Fragmento de la introducción.
Buenos Aires Coloquio de Perros Ed., Buenos Aires, 2024
Traducción: Renata Prati
Una inspiración clave de este libro y su deseo de pensar sobre la depresión no como una enfermedad médica sino como un fenómeno cultural y social ha sido la colaboración con otres investigadores bajo la rúbrica de los “sentimientos públicos”, que es el nombre de nuestro grupo, Public Feelings. Inaugurada en 2001, tanto a escala nacional como en la Universidad de Texas, nuestra investigación coincidió́ con y funcionó bajo la sombra del 11 de septiembre y sus duraderas consecuencias, como la apropiación sentimental del 11-S para respaldar la militarización, la guerra en Irak y en Afganistán, la reelección de Bush, y la lista sigue. En lugar de analizar los apuntalamientos geopolíticos de estos sucesos, nos interesaron mais sus dinámicas emocionales. ¿Cómo se vuelve posible que la gente vote a Bush o que apruebe la guerra, y cómo operan estas decisiones políticas en el contexto de vidas cotidianas atravesadas por una mezcla de ansiedad y embotamiento? ¿Cómo podemos reconocer, en cuanto intelectuales y activistas, nuestros fracasos y decepciones políticas de un modo que abra posibilidades? ¿Dónde queda algún resquicio para la esperanza? Estas preguntas surgen de la experiencia que una de nuestras células, el Feel Tank Chicago, ha llamado “depresión política”: el sentido de que las formas acostumbradas de respuesta política, como la acción directa y el análisis crítico, ya no están funcionando ni para cambiar el mundo ni para hacernos sentir mejor.
Nuestras reuniones, públicas o no, pueden empezar tanto de un estado de ánimo como de una idea. En uno de nuestros encuentros nacionales, por ejemplo, muches admitimos sentirnos exhaustes y desbordades con nuestras obligaciones profesionales, y nos preguntamos qué tipo de proyectos pueden emerger de tales condiciones y cómo producir investigaciones desacopladas de los ritmos y los géneros de los congresos, compilaciones y libros. En un evento público en la Universidad de Texas poco después de la invasión estadounidense a Irak, la respuesta dominante era de incredulidad, aparentemente una versión menor o normalizada de la conmoción epistémica que según se dice acompaña al trauma. En otro evento público de la universidad para discutir las respuestas a la devastación del huracán Katrina, muchas personas describieron una sensación de atención dividida en el ir y venir entre el ajetreo cotidiano del comienzo del semestre y la urgencia del desastre, en un foco partido que también constituye la experiencia vivida de las brechas de raza y clase. Aunque nuestro grupo se forjó en la prueba dura de los largos años de Bush, su estilo y sustancia son no menos relevantes para el trayecto incierto de la presidencia de Obama. La esperanza y el desaliento siguen entreverados mientras presenciamos el ritmo sostenido de las guerras (dentro y fuera de Irak, Libia y Afganistán), el colapso financiero, las primaveras árabes, los movimientos Occupy y los ataques a las universidades. Un análisis político de la depresión podría defender la revolución y un cambio sistémico antes que pastillas, pero en el mundo de Public Feelings no hay lugar para soluciones mágicas, ni médicas ni políticas, solo está el trabajo constante y lento de la supervivencia resiliente, los sueños utópicos y otras herramientas afectivas para la transformación.
Para dar foros públicos a los sentimientos cotidianos, incluidos aquellos sentimientos negativos que pueden parecer tan debilitantes, tan lejos del optimismo sobre el futuro o del activismo, el objetivo es producir nuevas maneras de pensar la agencia. Conviene enfatizar que el concepto de depresión política no debería entenderse como del todo deprimente; en efecto, el Feel Tank trabaja con el humor camp que cabe esperar de un grupo de activistas queer experimentades, y ha organizado por ejemplo un Día Internacional de la Depresión Política donde se invitó́ a la gente a venir en bata para expresar su fatiga con las formas tradicionales de protesta, y donde se distribuyeron remeras e imanes con el eslogan: “¿Sufre de depresión? ¡Puede que sea política!”. Se trata de despatologizar los sentimientos negativos para que pueda vérselos como un recurso para la acción política en vez de como su antítesis. Con esto, sin embargo, no quiero sugerir una reconversión de la depresión en una experiencia positiva; retiene sus asociaciones con la inercia y el desaliento, si no con la apatía y la indiferencia, pero esos sentimientos, estados de ánimo y sensibilidades se vuelven un lugar para lo público y la formación de comunidad. Una de las apuestas más amplias de Public Feelings es generar la base afectiva de esperanza que hace falta para la acción política; de ahí́ el giro a la utopía que dan tantos trabajos recientes relacionados con sus proyectos, pero una utopía, retomando por ejemplo el análisis que hizo Avery Gordon de Toni Cade Bambara, arraigada en el acá́ y ahora, en el reconocimiento de las posibilidades y los poderes que tenemos inmediatamente a disposición. Es una búsqueda utópica que no traza una distinción simple entre sentimientos buenos y malos, y que no supone que una política buena pueda emerger solo de buenos sentimientos; sentirse mal, en efecto, puede ser terreno fértil para la transformación. Así́, aunque este libro es sobre la depresión, también es sobre la esperanza e incluso sobre la felicidad, sobre cómo vivir una vida mejor abrazando los malos sentimientos, en lugar de ocultarlos. (Además de inspirarse en el género de las memorias, también recurre a otros manuales para vivir mejor, que van desde el tratado filosófico hasta el libro de autoayuda). Se pregunta si demorarse en lo negativo puede tal vez formar parte de una práctica diaria, de una producción cultural y de un activismo político.
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