Aquellas pequeñas cosas

Hace días que me propongo escribir este texto, mientras lo hago me acompañan los versos de Serrat. El Centro 1 cumple 50 años, yo más de 40 de haberlo conocido, y supongo que se espera de mí un ejercicio de memoria de lo vivido allí. Aquí, frente a la ...

Aquellas pequeñas cosas (*) (**)

Por Adriana Granica
adrianagranica@hotmail.com

“Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia,
pero su tren vendió boleto de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas.
En un rincón, en un papel o en un cajón”.

Joan Manuel Serrat

Hace días que me propongo escribir este texto, mientras lo hago me acompañan los versos de Serrat.

El Centro 1 cumple 50 años, yo más de 40 de haberlo conocido, y supongo que se espera de mí un ejercicio de memoria de lo vivido allí. Aquí, frente a la computadora, no logro articular recuerdos.

Solo la letra de Cuando nadie nos ve, viene y va. Quizá me resisto a pensar que puede haber borrado el tiempo y la ausencia. Que quedo de mis primeros encuentros con esa experiencia en los 70.

En 1957 yo empecé primer grado. Vivía en el barrio Devoto Contraventores. Así se llamaba, porque estaba la cárcel. Era mi paso obligado para ir a la escuela.

Cuando empecé mi escuela primaria, se comenzaba con la carrera de psicología en las universidades del Litoral y Buenos Aires; por supuesto, no sabía que iba a devenir psicoanalista y abogada de niños.

Esos años de escuela primaria, en un barrio de casa bajas y relaciones de vecindad, con la escuela compuesta por maestras, en su mayoría esposas de militares, en un país gobernado por ellos, no era inusual escuchar decir acerca de la locura de alguien que debía ser internado en el manicomio. Los locos y los presos nos daban miedo en nuestros años de infancia. Foucault supo teorizar sobre esos sentimientos y esas prácticas.

También nos daban miedo las asonadas militares (azules y colorados). Nos mostraban a las maestras corriendo de un aula a otra para comentar lo que pasaba. Los negocios del barrio cerraban sus puertas al igual que las casas después de proveerse de fideos y arroz.

¿Por qué empezar por mi barrio y mi infancia en la escuela pública primaria? Tal vez, porque la historia de la salud mental en la Argentina comenzó con mi ingreso a primer grado. Cercano a la experiencia del Lanús que relata Goldemberg, que sitúa su comienzo hace 60 años. Devoto era para los contraventores y los manicomios eran para los locos, la psicología, el psicoanálisis y la salud mental no estaban en mi horizonte.

En el 68 cuando se creó el Centro 1, yo terminaba el bachillerato y me proponía estudiar física y complementar con Filosofía y letras. En la facultad de ciencias exactas, los pizarrones que subían y bajaban llenos de fórmulas, no alcanzaban a colmar las expectativas. Los grandes movimientos mundiales y locales (Francia, mayo 68, Córdoba mayo 69) me generaban tal inquietud que solo podía canalizarla en una facultad como la de Filosofía y letras donde todo se debatía. Dejé la ciudad universitaria, y me fui a la calle independencia al 3000.

Aún estaba muy lejos de la psicología; entrados los 70 conocí a Silvia Bleichmar, cursando una materia optativa a mi carrera de Filosofía: Teoría psicoanalítica 1, ya empezaba a gestarse un movimiento de ruptura de las instituciones psicoanalíticas, que en nuestra facultad tenía sus efectos. Comenzó una vida asamblearia donde se revisaban críticamente todas las materias. Fue ella la que me estímulo y motivó a cursar Psicología

Recuerdo que cuando se presentaron Cuestionamos 1 y 2, editados por Granica editor, mi padre comentó azorado que había entendido que Mimí Langer proponía llevar los divanes a las plazas. Había comenzado el cruce y la articulación de lo social y lo político con el psicoanálisis.

Ahí me pase a Psicología. Al recibirme poco tiempo después tuve oportunidad de acercarme al Centro 1.

Conviví con esa experiencia iniciada 7 u 8 años antes.

Ahí estaban todos.

Los profesores que debatían en la facultad; los autores de Cuestionamos, psicoanalistas de las más variadas perspectivas teóricas y clínicas. El Centro 1, era una usina de pensamiento y acción.

Distintas experiencias clínicas, teóricas y comunitarias. Psicoanálisis, grupos, psicodrama, terapia breves, todo tenía, además de los equipos, un espacio único ineludible de debate y formación. Se plasmaba en los ateneos de los miércoles a las 11hs.

Me acuerdo de esa época, los grupos de espera de niños, las terapias individuales y sobre todo lo que se llamaba “salir a la comunidad”

Recuerdo que los fines de semana compartía mi trabajo en la guardería en la Villa 31 de Retiro con un taller de títeres que hacíamos en Núñez como actividad comunitaria del equipo de niños, lo hice con Margot Breglia, aún sigue desaparecida…

En 1976 el terror de la dictadura se adueñó del país, el Centro fue intervenido, los grupos silenciados, los maestros, profesores, amigos y familiares se exilaron o pasaron a la clandestinidad y empezó la detención y desaparición de personas.

Una mañana Alicia V. mi coordinadora del equipo de niños, me dijo que no se podía ir del país, pero si del Centro.

Llegó el silencio. Me fui. Seguí con mi trabajo en la guardería Bichito de luz en Retiro, pero no por mucho tiempo más. El intendente del proceso Osvaldo Cachiatore (gobernó la ciudad de 1976 a 1982) quería construir la actual terminal de ómnibus de Retiro y había que desarmar la gran experiencia que fue el CAF N 6 Guardería “Bichito de luz”. Entonces se desarmó…… Rodeada por carros de asalto. Hoy se desmantelan más sutilmente, se precariza el trabajo, se desfinancia y finalmente van quedando cáscaras vacías de muchos dispositivos de infancias

1982 -2000.

Volví al centro. Volví rentada.

En ese año habían sido transferidos al centro de salud una cantidad de profesionales de diversas secretarias, organismos y servicios. Fue impactante el silencio y el aislamiento en que se trabajaba. Solo había rentados provenientes de diversos lugares y alguno que otro quedaba de la primera época

Fue duro y trabajoso en mi opinión, intentar alguna reconstrucción del trabajo en equipos, recuperar algo de la lógica de las intervenciones previas al golpe. Lo recuerdo como años silenciosos y plagados de apuestas individuales o más bien individualistas

Tras el triunfo y consolidación de Alfonsín y el retorno democrático, en el 85 empezaron a volver algunos exilados, entre ellos Silvia Bleichmar.

Al año o dos, no lo puedo precisar, estando yo ya a cargo del equipo de niños, la invite a supervisar. Se produjo además el ingreso de concurrentes. Un nuevo momento se empezó a diseñar. Empezamos con cierto entusiasmo a proyectar actividades clínicas y teóricas.

En el año 88, el equipo de niños empezó, gracias al estímulo de Silvia Bleichmar a pensar la creación de un dispositivo clínico específico para atender niños que necesitaban, por su situación emocional, un espacio especializado, ya que la atención semanal individual no alcanzaba para ese tipo determinado de niños que nos consultaban.

Así que, en este paseo por esas pequeñas cosas, se abre otra etapa: creatividad, compromiso, alegría en la gestación de un proyecto; reuniones, apuesta colectiva. Se incorporaron otros integrantes, de diversas maneras, formales e informales, nadie se inquietó por eso, la tarea era más importante que la administración, ahí encontré una recuperación de aquellos años pujantes que describí antes

Empezamos a trabajar de tarde, usamos el despacho de la jefatura que queda en el primer piso, más un par de consultorios y nos bancamos las críticas y los elogios. Fue tal el desafío que logramos un aporte para la construcción del edificio para el funcionamiento del dispositivo. Participaron los niños, los padres, los profesionales, los amigos, los parientes, trajimos muebles de casa.

A esta altura, compruebo que este relato devino más vivencial que teórico clínico.

Mientras nos dedicábamos a plantear los fundamentos teóricos de un dispositivo institucional de orientación psicoanalítica para el abordaje de patología mental grave en la infancia, mientras lo  pensábamos como  un dispositivo de tiempo parcial centrado en el tratamiento individual sostenido en el conjunto de otras prácticas, mientras  gestábamos, tanto  el edificio que alojaría al hospital de día infantil, como el  edificio teórico clínico; mientras nos  proponíamos   recibir la “locura” en su irracionabilidad,   escucharla,    entender sus razones,   no culpar a los padres o adultos responsables,  trabajar con ellos su responsabilidad   y no tratar de imponer la realidad a la “locura” a riesgo de que quede enquistada, mientras todo eso ocurría, la economía de Alfonsín era  jaqueada por la hiperinflación. Compartíamos las reuniones mientras en la vida privada buscábamos atenuar el impacto de remuneraciones cuyo valor desaparecía por minuto.

Me encontré hace aproximadamente un mes y medio con Luis Hornstein en un congreso en Rosario, le conté que lo estaban buscando para reportearlo por los 50 años del centro. Emocionado me dijo que él fue uno de los gestores de la creación en 1968, que el sillón de su madre fue parte del mobiliario inicial del centro. Tomé noción de que también el sillón de mi madre y tantas otras pequeñas cosas, fueron a parar a La Cigarra. Nombre del hospital de día infantil, que proyectado desde 1988 se inauguró finalmente en abril de 1992 con el madrinazgo de María Elena Walsh. El servicio lleva el nombre de su canción.

Después de la creación y puesta en funcionamiento de La Cigarra, creamos   la “red por los niños “una interesante articulación de salud justicia y educación en torno a la patología grave infantil”.  Con esa red participamos de la creación legislativa de la ley 114 de protección integral de derechos de niños y niñas de la Ciudad

Y el resto es historia reciente. Desde el inicio, la perspectiva se sostenía en la jerarquización de la escucha y el respeto de los DDHH de los niños, aun sin las normas nacionales e internacionales que se fueron dictando posteriormente. Las leyes vinieron a formalizar una práctica que forma parte de la historia del Centro N°1 y de los variados intentos de profundizarla en los campos de la salud mental.  Me recibí de abogada y pude unir a mi escucha psicoanalítica una perspectiva de derechos.

En el año 2001 me llamaron a formar parte del Consejo de Derechos de Niños de la Ciudad, ahí estuve hasta que me resulto insoportable poder seguir, en el año 2009.

2009 -2016

Lo último que hice en el Centro, con el anhelo de que alguna vez se multiplique a otros efectores de salud, fue la creación de una consultoría interdisciplinaria en derechos del niño, con la intención de poner en conocimiento de profesionales y niños, niñas y adolescentes que consultan diversos equipos de un centro de salud, información sobre sus derechos y exigir que en la atención institucional se garantice el derecho a ser oído.

Epílogo

Durante la dictadura de Ongania, se creó del Centro 1, en el año 1968. No fue una propuesta de la dictadura sino algo que se escabullo en el marco de aquello que se autobautizó como Revolución Argentina. Y el proyecto mantuvo su potencia durante los años siguientes, con una enorme diversidad y riqueza de prácticas y compromisos con la salud de la comunidad. La dictadura cívico militar del 76 no pudo hacer que la memoria de esa experiencia desaparezca, y el proyecto continúa con nuevos intentos y nuevos desafíos.

Cuando gestamos y pusimos en funcionamiento La Cigarra, en la década del 90, el marco político económico privatista neoliberal no era claramente favorable, pero había pasión y compromiso.

Llegado el cambio de milenio, algo se fue apagando; empezó una cierta burocratización de la práctica. En mi opinión, comenzaron incipientemente a sobrestimarse algunas alternativas que dieron por tierra los fundamentos teóricos de su creación.

Hoy esperemos que, en la mayor desesperanza que genera este neoliberalismo recargado, surja la posibilidad de seguir gestando y recuperando esas prácticas que tomaban al “otro” como destinatario de las acciones. Que la clínica no sea dominada por el individualismo cuentapropista que se propone como ética social.

Que en la época de la apuesta a la “meritocracia” y al proyecto individualista, se encuentren espacios donde pueda resurgir la pasión por un proyecto que tome en cuenta el interés común.

No creo que la burocratización de las prácticas, la formalidad por encima de la pasión, ni el control, sean los mejores aliados de la posibilidad de recuperar esas experiencias que nos han modelado.

Acecha la devastación. Hoy no hay que “salir a la comunidad” como se decía en los 70, hoy somos parte de una comunidad que reconoce al Centro y que nos obliga a responsabilizarnos por nuestros congéneres, con la obligación de generar capacidad de pensar. Tarea nada fácil cuando el pensamiento que nutrió la práctica de la salud mental en la Argentina en general y en Centro 1 en particular, es decir el pensamiento crítico, pretende ser reemplazado por el llamado pensamiento positivo que hace de los sujetos simples corderos de un rebaño evangelista. Sin olvidar que, desde el punto de vista de la salud mental, un sujeto psíquico autónomo es todo lo contrario que un obediente cumplidor de normas que no pueden ser puestas en cuestión por sus agentes. Generar espacios de salud es también generar espacios de resistencia y pensamiento ¿Es mucho decir, que el actual Centro 1, por su lugar en la comunidad, tiene esa como gran tarea por delante?

(*) Publicado originariamente en Narraciones – Publicación del Centro de Salud Mental N° 1 – N° 3 – Diciembre 2018

(**) El anuncio de la subasta del edificio del Centro N° 1 de Salud Mental por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires – un anuncio que tiene un antecedente en 2016-, le dan plena actualidad a este artículo, que historiza el recorrido de dicha institución, ligado a su vez a la historia de las últimas décadas de la Argentina y de las prácticas en Salud Mental.

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