El extranjero, nos habita: una cuestión del sí mismo

El artículo explora, desde Freud así como desde los autores que avanzaron sobre esos conceptos, la estrecha relación que existe entre lo siniestro y la otredad, o sea el extranjero que nos habita íntimamente.


El origen perdido, la imposibilidad de echar raíces, la memoria que naufraga, el presente en suspenso”, así define Kristeva al extranjero.  Abraham, Jacob, Ruth, entre muchos otros: migrantes, refugiados, exiliados,  extranjeros; atributos para la misma figura, que aparece ya como fundante  en muchos textos de la biblia hebrea.

Según el Dvarim o Deuteronomio, el extranjero debía ser cuidado. El sujeto  migrante era percibido como un sujeto vulnerable al cual la sociedad tenía  que proteger; consecuencia, quizás, de la memoria de un pueblo que fue  extranjero varias veces a lo largo de su historia.  “Haz justicia al huérfano”, dicen las sagradas escrituras, “y a la viuda y ama  al extranjero, pués extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Dvarim 10:18)

Y Moises advierte a su pueblo:  «Al cabo de tres años sacarás todo el  diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades.  Allí vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo. El extranjero, el  huérfano y la viuda que haya en tus poblaciones, comerán y se saciarán,  para que tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hagan”. Deuteronomio 14:28-2928

Otro pasaje señala…” yo te mando que hagas esto: Cuando siegues tu  mies y olvides alguna gavilla en el campo, no volverás para recogerla;  será para el extranjero, el huérfano y la viuda, a fin de que te bendiga tu  Dios…”

          Sin embargo, junto con una mirada positiva del migrante, también hay  dentro de los textos del Antiguo Testamento una línea sacerdotal donde el  extranjero es presentado como impuro en relación a los sujetos nacidos dentro de la raza del pueblo de Dios . En los libros de Nehemías  y Esdras  se revela esta línea de la cual podemos extraer un  pasaje a modo de ejemplo: “(…) Entonces Secanías hijo de Jehiel, de los hijos de Elam, tomó la palabra y  le dijo a Esdras: ‘Nosotros hemos pecado contra nuestro Dios, pues  tomamos mujeres extranjeras’ ( …)”

Julia Kristeva, es una de las psicoanalistas que más ha reflexionado sobre la experiencia de la inmigración y del extranjero. En 1988 publicaba su  ensayo Étrangers à nous-mêmes (Extranjeros en nosotros mismos) En este texto, Kristeva relata la historia de Ruth, la moabita, la extranjera  la conversa, quien será la bisabuela del rey David . Desde este personje  Kristeva rescata un vínculo con el judaismo que se plantea , no desde lo  más rígido de la tradición, sino desde la no pertenencia, de ser de afuera, y  desde la experiencia de la migración , donde la construcción de la identidad  mantiene siempre abierta la cuestión de la disimilitud y la  diferencia.

          Kristeva plantea una idea innovadora para pensar al extranjero, y lo hace  desde un interrogante: ¿Cómo aceptar al otro, al diferente, al migrante si no  nos re- conocemos primeramente como extranjeros a nosotros mismos?   Para profundizar acerca de esto, recurre a Freud, al texto publicado en  1919 “Lo siniestro” (Das Unheimliche). En este escrito, Freud reflexiona sobre la experiencia de lo ominoso, si bien  no habla específicamente de extranjería puntualiza dos cuestiones  fundamentales que nos servirán para nuestro recorrido ; la primera es que no hay duda de que lo ominoso, lo  siniestro, pertenece al orden de lo terrorífico, siendo aquello que suscita  angustia y lo segundo es que esto terrorífico se remonta a algo antiguo,  pero conocido. Kristeva, dice que esta condición es indispensable para comprender la cuestión de aquello que siendo familiar se nos vuelve  extraño, ajeno, y terrorífico.

          Freud, se pregunta cómo es posible que algo familiar se vuelva ominoso  y en qué condiciones se presenta esta forma; para responderse recurre al análisis de la  palabra alemana unheimlich, que es lo opuesto de heimlich, que puede ser  traducido como familiar, íntimo; entonces, lo unheimlich, será lo extraño,  extranjero, desconocido, lo ominoso , y señala que dentro de su búsqueda acerca de este concepto le interesa  particularmente una observación de Shelling que dice: “ Unheimlich, es todo  lo que estando destinado a permanecer oculto, ha salido a la luz”:  Sin embargo, nos advierte lo siguiente: “Sólo puede decirse que lo  novedoso se vuelve fácilmente terrorífico y ominoso; algo de lo novedoso  es ominoso pero no todo. A lo nuevo y no familiar tiene que agregarse algo  que lo vuelva ominoso (…)

           Lacan , por su parte, en el Seminario 18 introduce el concepto de  lo éxtimo para pensar en aquello que está más próximo, lo más interior,  sin dejar de ser exterior. El concepto de extimidad es un modo de decir que lo exterior está presente en el interior. Y lo íntimo es Otro, percibido como  un cuerpo extranjero.

          Si seguimos con el texto “Das heimlich”, vemos que Freud analiza una de las Piezas  nocturnas, de Hoffman: El hombre de arena,( personaje terrorífico que  arranca los ojos a los niños); a partir de aquí Freud, desarrolla y puntualiza el  movimiento EXTRAÑO-FAMILIAR. Nathaniel, el personaje de Hoffman, experimentó dos acontecimientos que lo marcaron: el primero fue el terror en la infancia al escuchar el relato del  hombre de arena y el segundo, la muerte prematura de su padre.

           En la continuación del texto, Freud va identificando ciertos conceptos que serán fundamentales para el psicoanálisis; uno de ellos es el retorno de lo  reprimido. Postula que ante ese retorno -ante la amenaza de lo fantasmático- aparecen, las fantasías más arcaicas, la paranoia y los  miedos más primarios. Lo terrorífico, no es una circunstancia ajena que viene impuesta desde  afuera. Lo siniestro  nace en el entorno familiar y, desde allí, es proyectado  sobre el otro. Aquello familiar se nos torna desconocido, el amigo en  enemigo, la seguridad en miedo, se confunden el adentro y el afuera, y la  fantasía con la realidad , la creencia se convierte en delirio, la certidumbre  en paranoia y todo se torna un desdoblamiento especular de aquello íntimo,  familiar y a la vez extraño que nos habita.

           Lo importante, escribe Freud, no es la veracidad de los acontecimientos  sino la realidad psíquica, es decir, el impacto y la significación que los  acontecimientos provocaron en Nathaniel. Por ello, las amenazas  externas se añaden a la angustia interna, el Hombre de la Arena provoca  el sentimiento de lo extraño, de lo siniestro, al reconducirlo a una antigua  angustia infantil: la angustia de castración (Freud, 1995c, p.233).

          Freud, además, hace referencia a la función del desdoblamiento. En la  historia infantil, el padre y su amigo Coppelius ( a quien Nathaniel le tenía  terror) representan para el niño la imago-padre fragmentada en dos  opuestos por obra de la ambivalencia; uno amenaza con dejarlo ciego  (castración), y el otro, el padre bueno, intercede para salvar los ojos del  niño (Freud, 1995c, p.232)

          Ya siendo un adulto, un nuevo evento hace brotar el acontecimiento trágico  que había impactado su infancia y la angustia se hace presente con toda la  fuerza del pasado. Nos referimos a la muerte prematura del padre, cuya  imagen y marca traumática perdurará en la atemporalidad de lo  inconsciente.

           Sin embargo, el efecto de lo siniestro no sólo remite a los contenidos  del retorno de lo reprimido sino que va más allá: lo siniestro está vinculado al proceso de repetición. Así, el retorno de lo reprimido está articulado con la represión y se  encuentra regido por el orden de lo interpretable, de lo que podemos simbolizar, mientras que la compulsión de repetición se articula con la  pulsión de muerte como una tendencia del psiquismo a una repetición  mortífera, que va más allá del principio de placer. Con lo cual, hay algo en la clínica que no es susceptible de ser interpretado

          Sabemos  que levantar la represión consiste en recuperar lo que se  perdió en la memoria y que se ha vuelto inaccesible para el propio sujeto.  Lo reprimido actúa sobre las representaciones. En cambio, la desmentida es el mecanismo que actúa sobre las huellas de lo percibido. Las huellas de lo percibido no presentarían el mismo grado de integración mnémica que  la representación (Freud, 1996e, p. 22).

           Posteriormente, Piera Auglanier, en su concepción metapsicológica del aparato psíquico, plantea tres momentos constitutivos: al primero lo llamó  Pictograma que está del lado de la Represión Originaria. serán las primeras  inscripciones de autoengedramieno; luego la Represion Primaria del lado  de la fantasia y –finalmente- la Represión Secundaria como pensamiento  ideativo.

           Para Silvia Bleichmar la represión originaria, también es un concepto clave en la estructuración del aparato psíquico, cuya característica central  es fundar la tópica; antes de su establecimiento serán otros destinos  pulsionales los que se harán cargo de la defensa. Según la autora, la  represión originaria tiene dos aspectos: uno es que produce la separación  entre consciente e inconsciente, y el otro es que sepulta aquellos  representantes de la sexualidad que no tienen transcripción y forman los  elementos nucleares del inconsciente. El diagnóstico se relaciona entonces  con : “Cercar los momentos de la represión originaria, pero también sus  avatares, sus insuficiencias, sus desigualdades o sus fracasos, es  entonces jalonar los tiempos constitutivos del inconsciente y de sus  contenidos fantasmáticos”

           El yo (narcisista), por su parte, proyecta hacia afuera lo que  experimenta en sí mismo como algo peligroso o amenazante. convirtiendo al Otro, objeto de su proyección, en un doble, en un extraño inquietante y  demoníaco. Freud, (1919) escribe: Cuando se ve incapaz de contener “al  demonio” que lleva dentro, lo expulsa.

           ¿Será posible –entonces- pensar que las raíces de tal extrañamiento  influyen en la integración del inmigrante a la comunidad receptora? En principio, lo siniestro, lo extraño en nosotros, así como el extranjero,  representan la constante incertidumbre y la otredad; es esa “otra cara”, ese  Rostro como dirá Levinas, que obliga al ser humano a confrontarse con un  extrañamiento, con lo desconocido, con la presencia de lo diferente

          Tanto en el migrante como en el ciudadano de la comunidad receptora se  pone en juego lo extraño, que hasta el momento del encuentro estaba  oculto. El primero, o sea el migrante, se enfrenta a un nuevo contexto, un  nuevo idioma, nuevas personas y costumbres, y el segundo, el nativo , se  enfrenta a  la otredad.

          Freud, y varios psicoanalistas que lo sucedieron han reflexionado  acerca del origen del odio, de la discriminación, y del racismo y  concluyeron que la raíz se encuentra alrededor del narcisismo y de la  especularidad, que está en relación con nuestros deseos,  a los miedos al  “Otro”, y también a lo rechazado del sí mismo, con lo cual el extranjero sólo  será aceptado a cambio de que la otredad sea anulada e integrada a lo  normativo para la sociedad receptora.

Extranjería , ética y alteridad

          La sensación extraña, ajena, extranjera no desaparece ni siquiera en nuestro propio lugar, ya que somos extranjeros en nosotros mismos porque  alojamos dentro nuestro un espacio de alteridad. La noción freudiana de inconsciente despoja a lo extraño de su aspecto psicopatológico e integra al humano con una otredad que se vuelve parte constitutiva de la condición  humana. Lo siniestro, lo extranjero está dentro nuestro, somos nuestro  extranjero al estar inexorablemente divididos. La depositación de ciertos caracteres en el extranjero como un otro amenazante provienen de la  necesidad de proteger la unidad, la integridad y coherencia de la propia  imagen.

           La posibilidad de asumir la propia alteridad, la extranjería propia, lo disonante de uno mismo, convierte al extranjero en menos amenazante. En este sentido, se puede concluir que el modo particular de elaborar las vicisitudes de este encuentro dependerá de la capacidad del  sujeto de admitir su propia alteridad y aceptar que será siempre, desde el  concepto de lo inconsciente freudiano, un extranjero para sí mismo.

          Kristeva plantea que, si se logra asumir la extranjería propia, el  extranjero cesa de ser una amenaza. Y afirma : “Si soy extranjera, no hay  extranjeros”. Lo extranjero no es ni una raza ni una nación y, sin embargo, determina  cómo nos relacionamos dentro de nuestra sociedad de pertenencia, y con  otras culturas ; y en que medida somos capaces de relacionarnos también  con ese extraño que habita en nuestro interior, reconocerle y convivir con  él. La autora propone una ética que se basa en respetar la individualidad de  cada sujeto, los modos de vida y las maneras de relacionarse  comunitariamente y no en la idea de tener que incorporar al “extranjero”  “integrándolo” a la nueva comunidad.

          Junto con Kristeva , el filósofo Emanuel Levinas reformuló las  categorías de ética, identidad, alteridad y responsabilidad. En su libro “Totalidad e infinito” perfila una noción de alteridad como dimensión  originaria previa a todo conocimiento, anterior a todo intento de  conceptualización o aprehensión de la realidad desde una perspectiva  humana. El pensador lituano crítica la filosofía occidental porque estima que ésta  le ha otorgado dominio a las lógicas de la identidad, y esto ha  desembocado en una visión incompleta del ser ya que este modo de pensamiento es  incapaz de dar cuenta de su multiplicidad y complejidad.

           La filosofía occidental, sostiene Levinas, ha supuesto “una reducción de lo Otro al  Mismo”; y la consecuencia de ésta aproximación ha sido que todo  conocimiento se ha explicado en términos de comprehensión, ha  pretendido abarcar EL SER homogeneizandolo”,” ha cancelado la  posibilidad de que emerja la diferencia”. Levinas toma la categoría ‘identidad’, y dice que, si bien ésta se asocia a  la solidez y a la cohesión que nos hace ‘ser el que se es’, la  identidad es el resultado de una sucesión de heterogeneidades con las que  el individuo se ve obligado a enfrentarse y rehacerse constantemente.

           El filósofo reitera que para hablar de identidad es imprescindible “partir de la  relación concreta entre un yo y un mundo”, ya que es ahí donde emerge la  subjetividad, donde el Yo se revela como “él mismo” a través de todos los  acontecimientos que constituyen su entorno vital. El sujeto existe en situación, adviene al mundo y se despliega en el mundo, “la subjetividad del sujeto se descentra y se destituye” para ser  reexaminada a la luz de la alteridad; es el Otro que viene hacia mí e  interactúa conmigo lo que hace emerger mi identidad individual. La  exterioridad es previa a la constitución de la identidad. Lo interno y lo  externo están en permanente tensión e interacción.

           La identidad individual, expresa el autor, se articula, en tres momentos. El primero, cuando el individuo, constitutivamente abierto al mundo interactúa  con él. Esto implica una relación con la alteridad en tanto exterioridad. El segundo momento se da cuando el individuo reflexiona sobre su propia  relación con el mundo y construye un relato sobre su modo particular de  desenvolverse en la existencia y de alojarse en su contexto vital. Esto supone  vérselas con la alteridad dentro de sí.  El tercer momento se produce  cuando el individuo se apropia de ese relato a partir del cual se presenta y  comparece ante la alteridad.

          Tomando como referencia la relación entre el individuo y la alteridad, Levinas indaga sobre el modo en que “lo Mismo” puede llegar a captar” lo  Otro” sin cancelar su alteridad en ese movimiento, y llega a la conclusión de  que ese tipo de relación únicamente puede fundarse a partir de la ética.  Pensar lo extraño no puede reducirse a pensar un objeto, Se trata, entonces, de aceptar que lo Otro, la alteridad, se presenta en primera instancia como  “rostro”, y que esa noción alude a “la anterioridad filosófica del ente sobre el  ser.

           El encuentro se produce con un Otro, con el rostro, único,  particularizado que se sitúa ante mí, y viene marcado por unas pautas  diferentes en las que no intento someter al otro ni neutralizarlo, sino que  adopto ante él una actitud ética. En ese movimiento percibo al Otro como  una entidad exterior e irreductible que se sitúa frente a mí y que no puedo  controlar ni poseer, y ante la que solamente cabe aceptar su libertad como  contrapuesta a mi libertad. Es la relación cara a cara la que me pone frente al rostro de otro y permite el surgimiento del intercambio lingüístico, que se enmarca, desde el  inicio, en la esfera de la ética.

         El instante ético es aquel en el que “sin preparación previa, sin saber,  sin poder, sin querer, un hombre se deja trastornar por la trascendencia de  otro (…) que exige imperativa e imperiosamente una respuesta de  responsabilidad”. Frente a ese otro que viene hacia mí, que comparece ante mí con toda su trascendencia, no tienen cabida la negación ni la huída sino  que la ética intima a la solicitud, a responder a la llamada que el otro hace. El sujeto de la responsabilidad es aquel que consuma “la salida de sí  hacia el Otro: no es para-sí, sino que ha sido constituido como un uno-para el-otro”, que “el rostro no es objeto del ver que objetiva; es palabra que se  deja oír”.

           De esta manera, la filosofía exhorta a pensar la extranjería como límite de la condición humana en tanto es expresión del ‘extrañamiento  radical’ de nuestra condición, debido a la alteridad que nos constituye. En otras palabras, la ajenidad que introduce el extranjero en nuestro mundo  es una figura de la radical extrañeza que vive el hombre como consecuencia  de la alteridad que lo constituye y define.  La extranjería puede ser vista como una metáfora en la que el hombre se ve arrojado a un mundo desconocido. En su condición de ‘extranjero’, el  hombre mantiene una relación con lo que no es él; con ‘lo otro’ como  modalidad de constitución vital.

A modo de conclusión

          Siguiendo el recorrido del trabajo, podemos afirmar que lo extranjero  es una cualidad del ser humano, en la medida en que en la propia  subjetividad habita algo que aún siendo los más propio se hace extraño, ajeno, ominoso; me  refiero a las manifestaciones del inconsciente como son los sueños,lapsus,actos fallidos y los síntomas.

          Por su parte, el yo, desde su propia constitución, depende de otro para poder decirse, es la presencia narcisista del otro la que permite equilibrar los cuidados precoces y simbolizar al otro como humano. Es así que. desde el origen, el sujeto es un extranjero, un extraño para sí mismo . Es por eso que la cualidad de extranjero es el modo de ser de  nuestra condición humana.


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