Especialistas analizan la adicción a la conexión
En varios países ya existen tratamientos para abordarla. Sobre el uso del celular y las redes en la Argentina? ¿Se tiene dimensión del problema? El psiquiatra Federico Pavlovsky, los psicólogos Martín Smud y Mora Zaharya, la psicoanalista María Cristina Oleaga y el doctor en psicología Juanjo Martí aportan a Página/12 sus perspectivas.
La adicción a la conexión ha activado, en distintos países, estrategias para tratarla. Los más extremos son Japón, Corea del Sur y China, donde existen campos de reeducación bajo un modelo militar. En Estados Unidos hay clínicas privadas especializadas y en la mayor parte de los países europeos los hospitales prepararon unidades de cuidado dedicadas al tema. Esto lo cuenta Eric Sadin en su último libro, La era del individuo tirano (Caja Negra). ¿Qué sucede en la Argentina? ¿Se tiene dimensión del problema? ¿Se lo considera como tal? ¿Cuándo hay que empezar a hablar de adicción? ¿Cuáles son las causas? El psiquiatra Federico Pavlovsky, los psicólogos Martín Smud y Mora Zaharya, la psicoanalista María Cristina Oleaga y el doctor en psicología Juanjo Martí aportan a Página/12 sus perspectivas.
Homo selfie se titula un libro del psicólogo Martín Smud: en este tiempo, «cada uno lleva pegado a sus manos un celular con el que vive, duerme, sueña y respira», al punto de que ya no es un objeto, sino que «somos sus objetos». «Los celulares comenzaron su auge hace 25 años. Después se fueron agregando cada vez más cosas, aplicaciones en tiempo real que deben tener más o menos diez años. Esto cambió la relación del ser humano con la tecnología en términos cualitativos y cuantitativos», contextualiza Smud. «El celular se mete mucho en la identidad. Uno tiene la identidad del DNI, la de género y la virtual, que depende de poder ir armando la vida en relación a las megacorporaciones que manejan todo: las redes. Y hoy se habla de un nuevo tipo de realidad, además de la virtual. La inmersiva.»
«Según un pequeño estudio estudiantes universitarios argentinos están alrededor de seis a ocho horas por día mirando la pantalla. Y muchos te dicen que no pueden dejar de hacerlo. La adicción ya no es a un objeto, como podría ser una droga, sino a determinado vínculo. Hay una especie de compulsión a esperar que pase algo en el celular, sin posibilidad de levantar la mirada por mucho tiempo sin volverla a él. Es típico de este tiempo, del panóptico digital del que habla Byung-Chul Han. La adicción trae consecuencias múltiples. Una muy clara en la educación es la falta de concentración. Y se ve una dependencia a la sociedad punteocrática, del like», resume.
Estudios sobre el tema
En febrero de este año la OMS calificó a la adicción a los videojuegos como enfermedad mental. No hubo hasta este momento un pronunciamiento del organismo respecto al uso compulsivo del celular. «Y no hay prácticamente estudios. Los podrían hacer Samsung, Apple. Los nuevos smartphones vienen con aplicaciones de bienestar digital. Hay datos pero no se están publicando», señala Juanjo Martí, quien en España preside la organización Cibersalud. Una novedad en los teléfonos son los dumb phones que, en contraposición a los smartphones, no habilitan aplicaciones y ofrecen solamente recursos básicos.
«La OMS podría decir cuánta gente está conectada diariamente más de 12 horas, pero no hay un interés. Las aplicaciones son todas adictivas y no pueden regularse, porque los gobiernos dirán ‘libre mercado’. A nivel internacional no hay grandes planes. No hay una política. La política es que todo el mundo esté conectado, compartiendo datos, dando información de lo que hacemos, con quién hablamos y qué compramos. Así nos controlan», cuestiona. En España, cuenta, existen organizaciones que ofrecen programas para favorecer la desconexión; tratamientos que son privados, costosos y que incluyen el encierro.
No abundan informes sobre el tema pero la psicóloga Mora Zaharya recomienda detenerse en el reporte –muy completo– de We Are Social y Hootsuite, aunque aclara que desconoce cómo se rejuntan los datos. Allí aparece un panorama de la Argentina: se encuentra en el puesto 5 entre un grupo de países en el uso de Internet, con un promedio diario de 9 horas 38 minutos, y en el 6 en el promedio de conexión en teléfonos (5:04). En el séptimo puesto en el uso diario de redes sociales (3:26) y en el quinto en el seguimiento de influencers. Además, es el tercero en la utilización de WhatsApp.
Dispositivos para la adicción
No hay estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación ni tampoco, todavía, un proyecto en relación a esta problemática. De acuerdo a lo que pudo saber esta cronista se está trabajando en uno. «Estamos empezando a integrar las facilidades que ofrece la digitalidad. No estamos trabajando sobre la patología, sino en cómo difundir y generar alfabetización digital. Es algo común a Latinoamérica», plantea Zaharya. El psiquiatra Federico Pavlovsky aporta su mirada en torno a la realidad local. «Me parece que está todo por aprenderse. (La adicción a la conexión) no es motivo de consulta de los tratamientos por consumos problemáticos, pero no porque no exista. En CABA la gente consulta por adicciones al alcohol, la cocaína, los psicofármacos, el cannabis (mucho más ahora, lo cual es interesante). Las (adicciones) conductuales vienen en un segundo escalón, como el juego patológico tradicional», dice. Lo que más «miedo» le da en este momento son las apuestas online. Tiene pacientes que por ellas «lo perdieron todo».
Hace dos años intenta armar un dispositivo destinado a personas que padezcan el uso compulsivo de la tecnología y no le encuentra «la vuelta». «Los profesionales no estamos entendiendo el fenómeno ni captando su dimensión ni desarrollando dispositivos acordes. Es mucho más rápido el desarrollo tecnológico que la capacidad de los profesionales de armar dispositivos. Incluso todavía se discute qué es lo mejor con el alcohol, una vieja adicción. Seguimos pensando si hay que reprimir o dar tratamiento», admite. Un aspecto que complica el panorama es que «los pacientes con adicciones tienen baja accesibilidad al sistema de salud». «Las personas con problemas con el alcohol o el porro muchas veces no consultan ni hay equipos para esto. Si vas al hospital y decís que tenés una adicción al juego o a la pornografía se te van a quedar mirando; no hay un área específica», explica Pavlovsky.
¿Cuándo hay que hablar de adicción?
Compara el uso de la tecnología con la comida: «Podés vivir sin tomar alcohol pero no podés no usar tecnología. La relación binaria que uno establece con el alcohol o la cocaína, que permite detener el consumo, acá es un poco más relativa, porque tenés que usar aplicaciones, medios de pago. Se requiere de una regulación, una modulación, una utilización saludable, y en eso se parece a la comida: vas a tener que comer, el punto es que lo hagas de otra manera». Esto último que menciona tiene un nombre bastante nuevo: salud digital. Ante la falta o escasez de dispositivos públicos y privados, incluso de recomendaciones, finalmente cada usuarix tiene un desafío: crear sus propias medidas y restricciones.
«La reeducación aparece mucho en las adicciones. Pero no sé si es un problema individual: estamos todos metidos en una locura tecnológica», sentencia Pavlovsky. Sadin escribe: «Con toda seguridad la adicción a la conexión representa un problema de nuestra sociedad que afecta en distintos grados a gran cantidad de personas. Se ha convertido en una de las cuestiones que hoy se consideran fundamentales entre las provocadas por la digitalización progresiva de nuestras vidas». Para el escritor y filósofo francés, «un fenómeno decisivo, del que nadie habla y que no deja de extenderse, consiste en que los individuos, desde comienzo de los años 2010 aproximadamente, se ven animados por la sensación de ser todopoderosos gracias al contacto regular con sus instrumentos conectados».
¿Cuándo el uso se vuelve adicción? En este punto los especialistas coinciden: «Muchas veces los consumos se definen por el impacto en la calidad de vida, no por la cantidad de tiempo (de uso). Una adicción implica un deterioro en el patrón de vínculos personales, la salud general (física y mental), una inversión de tiempo exclusivo en esa actividad en desmedro de otras. Cuando ves a un adicto te das cuenta de que está en otra sintonía, pasándola mal: no es ese uso de tener que parar un poco», define Pavlovsky. «Por fuera de la adicción (la conexión) produce diferentes malestares», añade Smud. «Cuestiones caracteropáticas, cambios de ánimo muy abruptos, problemas atencionales que ya están estudiados y esto lo sabe cualquiera que va a una escuela primaria. Dificultades en los lazos sociales. Una sociedad dependiente de los posteos. Se produce un nuevo tipo de narcisismo. Incluso se habla hasta del nacimiento de un nuevo hueso (por la postura al mirar el celular). Es delirante, pero es una investigación que se hizo.»
«Respecto de cómo se trata esta adicción es un tema que realmente se está estudiando. Es muy novedoso. Pero es una preocupación muy grande de docentes, pedagogos, padres, madres y la sociedad en general. Porque no se está yendo hacia una limitación de los objetos de este tipo, tan adictivos, sino todo lo contrario. Cada vez son más importantes. Y hasta los bebés tienen demasiada cercanía con el celular», suma Smud. La Asociación Argentina de Pediatría ha llegado a recomendar que hasta los dos años les niñes no utilicen ningún tipo de dispositivo. Pero en la realidad se ve otra cosa.
Niñes y adolescentes
Les niñes y adolescentes constituyen la gran preocupación en este marco. Smud ha escrito un artículo en el que cuenta una medida que se tomó en las escuelas primarias madrileñas: la prohibición durante el período escolar del uso del celular, que no sólo dificulta el proceso de enseñanza-aprendizaje sino que genera todo lo expuesto anteriormente.
«La adicción es un punto de llegada. El punto de partida es que los niños muy pequeños son sometidos al influjo de la tecnología», sentencia la psicoanalista María Cristina Oleaga. «En tal caso tiene efectos no sobre la subjetividad, sino sobre su construcción. Es distinta la construcción de subjetividad a partir de la narrativa; ahora el lenguaje entra por medio de las máquinas. Hay un cambio radical. Los chicos están simbólicamente desnutridos, porque la narrativa produce complejidad psíquica. El lenguaje humano tiene agujeros, metáfora, produce malentendidos… entonces el niño se pregunta qué quiere decir. Queda como sujeto. El lenguaje tecnológico lo toma por objeto y no tiene nada de eso: produce hipnosis, déficit de atención, hiperactividad, patologías del acto», advierte. «Estamos creando nuevas subjetividades con esta entrega de la infancia a la tecnología. Es un arrasamiento de la complejidad psíquica humana. No está para nada hablado. Estamos en un riesgo de pérdida de lo propiamente humano en la subjetividad. Es un momento bisagra grave», concluye la psicoanalista.
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La timba digital
El tecnólogo Santiago Bilinkis, autor de Guía para sobrevivir al presente, dijo en una entrevista publicada a mediados del año pasado por este medio: «Uno busca en las redes calmar la angustia y lo único que provocan es más angustia, como las bebidas azucaradas que las tomás porque tenés sed y te dan más sed». Ocurre que activan un mecanismo psicológico conocido como «recompensas variables intermitentes», similar al de las máquinas tragamonedas. «Cada vez que tirás la palanca a veces no sale nada, a veces sale un premio chiquitito y muy de vez en cuando sale un premio grande. Ese mecanismo es tremendamente adictivo. Y es lo que pasa cada vez que hacés un refresh en tu muro de Instagram: a veces no te sale nada, a veces sale algo que está un poquito bueno y a veces algo genial. Es esa timba la que te mantiene constantemente queriendo mirar un poquito más. La sobreestimulación constante multisensorial hizo añicos nuestra capacidad de atención», explicó. También sugirió que, por el momento, ser adicto en el universo digital tiene una «connotación positiva, parece cool, divertido». El aporte del tecnólogo es necesario porque hace foco en la otra cara de la adicción o el uso compulsivo. Un fenómeno de ida y vuelta en el que sentirse preso mucho tiene que ver con lo que las nuevas tecnologías ofrecen para seducirnos sin pausa, y con cómo lo hacen.
Nota publicada en el diario Página 12:
https://www.pagina12.com.ar/423504-cuando-la-droga-es-la-pantalla