Con una pequeña ayuda de los amigos

He visto en estos días las imágenes de Joe Cocker interpretando «With a little help from my friends» en el festival de Woodstock, 1969. Joe tiene un canto desgarrado, su performance tiene lugar entre imágenes de jóvenes reunidos por algo más que el amor y la paz: están allí plantándose en un rechazo activo a la guerra en Vietnam, al racismo… y a otras cuestiones. Ese canto sucede en época de levantamientos universitarios en EEUU también en contra de la guerra y del racismo. Los ecos de Mayo del 68, la primavera de Praga, el Cordobazo, el «otoño caliente» en Italia y tantos otros movimientos parecen resonar en la trastienda del escenario en el que Joe canta. La contracultura y los movimientos insurgentes se cruzaban y confluían. Esto sucedía en un momento de toma de consciencia y radicalización, en el que se buscaba, ni más ni menos, salir de la forma de vida capitalista y erigir una sociedad en la cual la fraternidad, la solidaridad, la libertad y la igualdad ocuparan el centro de la escena, corriendo a la economía del mismo. Es decir, al capitalismo.

No he podido evitar (no sé siquiera si lo intenté) que mis lágrimas brotaran mientras lo escuchaba a Joe desgarrándose. Y, mientras mi vista se nublaba -sin que pudiera explicármelo, más allá de sentir que había tenido un brote nostálgico-, se fue abriendo paso en mí algo: y no soy original en esto. Es la certeza de que estamos atravesando una época de regresión y descomposición social, cultural y política. También subjetiva. Porque en los dichos de los asistentes al festival, magistralmente capturados por las cámaras del director, se aprecia una subjetividad que es consciente de en qué mundo vive y en qué mundo querría vivir. Una subjetividad cuestionadora, lúcida, que ignoraba el futuro eclipse que sufriría. Esa subjetividad –hoy- parece pertenecer más al futuro que a ese pasado. Sería necesaria su presencia para poder pensar en que otra forma de vida es posible.

Pero, más allá del terreno de lo individual, las masas -los pueblos, los colectivos- pueden regresionar. En este caso, se trata de una regresión muy particular. Por algo circulan tanto en estos días palabras como fascismo o nazismo. Eso que creíamos que había quedado muy atrás en el tiempo, más allá de alguna aparición folklórica.
Lejos de tomarlo como algo trágico, se trata -a mi entender- de descifrar ante qué estamos. Descifrar cómo hoy, un Woodstock, y todo lo que estaba en ese entonces “soplando en el viento”, son algo impensable, tanto como el fervor revolucionario de entonces. Cómo quienes sostienen las ideas de entonces, hoy son combatidos. Y cómo alguien como Javier Gerardo Milei puede pronunciar un discurso como el que pronunció en estos días en Davos, y sin ser expulsado de allí. Un discurso que va acompañado de la derogación de derechos ganados mediante luchas llevadas a cabo aún en épocas de un espíritu tan alejado de aquellas jornadas del 68 y 69. Pretende hacer desaparecer derechos consagrados para el movimiento LGTBIQ+, la figura del feminicidio, derechos laborales, tal como ya ha atacado a los movimientos de DDHH, la investigación científica, así como desconoce la crisis climática, y un largo etc. Es hacer desaparecer una agenda cuyos componentes tienen una pertenencia muy clara: el proyecto de la autonomía. Todo lo que sobrenada sobre los restos de los movimientos emancipatorios de décadas pasadas, quiere ser liquidado.
Podríamos aprender que solamente en la confluencia de todos esos movimientos podría ponerse freno al avance de la pulsión de muerte que esgrimen estos aprendices de fascistas y nazis. Sería posible con una, aunque sea pequeña, ayuda de los amigos.