Gustar,
en general, ejercitar el sentido del gusto, recibir
la impresión, aun sin voluntad deliberada,
o sin reflexión posterior. El catar es determinante
para gustar y saber lo que se gusta; o por lo menos
denota que de la impresión experimentada tenemos
un sentimiento reflejo, una idea, un principio de
experiencia. De aquí que sapio, para los latinos,
equivaliera translaticiamente a sentir rectamente
y por ende el sentido del supere (saber) italiano,
que equivale a doctrina recta, y el prevalecer de
la sapiencia sobre la ciencia.
Nicoló Tommaseo
(Dizionario dei sinonimi)
* * *
.....”Tal vez no se podía, no se debía
esconderlo...Si no era como no comer lo que se comía....Tal
vez los otros sabores tenían la función
de exaltar aquel sabor, de darle un fondo digno, de
honrarlo...”
Al oír esas palabras sentí de nuevo
la necesidad de mirarle los dientes, como ya me había
ocurrido durante el trayecto en jeep. Pero en aquel
momento se asomó a sus labios la lengua húmeda
de saliva, y en seguida se retrajo, como si estuviera
saboreando algo mentalmente. Comprendí que
Olivia ya estaba imaginando el menú de la cena.
Ese menú-como nos lo ofrecieron en un restaurante
que encontramos entre unas casas bajas de verjas sinuosas-
empezó con una bebida roja en un vaso de vidrio
soplado a mano: sopa de camarones, extremadamente
picante debido a un tipo de chiles que hasta entonces
no habíamos probado, tal vez los famosos chiles
jalapeños. Después cabrito asado, sorprendente
en cada bocado porque los dientes encontraban unas
veces un fragmento crujiente otras, algo que se deshacía
en la boca.
“¿No comes?”, me preguntó
Olivia que parecía concentrada en gustar su
plato y en cambio estaba como de costumbre atentísima,
mientras que yo me había quedado absorto mirándola.
Lo que estaba imaginando era la sensación de
sus dientes en mi carne, y sentía que su lengua
me levantaba contra la bóveda del paladar,
me envolvía en saliva para empujarme después
bajo la punta de los caninos. Estaba sentado allí
delante de ella pero al mismo tiempo me parecía
que una parte de mí, o yo entero, estaba contenido
en su boca, era triturando, desgarrando fibra por
fibra. Situación que no era completamente pasiva
por cuanto, mientras Olivia me masticaba yo sentía
que actuaba en ella, le transmitía sensaciones
que se propagaban desde las papilas de la boca por
todo su cuerpo, que era yo quien provocaba cada una
de sus vibraciones: una relación recíproca
y completa que nos implicaba y arrastraba.
Me compuse; nos compusimos. Saboreamos con atención
la ensalada de hojas tiernas de higuera de Indias
hervidas (ensalada de nopalitos) condimentada con
ajo, coriandro, ají, aceite y vinagre; después
del rosado y cremoso dulce de magüey (variedad
de agave), todo acompañado de una jarra de
tequila con sangrita y seguido de café con
canela.
Pero esta relación entre nosotros establecida
exclusivamente a través de la comida, tanto
que no se identificaba con otra imagen que no fuera
la de una comida, esa relación que en mis fantasías
pensaba que correspondía a los deseos más
profundos de Olivia, en realidad no le gustaba nada,
y su desagrado encontraría desahogo durante
esa misma cena.
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