representante
de la pulsión
Freud introdujo muy pronto el concepto de afecto como
descarga masiva (gasto) de energía pulsional
o como tonalidad general y difusa, lo que antiguamente
llamábamos humor. Lo identificó como
uno de los dos representantes de la pulsión:
expresión cualitativa de la cantidad de energía
pulsional y de sus variaciones, el afecto acompaña
al representante-representativo de la pulsión,
al que está ligado o del que está separado.
Freud admite que hay afectos sin representación,
y representaciones sin afecto, siguiendo cada uno
un destino diferente. Por uno u otro de esos representantes
es que podemos saber algo de la pulsión [2].
Esta concepción del afecto describe su origen,
su especificidad y su valor en la economía
y la tópica intrapsíquicas. Freud piensa
el afecto en términos de cantidad de investidura
y en términos de expresión psíquica
de la cualidad de una experiencia que la palabra no
puede traducir, y busca su origen ante todo en un
acontecimiento traumático al que no pudo corresponder
una descarga adecuada (cf. los primeros trabajos sobre
la histeria [3]).
No me propongo desplegar la teoría freudiana
del afecto, sino indicar cómo, sobre algunas
de estas bases y en particular sobre algunas investigaciones
contemporáneas, es posible retomar el hilo
del análisis acerca del segundo aspecto del
afecto que he mencionado como introducción,
allí donde participa de una teoría de
la intersubjetividad en la cual se mantiene absolutamente
el lugar del sujeto. Sobre la base de esta hipótesis,
se desarrollaron investigaciones en dos campos teórico-clínicos
diferentes, pero sus resultados definen una zona de
debate pertinente acerca del lugar y la función
del afecto en una teoría de la intersubjetividad.
El primero de estos campos de investigación
explora las relaciones entre afecto, cuerpo y simbolizaciones
precoces, precisamente las estructuras elementales
de significación donde el afecto está
asociado a sensaciones, percepciones y significantes
arcaicos. En este conjunto, están los trabajos
sobre los pictogramas (P. Castoriadis Aulagnier, 1975),
las proto representaciones (M. Pinol-Douriez, 1984),
los significantes formales y el yo-piel (D. Anzieu,
1987), los significantes de demarcación (G.
Rosolato, 1985) y los significantes enigmáticos
(J. Laplanche, 1987), pero también las investigaciones
inaugurales de Bion sobre los elementos alfa y beta
(W. R. Bion, 1979).
El segundo campo de investigación explora más
precisamente las relaciones entre el afecto y el vínculo
intersubjetivo. Desde este punto de vista, sostengo
que el afecto no es solamente un modo de representación
de la pulsión en la psique, sino también
una creación del encuentro madre-hijo, y ulteriormente
de cualquier encuentro. Un primer conjunto de trabajos
se inscribe en el marco precedente y presta atención
al hecho de que no solamente el bebé percibe
los afectos de la madre y la madre los del hijo, sino
que los intercambios afectivos y emocionales son —o
no— acompañados en la madre por contactos
corporales y verbales. Lo que P. Castoriadis Aulagnier
teorizó como la función porta-palabra,
Bion como función alfa, Stern como consonancia
[accordage] afectiva madre hijo, Anzieu como envoltura
psíquica, son seguramente distintas concepciones
de procesos y formaciones intersubjetivas cuya existencia
es la condición necesaria para el establecimiento
de los procesos de simbolización.
Un segundo conjunto de investigaciones sobre el afecto
y el vínculo, lo constituyen los trabajos psicoanalíticos
sobre los grupos, las familias, las parejas y las
instituciones. Quisiera proponer algunas reflexiones
a partir de la situación psicoanalítica
de grupo.
I. AFECTO E INTERSUBJETIVIDAD
El afecto y el vínculo de
grupo
Mis investigaciones se organizaron en torno al siguiente
punto de vista: todo estudio psicoanalítico
del grupo se inscribe en una teoría del vínculo
intersubjetivo y en una teoría del sujeto.
El grupo es una estructura de vínculos intrapsíquicos,
inter y transpsíquicos. Si examinamos más
particularmente la realidad psíquica del grupo,
es pertinente examinarla desde tres puntos de vista:
el vínculo de cada sujeto con el grupo, en
cuanto este es objeto de investiduras pulsionales,
de afectos y de representaciones, conscientes, preconscientes
e inconscientes,
el vínculo de cada uno con los otros en el
grupo,
el sistema de vínculo que especifica al grupo
como espacio psíquico dotado de una realidad
psíquica propia, irreductible a una simple
suma de las psiques individuales.
El modelo del aparato psíquico grupal integra
estos tres puntos de vista, sus espacios propios,
sus diferencias y sus articulaciones: este aparato
psíquico de ligadura organiza la estructura
del grupo y garantiza su transformación. Contiene
una energía pulsional, en él se efectúan
realizaciones de deseo, circulan afectos, se forman
representaciones cuya ligadura con los afectos es
a menudo problemática, como lo revela la clínica.
Queda todavía por elaborar la cuestión
del afecto en su doble estatuto: en el espacio intrapsíquico
y en el espacio del vínculo. Deberemos pues
conocer el afecto que caracteriza una expresión
y una impresión psíquica de todo el
grupo (afecto de grupo), y el afecto singular, no
compartido —pero compartible— que experimenta
el sujeto debido a su vínculo con el grupo
o con algunos miembros del grupo (el afecto en grupo).
Esta distinción da cuenta de que, por un lado,
el afecto es eminentemente individual, y por otro,
es contagioso, común, compartido.
Identificaciones por el afecto
y trabajo del afecto en un grupo. Referencias clínicas
Para describir el pasaje del afecto en grupo al afecto
de grupo, vuelvo a la clínica de un grupo que
analicé más ampliamente en cuanto a
la organización de la realidad psíquica
inconsciente, el proceso y la lógica de los
vínculos intersubjetivos, y el espacio de la
realidad subjetiva que en él se manifiesta
y se transforma [4].
Se trata de un pequeño grupo de breve duración,
propuesto con fines de sensibilización a la
experiencia del inconsciente. Reunió a diez
participantes durante dieciséis sesiones repartidas
en cuatro días; fue conducido por dos psicoanalistas,
Sophie y yo. Recuerdo que este tipo de grupo intensifica
los procesos de la organización psíquica
del grupo y moviliza los procesos individuales más
sensibles a los efectos de grupo.
El hilo conductor de mi análisis será
aquí seguir el destino de los afectos durante
las primeras sesiones de este grupo. Evoco brevemente
el movimiento.
Desde la primera sesión, los participantes,
y principalmente algunos hombres, refieren un malestar.
Dicen haber perdido sus «referencias [repères]»
y estar «fuera de sí», pudiendo
entenderse esta última formulación de
dos maneras: encontrarse en un estado de despersonalización
y estar encolerizado. Aprovechando el doble sentido,
se condensan dos afectos: el desasosiego
y la cólera.
Los sentimientos de malestar que afloran a la conciencia
son compartidos por dos mujeres, Sylvie y Anne Marie,
luego por Solange y Michèle. Se trata de confusión
y de equívoco.
El equívoco alude a un acontecimiento que tuvo
lugar al iniciarse la primera sesión. Antes
de que Sophie y yo nos presentáramos, recibiéramos
a los participantes, y enunciáramos las reglas,
Sylvie había tomado a Solange y a Michèle
por mi colega. Solange puede decir ahora que había
vivido ese equívoco con angustia,
pero expresa algo más al hablar de su decepción
respecto del grupo: pensaba haberse inscrito para
aprender el «hablar-bien», pero dice también
que lo que sucede y se habla aquí le interesa
y que la palabra puede utilizarse para decir lo que
quedó suspendido en ella misma, lo que la perturba.
Luego critica nuestro recibimiento (frío)
y la sala (desagradable)
en la que se realizan las sesiones. La crítica
es compartida por otros participantes. Siguen intercambios
caóticos y momentos de silencio. Son momentos
de silencio particulares, vividos como vacío,
pensamiento blanco, apatía; cargados de afectos
a veces insoportables y tóxicos. Es importante
no prolongar esos estados. A menudo algunos miembros
del grupo encuentran una solución y proponen
una organización. Lo que se produce en este
grupo: una presentación mutua de los participantes
restablece una forma, una envoltura, referencias.
Uno de los participantes, el primero en haber dicho
que había perdido sus «referencias»
y que estaba «fuera de sí», dice
de él: «me llaman Marc», luego
permanece en silencio. Retomará la palabra
cuando varios participantes digan qué los motivó
a inscribirse en este grupo. Marc declara haberse
inscrito «siguiendo mi nombre [sur
mon nom]»: la fórmula me sorprende,
como me sorprendió la presentación que
hizo de sí mismo. Pero Marc no la comenta.
Por mi parte, estoy impresionado por el desamparo
de Marc, pero también aturdido por esta avalancha
de afectos que convulsiona al conjunto del grupo desde
la primera sesión.
En la sesión siguiente, después de haber
hablado durante la pausa con algunos participantes,
por lo tanto fuera de la presencia de los psicoanalistas,
Marc declara que se siente obligado a confesar ante
el grupo entero lo que llama su «acontecimiento
marcante»: está, dice, todavía
bajo el efecto de una interpretación brutal
que, en un grupo homólogo a este, el psicoanalista
que lo conducía le habría hecho un cuarto
de hora antes del final de la última sesión.
Se describe en un estado de shock traumático
que le dejó la «marca». Nada sabremos
del contenido de la interpretación recibida,
sólo se transmitirá el afecto en su
violencia, por la voz y sobre todo por la ausencia
de contenido de representación. Esta «confesión»
deja estupefactos a los participantes. El término
confesión
supone un sentimiento refrenado o un acto culpable
que debe mantenerse oculto.
Durante la sesión, Marc precisa que eligió
a los dos psicoanalistas de este grupo por su idoneidad.
Su pedido manifiesto de reparación me está
más particularmente dirigido. Me siento impresionado
por la intensidad de su demanda, la ambigüedad
de su fórmula (se ha inscrito «siguiendo
mi nombre») pero también perturbado por
la manera como asegura su dominio sobre el grupo gracias
a lo que inyecta en el grupo [5].
Con Sophie, hacemos la hipótesis de que el
nombre, su nombre de pila y mi nombre son para él
significantes cruciales de un drama que revive en
la transferencia. Los afectos son intensos, son referidos
en el grupo antes y después de la representación
(la evocación) de la escena de amenaza: desasosiego
y cólera, confusión y equívoco,
decepción, ataque, shock, estupefacción,
pero también movimiento afectuoso y dependencia
confiada.
Quisiera destacar lo siguiente: Marc comentó
fuera de la sesión lo ocurrido según
él en ese otro grupo, sabiendo que tendrá
el recurso de restituir ese contenido en la sesión.
Se apoya en la regla que he enunciado para significar
que él respeta “la obligación”
y para, con su respeto, hacer resaltar más
aún la «falta» del psicoanalista
que le inflingió esta interpretación
salvaje, asestada como un golpe en la cabeza. Este
acontecimiento es para él a tal punto «marcante»
que lo representa —en femenino: lleva su «marca»—
y quiere atestiguarlo aquí y demandar reparación/reanimación.
Se rehúsa a comunicar un contenido de representación
más preciso: la cosa en la escena violenta
sólo es puesta en palabras para actuar su efecto
y, utilicemos aquí este antiguo término,
abreaccionarlo. Esta forma de utilizar la palabra
tiene también por finalidad hacer experimentar
a los otros el afecto de una violencia que para Marc
da causa a su presencia en el grupo: Marc se vuelve
activo inflingiendo el golpe que le dejó la
cabeza vacía. Toma a los participantes como
testigos y ubica a los psicoanalistas en posición
de acusados, de jueces y de reparadores. Pero sólo
transmite, o transfiere el afecto de violencia que
emana de esa escena ampliamente indeterminada en cuanto
a su contexto y a su contenido.
Un cuarto de hora antes del final de la tercera sesión,
Solange (objeto del equívoco de Sylvie) será
elegida como porta-palabra de un “secreto”
que le ha confiado Anne-Marie, también ella
presa del malestar y la confusión de la primera
sesión. Durante la pausa (repetición
del episodio de Marc) Anne Marie le dice que su hija
acaba de ser hospitalizada para una examen diagnóstico
de un cáncer, y que se siente culpable por
haber venido a este grupo. En el momento en que refiere
las palabras que transporta para otra, Solange recuerda
repentinamente y con intensa emoción la amenaza
de la que su propia madre la había hecho objeto,
cuando ella misma tenía la edad de la hija
de Anne Marie: tendría cáncer si continuaba
fumando.
Desborde de afecto, confusión
e insuficiencia de las barreras contra las excitaciones
Notemos la variedad y la intensidad de los afectos
que se manifiestan durante estas tres sesiones: los
participantes están «desbordados»,
Sophie y yo necesitamos recuperar momentos de pausa
y de retiro para pensar, cada uno por su lado y juntos,
lo que nos afecta y perturba nuestra capacidad de
pensar. Pienso en esa época que la situación
de grupo es una situación de co-excitación
pulsional intensa, un atractor y un acelerador de
afectos suscitados por la pluralidad del encuentro
con más de un otro, desconocidos, elementos
todavía no integrados en una forma, una envoltura,
un continente, un proceso de transformación
que los dote de una identidad aceptable, suficientemente
semejantes a nuestros objetos internos.
La situación de grupo es una puesta a prueba
de las barreras contra las excitaciones. Lo que se
juega es particularmente angustiante porque la dificultad
está en establecer e integrar una doble barrera
contra las excitaciones y un doble dispositivo de
representación tranquilizador: uno es interno
y se encuentra en parte fuera de uso, el otro es externo
y todavía no está suficientemente construido
y compartido. El enunciado de las reglas que estructuran
la situación psicoanalítica, las preinvestiduras
transferenciales positivas contribuyen a esta construcción,
en realidad, una auto-construcción del grupo.
Pero en este periodo inicial, esta construcción
es muy frágil, y los pocos puntos de apoyo
están primeramente en una relación frontal
con las angustias que suscitan el grupo como objeto
psíquico, los otros y los analistas. Aquí
el grupo es eso que pone fuera de sí, que es
hostil, los analistas son objetos malos (fríos,
amenazantes, peligrosos) o salvadores, los otros no
son verdaderamente otros, sino dobles contagiosos
y agentes de perturbación.
El modelo del contagio afectivo
Este modelo del contagio que se transmite por el
afecto evoca la infección: es un modelo pertinente
en la medida en que indica no sólo la ausencia
o la ineficacia de la protección, sino también
un modo de transmisión que pasa de un sujeto
a otro directamente, mediante identificaciones de
un tipo particular, sin representaciones correlativas.
Podríamos pensar que las identificaciones en
urgencia, descritas desde 1972 por A. Missenard como
una de las modalidades de establecimiento de un contenido
psíquico común a los miembros del grupo
en la fase inicial de este; son identificaciones por
el afecto, sin objeto de representación. Sin
barrera de filtrado, pero también sin aparato
de ligadura con contenidos representacionales, por
lo tanto sin dispositivos de transformación
simbolígena, el afecto se expresa o se suprime
o se desplaza, o se amplifica. Su efecto es antagonista
o paradójico: al mismo tiempo que desorganiza,
liga. Desorganiza la capacidad de pensar, liga mediante
los vínculos arcaicos de las identificaciones
afectivas, es decir identificaciones por el afecto
(sin representaciones), pero convoca al otro en su
capacidad de co-experimentar, de albergar y de producir
sentido.
Cómo el afecto convoca hacia
el otro: la afectiv-acción
Precisemos cómo convoca el afecto. En este ejemplo,
comprobamos que el afecto es claramente una expresión
psíquica que procede del cuerpo, que implica
al cuerpo: lo manifiestan los significantes fuera de
sí, golpe en la cabeza, cáncer, frialdad.
Lo que llama la atención es la notable «estrategia»
de afectación y de afectiv-acción empleada
por Marc, pero también por Anne Marie y Solange:
seguramente Marc siente el afecto, pero utiliza el afecto
para ejercer una cierta «acción psíquica»
sobre los otros, para tocarlos dentro de ellos mismos,
los afecta, y todos se afectan (el afecto es contagioso).
Este ejemplo verifica no sólo que el afecto es
una expresión psíquica del cuerpo y del
vínculo con el otro, sino también que
convoca al otro en lo disociado entre el cuerpo, el
vínculo y el sentido.
Volvamos a Marc. Lo que evoca se transforma en una escena
de amenaza que vendría «del re-padre/referencia
[re-père]»
perdido pero comprensivo; para Solange, de una madre
amenazante, abandonante para Anne Marie, figuras parentales
transferidas en Sophie y en mí. Hemos observado
que Marc transmite por inyección en el grupo
la carga de afecto correspondiente a su representación,
volviéndola enigmática para él
mismo, para los otros. Esta disociación-transfusión
del afecto cumple seguramente una función económica
para él, pero también debemos considerarla
desde el punto de vista en que es una invocación
a la capacidad de albergue y de transformación
de los miembros del grupo, y en primer lugar de los
psicoanalistas.
Y de hecho, el grupo se pondrá a funcionar como
un aparato de trabajo de las asociaciones a través
de las funciones de porta palabra cumplidas por varios
de sus miembros, funciones que les conciernen en su
propia historia, pero que son producidas y utilizadas
por el conjunto del grupo. El grupo en su conjunto es
portador no sólo de una palabra de la que no
disponen sus sujetos considerados uno por uno (y en
particular Marc y Solange, más tarde otras personas),
sino también de una palabra que interesa a los
otros y cuyos términos despliegan sin saberlo.
Lo que Marc dice (y no dice), interesa a cada uno, él
despliega significantes que interesan a Anne Marie y
a Solange, que las afectan así como me afectan.
Aunque el sentido puede volverse asunto de cada uno,
en su singularidad, y asunto del grupo como conjunto,
la palabra faltante sólo puede aparecer en el
arreglo intersubjetivo del discurso grupal. Diré
que el proceso asociativo grupal, sostenido en la transferencia,
facilita las vías del retorno de lo reprimido
y de la ligadura entre el afecto y la representación.
Una vez reencontrada esta articulación, las identificaciones
afectivas son menos eficientes.
En otro trabajo de análisis de este grupo, intenté
comprender cómo Solange se sitúa en el
punto de oscilación y de condensación
de la organización fantasmática que liga
a los miembros del grupo («Un padre amenaza/repara
un hijo»). Solange se representa ahí en
un emplazamiento inverso al de Anne Marie (madre amenazante)
y homólogo al de Marc (hijo amenazado). Está
en el pivote de las acciones pasivas y activas, en el
punto de soldadura de la fantasía de amenaza
y de la fantasía de reparación. Se ubica,
y es ubicada con su asentimiento, en el lugar mismo
de su conflicto amenazar/reparar, de sus identificaciones
ambivalentes respecto de la imago materna. Su posición
en la fantasía está en el lugar mismo
de su síntoma y es a través de los rasgos
comunes a varios que se efectuarán las identificaciones
con Solange. Tenemos aquí un ejemplo notable
de identificación por el síntoma.
Desde este punto de vista, la historia de Solange, pero
también la de Marc en este grupo, invierte la
proposición de Freud acerca del afecto en el
tratamiento de la histeria: «Sólo si la
evocación del recuerdo conlleva la reviviscencia
del afecto que originalmente le estaba ligado —escribe
Freud—, la rememoración encuentra su eficacia
terapéutica». En el grupo, vemos que la
reviviscencia del afecto conlleva la evocación
del recuerdo al que estaba ligado, a condición
de un trabajo particular que he denominado el trabajo
de la intersubjetividad. |