Psicoanálisis en la calle Canterville

La palabra, el concepto de ideología recorre el mundo como un fantasma.

                                          Ideología e identidad

Hermes Millán Redin

instancias.psi@gmail.com

“Además , olvida usted, señor Otis,

que el precio que pagó incluía

tanto el castillo como el fantasma”

Óscar Wilde

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La palabra, el concepto de ideología recorre el mundo como un fantasma.

Pero no en el sentido del fantasma de Lacan (2003) y sus operaciones teóricas sobre la fantasía de Freud, sino en el sentido del drama shakesperiano, en el contexto de la Inglaterra isabelina, donde Elisa McCausland (2012) hace la acertada diferenciación con la aparición y el espectro. O sea, más en el sentido del fantasma del padre de Hamlet que llega para dar cuenta de las circunstancias de su muerte. Hay una verdad que no se puede revelar sin la palabra del fantasma y su condición de testigo de su propia muerte.

O del fantasma del Lord Simón de Canterville en la obra de Oscar Wilde (2020), donde el hombre sin cuerpo guarda el secreto del cuerpo desaparecido de su esposa por él asesinada, de la cual solo queda una mancha de sangre en el salón que la señora Otis descubre con espanto.

“No quiero manchas de sangre en el salón” ordena la señora Otis con inocencia ante la sonrisa de la señora Umney que sabe sobre los límites del deseo en estas cuestiones.

O del fantasma de la ópera en la obra de Gastón Leroux (2019) que intenta seducir a la bella bailarina desde atrás de una máscara.

El mundo recorrido, en este caso, por el fantasma del concepto de ideología, deviene en un laberinto de tramoyas donde algo se simula para que parezca real.

Los nuevos juglares goliardos o cazurros, entre música y juegos de acrobacia, podrían anunciar de manera divertida: La ideología ha sido cancelada. En la segunda acepción que la RAE atribuye al término jurídico, como “asiento en los libros de los registros públicos, que anula total o parcialmente los efectos de una inscripción o de una anotación preventiva”. Lo cierto es que en toda cancelación queda una huella, un borrón, una fibra de papel herido por el trazo de una pluma, en fin,  un fantasma condenado a volver para contar la historia de un asesinato propio o ajeno.

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Los fantasmas están condenados a volver, están constituidos por ese mandato. Por eso Elisa McCausland (2021) los diferencia de los espectros, término relacionado a los efectos ópticos, a las apariciones sobrenaturales, informes en general. Los fantasmas son personas muertas que sufren a menudo en el intento de comunicar una verdad, condenados de alguna manera a no ser vistos o a ser puestos en duda.

Tal es el caso de la palabra y el concepto de ideología, que una vez dados por muertos, reaparecen para dar cuenta de algo que no puede ser explicado sin su concurrencia.

En “Los muertos” de Joyce (2022), en “Pedro Páramo” de Juan Rulfo (2016), en “El demonio de la perversidad” de Edgar Alan Poe (2015) o “El caballo asesinado” de Francisco Tario (2013), se puede verificar esta constante del mandato de volver en los fantasmas en cuestión, que nos resulta tan útil a la hora de rastrear la persistencia del concepto de ideología en diversas reflexiones del psicoanálisis.

2.1.

Héctor Garbarino (1960), en su célebre artículo “Comentarios sobre la ideología psicoanalítica”, centra la atención en la definición y caracterización de lo que él llama, precisamente, la ideología psicoanalítica, afirmando que la doctrina del psicoanálisis, como cuerpo de conceptos científicos, debe ser también asumida como ideología. En primer lugar se sorprende del resquemor causado por esta asociación de conceptos, a pesar de las múltiples menciones de Freud al tema de la ideología. Dicho resquemor lo atribuye a dos cuestiones: la preocupación cientificista del psicoanálisis en sus desarrollos históricos, y, de alguna manera, la propia orientación ideológica de las investigaciones psicoanalíticas. Dicho de otra manera, el resquemor en estas cuestiones, es también ideología. También menciona la desmedida pretensión de abstinencia a la hora de analizar la ideología de los pacientes, y su contagio por extensión a la posición de total abstinencia a la hora de considerar la propia ideología del psicoanálisis. Desde allí invoca a la obra de Baranger y su insistencia en abandonar la regla autoimpuesta de la abstinencia ideológica. Dice Garbarino (1960) que la abstinencia ideológica es insostenible en términos teóricos pero que se ha convertido en una orientación práctica. La ideología del psicoanálisis daría cuenta del sistema de juicios de valor y pautas de conducta que se derivan de la doctrina científica. Es interesante observar como Garbarino (1960:3) atribuye a los pacientes una mayor conciencia de este fenómeno que los propios psicoanalistas. “Es significativo que los pacientes mismos vean así las cosas. El propio paciente desde que se pone en tratamiento, considera que su psicoanalista no solo posee una teoría y una técnica científica dela que él espera ayuda, sino también una ideología; es decir, una valoración específica en resonancia con su doctrina, de los problemas del sexo, de la agresión, de la muerte, de la salud, de la familia, de los hijos, etc., etc.”

En cuanto a las características de la ideología psicoanalítica, Garbarino (1960) señala algunas cuestiones definitorias:

  • la valoración de la sexualidad y la inscripción de la misma en la vida humana;
  • la relación entre los sexos y la no aceptación del mandato social de subordinación de la mujer;
  • la tolerancia con los aspectos negativos del ser humano, al dejar de ser visto como excepcionales y reconocerlos como parte del contenido latente de todo individuo;
  • “La consideración de la sexualidad y la destructividad como intrínseca de la naturaleza humana nos conduce a otra característica de la ideología psicoanalítica, señalada por el Prof. Baranger, que es su ideal de autenticidad, su aspiración a que el hombre, como individuo, desarrolle las posibilidades que le son propias”;
  • la concepción del psicoanálisis como una ideología revolucionaria no sujeta a prejuicios de clase.

Aquí el fantasma de la ideología recorre la vida del psicoanalista, la articulación de la teoría con la práctica y la ética de la clínica. Y hace de la abstinencia a la ideología, una ideología encubierta que salteando la necesidad de la elaboración, amenaza a pasar directamente al acto.

2.2.

Saúl Paciuk (1996), continuando con el análisis del pensamiento de Willy Baranger, relaciona el problema que crea la ideología con el que plantea la “actuación pedagógica”. Afirma que en la intervención pedagógica está implicada una valoración o consejo. La intervención atenida al campo de lo ideológico podría implicar la influencia sobre el analizado de las convicciones propias del analista en el campo de lo filosófico, lo político, lo religioso o lo ético.

En este punto convendría diferenciar la irrupción de lo ideológico en el análisis a la manera de una referencia a las creencias del analista, a la manera de una intervención pedagógica, del análisis de las sobredeterminaciones de lo ideológico en las maneras de pensar y sentir del paciente. Sobre todo si este análisis permite remitirnos a la introyección de valores e instituciones allí donde el sujeto cree estar frente a un aprendizaje atribuido a su propia experiencia. Las representaciones sociales de Moscovici (2001), como pequeñas teoría sobre la realidad, como formaciones intermediarias entre lo ideológico y la experiencia concreta, debería ser, en la medida de lo posible y necesario, objeto de análisis, en tanto que esas pequeñas teorías son naturalmente falsas, por lo descomplejizadas, pero operan con la autoridad de presentarse como aprendizaje derivado de la propia experiencia.

Paciuk (1996) considera inaplicable la regla de la abstinencia ideológica porque supone disociar un sector de la personalidad del analista, por la implicancia ideológica en la generación de los propios conceptos del psicoanálisis, porque el propio concepto de curación está saturado de ideología, porque la interpretación en sí misma es una construcción ideológica y, finalmente, porque “en todo caso, una cierta modificación en las ideologías que profesa el analizando es un objetivo del psicoanálisis, como expresión de cambios en el superyó” (Paciuk, 1996:3)

2.3.

Janine Puget (1994) retoma la relación entre ética, ideología y psicoanálisis, pero no desde el ángulo de la clínica y el quehacer del analista, sino desde el análisis de la elección y adopción de valores, ideas y juicios del analizado. Afirma que en todo paciente hay un saber en torno a la realidad, que no puede reducirse a la experiencia subjetiva aunque se presente como certezas absolutas. Afirma Puget (1994): que un aspecto de la ética estipula normas ordenadoras de lo prohibido  lo permitido. Y que en ese sentido, el como debe funcionar el mundo, proponiendo de este modo medios para luchar contra la irracionalidad con la intervención de sentimientos reguladores. Destaca entre ellos la culpa en su relación con la conciencia moral y la responsabilidad ligada al amor por el semejante.

Las configuraciones vinculares y relacionales, no podrían analizarse, en este sentido, sin una referencia explicitada a la apropiación de los juicios y valores de una comunidad o un grupo  y a la función estructurante de esta experiencia.

Las teorías sobre las representaciones sociales, como en el caso de Sergei Moscovici, (2001) dan cuenta del tránsito y la interface entre las ideologías y la formación de los juicios asumidos como propios y exclusivamente derivados de la experiencia directa de la vida.

Cuando Puget (1994) pone el ejemplo de una “ideología pervertizante” y la posibilidad de identificar en ésta a ídolos que enaltecen ciertos valores (en este caso de la libertad asociada al poder), habla del sentimiento de pertenencia a una configuración vincular sobre el respeto a las leyes genealógicas, refiriéndose también a la transmisión histórica, a la diferencia como concepto regulador y creativa.

Es a partir de estas consideraciones que pone énfasis en la dificultad para concebir la formación de la ideología y de la ética fuera de la constitución de los vínculos.

Decíamos al comienzo de este párrafo que estos planteos no están específicamente referidos a los problemas éticos de la clínica sino a los procesos de constitución de la identidad de los pacientes. Pero de todas maneras, queda planteado un problema para el trabajo clínico, que no solo tiene que ver con la ética sino, a la vez, con la eficacia del mismo.

2.4.

El joven Néstor Braunstein (1975), más althusseriano que el mismo Althusser, coloca la ideología en la categoría epistemológica de lo pre-científico.. El saber de la realidad atrapado en el sentido común, en la simple acumulación de los datos de la experiencia, en la creencia de que la acumulación de datos enunciará una verdad, ese saber, es ideología.

En contraposición, la verdad que surge de una ruptura epistemológica con ese saber y da cuenta de una estructura que explique  y de sentido a la apariencia, pertenece al universo de la ciencia. En esa línea de reflexión, la realidad no podrá ser explicada sin una fórmula abstracta. Así como la dulzura del azúcar no podrá explicarse sin una fórmula, la conducta no podrá ser entendida sin una serie de formaciones teóricas que expliquen lo humano más allá de lo descriptivo.

El materialismo discontinuista, en contraposición con el idealismo continuista y discontinuista, y el materialismo continuista de las ciencias apropiadas de un método al que llamarán científico por antonomasia, da cuenta de una ruptura que alberga una verdad. En ese sentido el psicoanálisis, según Braustein (1975), convierte la psicología en ciencia.

Ante la pregunta de cómo se constituye una ciencia, afirma: “Ya es posible responder: oponiéndose y desenmascarando en su carácter de engañosas apariencias a las evidencias que ofrecen los sentidos. Denunciando y enfrentando la oposición que necesariamente recibe una ciencia nueva de parte de la ideología preexistente. Combatiendo contra los intereses de las clases dominantes que pretenderán ignorarla primero, aplastarla después y deformarla en última instancia para eliminar sus contenidos subversivos. Reivindicando permanentemente la relación que liga entre sí a todos los conceptos de una ciencia y señalando como ideológico todo intento de fragmentarla o de infiltrarla con nociones provenientes de campos teóricos que le son ajenos” (Braunstein, N., 1975: 19).

En otras páginas de “Psicología ideología y ciencia” el autor matiza el impacto que puede causar esta última mención que podría aludir a una posición paranoica  frente a la multi o la transdisciplina.  Allí cuestiona la idea de una ciencia autónoma y la formulación de la existencia de objetos exclusivos de un saber.

Esos planteos de Braunstein (1975) deberían ser considerados más allá de la tesis de las sobredeterminaciones de la demanda, y dar luz sobre el papel de la inclusión de los entornos ideológicos del discurso del paciente e incluso de la comprensión del sentido del síntoma. ¿Sería posible formular la idea de que cuando el análisis prescinde de la consideración de los contextos ideológicos en la constitución de un sujeto, está convirtiendo su disciplina y su trabajo, en pura ideología, o sea, desandando una ruptura epistemológica que deja al sujeto a merced de lo aparente, del sentido común, de la tiranía del síntoma?

2.5.

Mariano Fuentes (2023) analiza la relación entre ideología e identidad. Dice al respecto: “Zizek da cuenta de un dato no menor con relación a la naturaleza de la identidad simbólica del sujeto, y es su caracter   histórico.   El   filósofo   esloveno   plantea   que   la   identidad   simbólica está   siempre   determinada históricamente,  y  depende  de  un  contexto  ideológico  específico. Se  trata  aquí  de  lo  que  Louis  Althusser denominó interpelación ideológica. La identidad simbólica que se nos confiere es el resultado del modo en el que la ideología dominante nos interpela.

El concepto de interpelación remite nuevamente a Althusser  (Karczmarczyk, P, 2011, 2017) y a la reproducción de un ideal social. 

Es en ese sentido que deberíamos asumir la doble determinación histórica de la identidad. En un sentido, en relación a la historia subjetiva y el proceso de construcción de un sujeto. En otro sentido, remitiéndonos a Zizek (Hernandez, R. C., 2006), en lo que respecta a la interpelación de la ideología dominante, y al resultado estructurado y estructurante de esa interpelación.

Fuentes (2023) pone énfasis en que para comprender el concepto de “el ideal de lo social” es imprescindible enfatizar que no existe sujeto absoluto, así como tampoco existe la sociedad como “unidad cerrada”, remitiendo, de alguna manera a la idea que Laclau (2015) presenta como “la imposibilidad de la sociedad” y la imposibilidad de constituir lo social dejando de lado la existencia de un vacío, “algo que se escapa”.

3

México arde en los fuegos de la campaña electoral. En las redes sociales y los medios de comunicación la gente discute, se posiciona, opina, se queja, aplaude, aúlla a diversas lunas. La guerra sucia se extiende hasta límites insospechables. Las granjas de bots maquiladas en Argentina o España reciben millones de dólares haciéndose pasar por opinión pública. Las encuestas, las autónomas y las mercenarias, se disputan el mercado de la fe. Los empresarios deudores despliegan sus discursos misóginos caricaturizando en sus televisoras a las víctimas de turno. Los taxistas preguntan a sus pasajeros “cómo ve la cosa, jefe?Los pasajeros se sacan los auriculares y dan un punto de vista.  Otros no se sacan los auriculares y fingen no escuchar.

Pero parece que en la clínica esas cuestiones raramente irrumpen como foco de trabajo. Es como si las angustias de la vida no se cruzaran nunca con las angustias de la política o la lucha ideológica. Podría pensarse que ese vacío es resultado de una introspección radical donde lo mundano se ofrece fundamentalmente como resistencia o racionalización digna de ser evitada.

Pero también puede pensarse que existe una alianza profunda entre pacientes y terapeutas formulable en términos  de que “de esas cosas no se habla”. Este silencio funciona como la extensión patriarcal de la norma de que en la mesa familiar no se habla de política, de religión ni de fútbol: nada que genere discusión y amenace con la fractura de la familia.

Muchos terapeutas que escucho en diversos espacios de intercambio, han hecho de esa alianza una manera de resolver los problemas técnicos que imaginan como un desborde imposible de encauzar; o les piden a sus pacientes una alianza transferencial en la idea de que ni la demanda ni la oferta de ayuda están sobredeterminadas y de que sus dispositivos, y sus vidas, se construyen al margen de toda referencia ideológica. Podría afirmarse que esa clínica del silencio forzado es una clínica altamente ideologizada, tanto que no puede permitir que los discursos fluyan con comodidad ni que la asociación libre sea tan libre. Hay una prohibición implícita que alcanza el rigor de lo moral.

Y peor aún: queda convalidado un cercenamiento de una dimensión de la identidad del analista, del paciente, del dispositivo y del síntoma, lo cual resulta en una perpetuación de una dimensión del  dolor a cambio del alivio transitorio de una clínica sin traumas. En una asimetría de la peor especie, el dolor más aliviado es, sin duda, el dolor del analista,

Hace pocas semanas, en una sesión de análisis grupal, una de las pacientes llega contando su experiencia en la marcha del día de la mujer. De allí surgen naturalmente comentarios sobre el machismo y el feminismo, los peligros de la ciudad, las cuestiones de género y otros asuntos asociados. El flujo asociativo a partir de una temática tan del orden del día, amenaza a conducir al tema de las elecciones próximas, el voto, los pronunciamientos sobre las controversias de la política y los posicionamientos ideológicos. Un tenso silencio, una incomodidad indisimulable va instalándose en el ambiente. Trabajando esa situación tengo la percepción profunda de que se ha encarado un tema tocado por el pudor. Y que en la sociedad actual, en esta región por lo menos, el tema de la política y la ideología ha sido investido de un recato que antes se movía en torno a las cuestiones de la sexualidad.

En muchas de las consultas veo pacientes que hablan sin prejuicio sobre sus fantasías sexuales, sobre sus experiencias de intercambio de parejas, sobre la exploración masturbatoria, sobre las fantasías más prohibidas. Pero esos mismos pacientes se inquietan (exagerando, diría, se sonrojan) ante cualquier referencia a la política o la lucha de ideas. Parecería que vivimos en una nueva época victoriana, pero ahora el valor la virginidad está transferido a lo político y social. Solo se habla con orgullo de la abstinencia política e ideológica. Y veo, a la vez, que los terapeutas han consagrado el templo de sus dispositivos a la custodia de ese objeto sagrado y prohibido.

Por otra parte, muchos pacientes pertenecen a lo que podríamos llamar las “capas medias cultas” y construyen sus discursos en las coordenadas de un discurso colectivo de ese sector:  la a-política y la a-ideología son presentados como un valor agregado en el sentido de una nueva concepción de lo humano. Pero la mayoría de los terapeutas pertenecen también a ese sector social, y aprovechan al “raite” (como se dice en Tijuana) para ver si de ese operativo sacan agua para el molino de las cientificidades apócrifas, que hacen de la mirada “neutral” un criterio mal importado del viejo positivismo.

Sucede aquí algo que luce a la inversa del viejo cuento “El traje nuevo del emperador” de Hans Chistian Anderson (2014). En esta clínica desideologizada el Rey dice pasearse desnudo, y todos dan cuenta de la sutil transparencia de la nada que lo viste, de la vacua in-vestidura que lo adorna. Pero el Rey va vestido y nadie se atreve a decírselo. Lleva en los hombros, a la manera de una capa, colgado con empecinada persistencia, el fantasma de la ideología. Y entorno a esa escena se construyen y deconstruyen, con sus miedos y omisiones, las identidades de los pacientes y los terapeutas.  

“No quiero manchas de sangre en el salón” ordenaba la señora Otis a la señora Umney en El fantasma de Canterville de Oscar Wilde (2020). Pero la pequeña mancha de sangre está impregnada en el tapiz del diván o en el borde del tapete donde el analista descansa sus pies.

El fantasma ha vuelto para relatar el crimen.

Referencias bibliográficas

1. Andersen, H. C. (2014), El traje nuevo del emperador y otros cuentos, Buenos Aires, Eudeba

2. Braunstein, N. A., Pasternac, M., Benedito, G. y Saal, F. (1975), Psicología: ideología y ciencia, Siglo XXI Editores

3. Fuentes, M. (2023), Sociedad, ideología y sujeto: Un diálogo entre política y psicoanálisis, En Crítica y resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos, No. 16, Pp. 151-166

4. Garbarino, H. (1960), Comentarios sobre la ideología psicoanalítica, En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, Tomo 3(2-3)

5. Hernandez, R. C. (2006), Ese sublime objeto: la ideología en Žižek, En Argumentos, Vol. 19(52), Pp. 149-176

6. Joyce, J. (2022), Los muertos, España, Catedral