De la incertidumbre a lo posible

Una experiencia clínica con infancias y adolescencias en pandemia

Vamos a referirnos a nuestra práctica clínica y, en especial, a lo que nos sucedió durante el confinamiento a causa de la pandemia. Nuestra práctica se realiza en el ámbito privado, donde  interactuamos interdisciplinariamente con los profesionales tratantes de salud; en escuelas ( de modalidad común, de recuperación y especial) y en equipos de integración escolar, incluyendo a las familias en el dispositivo terapéutico. Trabajamos con niños y adolescentes con patologías graves, tales como psicosis infantil, trastornos mixtos del lenguaje, complejidades en los procesos de aprendizaje y dificultades intrapsíquicas o intersubjetivas.

¿Atendemos en pandemia o continuamos trabajando con cada niño/a /adolescente y su familia desde su singularidad, atravesados/as por esta situación atípica? ¿Cabría hablar del impacto de la pandemia en ellos/as a modo de entidad? ¿Cómo se posiciona cada familia en relación con las angustias y temores junto a sus hijos e hijas? ¿Qué informaciones circulan? ¿Cómo acompañar a cada familia en su devenir singular?

¿Cómo tramitamos nosotros/as, profesionales, nuestro propio atravesamiento inmersos en el mismo escenario pandémico? ¿Qué lugar ocupan, en estos tiempos, saberes, quehaceres y encuadres en nuestra práctica profesional? ¿Hay algo en la clínica que permanece inmutable? ¿Cómo nos reinventamos?

¿Dónde nos encontramos con nuestros pacientes?

Nos parece interesante ir haciendo el recorrido de esta presentación conforme fuimos viviendo nuestra experiencia clínica y los diferentes momentos que atravesamos. Es así, entonces, que ubicamos tres tiempos desde que nos vimos inmersos, todos, abruptamente, en este nuevo escenario.

Un primer momento de estupor, incertidumbre, desorientación: ¿habría terreno posible para continuar y sostener los espacios terapéuticos? Y fue entonces cuando el hacer ocupó un lugar preponderante: encontrar las herramientas tecnológicas en cada situación, familias, escuelas y terapeutas inmersos en una búsqueda sin pausa, mantenernos todos ocupados en ese actuar que se nos imponía, sobrecarga de tareas en una fallida ilusión de reproducción virtual de los quehaceres escolares habituales. Había que sostener, como diera lugar, lo que -hasta hacía horas nomás- vivíamos como nuestra normalidad. Pero en ese hacer, algo caótico, en un escenario en el que el orden, las rutinas y los encuadres se nos alteraron, nos encontramos con ellos y ellas, nuestros/as pacientes y sus subjetividades, sus historias, sus contextos familiares, sus escuelas, sus recursos simbólicos, sus posibilidades tecnológicas…

En ese primer tiempo, nuestra labor se centró en organizar, acompañar y orientar a las familias ofreciéndoles recursos para poder sostener, como fuera posible, la escolaridad de sus hijos/as, los vínculos con familiares y amigos, los espacios recreativos/deportivos, los espacios terapéuticos. ¿Cómo darle algo de continuidad a la cotidianidad cuando nuestras vidas estaban siendo radicalmente alteradas?

Una vez vislumbrado el escenario de cada familia y a medida que todos nos fuimos acomodando, los encuentros comenzaron a redefinirse, tejiendo una nueva trama en la que aquello que hasta entonces venía trabajándose con cada uno/a era posible continuarlo con nuevos y, en muchos casos, sorprendentes despliegues subjetivos. En este desafío de repensar el dispositivo terapéutico, fuimos encontrando recursos para sostener lazos, vínculos, caminos que recorrimos juntos terapeutas y pacientes: reconvertimos materiales y juegos, conocimos plataformas y programas nuevos frente al desafío que imponía la virtualidad. Y nos reinventamos en abordajes mediados por pantallas.

Así, surgieron nuevas ideas de sostén: desde el espacio psicopedagógico, la profesional, que también es cantante, generó una propuesta musical como cierre de semana a la que llamó “Canciones de los viernes”, grabando videos acompañada por su guitarra. Los temas fueron variados, muchos de ellos elegidos con un sentido particular y coyuntural (“Los abrazos”, “Hay secretos”, “Puentes”, “Botellas en el mar”, entre otros). El objetivo era sostener algo que se repitiera estableciendo un ritmo semanal y marcara un corte, una delimitación temporal (semana/ fin de semana) en un tiempo que se presentaba como un continuo indiferenciado. Las canciones echaron a rodar entre pacientes, familiares, amigos, otros profesionales. Los niños/as comenzaron a solicitar sus favoritas y a la vez respondían enviando sus propios videos cantando, bailando, o simplemente dando cuenta de su disfrute con hermosos mensajes. A lo largo del 2020, las “Canciones de los viernes” fueron un modo de abrazar a la distancia y transmitir algo de tibieza en esos tiempos de angustia y quiebre.

El encuadre terapéutico se amplió, las familias fueron ocupando un lugar de sostén imprescindible para el uso de los dispositivos tecnológicos, para ubicar un espacio adecuado del hogar en el que llevar a cabo la sesión. Y entonces se nos presentó un nuevo desafío: ¿cómo encontrar un marco de privacidad y a su vez no invadir la intimidad de las familias?, ¿cómo escapar a la mirada constante de los adultos? Cuevas armadas debajo de las mesas, campamentos improvisados en los livings se constituían en nuestros mejores aliados, hasta la carpita de juguete se disponía como espacio de intimidad, “…tratando de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos” (1).

Entramos en las casas, las familias -y hasta las mascotas- comenzaron a formar parte de las escenas de juego. Una sesión por videollamada se convertía en videoescondi. En el espacio de psicología acontecían situaciones como la siguiente: en un encuentro por Zoom interactúan dos pacientes que se conocían por haber compartido, en otros tiempos, momentos de juego en el consultorio. Uno de ellos, sin lenguaje y acompañado por su papá, logra sumarse a la propuesta a partir de la convocatoria del compañero cuando éste, espontáneamente, se esconde al tiempo que lo nombra. Tomando esa escena, la profesional propone un juego al que llama Videoescondi, llevándolo adelante con los objetos disponibles y visibles en el campo de la pantalla (debajo de la mesa, detrás de las cortinas, ocultándose tras los títeres, cubriéndose con pañuelos…) Esta escena promovió un momento lúdico compartido que permitió recuperar algo del vínculo que estos niños venían construyendo previamente.

A la vez, íbamos acompañando a nuestros pacientes en las diferentes modalidades que adoptaban las escuelas y reafirmando ese lugar de pertenencia y de construcción de subjetividad. En una sesión psicopedagógica por videollamada, un niño cuenta algo acontecido esa mañana con su docente y compañeros en el WhatsApp. En ese momento, mayo de 2020, en esta escuela pública de recuperación sólo podían enviarse audios, fotos, escritos, adivinanzas, ya que aún no tenían comunicación directa. El niño comienza su relato diciendo: “Hoy, en la escuela del celular…” La escuela seguía siendo la escuela, el lugar con sentidos, con lazos, con acontecimientos. Y continuaba: “… yo le grabé a un amigo que no aparecía y le dije “Che, levantate que ya estamos acá”. Y allí estaban, en “la escuela del celular”.

A aquel primer tiempo de estupor, incertidumbre, desorientación, y ya con nuevas herramientas, sobrevino el de continuar con nuestro quehacer profesional: pasamos de la imposibilidad de la conectividad a lo posible del encuentro. Una vez logradas las condiciones (singulares en cada familia), transitamos un segundo tiempo: el de tramitar los duelos por pérdidas de seres queridos sin poder acompañarnos ni recrear rituales de despedida, el poner en suspenso proyectos, ceremonias de inicio/finalización de ciclos escolares que no pudieron realizarse, el asimilar la pérdida de calidad de vida, sobre todo en las familias más vulnerables, o las mudanzas obligadas o la amplificación de dificultades económicas… Fue necesario sostener a adultos que frente al impacto emocional propio se manifestaban imposibilitados para alojar las angustias de sus hijos y desbordados por el doble rol que se imponía en algunos, padres y madres convertidos en docentes de sus hijos.

Con el transcurrir, fuimos vislumbrando que, en los pacientes con trabajo terapéutico más afianzado transferencialmente, era posible una continuidad de los procesos psíquicos, y que aun en el contexto pandémico, podían desplegarse nuevas experiencias. Y nos encontramos también con otra situación: paradojalmente hubo niños/as y jóvenes que habían iniciado sus tratamientos recientemente, con los que sólo habíamos podido comenzar el recorrido y la construcción de un vínculo al momento de irrumpir la pandemia. Constatamos que la transferencia podía constituirse en la virtualidad, dando lugar al trabajo terapéutico.

En sintonía con la mirada clínica de estos tiempos, vivenciamos algunas otras situaciones paradojales: en el trabajo virtual con niños/as con mayor inquietud motriz en la presencialidad, la pantalla pareciera operar como un borde contenedor de sus cuerpos, favoreciendo el despliegue subjetivo y los nuevos aprendizajes.

La atención virtual dio lugar a recursos creativos resignificados: invención de canciones con contenidos interesantes que abrieron temáticas de trabajo, escritura de cuentos con niños/as en proceso de alfabetización en quienes el teclado viene ocupando un lugar protagónico en tanto facilita, desinhibe y se presenta como desafío. Frente a la preocupación por la privacidad respecto de escuchas en los hogares, el chat apareció como un buen aliado para garantizarla. La conquista de nuevas habilidades tecnológicas fue extendida también a las familias. En algunos jóvenes con mayor inhibición a la hora de establecer lazo social, la virtualidad abrió caminos en la conexión con el afuera y los pares. Niños/as adoptaron una nueva terminología, familiarizándose con significantes propios de la coyuntura que impregnaron los juegos y actividades. En sesiones de psicopedagogía, utilizando plataformas interactivas para la creación de juegos, surgieron propuestas como la de elaborar crucigramas/sopas de letras/ahorcados con términos vinculados a la pandemia (cuarentena, alcohol, barbijo, etc.); este tipo de creaciones fue, por un lado, una manera de abordar el tema y, por otro, un trabajo de escritura significativa en tanto práctica social, ya que luego esos juegos circulaban y eran resueltos por otros/as que a su vez se veían estimulados para crear los propios haciéndolos circular también.

Asimismo, se presentaron situaciones de espacios terapéuticos compartidos entre profesionales. En una sesión grupal de Terapia Ocupacional, un paciente preadolescente invita a su psicóloga para que sea entrevistada acerca de cómo venía transitando su trabajo en este contexto. El grupo había elaborado previamente las preguntas: ¿Te gusta trabajar por Zoom?, ¿Le tenés miedo al virus?, ¿Sabés cuándo se va a terminar la pandemia?, ¿Tenés algún familiar enfermo con covid? En sus respuestas la profesional también iba describiendo los logros alcanzados por la ciencia hasta ese momento, procurando ofrecerles alguna perspectiva que los aliviara, acompañándolos y tomando las propias significaciones del grupo. Este intercambio habilitó nuevas escenas terapéuticas, entre ellas convocar a sesiones conjuntas entre adolescentes que contaban con poco contacto con el afuera, así como crear propuestas novedosas a través de las redes, como jugar a ser youtubers e influencers.

Al mismo tiempo, en los más pequeños se agudizaron algunos síntomas. Observamos regresión en hábitos ya conquistados, como los vinculados al sueño o rutinas alimentarias logradas que se fueron diluyendo. Vimos incrementadas, en los pacientes de mayor gravedad, algunas reacciones características de cada uno/a. Reaparecieron estereotipias, manierismos, ausencias, llantos inmotivados, perseveraciones y amplificación de conductas atípicas. También percibimos exceso en el uso de dispositivos tecnológicos como objetos calmantes.

En un tercer tiempo, conforme se fueron garantizando algunas precisiones sanitarias, contando con más información y protocolos estandarizados, fuimos reconquistando el afuera, algunos espacios y vínculos próximos. Pudimos establecer nuevas cercanías y habilitar nuevos proyectos. La intermitencia de la presencialidad escolar produjo alivio en niños/as y jóvenes, el breve tiempo de contacto con el espacio físico de la escuela volvía a organizar la vida, se recuperaba algo de aquella escolaridad y de un afuera posible. En una sesión, frente a un relato en el que no quedaba claro dónde había ocurrido la escena descripta, un niño aclara: “No fue por Zoom, fue en humano”. Nos encontramos también con niños/as y jóvenes con mayor repliegue, apatía frente a la idea de salir de sus casas, instalados en cierta comodidad y manifestando no tener necesidad del afuera, reforzando ideas de la sociabilidad virtual.

Al acompañarlos en este retorno, también pudimos dar continuidad a lo interdisciplinario, al trabajo en red entre profesionales tratantes, escuela, centros de integración, dando lugar al intercambio de experiencias, miradas, proyectos e inquietudes. Volvimos a pensar juntos criterios con perspectivas hacia un futuro menos incierto, aunque, paradojalmente, estando inmersos en una incertidumbre global.

Nuestro trabajo en este contexto no intentó, ni intenta aún, adaptar viejos dispositivos frente a las nuevas circunstancias, sino que se propone pensar y crear recursos y abordajes novedosos. Creemos que “… lo mejor para las turbulencias del espíritu es aprender. Es lo único que jamás se malogra” (2).

Pudimos continuar con nuestra clínica en tiempos de intemperie planetaria entendiendo que la escucha y el sostén de los lazos fueron, desde el primer momento, el sentido esencial de cada espacio terapéutico, siendo el juego la vía regia para que el encuentro se produjera. Y a una de las preguntas iniciales de este trabajo: ¿dónde nos encontramos con nuestros pacientes?, podemos respondernos que el encuentro siempre se da en la transferencia.

Las marcas, las huellas y los aprendizajes que este tiempo nos impone vienen impactando en cada uno/a de acuerdo con los recursos simbólicos, los materiales, y con el recorrido histórico personal. ¿Qué efectos, a futuro, tendrán estas contingencias epocales sobre las subjetividades? No lo sabemos, si bien todos venimos navegando en el mismo mar, no siempre somos espuma de las mismas olas. Tal vez se trate de convivir con lo que Marcelo Percia refiere: “…vivir en proximidad de lo incapturable, lo irreductible, lo inimaginable, lo imprevisible, lo siempre extranjero y no sabido” (3).

Notas
  1. Lacruz Navas, Javier. El pensamiento transicional de Donald Winnicott. Letra Urbana. Edición 28.
  2. Yourcenar M. Sources ll (notes de lecture). Gallimard, 1999.
  3. Percia, Marcelo. Un común vivir. La tecl@ Eñe. 2021.
Bibliografía
  • Castoradis, Cornelius. Sujeto y verdad en el mundo histórico-social, Fondo de Cultura Económica, México, 2004
  • Flesler, Alba. El niño en análisis y las intervenciones del analista, Biblioteca Fundamental de las Ciencias y la Psicología. Paidos, Buenos Aires, 2016
  • Fukelman, Jorge. Ponerse en juego, Seminario J.F. en el Ciclo Psicoanálisis del Caribe. Editorial Lumen, Buenos Aires, 1996
  • Freud, S. (1927) El porvenir de una ilusión. Amorrortu, Buenos Aires, 1989
  • Janín, Beatriz. El sufrimiento psíquico en los niños, Noveduc, Buenos Aires, 2014
Imagen

John William Waterhouse,  Un cuento en Decamerón, 1916, Galería de Arte Lady Lever, Liverpool.
https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Obras_de_John_William_Waterhouse#/media/Archivo:Waterhouse_decameron.jpg

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