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Clínica

De mapas, fronteras y puentes

Por Carlos Guzzetti

carlos.a.guzzetti@gmail.com

Lic. en Psicología – Psicoanalista. Colegio de Psicoanalistas www.coldepsicoanalistas.com.ar. Autor de: ¿Qué cura en el psicoanálisis? Ed. Letra Viva. Psicoanálisis en movimiento. Fragmentos e iluminaciones. Lugar Ed. 2019


El viaje que hoy emprendo hará escala en algunos textos literarios, nos demoraremos en algunas citas, para poner palabras, lo más bellas posible, a las circunstancias excepcionales que atraviesa el planeta y al impacto singular que producen en cada uno. Ya Freud decía que los poetas saben más sobre el alma humana que los psicoanalistas.


Uno de los efectos indeseables de esta pandemia es que ha impedido los viajes, ya sea en colectivo o subte como los transoceánicos. Nos ha privado del contacto con seres queridos que viven lejos y del placer del descubrimiento que siempre implican. En este momento las únicas travesías, los únicos viajes que podemos emprender, al menos en nuestro país, son los viajes imaginarios, ya sea que nos transporte una novela, una película, un ensayo teórico o la propia imaginación. Los relatos de nuestros pacientes son también otra forma de viajar, y qué decir de los encuentros entre colegas, tan abundantes en estos tiempos del Zoom.

El viaje que hoy emprendo hará escala en algunos textos literarios, nos demoraremos en algunas citas, para poner palabras, lo más bellas posible, a las circunstancias excepcionales que atraviesa el planeta y al impacto singular que producen en cada uno. Ya Freud decía que los poetas saben más sobre el alma humana que los psicoanalistas.

Cartografías

Cuando en la adolescencia viajaba como mochilero con mis amigos de entonces, siempre nos conseguíamos una carta muy precisa de la zona a recorrer. Allí se indicaban las curvas de nivel, las distancias parciales, la orientación y los principales accidentes del terreno. Interpretarlas era trabajoso y daba lugar a discusiones en medio de una senda patagónica. Eran planos enormes que había que plegar y desplegar con cuidado. Así y todo siempre nos esperaba una sorpresa, algo que no estaba indicado en la carta. El mapa no recubría exactamente el territorio.

Cuenta Borges (1974) con su ironía filosófica, en un texto titulado “Del Rigor en la Ciencia” y atribuido a un escritor del siglo XVII:

En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.

Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.

Suárez Miranda, Viajes de Varones Prudentes, Libro Cuarto, Cap. XLV, Lérida, 1658

Las teorías psicoanalíticas han conocido intentos semejantes. Algunos sistemas teóricos han creído que el trazado del mapa conceptual coincidía con el territorio donde se desarrolla la práctica. En otros términos, que los conceptos pueden recubrir completamente, pueden explicar acabadamente lo que sucede en la clínica.

Por lo contrario, ésta demuestra que los conceptos con que nos manejamos son siempre insuficientes para dar cuenta de las infinitas formas de padecimiento que presentan los sujetos en análisis. De no ser así nuestro trabajo se reduciría a una hermenéutica fija, basada en modelos invariables, claves de interpretación como las que Freud destituye en el libro de los sueños.

Una de esas claves, discutida desde hace ya muchos años, es el modelo edípico, al que se somete toda lectura posible de los síntomas, inhibiciones y angustias. Los numerosos cuestionamientos a ese modelo, verdadera cartografía de la psiquis, desde el Antiedipo hasta los desarrollos del feminismo y las teorías de género, han relativizado su centralidad en la arquitectura de las diversas teorías psicoanalíticas.

Tanto Freud como Lacan han sido prolíficos en el trazado de mapas teóricos con diferentes esquemas gráficos que pretenden dar cuenta de la estructura del aparato psíquico. Como nota al margen destaco que seguimos usando, de modo un tanto desenfadado, esa idea de “aparato” psíquico, concepción maquínica propia de la ciencia de fines del S XIX y principios del XX. Hoy quizás sería más justo designar al psiquismo como un “organismo” ciborg, considerando que las diversas prótesis tecnológicas de uso común tienen un lugar en el inconsciente e intervienen en los procesos de constitución del sujeto.

Ejemplos de esos mapas teóricos son, en Freud, sin pretender ser exhaustivo: el circuito neuronal del proyecto (1895), el esquema del peine (1900), la estructura libidinal de la masa (1921), la bolsa de El Yo y el Ello (1923).

En Lacan abundan: los esquemas ópticos, el esquema R, el grafo, el RSI, las figuras topológicas (cinta de Moebius, botella de Klein), el nudo borromeo, los 4 discursos. Lo singular de estas cartografías es que nunca pretendieron ser definitivas. Cada uno de esos intentos siempre estuvo sujeto a revisión, suplementación o caída en desuso, cuestión en la que no creo necesario explayarme. Por otra parte, ya Freud definía a su metapsicología como “nuestra mitología”, subrayando el carácter ficcional de sus especulaciones.

Creo firmemente que los conceptos psicoanalíticos son siempre fragmentarios, iluminan un terreno parcial de la experiencia dejando en sombras otros. Los sistemas teóricos completos operan como resistencias “del” psicoanálisis, como bien lo describió Jacques Derrida.

Si hablamos de cartografías no podemos eludir el nombre de Felix Guattari, quien trazó las cartografías del deseo, un método analítico que puso de cabeza al psicoanálisis tradicional y a los agenciamientos colectivos.

El poeta argentino Néstor Perlongher lo dice así:

“La tarea del cartógrafo deseante no consiste en captar para fijar, para anquilosar, para congelar aquello que explora, sino que se dispone a intensificar los propios flujos de vida en los que se envuelve, creando territorio a medida que se los recorre.” (Perlongher,  2016, p. 121)

Los psicoanalistas tenemos mucho que aprender de estas palabras, ya que de eso se trata o en el diálogo analítico, de crear territorios, hacer lugar a la palabra y dar tiempo para desplegarla.

Fronteras

Recientemente, me tocó dar una conferencia en el ámbito del congreso destapaBOCAS, organizado desde Tijuana, México. Una ciudad de frontera caliente -advierte el colega organizador- que separa a México de su vecino del norte mediante un muro, para impedir el ingreso de masas de latinoamericanos pobres a la promesa del “país de las oportunidades”, de los self made men, paraíso del consumo y liberty and justice for all, como reza el juramento a la bandera de los Estados Unidos. Frontera rígida como muchas en el mundo.

La pandemia ha reforzado la tendencia mundial al endurecimiento de las fronteras nacionales. Lo que ya venía produciéndose con la crisis de las uniones regionales (como el Brexit o la decadencia del Mercosur) y las fuertes corrientes independentistas de muchas comunidades autónomas en Europa, se vieron exacerbadas por la aparición del virus. Se cerraron las fronteras nacionales, en muchos casos las provinciales y las medidas de confinamiento las retrajeron hasta el punto de imponer la idea de que el extranjero (es decir el que no convive con uno) es peligroso, un enemigo. Paul B. Preciado afirma en un lúcido texto escrito en el fragor de la pandemia que la frontera “empieza ahora en la puerta de tu casa. Y no para de cercarte, empuja hasta acercarse más y más a tu cuerpo. La nueva frontera es la mascarilla. El aire que respiras debe ser solo tuyo. La nueva frontera es tu epidermis”.

Esta circunstancia hace que vuelvan a encenderse defensas muy arcaicas, propias de los momentos de génesis del sujeto. Pulsa en el inconsciente el cavernícola que custodiaba la puerta de la cueva para no ser devorado por un dientes de sable.

Al mismo tiempo, desde la protección de las pantallas, donde el otro ya no es peligroso, se ha habilitado masivamente la posibilidad de conversar, hacer reuniones de trabajo o sociales y en nuestro caso eventos capaces de reunir multiplicidad de colegas de diferentes partes del país y del mundo, como si esas fronteras se hubieran ablandado súbitamente. Una enorme oportunidad para muchos que contrasta con lo más importante que el virus nos quita como sociedad: el contacto de los cuerpos. Una mujer madura que vive sola comentaba con una amiga cuánto tiempo hacía que nadie la tocaba. Los analistas hemos dejado de tocar a nuestros pacientes en ese breve contacto físico durante el saludo o la despedida, de percibir sus olores, su tono corporal; todo el complejo sensorial comprometido en un vínculo singular como es la transferencia ha sido reemplazado por una imagen bidimensional en la pantalla o una voz en el teléfono. Curiosa faceta de la frontera, que separa y une al mismo tiempo.

Un importante antropólogo argentino ya fallecido, Carlos Martínez Sarasola, describió a la frontera con el indio como un lugar de convivencia de diversidades, de mestizajes y sincretismos. “Era un lugar de amores intensos, de fantasías, de libertades” dice.

La frontera es una figura que tiene una incidencia clínica evidente, siempre se trata de la membrana que separa y une al sujeto y el otro y la transferencia es un caso especial. Creo además, que esa figura tiene un valor enorme en el plano institucional de nuestro gremio. La primera cuestión: ¿qué es psicoanálisis y qué no lo es?

A lo largo de la historia diversos dispositivos de autorización de analistas (didáctico, pase, por ejemplo) han apuntado a esa cuestión: cómo asegurar que alguien “es” analista. Aquí recuerdo la idea de Fernando Ulloa quien decía que no se “es” sino que se “está” analista (y no siempre). Asimismo, la distinción entre psicoanálisis y psicoterapia fue en algún momento un problema crucial. Por fortuna actualmente en mi entorno, entre los colegas con quienes converso y trabajo, creo que este tema ha perdido importancia. Por otra parte, Freud (1914 [1984]) había apuntado en ¡1914!: “La teoría psicoanalítica es un intento por comprender dos experiencias… el hecho de la transferencia y el de la resistencia. Cualquiera que adopte estas experiencias como punto de partida de su trabajo merece llamarse psicoanalista, aunque llegue a resultados diversos a los míos” Una frontera muy blanda como puede verse, es preciso tan sólo atravesar esas experiencias clínicas, para estar en el campo del psicoanálisis. En otro lado sostengo irónicamente una tautología: “psicoanálisis es lo que hacemos los psicoanalistas”.

En estados de excepción como éste, con la migración de los consultorios a las interfaces tecnológicas, con las consultas disparadas a veces por las angustias que provoca y por la privación de los contactos físicos, es imprescindible subrayar lo que Ferenczi llamó “elasticidad de la técnica”. Más que nunca los analistas debemos estar disponibles para recibir las demandas de los pacientes a través de los medios que fuesen, trabajar con ellas y, a veces, satisfacer algunas para sostener el principio de abstinencia. Precisamente, este principio ético práctico, ya que sin abstinencia no hay trabajo posible, es puesto a prueba en tiempos de tragedia social, ya que todos, pacientes y analistas,  compartimos la misma incertidumbre, las mismas restricciones a los movimientos y la misma proximidad de la muerte.

Por otro lado el mundo que nos espera, el que espera a nuestros hijos -ya que el que espera a nuestros nietos es inimaginable- requiere de fronteras disciplinarias extremadamente permeables, como la gestión de la pandemia y sus sucesivos fracasos y algunos éxitos lo demuestra. Ya observamos que las tradicionales disciplinas científicas o profesionales han dejado de garantizar un lugar en el mundo del trabajo. Roger Caillois, un autor bastante olvidado, invitaba a inventar “ciencias diagonales” que pusieran en relación objetos disímiles pero emparentados de manera insospechada, por ejemplo, la pintura abstracta y el diseño de las alas de las mariposas o las vetas de las ágatas. Busca otra forma de mirar el mundo.

Las teorías psicoanalíticas obedecen a esta lógica, ya que atraviesan saberes disímiles: filosofía, biología, mitología, historia, arqueología, matemática, lógica, y tantas otras, articulándolas al modo del bricolaje.

En apoyo de esta idea Gregorio Kaminski  (1995) afirma:

“… parece un tanto inútil establecer y recortar las correspondencias disciplinarias; qué es filosofía, qué es psicoanálisis, qué es historia… Más aún, qué corresponde a la teoría y qué a la práctica”.

Puentes

En un rincón de su obra y fiel a su espíritu iconoclasta, el mismo Caillois (1990), recuerda la etimología romana del pontifex –constructor de puentes– que ha quedado oculta tras la imagen de boato y solemnidad del Papa católico o del Pope ortodoxo. En la antigüedad clásica su condición sagrada estaba dada por el hecho de que, al construir puentes, transgredía el orden natural de las cosas, abriendo pasos allí donde no los había. Significación muy alejada de la función eclesiástica de reforzar y preservar los caminos ya transitados cuidando que la feligresía no se aparte de ellos so pena de excomunión.

Todo río, frontera natural en cualquier paisaje, es también un Rubicón, atravesarlo es tomar una decisión que puede ser irreversible y con consecuencias impredecibles.

El trabajo del analista es también el de un constructor de puentes, de aperturas posibles a las aporías y cul-de-sacs del sufrimiento psíquico. También cada acto analítico es una decisión que debemos asumir con la mayor responsabilidad, la que tenemos sobre las producciones de nuestro propio inconsciente.

Al mismo tiempo, el movimiento psicoanalítico no se ha privado de pontífices, cardenales y obispos y se ha comportado muchas veces en su historia como una masa artificial freudiana. Y estas iglesias o incluso ejércitos han llegado a emprender verdaderas cruzadas para imponer una lengua única en el pensamiento psicoanalítico.

La extrema fluidez que paradojalmente impone la pandemia requiere aceptar el multilingüismo imperante, incluso los inevitables mestizajes que produce el aumento de la circulación de discursos a través de estos medios. El acceso casi ilimitado a diversos eventos, conferencias o cursos nos sumerge en lenguas extranjeras para nuestro dialecto, el que nos sirve como señal de reconocimiento mutuo y nos otorga identidad y pertenencia. Se trata de las variadas ortodoxias regionales, que responden en general al narcisismo de las pequeñas diferencias. Tal vez esta oportunidad sea propicia para dejar caer en desuso el término “ortodoxia” y su complementario “heterodoxia” en el dominio de nuestro arte, para dar más lugar a la idea de que se trata de teorizar las prácticas, dar cuenta de lo que efectivamente hacemos y no de practicar teorías ya establecidas y grabadas en la piedra para permanecer incólumes.

Como afirma nuestro compañero de ruta de hoy, Felix Guattari (1995):

“…el problema no está en tender puentes entre dominios ya constituidos y separados entre sí, sino en instalar nuevas máquinas teóricas y prácticas capaces de barrer las estratificaciones anteriores y establecer las condiciones de un nuevo ejercicio del deseo”.

Cartas náuticas

La pandemia produjo un corte tajante, una brutal detención en el vértigo del ideal de progreso capitalista y de depredación del ambiente. Opera en todos los planos de la vida, transforma la economía, la política, el trabajo, las relaciones sociales y, como decía antes, incide en los pliegues más íntimos de la subjetividad. Como afirma Bifo, el virus es un recodificador universal, ya nada volverá a ser como antes. Y el futuro imaginable está poblado de destrucción y -al mismo tiempo- de oportunidades. En lo que concierne a nuestro oficio se impone la pregunta: ¿Estamos siendo capaces de construir las “máquinas teóricas” y las prácticas adecuadas a los tiempos que vienen?

La historia del psicoanálisis atravesó varias catástrofes, dos guerras, persecuciones, exilios, y siempre sobrevivió creativamente. La primera generación, muchos de los cuales estuvieron en el frente de la Gran Guerra, produce una teoría del trauma, la compulsión de repetición y la pulsión de muerte. Winnicott, trabajando bajo las bombas, aprende con sus pacientes a jugar. La Shoah deja sus marcas en los sucesores del maestro. La persecución política y el exilio en América Latina hizo escribir y enseñar a muchos analistas.

La pandemia es una tragedia más, pero también una muy distinta a las pasadas. La gran diferencia es que viene a interrumpir una temporalidad vertiginosa y un poder tecnológico nunca antes conocidos. El capitalismo tardío ha desplegado su potencia destructiva sobre la naturaleza  y las personas, reducidas a mano de obra barata en el mejor de los casos o a desechos sociales en los peores. La avidez de lucro no se detiene hasta conseguir la autodestrucción de la especie. Esta pandemia es el resultado anunciado de esa brutal agresión al ambiente y a los lazos sociales de solidaridad y empatía. Innumerables indicios, desde hace ya décadas, de la probabilidad de que un virus desconocido podría afectar a la población mundial provocando una catástrofe gigantesca, fueron desmentidos reiteradamente. Los medios de comunicación y las redes sociales han sido protagonistas de ese trabajo, así como lo son en este momento, de un ruido de fondo permanente e intrusivo que paraliza la capacidad de pensar de amplias masas de la población. Ese ruido anida en los recursos defensivos más primarios como la desmentida y la proyección. Y así se producen las conductas sociales irracionales y autodestructivas, como vemos todos los días en las aglomeraciones y desafíos a las medidas de cuidado.

En estas condiciones estamos trabajando, en la salud pública, haciendo frente a situaciones de desamparo y exclusión, en diferentes sistemas de prestación y en la consulta privada. Puedo dar testimonio de mi clínica privada, a sabiendas de que se trata de una muestra de valor ínfimo para la observación social. Pero esa microscopía, ese uno por uno, toca el meollo de la relación del sujeto con el otro. Y la pandemia algo cambió. El otro, como decía Canetti, es en principio un malhechor y ahora, además, porta un virus que puede matarme. Paranoia y desmentida son los extremos entre los que basculan las angustias que nos invaden, al igual que a nuestros pacientes.

Instrumentos de navegación

Incertidumbre, desconcierto, incapacidad de cartografiar el futuro, nada nuevo en el devenir de la vida, pero ahora puesto de manifiesto brutalmente por la soberanía del virus. ¿Con qué instrumentos contamos para continuar el viaje?

La cartografía fue una disciplina necesaria, especialmente para los pueblos de navegantes. Para llegar de un lugar a otro, en tierra firme siempre hay alguna señal indicativa: un árbol retorcido, un  montículo, un arroyo, una cañada. Pero en alta mar sólo hay cielo, mar y horizonte, todo igual. En noches claras están las estrellas, que vuelven siempre al mismo lugar, como decía Lacan de lo real. Y es así como se construyeron los instrumentos que permitían orientarse: la carta náutica, la brújula, el astrolabio o el sextante. Hace algunas décadas, todo eso pasó a ser material de museo. El GPS se impuso a la paciente artesanía de pilotear una nave y la inteligencia artificial reemplazó la destreza del marino.

Uno de los apartados de mi último libro se titula “Instrumentos de navegación” y lleva la ilustración de una rosa de los vientos. Se agrupan allí cuatro capítulos referidos a la abstinencia y la neutralidad, la elasticidad de la técnica, la eficacia y las resistencias del psicoanálisis. Diría que esos son los instrumentos que utilizo en mi clínica para orientar la cura.

Existe una amplia casuística sobre los efectos de la migración hacia medios digitales, hemos venido hablando de eso desde abril. Y como vamos “haciendo camino al andar” la reflexión sobre lo que hacemos es siempre un viaje de descubrimiento.

Una hermosa frase de Proust ilumina el campo: “El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos.”

Aquí viene en mi ayuda Herman Melville, de quien Borges dijo que “siempre fue suyo el mar”. Cuenta en Moby Dick, monumental fábula sobre la persecución metafísica de la ballena blanca:

“…Tras una larga y atenta observación de horas diurnas, cuando la noche esconde al animal, la mente sagaz del cazador establece su rumbo, como el piloto sitúa la costa, de manera que gracias a la destreza del cazador, la proverbial evanescencia de algo escrito en el agua, como es la estela de una ballena, se vuelve tan indeleble como la tierra firme.”

Mente sagaz y destreza es lo que podemos pretender.

Bibliografía

Borges, J.L., “Del Rigor en la Ciencia” en Nuevas Inquisiciones, O.C. Emecé, Buenos Aires, 1974

Caillois, R., (1970) Intenciones. Buenos Aires. Sur.

Freud, S., “Historia del movimiento psicoanalítico” en O.C. Amorrortu, Buenos Aires 1984

Guattari, F., “Micropolítica del deseo” en Guattari, cartografías del deseo, La Marca, Buenos Aires, 1995

Kaminski, G. (comp.), “Prólogo: un bricolaje existencial”, en Guattari, cartografías del deseo, La Marca, Buenos Aires, 1995

Mrtínez Sarasola, C. en Identidad y lazo social, Grama –ediciones, Buenos Aires, 2004

Perlongher, N., Los devenires minoritarios, diaclasa.net, Barcelona, 2016

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