A la memoria de Héctor Freire*

Un incansable lector, un artista exquisito, un lúcido crítico literario y de cine. Poeta de verdad.

Por Osvaldo Picardo
lapeceralibros@gmail.com

Un incansable lector, un artista exquisito, un lúcido crítico literario y de cine. Poeta
de verdad. Hablo de Héctor José Freire que dio su último aliento al amanecer del
22 de marzo, en una clínica en el centro porteño, donde hacía unos pocos días, lo
habían llevado de urgencia.

Gladys fue su esposa y la sacrificada compañera durante una larga convalecencia
de cuatro años. Acompañó el dolor, y también la agonía y la angustia con que todo
se tiñe alrededor del enfermo. Fue el pararrayos de la peor tormenta de sus vidas.
También, a la mujer que dedicó el último libro publicado, con una clara y precisa
frase: “estoica paciencia”. La pelea siempre despareja contra un cáncer de
páncreas, sumado a la pandemia, apenas son capaces de explicar la entereza y
dedicación que encierran esas dos palabras con que Héctor decidió iniciar un libro
que es un canto al misterio de la naturaleza y de la vida. El libro se llama
“Botánica” (Ediciones del Dock, 2021) y en él se reúnen poemas anteriores e
inéditos.

La meritoria trayectoria de Héctor dejó profunda huella en los que lo conocimos y
en quienes lo han leído o escuchado.

Las fotos, las imágenes, sólo pueden ocultar más de lo que pueden mostrar. Son
la presencia de una ausencia –como le gustaba decir a Héctor- y, en su caso, una
presencia llena de citas y comentarios, humor negro y críticas certeras, pasión y

amor por la poesía, el arte y la música. Inteligente y agudo, como pocos, un
verdadero observador.

En uno de sus numerosos ensayos, propuso escribir la historia del cine a partir de
la representación de los rostros. Sabía del lugar que ocupan tantos rostros
pintados, fotografiados, filmados cuyos originales han desaparecido.
Respondemos con las imágenes a la destrucción del tiempo. “El rostro cuenta su
vida, como una piedra su milenario pasado…Pero también dice su futuro, es una
mina de oro abierta a la mirada que lo contempla”.

En ese mismo artículo, confiesa una intimidad: “Mi madre murió hace muchos
años. Pero al mirar su rostro enmarcado en la fotografía, no sólo sigo queriéndola,
sino que ella también sigue queriéndome. Así es como sobrevivo.”

Sus últimos meses, buscó refugio y aislamiento. El departamento casi a oscuras,
olía a sahumerios y latía con la música incesante de Spotify. Apenas sí atendía el
teléfono y llenaba las horas del día y de los insomnios con dibujos, y cuadernos
enteros de notas. Su último entusiasmo lo obtuvo a través de un microscopio con
el que observaba hojitas secas, cortezas e insectos. Se extasiaba en lo que él
llamaba una pintura abstracta que se perfecciona en lo diminuto e invisible.

Siempre recordaba sus inicios en los talleres literarios de Elizabeth Azcona
Cranwell, la traductora de la obra de Dylan Thomas. Con ella, fue conociendo a
poetas amigas, como Alejandra Pizarnik y Olga Orozco. Con su prodigiosa
memoria, citaba el libro “De los opuestos” de Cranwell, publicado por Editorial
Sudamericana, con comentario de Jorge Luis Borges, y contaba cómo le había
impresionado: “Recuerdo dos poemas del libro: “La mudez del poeta” (dedicado a
Rimbaud) y “Las voces que destruyen”, que según Borges parecen dictados por

dos pasiones: “la de sentir y la de comprender lo sentido”. Esas dos marcas las
reconocía y cultivaba en su propia poética que podemos ubicar en una constante
histórica de poesía de pensamiento, desde Macedonio, Borges o Juárroz, hasta
Joaquín Giannuzzi o Irene Gruss.

De nada vale ahora, hablar sobre el olvido, el ninguneo y la falta de
reconocimiento. A todos, en una u otra forma, nos alcanzan las generales de la ley
y la fatalidad de nuestra siembra en el viento. Héctor sabía de estas cosas cuando
afirmaba: “Aprendí que la poesía es una espinosa rosa que crece en el centro del
jardín de las vanidades”. Para él escribir era descubrir la “duración inmóvil” del
mundo y la realidad: una gradual acumulación de pequeñeces visuales que
permiten construir una mirada penetrante.

“Siento alivio”. Son las dos palabras de despedida que me dijo, en su casa, unos
días antes de que la morfina y el cáncer sellaran para siempre su lengua. Los
médicos ya habían confirmado que no había ningún tratamiento y, tampoco,
ningún otro martirio ni tortura que prolongara el sufrimiento. A eso se refiere en el
poema “Confesiones de un paciente de alto riesgo” cuando dice:

“Mordí el anzuelo de la muerte. Y ahora
estoy luchando como un pez desesperado
por sobrevivir.
Los días se suceden lentamente,
se parecen a mí. Y yo ya no me parezco
a mí”.

Cada lector que encuentre uno de sus poemas podrá entender cómo la belleza y
la agonía pueden sobrevivir en feliz amistad sin dejar de discutir un sentido último
a la vida y a la muerte.

Hasta siempre mi querido amigo.

*(Buenos Aires, Argentina, 1953- 2022). Profesor en letras -UBA-, crítico literario y
de cine. Se desempeñó como profesor en el Centro de Pedagogías de
Anticipación, en Capacitación Docente de la Secretaría de Educación de Bs.As.
Dictó cursos de Literatura y Cine, Cine y Poesía, Pintura y Cine, y Talleres
literarios en distintas instituciones y universidades. Fundador de la Primera
Escuela Literaria del Teatro IFT (“Idisher Folks Teater”). Fue Jurado del Fondo
Nacional de las Artes (género ensayo). Formó parte del consejo de redacción de la
revista Topía –psicoanálisis, sociedad y cultura. Fue jefe de redacción de la revista
de poesía Barataria y codirector de la revista cultural La Pecera. Es responsable
de las secciones arte y erotismo de la revista El psicoanalítico. Fue integrante
fundador del Grupo de Investigación (filosofía, arte y psicoanálisis) Magma y
secretario de la ONG del mismo nombre, y fue el compilador junto a Yago Franco
y Miguel Loreti del volumen “Insignificancia y autonomía (debates a partir de
Cornelius Castoriadis)”.Recibió el premio y la beca a la Investigación Literaria
Ciclo 2003, otorgada por el Fondo Nacional de las Artes, por su proyecto Poesía
Buenos Aires (1980/1990). Publicó los libros de ensayo: Literatura y cine (1996);
Sostiene Tabucchi (1999); De cine somos: críticas y miradas desde el arte (2007);
Insignificancia y autonomía –debates a partir de Cornelius Castoriadis– (2007); El
cine en su laberinto –literatura, pintura y sociedad– (2009); Cine en tiempos de
insignificancia (2013) y El cine y la poesía argentina –ensayo y antología– (2013).
En poesía, ha publicado: Quipus (1981); Des-Nudos (1984); Voces en el sueño de
la piedra (1991); Poética del tiempo (1997); Motivos en color de perecer (2003,
Premio del Fondo Nacional de las Artes) y Satori, poemas sobre pinturas y
películas (2010). El último libro publicado fue Botánica, antología poética (2021).

Inéditos todavía: Derivas de la poesía (parcialmente publicado en La Pecera N.E.,
2020); Paisajes prestados y La amenaza de lo breve.

¿Puede ser desechada la información sobre las evidencias políticamente renegadas como una herramienta de intervención? ¿Incluirlas implica necesariamente una politización…
¿Estamos ante una posible mutación antropológica?…
La serie animada “Gente rota”, de Gabriel Lucero, muestra una subjetividad desfondada. Una subjetividad rota que ha terminado eligiendo a…