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Sociedad

Quédate en casa, diario de un confinamiento

Por Pablo J. Juan Maestre.

pjjuanm@gmail.com

“Durante el confinamiento,” -dice el autor- ”debido a la pandemia provocada por el Covid19, me propuse escribir a diario las impresiones que fuera teniendo y lo hice día a día, cada día, durante los 48 días que estuvimos confinados y lo fui publicando en abierto en mi página de Facebook.”
Vamos a compartir algunos de sus escritos.

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Quédate en casa, día 9.

De hoy no iba escribir nada porque nada relevante me había pasado. Pero después de verme llevado a hacer el tontarra, respirando vahos con agua muy caliente debajo de una toalla, por algo que dijo un ginecólogo (vaya tela, hacer caso a un gine en esta ocasión es lo mismo que dejarse poner un respirador por un psiquiatra, que dicen por ahí), después de semejante tontuna he decidido escribirlo.

¿Pero qué me pasa? ¿Por qué hago caso a esas tonterías? Si yo era el que estaba más atento a contrastar la información y a denunciar bulos ¿Qué me pasa? Y bueno, menos mal que el día anterior encontré un artículo que decía, este sí que parecía un experto en el tema, que en esta cuarentena el confinamiento lleva a pasar por varias fases y que, después de la primera, la de incertidumbre, viene la segunda fase, que es la del pánico. Y ahí debo estar.

Sin salir de casa y desconfiando cada vez más de todo lo que venga de afuera, temiendo el momento en que tenga que salir por algo, como león enjaulado, me he tragao la píldora del ginecólogo. Y es que hay algunos otros virus que resultan tan peligrosos o más que el Covid. Entre ellos el virus de las fake news, que es mu malo, mu malo, mu malo. Se lo digo yo, que aún estoy sumido en la vergüenza, que es el último síntoma que a uno le queda después de curarse de ese contagio.

Pero, como la enfermedad es el pánico y las fake son solo su vehículo privilegiado de transmisión, estaré atento, y la próxima vez me lameré las heridas con más cautela, no me tragaré cualquier cosa, y rugiré al viento para espantar temores infundados: ¡No me das miedo corona, ni tú ni tus secuaces, estoy cada día más preparado y fuerte para acabar contigo! … y menos tontarra. Cuídense… y no solo del Covid.

Quédate en casa, día 10.

Hoy no lo estoy pasando bien. (Tiene segunda parte.) Llevo desde anoche con tos y algo de disnea y estoy empezando a asustarme. Supongo que es normal, el asustarse digo ¿Cómo podría ser de otro modo dado que, a la vez que entraba en la cuarentena, entré a formar parte, por eso de la edad, del grupo de los que no tienen derecho a respiradores? Y la cosa acojona, que quieren que les diga. Acojona y mucho.

Así que cada vez que tengo que hacer un esfuerzo por tomar aire me recorre por el espinazo un frio temor de que esto no sea mera sugestión. Empezó después de los putos vahos esos que les conté ayer y no quise hacerle mucho caso. Será que he cenado demasiado, me dije, dado que estoy a dieta y ayer la cosa me pudo y cené un poco más. Me fui a la cama, me abrigué el pecho y dormí sin dificultad.

Pero esta mañana, después de la ducha: dificultad al tragar, ganas de toser y, de vez en cuando, tener que tomar aire con bocanada porque parece que falta. En fin, qué les voy a contar, tengo la garganta algo inflamada y confío que sea eso nada más, pero el acojone está.  Fiebre no tengo y eso me esperanza, ya veremos cómo evoluciona esto.

…No se si me atreveré a publicarlo.

A las horas (segunda parte):

…¡¡¡¿¿SERÁ LA LEJÍA??!!!

Hace años que dejamos de usarla porque me provocaba picor de garganta y nariz. Y ayer sentí picor en la nariz y pensé que era la lejía, pero que no iba a decir nada por un bien mayor.  Ahora no lo tengo tan claro, lo del bien mayor digo. Abro las ventanas, ventilo bien y pido que se restrinja el uso de lejía. No salgo de la fase del susto, coño.

…Aún tengo esperanzas, veremos.

(No ha sido fácil publicarlo, tanto por si no, por la vergüenza, como por si sí, por el estigma. De momento, 9 a.m. del 23/03 la tos continua pero la disnea ha desaparecido).

Quédate en casa, día 14.

Comienzan a llegar malas noticias de gente cercana. Era algo inevitable y que cualquiera que me lea habrá vivido estos últimos días.  Al miedo reinante se suma entonces el pesar y la pena. Va a ser duro y doloroso, no cabe duda. Y va a dejar una herida difícil de cerrar y nos va a llevar tiempo. El tiempo, que ahora parece haberse detenido, será el tiempo que después necesitaremos para elaborar y digerir todo esto. Vendrán duelos por elaborar, pérdidas que simbolizar y un nuevo espacio que habitar. No será fácil conquistar de nuevo las calles, ni recuperar la confianza en los abrazos, ni compartir los parques y los paseos, no será fácil.

Primará un tinte depresivo y de desconfianza en nosotros. Tinte que no es malo sino que tendremos que asumir y digerir, estaremos tristemente vivos, pero vivos. Y aunaremos esfuerzos para que la vida siga y las heridas se restañen. Menos en algunos, esperemos que los menos, a los que ya se les ve huyendo de los duelos, de las pérdidas, del miedo y de la desconfianza a través de una dinámica bélica donde los malos tienen nombres y apellidos (así de listos son) y por supuesto no son ellos, son los otros.

Y es que -es lo que tiene pensar esto como una guerra-  algunos se lo creen a pies juntillas, y resulta que, cuando el enemigo es un virus, la impotencia lleva a desplazar la mirada sobre los otros que no son como nosotros, esos tienen la culpa y contra ellos arredran los ataques, ellos son el virus y nosotros los sanos, ¡puta locura!

Y la ira se convierte en bálsamo para ellos, que incapaces de sostener su pena y la de todos los demás, ¡con la falta que nos hacen!, se dedican a esparcir mierda, perdón, a diestro y siniestro, olvidando que están así ensuciando el mundo que todos habitamos. Y que lo que creen bálsamo es en realidad irritante y corrosivo y, esto sí de verdad, ¡vírico!.

Así que no te dejes contagiar, mantente del lado humano, el lado en el que estamos todos y siente pena también por todos esos que con ojos desorbitados piden con ira un otro culpable humano al que inmolar. ¡No te contagies!

Quédate en casa, día 17.

Llevo días escribiendo por aquí con un runrún en la cabeza, intento no escucharlo porque aún no suena fuerte y una y otra vez me digo que aún no es momento, pero el runrún crece. Es como el sonido de una avalancha que cada vez está más cerca y que, al final, me resultará atronador e inevitable.  Y no es que yo huya del runrún, estoy quieto, parado, esperando que llegue, ni huyó ni me engaño, solo lo espero, seguramente aterrado, aunque aún no me dé cuenta.

Y me vienen a la cabeza las imágenes del tsunami que asoló Japón hace unos años y las palabras de Blasco Ibáñez describiendo el estado en que quedó Kioto cien años antes. Una desolación inmensa lo cubría todo, nada quedaba en pie. Hubo que volver a levantarlo todo piedra a piedra. Hoy, que me detengo a escuchar el rumor que crece, tengo claro que las imágenes no serán tan espectaculares como entonces, aunque las consecuencias serán igual de terribles. (No obstante temo el momento de ver las del interior del palacio de hielo de Madrid).

Ninguno de nosotros saldrá indemne de esta catástrofe. Y es eso justamente lo que define a las catástrofes, nos tocan a todos. Y me voy preparando.  Y me viene a la cabeza la que fue una de las últimas películas de mi amado Kurosawa, Madadayo.  En ella un profesor de edad pierde su casa por una guerra, y tiene que pasar sus últimos años en una pequeña casita de madera con su mujer, junto a las ruinas de su antiguo hogar. Pero el protagonista y su mujer no pierden nunca la compostura, ni la serenidad, ni la felicidad por la vida, ni el amor por sus pupilos. Lección de cine y lección de vida.

Nota: Esto no es una guerra, pero en los hospitales hay una primera linea y estamos teniendo bajas, muchas, demasiadas. Y son ellos, los de los hospitales, ayudados por muchos otros, los que impiden que la guerra nos llegue a los demás. Si no fuera por ellos, por su entrega y empeño, la catástrofe tendría dimensiones y consecuencias bíblicas.  A no olvidar. ¡Buen día!

Quédate en casa, día 22.

Después de comer, mientras tomaba el café y hacía un sudoku, me senté pegadico a la ventana a que me diera la luz, en mi casa no entra el sol y hace todos estos días que no lo siento sobre la piel. No llega el sol más que verano desde su cenit, cuando más que calentar quema y entonces corro el toldo para que las plantas verdes no se me quemen. Pero no me quejo, por el contrario, amplia y espaciosa me permite tener hasta un despacho en el que trabajar y recibir. No me quejo porque otros no pueden poner la calefacción como hago yo, para mantener un calorcico en casa que emule a ese sol que no me llega. No me quejo porque puedo, a pesar del confinamiento, trabajar on line, menos, pero trabajo. Y estoy bien de salud, toco madera, y los míos también. No me quejo, faltaría más.

Como ven, los números me cuadran también por aquí. Pero igual que el placer del sudoku es un placer efímero sé que este también lo es. Y como no espero que nadie venga a resolvernos las cosas, y no creo que las cosas vayan a ser como antes, y nos espera un tiempo de escasez y comedimiento, y no querría volver al lugar del crimen, como hacen siempre los asesinos, porque no creo que eso sea lo más inteligente que podemos hacer, apoyaré cualquier cambio que nos aleje de aquel lugar y aportaré lo que pueda para que no nos vuelva a pasar, porque no creo en el destino y sí en que en algo hemos contribuido a la situación actual. ¿O no? ¡Buen día!

Quédate en casa, día 22/Bis.

De repente llega la noticia, la luctuosa noticiada, de la partida de Luis Eduard Aute. Me ha cogido por sorpresa y llevo la tarde escuchando sus canciones, aunque diría mejor mis canciones de él, tanto me caló este hombre que es como si parte de mi vida se fuera con él. Y llorando, las lagrimas y los mocos no dejan de caer, recojo los segundos y dejo a las primeras deslizarse por mis mejillas.

Aute era uno de la familia, es más: Aute era la familia. Esa familia que uno se va haciendo desde la adolescencia, esa que uno elige y decide que le va a acompañar hasta que se muera. Y se nos ha ido en medio de una pandemia que lo ha respetado no como a otros de su edad, pero parece que para mí él los representa a todos ellos, quizás por eso mis lágrimas son más, porque Aute es el hermano mayor que mejor representa eso que con su generación se nos va.

Él reunía en sí los valores que su generación transmitió a la mía. Lloro entonces no la pérdida de esos valores, sino que lloro agradecido por todo eso que nos enseñó y nos deja con nosotros. Lloro de pena la parte que se nos va (y la recojo en mocos). Y lloro de triste alegría todo el valor que nos deja, ¡que falta nos hace! (y dejo caer por mis mejillas esas lágrimas, agua de vida).

Gracias, Luis Eduardo, brother, no te defraudaremos, al menos lo intentaremos.

Quédate en casa, día 30.

¿Que qué soñé cuando me volví a dormir? Soñé que mi nieta pequeña rompía a llorar y yo pensaba que le estaba haciendo falta, que antes tenía un botón tal que una descarga así le vendría bien. Me alivia verla destensarse aunque me apena verla llorar y cuando la voy a abrazar me despierto, curiosamente descansado. Ya despierto, le doy vueltas al sueño sin saber que pensar.

Durante el día, mientras pienso en el sueño, me sobreviene el recuerdo de otro sueño que tuve antes de despertar de madrugada y que haba olvidado completamente.  En esta ocasión en el sueño estoy con mi hijo Samuel y saco un cigarrillo y lo enciendo, explicándole que es de un paquete que empecé ayer,  fumándome casi todo el paquete el mismo día, por un enfado y disgusto que cogí.  Después de tres meses y medio sin fumar, que es realmente el tiempo que llevo sin probar un cigarrillo, allí estoy fumando, y de más. Tengo claro que, cuando acabe el paquete del que ya queda poco y que he necesitado para desahogarme, no seguiré fumando, confío en eso y a la vez me digo si seré capaz. Así acaba el sueño.

Ahora ya está más claro el primer sueño que, en realidad, fue el segundo temporalmente, dado que en los dos aparece la necesidad de desahogarse para rebajar la tensión por disgusto o enfado. El primer sueño que tuve, el de fumar, la anuncia pero no la resuelve, fumar no resuelve la tensión por mucho que uno fume, y me despierto de madrugada, el segundo la logra en ese llanto liberador de mi nieta y me descansa.

Porque esa es la función de los sueños, descargar tensiones, realizar deseos, y permitir dormir. Y es verdad que el día anterior algo ocurrido en la red me había disgustado, enfadado y puesto tenso. Mis sueños me ayudan a descargar, a relajarme y a poder continuar. Son tiempos estos donde todos estamos más sensibles y en los que nos molestamos, entristecemos o llenamos de ira por nimiedades, la situación es tensa, el futuro incierto, no podía ser de otro modo.

Espero que mis sueños no me abandonen y pueda seguir, a través de ellos, descargando tensiones, y sin precisar hacerlo despierto y de peor manera, ya que en estos días de confinamiento las tensiones se van multiplicando. Y lo de realizar deseos tendrá que esperar … a que por fin ¡pueda abrazar a mis nietas, que es mi mayor deseo en este mundo!!

Nota: La interpretación no acaba ahí, mis asociaciones y sus derivados más personales me los guardo para mí.

Quédate en casa, día 31.

Les voy a contar un cuento, real, pero cuento al fin. Una vez llevaron a un niño, que se quejaba reiteradamente de un dolor de cabeza y que había consultado ya con muchos doctores, a ver a Francoise Dolto, psicoanalista infantil de renombre. Ésta, tras entrar en confianza con el niño, le pregunto: “¿Pero dime dónde te duele la cabeza? y el niño, tocándose la pierna a la altura del muslo, le respondió: “Aquí”. Dolto, entonces, le preguntó: “¿Y qué cabeza te duele?”. Y el niño le respondió, sin vacilar: “La de mi mamá”.

Valga este cuento para poner en claro que algo nos duele y mucho, que nos quejamos profundamente de ello, que consultamos con unos y otros nuestro dolor y a veces lo gritamos a los cuatro vientos enfadados, pero que si alguien viniera y nos preguntara DÓNDE nos duele y QUÉ nos duele, nuestras respuestas serían como, la de ese niño, diversas, variadas y sorprendentes. Y que todos esos que se quejan de lo que les duele todo lo mal que se están haciendo las cosas, deberían recordar que papá y mamá no son perfectos, que no hay papás perfectos y que, cuando nos quejamos y nos dolemos como niños enrabiados, no deberíamos sorprendernos si nos tratan como a tales.

Y ahí que vienen algunos con sus expertos en propaganda (Bardaji/Bannon) y saben tocarnos la tecla rabiosa infantil apropiada, y ladramos entonces como perros rabiosos a la luna por salir cada noche. Un día por estar creciente, el otro plena y el otro menguante, sin remedio. Y no olvidemos que estamos como niños castigados sin salir de casa hasta que a papá estado (no es el gobierno, no, el estado) se le ocurra levantarnos el castigo. Pero, si nosotros no hicimos nada malo, ni nada mal. ¿Por qué tenemos que cumplir esta pérdida de libertad, este confinamiento, este castigo?  Si no somos culpables ¿por qué se nos castiga? Y nuestro enfado, entonces, tiene tintes claros de venganza. Yo no he hecho nada, el culpable serás tú que no has hecho, ni haces las cosas bien y encima me castigas injustamente.

Rebeldía infantil mediante, vienen entonces (BIS) algunos con sus expertos en propaganda (Bardaji/Bannon) y saben tocarnos la tecla rabiosa infantil apropiada, y ladramos entonces como perros rabiosos a la luna por salir cada noche. Un día por estar creciente, el otro plena y el otro menguante, sin remedio.  Así que mejor preguntarnos, DÓNDE realmente me duele, QUÉ realmente me duele de verdad en mí, y CÓMO y QUÉ, de verdad, puedo hacer para calmar y atemperar ese dolor y el de los que me rodean.

Quédate en casa, día 33.

Hoy un colega sanitario de la primera linea me decía que con el retroscopio se ve todo muy claro. El retroscopio es un aparato fantástico, un avance para la ciencia médica impresionante, que consiste en que «una vez que ya sabemos cuál es la situación del paciente se dice lo que se tenía que haber hecho».  Y nunca, nunca falla, da igual que al paciente ya no le valga para nada, incluso tampoco importa que el paciente haya fallecido, el retroscopio es un éxito aunque haya habido un exitus.

Es una herramienta muy usada en los últimos tiempos y está siendo utilizada por grandes especialistas que dan con el aparato en cuestión de lleno en toda la molla de la situación. Es usado con docta ignorancia, pero ¿con la docta ignorancia «empleada por san Agustín, san Buenaventura y principalmente por Nicolás de Cusa para significar la actitud prudente del sabio ante la magnitud de los problemas del Universo y la limitación de las facultades naturales del conocimiento»? No, la docta ignorancia a la que me refiero es la de todos esos licenciados, doctores, graduados y hasta cátedros con másteres por doquier, que -sin haber estudiado, ni aprobado en su vida una asignatura- usan, sin embargo, con maestría inusitada, el aparato en cuestión, el retroscopio, para acertar y elevarse a los altares de los opinólogos más avezados.

Pongan videos de you tube y verán cuánta razón tengo, Es más, hay otra modalidad muy de moda estos días que es la de poner videos con todos los errores que se han cometido durante esta pandemia en la que estos inútiles del demonio nos tiene confinados.  ¡Qué burros, por dios!, ¿cómo se pudieron equivocar así? Si hubieran usado el rectoscopio con destreza no nos habrían llevado a esta situación y no nos meteríamos con ellos. Pero es que, además de no usar el retroscopio, no acertar y fallar en todo, todo, han orquestado una conspiración judeomasónica de las hordas populistas y comunistas que (con dinero de Venezuela, por supuesto) junto con los medios de comunicación, a los que compran (con el dinero de todos esta vez) para esconder todos sus errores, nos quieren llevar a los abismos más profundos de los avernos cuyo nombre es (válgame dios qué monstruo de las profundidades) república, va de retro satanás, y todo esto lo hacen con maldad manifiesta.

SOS, amado líder, vuelve, sin ti no somos nada! Vuelve con tu rectoscopio!

Queda menos, aunque algunos nos quieran hacen creer que queda más

Nota: A tenor de los comentarios indicar que el texto puede tener erratas, pero que el rectoscopio final no es una errata, jeje, es una realidad con la que vienen todos los lideres por definición. Mañana, si eso, hablamos de la psicología de las masas.

Quédate en casa, día 34.

En el Clamor de los bosques aparece una joven que acude a clases y escucha a sus profesores decir que los arboles viejos de los bosques deben ser removidos y sus tocones sacados para mantener el bosque joven, y ella se extraña porque su padre, ya desaparecido, le enseñó que los arboles viejos, incluso los árboles muertos son fuente de vida y sustento para multitud de especies, y que la putrefacción incluso es vitalizante para el bosque, que los tocones no deben ser removidos dado que sus raíces se convierten en el sustento primigenio del bosque mismo.

Y leyéndola no pude dejar de pensar en los mayores que están muriendo ahora de un modo radical, como quizás nunca se había dado, de una forma fulminante y en un tiempo récord. Algunos pensarán que no perdemos mucho, de hecho alguno lo ha llegado a decir. Incluso se ha acusado a algunos países de tener demasiados viejos vivos, recordando así a los peores tiempos del fascismo en el que los débiles debían dejar paso a los fuertes.

También me ha recordado el Congo de Leopoldo II de Bélgica, ese monarca que asesinó a más de dos millones de negros congoleños con la frase, que dio título a un excelente libro y que también usó Joseph Conrad en su Corazón de las tinieblas: Exterminad a todos los salvajes. Ni los viejos, ni los salvajes, ni los judíos, ni los discapacitados, ni los débiles, ni los pobres llegado el caso, ninguno de ellos tiene derecho a la vida, según algunos. Y como la vejez es algo que solo requiere tiempo para llegar y suerte para hacerlo, lo que deseemos para ellos es lo que tendremos para nosotros, si llegamos.

Antes se decía que la sabiduría estaba contenida en la vejez y que había que escuchar a los mayores porque ellos la tenían, para guiarnos hacia un futuro posible sin cometer los errores de un pasado que ellos recordaban bien. Ahora se dice que no hacen falta, que todo el saber está ya en la red de redes.

Pero esta pandemia ha demostrado que todo el saber del mundo puede estar contenido de manera instantánea en internet pero que, si no hay alguien que lo estudia, espiga e interpreta, ese saber es hueco y huero. ¿Cómo, si no, podemos explicarnos todos los errores cometidos por tantos países, uno detrás de otro? ¿Qué pensábamos cuándo veíamos a los chinos con mascarillas y fumigando las calles? ¿Pensaban todos los expertos del mundo que los chinos estaban exagerando? ¿O dónde estaban mirando? Pasarán los años y esta será la gran pregunta que habrá que responder, por ser la más enigmática de todas.

Seguramente, si hubiéramos escuchado a nuestros mayores no estaríamos aquí. Ellos pasaron una época de guerra y posguerra y sabían lo que era arreglarse con poco, toda esta locura consumista y aniquiladora de recursos es seguramente fruto del olvido de las enseñanzas que la historia nos debía haber mostrado. Pero no les escuchamos y seguimos cabalgando hacia adelante creyéndonos como aquel (Kafka) el caballo que cabalga.

Los viejos nos siguen haciendo falta, porque sabe más el diablo por viejo que por diablo, porque sobre sus espaldas se construyó nuestro mundo y sobre sus cabezas nuestra comunidad. Ellos nos recuerdan dónde todos, con suerte, llegaremos. Y dependiendo de cómo los tratemos nos tratarán a nosotros.

Porque yo no quiero morir hacinado en un lugar triste sin contacto ninguno con los míos, guardado como ganado del que hacer negocio. Quiero llegar con una buena salud, sanidad pública de calidad mediante, a una edad en la que esté tranquilo y bien atendido en un retiro limpio y luminoso, calentito en invierno y fresco en verano, con alguna plantita alrededor si es posible y gente que me cuide con un poquito de cariño, como árbol viejo de la comunidad a la que contribuí a sostener. Y como reflejo vivo de mundo que llegó hasta aquí cuidando a los suyos (Margaret Mead), no primando el capital por sobre las personas. Llegó el día de recordar a lo que ya no están con nosotros.

Queda menos, pero qué pena más grande que quedemos menos.

Quédate en casa, día 40.

(Me salió críptico)

Hoja de ruta. ¿De qué se trata? Se trata de creer, de tener la ilusión viva de que algo es posible, para que ello pueda ser semilla y germen de algo por venir. La ilusión, la creencia, es lo primero que los pacientes en psicoterapia necesitan de nosotros. Necesitan que creamos que es posible cambiar las cosas y cambiarse uno mismo, y es esa creencia misma, esa ilusión en la que ellos se podrán reflejar y apoyar, para que juntos creemos un espacio en que tal cambio sea posible. Y es que para poder crear hay primero que creer que es posible hacerlo. Y, al igual que los verdaderos viajes empiezan cuando acaban los caminos (Lacan), que es cuando hay que imaginar, ilusionarse y creer que un nuevo camino es posible, es entonces y solo entonces, y a raíz de nuestra ilusión y nuestra creencia, que el camino se va creando con nuestro esfuerzo delante de nuestros ojos, y el verdadero viaje puede comenzar.

Tendremos entonces que volver a plantearnos tomar la resistencia íntima (Esquirol), mezclarla con El Elogio de la bondad (Adam Philips), untarla con la Utilidad de lo inútil (Nucio Urdine), revolver y aderezar con poesía e imaginación, sublimación mediante de lo útil (Bifo), para acabar en la creencia, hija de la ilusión (Winnicott), de que la creación (Rodulfo) de algo nuevo es posible.

Tomar diez gotas diarias y no interrumpir de golpe. De eso se trata. ¡Buen día!

Quédate en casa,día 41.

¿Les cuento un secreto? Cuando empecé este diario pensaba en la muerte, me asusté. Sé que el secreto no es tanto y que el que me haya ido leyendo no habrá tenido dificultad en percibirlo. Me explico. Acababa yo recién de cumplir 65 años y lo iba a celebrar con mis íntimos cuando esta cosa nos pilló del cuello, nos jaló, nos encerró y aquí estamos. 65 es una barrera difícil de atravesar, no crean, y aunque no está en mí la idea jubilarme aún, si que voy relajando mi actividad, pero esos 65 son un punto importante de inflexión simbólica y, al coincidir con la jubilación de la mayoría, se siente y se teme casi como un dejarte aparcado a un lado. Y, además, ya se empezaba a decir que atacaba más a los mayores de. Uno sabe también, por los achaques propios de esa edad, que está en fase de descuento y que todo lo que venga de aquí en más es un regalo. Es, por otro lado, una edad respetable, en la que uno ya no tiene que rendir cuentas y puede empezar a decir cosas que antes no hubiera dicho, se las van a consentir, prerrogativas de la edad.

Pues bien, este momento tan especial, coincidió con una tos persistente que, con la lógica paranoia existente por la recién declarada pandemia, se convirtió en temor a la muerte. No es que yo haya vivido de espaldas a la parca, que no. Porque siempre he tenido presente la máxima de Freud: si vis vitae, para morten, si quieres poder disfrutar de la vida, prepárate para la muerte. La había hecho mía y disfruto desde hace muchos años todo lo que puedo la vida que se me había concedido, sabiendo que hay un final de todo esto, que hace que lo vivido tenga un sabor especial.

Pero bueno, no es lo mismo tener una filosofía de vida que jugarse la vida, y en ese momento, con esa tos, con mi edad de riesgo recién estrenada y la barrera de mi no jubilación saltada, se me dispararon las alarmas y pensé que, si me iba a morir, mejor hacerlo jalonando el camino con miguitas de pan en forma de hojas de un diario, y de ser posible elegantemente, en la medida de mis posibilidades, claro. Así que comencé este diario.

Y aún no tengo claro que el final no sea aquel temido, dado que si la tos ha desaparecido, la tontuna del cumpleaños tan emblemático se me ha pasado, el miedo ambiente ha bajado y las miguitas ya son más de 40, la parca sigue esperándome a la vuelta de la esquina, así que volvemos de nuevo a la casilla de salida, pero esta vez sin tanta tontería y con una conciencia mayor de que no soy el único que se va a ir a la mierda, si no cambiamos la forma de vivir el planeta.

¡Queda menos! ¡A pasar buen día!

Quédate en casa, día 45.

Cura, sana, cura, sana, si no se cura hoy se cura mañana, me decía mi madre cuando me daba un golpe, mientras a la vez masajeaba la zona golpeada y la mojaba con su saliva. Y el dolor si no se iba del todo se mitigaba bastante. Un beso virtual de una colega (Carlota Ibañez) me lo ha recordado hace un rato. “Un beso donde te duela” me ha dicho y ha disparado el recuerdo, seguramente por lo tierno de su propuesta. Nada hay que alivie más que unas palabras bondadosas, decía Freud. No se ha inventado nunca un medicamento más tranquilizador para el dolor.

Cura, sana, cura, sana, si no se cura hoy se cura mañana.Vendrá la desescalada, haremos una especie de descompresión y entonces los dolores serán otros. Y agradeceremos las palabras bondadosas y serán muy necesarias y todos nos tendremos que poner a la tarea (Pichón Riviere)

No vale decir que tendremos mucho trabajo que hacer los profesionales de lo psíquico, no vale. No va a colar, esta vez no. Cuando el dolor nos acomete a todos a la vez, cuando la pandemia arrasa a todos por igual, no vale dejarnos el «trabajo» a los profesionales. Porque esto no se trata de un trabajo, se trata de una comunidad, por aquí hablamos poco de comunidad y deberíamos hacerlo más, se trata de que todos hemos padecido un acontecimiento (Zizek), inesperado, impredecible (Bifo) e inolvidable (sugerencia del correcto), como todo acontecimiento, que nos ha causado una gran herida (Balint) y tendremos que ser todos intersubjetivamente (Esteban Ferrández) los que ayudemos a sanar esas heridas.

Si la pandemia nos tiene algo que enseñar, nos tiene que enseñar muchas cosas, pero si algo nos debe quedar claro, bien claro, en primer lugar, es que a esta entramos juntos y de esta se sale juntos.  Lo común (Felix Crespo) tendrá que ocupar un primer plano (Cornelius Castoriadis).Ya no vale decir doctores tiene la iglesia o zapatero a tus zapatos. Esta es una comunidad y en común tomará sus problemas y los aliviará.

Ni medicamentos, ni pócimas, ni ensalmos, ni jaculatorias, ni consignas a las masas (Edward L. Bernays), ni lideres sapientísimos (Adolf?), ni aquí no ha pasado nada (Trump), ni zapatero a tus zapatos, ni más sanitarios a los que sacrificar (Elena Catalá) por la inoperancia de un sistema.

Las palabras bondadosas irán acompañadas de acciones del mismo corte (Winnicott), así y solo así curaremos las heridas de todos provocadas entre todos. Tendremos que recuperar las conexiones perdidas (Johann Haru) y encontrar las resonancias transformadoras (Harmut Rosa) que nos lleven fuera de esta espacio traumatológico de forma traumatolítica (Ferenczi) y desde nuestra vulnerabilidad común encontrar la forma de vertebrarnos de una vez (Lola López) Porque la bondad (Adam Philips) y la ternura (Fernando Ulloa) fue lo que nos trajo vivos hasta aquí, acuérdense del fémur roto curado, que decía Margaret Mead, que había sido el primer signo de civilización; eso nos trajo hasta aquí, ni el dinero, ni el capital, y es eso lo que nos va permitir salir de esta, en soledad:común (Jorge Alemán), cada vez menos en soledad y más en común. Buen día. Cura sana, cura sana (Mi Mamá).

Quédate en casa, día 47.

Mi amigo Jesús Gracia publicó ayer un pequeño video de un rincón de Barcelona, concretamente del barrio del Eixample, en el que mataron a un indigente de los 4 que han asesinado allí en los últimos días. Aparece la acera, una flor en una botella, velas rojas encendidas, un par de macetas con flores también, comida, que alguien debía dejarle habitualmente, y una frase en un cartón: A mí me importas. Alguien ha dejado a su vez un post it pegado en la pared, a la altura de todo lo demás, que dice: A mí también D.E.P.

Jesús llama, apropiadamente, mierda seca al que segó esas vidas y miserables a los indigentes masacrados. Victor Hugo, en Los Miserables, nos habla de ellos, de ambos hasta el punto de preguntarse en la novela qué hace que «el desafortunado se convierta en un infame» planteando que los dos, el desafortunado y el infame, en nuestro caso el indigente y su asesino, proceden de un lugar común: la miseria.  Dice así: « Hay un punto en el que los infames y los desafortunados se mezclan y se confunden en una sola palabra, palabra fatal, los miserables; ¿de quién es la culpa?» «Según Victor Hugo, es culpa de la miseria, de la indiferencia y de un sistema represivo despiadado» (wikipedia). Poco que añadir al maestro.

La miseria y la infamia se dan la mano. La primera, la miseria, empobrece y hasta puede quitar la dignidad al pobre que la padece; la segunda, la infamia, es la miseria vuelta hacia adentro; esa quita la humanidad a algunos de los que perdieron antes la dignidad, como en este caso en que el asesino era un pobre miserable también, que perdió su dignidad primero y su humanidad después.

Ahora la moraleja. ¿Dejaremos que la gente pierda la dignidad, seremos tan infames, y en este caso sin que la miseria nos haya tocado, de dejar que otros caigan en la miseria y luego les acusaremos por haber perdido también, primero su dignidad y luego su humanidad? El que lo hizo no deja de ser un mierda seca, expresión familiar para mí también, pero si con nuestra infamia, no justificada por la miseria sino por el egoísmo, permitimos que la miseria se dé, no seremos mejores. Por todo ello, estoy feliz de que en nuestro país la renta mínima se apruebe: Porque a mí también me importa.

Que tengáis buen día y que la infamia pase de largo, no consintamos que este tsunami deje náufragos (Patrick Declerck).

Nota: Mi abuelo, que fue masón en la república, se puso de nombre simbólico… Victor Hugo.

Quédate en casa, día 48.

2 de Mayo 2020.

(Termina aquí este diario del confinamiento. Gracias a todos los que me leísteis por haberme acompañado, ¡nos vemos fuera!)

Emily Dickinson pasó los últimos 20 años de su vida en confinamiento por elección. No se sentía comprendida por sus contemporáneos, ni ella entendía, ni compartía, su «enrarecida moral provinciana» dice un artículo del ABC (!!!). Así que se confinó. Pero no se quedó sola, se puso a dialogar, a través de su poesía, con todos nosotros, con el futuro, con los que acabamos siendo más sus contemporáneos que aquellos que vivían a su alrededor en su misma época.

Se dice que se apartó del mundo porque sufrió muchas pérdidas: su padre, su madre y al poco un sobrino de 8 años; pérdidas que la dejaron en un estado de duelo congelado que le impidió salir. Seguramente lo primero es verdad, sufrió pérdidas, quedó marcada por duelos, pero lo segundo, a la luz de lo que sale a pasear con tantos de nosotros, no es tan cierto. Ella se recluyó de su presente  pero consiguió trasladarse al futuro con nosotros y perdurar. Dialogando con todos nosotros cada día desde su habitación cerrada pero tan abierta a la vez al mundo.

Ella inspira y nos permite respirar rítmicamente y en conjunto, algo tan necesario hoy; las dos cosas, lo primero, inspirar y respirar cada uno, libres del virus, y lo segundo, conseguir hacerlo rítmicamente y en conjunto, lo cual es lo que más nos conviene (Bifo). Ella se conmueve y consigue conmovernos, nos conecta y consigue una resonancia que nos transforma (Harmut Rosa). Y es lo que tienen, a veces, lo duelos, que nos duelen, nos confinan, nos atraviesan, nos perturban, pero que si, a su vez, somos capaces de atravesarlos, con la energía que dejan liberada permiten crear cosas (De Chirico) y, a veces, para el común (Mandela). Tendremos que aprovechar toda la energía liberada por tanto dolor desatado, para construir cosas que merezcan la pena y, sobre todo, para no volver a caer en los mismos errores de olvido y dejadez.

«El agua se aprende por la sed;

la tierra por los océanos atravesados;

el éxtasis se revela por las batallas;

el amor, por el recuerdo de los que se fueron;

los pájaros, por la nieve”

E.D.

                                                             

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