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Subjetividad

Consecuencias inesperadas de la cuarentena para la condición subjetiva

Por Omar Acha

omaracha@gmail.com


El alcance global de la cuarentena, a pesar de los matices más o menos notorios en las políticas de los estados nacionales, confluyen en la separación de los cuerpos y la virtualización de la intersubjetividad. Por supuesto, esto no es válido para amplias franjas de la población que están obligadas a viajar en trenes y colectivos, reunirse en fábricas y otros lugares de trabajos “esenciales”, o para los sectores informales de la economía, constreñidos a lanzarse a la vía pública para obtener algunos recursos destinado a la supervivencia. Sin embargo, las consecuencias de la cuarentena son mayoritarias y en apariencia nos acompañarán por un lapso todavía imprevisible.

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    Cuarentena y distancia corporal

La pandemia del Covid-19 revela un conjunto de singularidades que no serán tema de este escrito. Se ha discutido sobre sus características, evolución y tratamiento. Luego de diez meses de comentarios incesantes, hemos aprendido mucho al respecto, pero desconocemos lo esencial: curas eficaces y -sobre todo- una vacuna efectiva.

Un tema que no tiene una conexión lógica con la pandemia es el de la cuarentena, es decir, las medidas adoptadas para detener la expansión del contagio. Como es sabido, las disposiciones centrales ordenan el aislamiento, la distancia social, la higiene de las manos y el uso de barbijos. ¿Es posible reflexionar a esta altura de los acontecimientos sobre las consecuencias de la cuarentena para la condición subjetiva? Lo que se ha afirmado en términos psicologistas carece de profundidad analítica: depresión, estrés, ansiedad, etcétera. Ninguno de esos términos se explica por sí mismo.

El alcance global de la cuarentena, a pesar de los matices más o menos notorios en las políticas de los estados nacionales, confluyen en la separación de los cuerpos y la virtualización de la intersubjetividad. Por supuesto, esto no es válido para amplias franjas de la población que están obligadas a viajar en trenes y colectivos, reunirse en fábricas y otros lugares de trabajos “esenciales”, o para los sectores informales de la economía, constreñidos a lanzarse a la vía pública para obtener algunos recursos destinado a la supervivencia. Sin embargo, las consecuencias de la cuarentena son mayoritarias y en apariencia nos acompañarán por un lapso todavía imprevisible.

La distancia entre los cuerpos, su separación obligada, establece una brecha que cuestiona el contacto, modos del saludo y la proximidad en la mirada. El uso de la palabra, la gestualidad y las costumbres del don y contradon en el trato, se están modificando. Se oye mentar que, por ejemplo, el saludarse con el apretón de manos o el beso en la mejilla, dejarán de utilizarse, sin el añadido de sus corolarios subjetivos.

Entiendo que no asistimos a una simple vicisitud en las maneras del saludo. Se transforman las modalidades del uso de los cuerpos y sus significaciones. Los esquemas previos del apartamiento corporal, las tensiones del contacto “peligroso”, se prestan a la desconfianza y la consiguiente agresividad. Contradictoriamente, porque la agresión es también una manera de tocarse si las palabras no alcanzan a herir lo suficiente. Entonces, reprimido el golpe, prevalece la ira contenida y se revierte en el sí mismo desconfiado. El resentimiento hacia el otro y hacia sí mismo se torna imperceptible a medida que se normaliza con el hábito. La indiferencia al distinto, mientras no devenga brutalidad, crea un ecosistema de cuerpos en recíproco rechazo. La intersubjetividad sobrevive en eterna parálisis y fragmentación.

Una novedad en la comunicación parece resolver esas dificultades: la virtualización de la comunicación. Es el encuentro a través de plataformas conectadas por internet, sin contacto ni transmisión virósica, voluntario e ilimitado.

Efectos “antropológicos” de la virtualización

La virtualización de los vínculos suscita la misma objeción que el distanciamiento y concluye en una parecida generalización. Es cierto que no todo el mundo puede acceder a la conexión virtual, facilitada por computadoras y celulares con acceso a internet. Con todo, la ampliación de esos dispositivos genera efectos colectivos, incluso para quienes raramente acceden a tales medios.

Reuniones de trabajo, clases en las distintas instancias educativas, cursos de yoga e idiomas, cumpleaños y encuentros amistosos o familiares, son virtualizados. Se observa beber y comer mientras del otro lado de la pantalla quizás se hace lo mismo. El ritual de la ingesta o bebida colectiva deja de producir sus efectos comunitarios. La palabra y la imagen se hacen el todo. Los énfasis se aplanan, así como las gestualidades y guiños. La comunicación virtual, cuando se realiza entre más de dos personas, allana las peculiaridades. A veces lo hace para bien, cuando democratiza el uso de la palabra en pantallas formalmente equivalentes, y donde el monopolio de la voz se torna pronto en hastío. ¿Con quién hablamos en un encuentro virtual? Nunca podemos saberlo plenamente. Tal vez quien incluso nos habla por el micrófono y vemos frente a su cámara está al mismo tiempo chateando o chequeando mails. ¿No hacemos acaso lo mismo?

Propongo pensar que la novedad posee un alcance “antropológico”. Es cierto que con el monoteísmo se degradó al cuerpo como sitio del pecado y la debilidad contra las alturas de la ética y la fe, constituyendo una metafísica de la dualidad. Sin embargo, hoy podemos percibir, retrospectivamente, la resistencia de los cuerpos, como superficie de sensibilidad, de placer y rebelión. La virtualización ha mellado la condición humana de las corporalidades siempre en el filo de las pulsiones, sean de deseo o de agresión.

El proceso de virtualización ha llegado para quedarse. Cuando la cuarentena concluya, sus huellas perdurarán en numerosas actividades. Congresos científicos, cursos de cocina, encuentros familiares relativamente distantes, compras online, trabajo de oficina, entre otras actividades antes presenciales, cambiarán debido a la virtualización. ¿La clínica psicológica y psicoanalítica permanecerá inmune a esta mediación del encuentro a través de una pantalla y un micrófono?

Con sobradas razones, décadas de pensamiento crítico se atarearon en la crítica y deconstrucción de la ilusión antropológica. El “hombre” era en muchos sentidos un problema a disolver. Ahora que se está deshaciendo ante nuestras miradas incrédulas e impotentes, no es deseable ni posible la nostalgia de los tiempos modernos. Y, sin embargo, ignoramos las derivas de la licuación de esa premisa de nuestros saberes y de nuestras prácticas. Si aquello que interceptaba ese índice del cuerpo que es la pulsión, esto es, los circuitos de la palabra (que involucra un sujeto), ante el avance de la virtualización, ¿qué será de las pulsiones?

La implosión de la vida pulsional

La cuarentena, ya lo dije, no es una derivación lógica de la difusión del Covid-19. La cuarentena es una medida sanitaria y política. Cuánto hay de definiciones científicas y cuánto de decisiones políticas controvertibles, es algo difícil de determinar cuando el tren del mundo está en movimiento, con vagones que oscilan en diferentes direcciones. Como fuera que sea, la confluencia de la distancia corporal, sus secuelas psíquicas y emocionales, la modificación del alcance de la palabra y la imagen del semejante gracias a la virtualización, conducen a una inexorable implosión de la vida pulsional.

Las pulsiones son -conceptualmente hablando- mitos efectivos, reales. En un gesto kantiano, Freud construyó la idea-límite de una energía pujante, Trieb (pulsión), que solo podemos percibir en su devenir representativo. De allí lo crucial de la palabra en psicoanálisis.

La cuarentena afecta los supuestos de la vida pulsional al distanciar y virtualizar. La mencionada mutación antropológica que aproxima su fin, es más radical que las promesas del posthumanismo filosófico desarrollado durante los últimos veinte años. La razón de esa radicalidad reside en que acelera en nuevas condiciones la deflación de rasgos centrales de lo humano corporal donde surgió la problemática de la pulsión. En lo decisivo, no sabemos qué será la vida sexual en un mundo post-cuarentena. Y en una configuración de las relaciones intersubjetivas mediadas por la virtualización. Insisto, eso persistirá incorporado a nuestras interacciones cuando el distanciamiento cese.

En Las partículas elementales, el escritor francés Michel Houellebecq se lanzó a una disección de la revolución sexual sesentista del siglo 20 para describir sus complacencias y fracasos. El resultado fue la huida de la sexualidad y de la misma diferenciación sexual, es decir, la clausura de la vida pulsional. A Houellebecq lo movía un afán contra-revolucionario hacia una revolución que no fue. Su pronóstico era de escape hacia la indiferenciación de los cuerpos, hacia la muerte del deseo. Temo que por otro camino, y sin sujeto ni escritura, este año olvidable del inicio de la cuarentena conducirá a una conclusión parecida. No digo igual. Pero sí a la implosión de la vida pulsional tal como la conocimos desde al menos el siglo 18.

Si el sujeto pulsional estaba constituido por el modo en que su cuerpo le hablaba y gemía, lo hacía ante el jurado de la ética. El marqués de Sade se dio cuenta de esa contracara ética del placer de la carne. Entrevió la pulsión, su doblez, y el reverso ético que fue tema de uno de los escasos ensayos filosóficos de Lacan. Pues bien, ese mundo del que emergió por fin el sujeto del psicoanálisis, el cuerpo parlante, está en cuestión. Carecemos de una teoría sobre esta novedad en que habitamos. Ni Freud, ni Winnicott, ni Melanie Klein, ni Bleger, ni Lacan, tienen nada que decir, y se comprende, al respecto. Debemos pensar con el propio entendimiento sobre esto que nos ocurre. La condición subjetiva se disuelve en el peligro global de infecciones apenas controladas y sin la certeza de que nuevos virus estén transmitiéndose mientras calculamos las cifras de infecciones, muertes y recuperaciones.

El shock de la Gran Guerra 1914-1918, que Freud presenció al principio con entusiasmo nacionalista, se transformó pronto en una carnicería feroz y estúpida que lo llevó a repensar su teoría pulsional. Ante la implosión de la vida pulsional, creo que nos encontramos frente a un desafío similar. Mi duda es si necesitamos repensar la teoría de las pulsiones o si ha llegado el instante de cancelar la problemática de las pulsiones como tal. Me inclino por la primera opción, la más desafiante en materia intelectual.

Contradicciones

Hasta aquí me he dejado conducir pasivamente por la sorpresa y la incertidumbre de un espectáculo que se desarrolla como si estuviéramos encerrados en un inmenso cine que es el mundo. La tentación de entrega al acontecimiento es comprensible: revela la impotencia con que asistimos a nuestra propia transformación, como si anestesiados pero en vigilia observáramos inermes un bisturí que deshace partes de nuestro cuerpo.

No obstante, todas las imágenes alarmadas  son unilaterales si pierden de vista las oportunidades abiertas por esta segunda crisis inaugural del siglo 21 (la primera fue la debacle económica de 2008 que reveló la fragilidad del triunfo capitalista, evidenciado por el derrumbe del socialismo burocrático). Ante todo, se requiere renunciar al gesto conservador de abroquelarse en las certezas pretéritas que quizás se hayan ido para siempre.

No es deseable defender al “hombre”, ni a la “familia”, ni al “sexo”. El psicoanálisis surgió en parte del cuestionamiento de las imágenes tradicionalistas de esos términos, pero, como he señalado, todo sugiere que también están en cuestión los conceptos con que buscó subvertir los efectos de la “nerviosidad moderna”: sujeto, deseo, pulsión.

Se habrá advertido que no he argumentado una destrucción del orden de la subjetividad por la pandemia. He argumentado algunas consecuencias de la cuarentena, que me parece ingenuo reducir a una medida coyuntural, pues si habilitó prácticas de interacción “virtuales” en el distanciamiento, lo hizo porque hizo sistema con tendencias del mundo capitalista en que vivimos.

Se me objetará que la cuarentena se cumplió muy parcialmente, que las actitudes fueron diversas y los sentidos atribuidos a la medida múltiples. Por lo tanto, que las “consecuencias” aquí universalizadas son arbitrarias. El caso argentino en términos de contagios, quinto a nivel mundial con una población de sólo 45 millones de personas, parece probarlo. Por el contrario, ese enigma revela, en mi opinión, la verdad de la situación subjetiva global. Espero elaborarlo en otro texto.

Los corolarios de la cuarentena para la condición subjetiva son argumentables pero ingresan en el orden del debate racional. Las políticas adecuadas para enfrentar ese espectáculo que observamos inermes –por ejemplo, ante la ostentosa violencia de Trump, Erdogain, Putin y Bolsonaro– son menos evidentes. Más allá de la política inmediata, en la trastienda de los debates sanitarios y políticos, transcurren transformaciones más recónditas después de las cuales ya no seremos quienes fuimos.

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