Javier Del Ponte
Psicoanalista, docente en Facultad de Psicología de la U.N.R.
Autor de “Una erótica del café” y “Un mundo de novela”; co-autor de “Discursiones: ensayos psicoanalíticos” y “Letras bastardas, la universidad y su escritura”.
La relación entre el psicoanálisis y la literatura es diversa y heterogénea, y de ninguna manera unidireccional. Se trata de dos campos contiguos que, desde Freud, mantienen estrechas y fructíferas relaciones que desdibujan -mas no borran- los límites de cada una. Se trata de una interesante permeabilidad posibilitada, tal vez, por nociones como la de ficción, relato, historia, discurso o novela que construyen puentes epistémicos entre las disciplinas. En este caso, quiero contarles una experiencia que fue del psicoanálisis a la literatura.
Por aquel entonces masticaba la idea de toda una dimensión ficcional en la práctica del psicoanálisis, y cuando digo ficcional no me refiero en absoluto a la contracara ingenua -y casi del sentido común- de la verdad. Es decir, no se trata de la oposición entre la verdad y la ficción -dejando a esta última coqueteando con la falsedad- sino que, sostenido en la noción de la verosimilitud (es decir, que toda construcción es ficcional y que entonces toda construcción es más o menos verosímil) abordé una premisa ética: vivimos en un mundo de ficciones, creamos ficciones y creemos ficciones. Esto de ninguna manera es algo peyorativo, ni mucho menos. Por el contrario, que la vida sea una ficción permite justamente que la existencia no sea un calvario. Posiblemente sea esta la posición ética que me permitió pensar que en un psicoanálisis alguien tiene la posibilidad de escribir su historia. Y digo escribir porque entiendo que el paso que da lugar al recuerdo, y de allí el pasaje del recuerdo a la historia, supone capturar el decir bajo un nuevo escribiente. De ahí que se trata de la posibilidad de una escritura y no una re-escritura.
Pensemos en esto: si alguien, en el transcurso de las sesiones, recuerda algo (sea un sueño de hace tiempo, un acontecimiento sobre el que tiene dudas, una experiencia de la infancia o incluso algún evento reciente), eso que antes no se sabía que se sabía, ahora no solo se sabe, sino que se sabe que había sido olvidado. Entonces, tenemos la posibilidad de interrogar por todo lo que implica el recuerdo en sí mismo y sus conexiones en la historia conocida, como así también la posibilidad de explorar por el sentido mismo de haberse olvidado de ello. Dicho de otra manera, ¿qué dice el hecho de que, en esa historia, ese fragmento haya sido censurado?
Bajo esta óptica no existe fundamento, a mi entender, de que el trabajo ficcional en el psicoanálisis sea el de una re-escritura, porque no solo que contamos con un diferente material narrativo, sino que existe un trabajo más sutil y fundamental que es el de una escritura tangente: la de la posición de aquel que narra respecto de su propia narración y de sus propios olvidos (ahora recordados).
Algunas de esas cosas pensaba en aquel entonces cuando tuve la siguiente ocurrencia, que siempre tiene el efecto de sentirse extraña, ajena, ¡excitante!:
“¿Y si los personajes de una novela supieran que son personajes de una historia escrita por otro?”
Esa pregunta funcionó como premisa, porque de ahí explotó en mí la idea de “Un mundo de novela”. Dos protagonistas, dos personajes de una novela que está escribiendo otro personaje que se llama Máximo Weber. Ambas, Celia y Verónica, saben que son personajes de Weber y saben -sin saber cómo- que el argumento ideado por el escritor culmina con sus muertes. Celia y Verónica no quieren morir, pero ¿qué posibilidad tienen de escaparse de los hilos dorados que las atrapan cuando son narradas por Weber?
En este punto hay algo crucial que hace estallar las posibilidades de un futuro maravillosamente incierto, y eso es el saber. Ningún otro personaje más que ellas dos saben de su condición de personaje y por ello el argumento es eficaz. Celia y Verónica saben; saben que son escritas y saben cuándo no están siendo escritas. Aquí, como en un psicoanálisis, saber o no saber la verdad de cada cual es determinante en la sucesión de los acontecimientos; los suscita.
Esto que quise contarles fue la anécdota de una dirección distinta, un caso de inseminación inversa, de infección que el psicoanálisis hizo en mi práctica literaria. Seguramente haya habido más, seguramente los roces y los contactos entre ambos campos sean recursivos y de infección mutua, mas el asunto aquí fue ficcionar uno que pude reconocer y participarles de esa inquietud que movió mis prácticas y que las sigue motorizando.
Sinopsis de “Un mundo de novela”, de Javier Del Ponte, Ed. Punto Final, Rosario, 284p.
Por Ernesto Gallo
Los mundos posibles y las infinitas posibilidades del destino se tejen en esta historia con hilos que están a la vista de algunos de los personajes. Celia y Verónica, las protagonistas, dudan acerca de sí mismas y cada una se pregunta si su vida es la narración escrita por otro. Juntas deciden emprender la aventura para descifrar el enigma con el objetivo de tomar las riendas de su futuro.
Una novela dentro de otra novela; avanzan como rutas paralelas hasta que los espacios se empiezan a trastocar uno con el otro y los caminos se cruzan.