Lola López Mondéjar.
Hace unos meses leí y reseñé para Infolibre (1) Tienes que mirar (2), un texto autobiográfico donde la escritora rusa Anna Starobinets narra su segundo embarazo y el parto de un bebé no viable, así como el posterior e imperioso deseo de la protagonista de tener otro hijo.
Todas las reseñas del libro subrayaban el dolor de esta madre por su pérdida, así como su valentía para luchar de inmediato por un nuevo embarazo, tras una depresión clínica que hizo sucumbir al desánimo también a su hija de ocho años, y la oposición del marido, si bien este se expresa con notable prudencia.
Sin embargo, mi lectura no se centró en ese aspecto, pues lo que llamó mi atención fue otro: el fanatismo con el que la protagonista/autora experimentaba su deseo de un nuevo hijo, a pesar de que la anomalía genética que le impedía vivir al primero tenía una posibilidad muy alta de repetirse. Nadie observó esto en las reseñas previas, y cuando publiqué la mía, subrayando el aspecto imperativo del deseo de un nuevo embarazo, un activista pro-parto natural y promaternidad me respondió con un tuit que me hizo pensar, tanto como el posterior debate que se produjo en mi muro de Facebook cuando publiqué también allí mi reseña del libro.
Reproduzco aquí el intercambio.
Ibone Olza (3) A propósito de mi reseña:
«Fanatismo maternal» implica juzgar el deseo de esa madre. Desde ese enjuiciamiento parece difícil poder atender y acompañar eficazmente. ¿La autora considera fanático a todo aquel que persigue sus sueños contra viento y marea o sólo a las mujeres que se empeñan en ser madres?
Carmen Gimeno, y 6 más indicaron que les gusta un Tweet en el que se te mencionó.
FaXenia García responde:
¿Cómo alguien que pasa por todo este horror (y que hace pasar por este horror a su familia) solo ve la salida en un nuevo embarazo? Esta maternidad que nos redime es tan peligrosa como espeluznante.
El libro creo que no voy a leerlo porque me espeluzna ese tema, esa obsesión, esa suprema importancia de la maternidad -a toda costa- como fin (a veces casi único) que, por supuesto, no niego, pero.
María:
a mí no me enfadó lo de Mónica García. Hay algo muy opresivo también en la sociedad actual que mira a las mujeres profesionales que somos madres como “profesionales a medias”, que “cedimos la obligación heteropatriarcal” de ser madres en “desmedro de nuestras carreras”. ¿Por qué tengo que ocultar que soy madre?
En mi muro de Facebook se apuntó lo siguiente:
Isabel Wageman
Lo leí hace poco y tu artículo me hace ver otras cosas, lo cual agradezco. Con todo y lo que falta por decir, me parece un gran libro. No veo del todo una obsesión por la maternidad, ni mucho menos. Tantas lecturas posibles A lo que yo no me atrevo -e insisto, yo- es a juzgar ese deseo. Me ha gustado leer tu reseña de cara a reflexionar sobre la maternidad como identidad, que es algo que me asusta si se lleva al extremo. Creo que la maternidad sí es parte de nuestra identidad (nuestra, de las que somos madres), así como también nos define, entre tantas cosas, lo que elegimos a lo largo de la vida (ser madres, periodistas, escritoras, fotógrafas, etc.). De todas formas, obviamente da para muy largo y ojalá con un café o una cervecita y el Parque del Retiro cerca (y septiembre y la Feria del Libro, crucemos los dedos).
Mi respuesta a Ibone Olza:
L.L.M: Pienso que empecinarse en el deseo de un hijo a pesar de los peligros que comporta, apunta a un deseo tiránico que no puede ser sublimado ni subjetivado ¿Por qué esa necesidad extrema?
Ibone Olza: ¿Por amor tal vez? ¿Por intuición de que será sanador? ¿Deseo tiránico? ¿Tiránico porque no renunciara por el marido no sería tiránico’
L.L.M: Tiránico porque se impone al resto de la vida, no puede ser negociado, aplazado, integrado. Es a vida o muerte, según se narra.
Ibone: Me preocupa que lo que no se entienda es ese empeño en tener un bebé que pueda estar enfermo. La presión eugenésica es brutal, como si solo pudiéramos tener bebés perfectos.
Fueron estos intercambios, que incidían en una preocupación anterior surgida de mi propia experiencia clínica, los que me llevaron a querer dar forma a estas reflexiones
Definición de parentalidad
El concepto de parentalidad (4) fue acuñado por Racamier en 1961, e incluye, más que la suma de las funciones maternas y paternas de sostén y terciarización, esto es, la tarea de romper el lazo entre la madre y el bebé, facilitar la posterior separación e introducir a éste en el mundo.
Se trata de un proceso madurativo que se puede definir como el conjunto de reajustes psíquicos y afectivos que permite llegar a ser padres y responder a las necesidades corporales, psíquicas y afectivas de los hijos (pág. 7)
En 1961 Recamier empezó a usar el término parentalidad agrupando ambas funciones. La parentalidad se da en el encuentro padres-hijos y no la desempeñan solo los padres biológicos, pues se trata de un concepto que apunta a lo simbólico, que no tiene que ver con vínculos ni personas sino con funciones, mientras que la paternidad sí habla de personas concretas. La función parental comienza con el deseo del hijo y se extiende hasta el final de la adolescencia en sus efectos estructurantes.
Racamier habla al respecto del “duelo originario de la madre”; es preciso que los padres asuman la castración simbólica para separarse del hijo y reconocerlo como distinto de ellos. La función parental debe variar así según las necesidades evolutivas del hijo.
Por otra parte, la idea de interdependencia recíproca entre padres e hijos la introdujo García Badaracco (5), distinguiendo entre interdependencias normógenas, que colaboran con el crecimiento, y patógenas o patológicas, que lo obstaculizan.
Los hijos son a menudo compensaciones de las heridas anímicas de los padres, en casos extremos, los niños que perciben estas compensaciones se posicionan como cuidadores de los padres, lo que dificulta que estos puedan pasar a la “declinación de la crianza”, y se estructuran conflictos dilemáticos, sin salida, porque padres e hijos están atrapados en una trama enferma y enfermante, afirma Elena M. Steiner en el mismo trabajo.
Por otra parte, la función parental incluye el complejo fraterno. Ser padre o madre no son atributos esenciales, sino que se constituyen en una sociedad determinada.
Elisabeth Badinter (6) se pregunta por qué queremos tener un hijo, y responde que no lo sabemos. Entre los diferentes motivos que participan se incluye la presión social y la identificación entre ser mujer y ser madre. Para Badinter el instinto maternal es el mayor engaño de la humanidad, que identifica a la mujer con las hembras animales, cuando para ella se trataría en realidad de una conducta motivada por una presión cultural extrema. En su famoso ensayo, ¿Existe el instinto maternal? (7),la autora repasaba la concepción de la maternidad en distintos momentos históricos para concluir que ese instinto no existe en absoluto, y que el imaginario maternal (con sus prescripciones y prohibiciones) depende enteramente de la cultura.
Laura Freixas (8), confiesa abiertamente en su diario que no deseaba tanto el segundo hijo como lo quería su marido, y que si se sometió a tratamientos de fertilidad fue para satisfacer el deseo de él, hasta que, al no poder conseguir ese segundo embarazo, y tras costosos intentos, recurren a la adopción de un niño ruso. El fuerte empuje hacia la maternidad que rige en nuestras sociedades ha sido tratado por María Fernández Miranda (9) mediante entrevistas a mujeres célebres que eligieron voluntariamente no ser madres, o bien que no pudieron serlo y disfrutaron de su experiencia sin frustración. La intención de la autora es desvelar ese fuerte empuje a la maternidad socialmente construido.
La posición de Badinter se opone frontalmente a la de los defensores de la maternidad intensiva, que opinan que el término instinto oculta la verdad de lo que hay: la pulsión de la sexualidad de la maternidad (10), según Casil da Rodrigáñez, o bien una maternidad verdadera que habría que restaurar, según Nils Bergman (11), apóstoles ambos de la maternidad intensiva.
En este sentido se expresan los resultados de una encuesta actual donde se preguntaba por la representación de la maternidad: ser madre se vincula a ser más amable, mientras que las no- madres son consideradas mujeres egoístas, narcisistas y neuróticas. Por su parte, el cine ha representado a las mujeres sin hijos de las películas como mujeres malas (12).
El imperativo que empuja a las mujeres a ser madres sigue muy presente en nuestra cultura, si bien las voces en contra de este mandato ancestral se oyen cada vez más fuerte, amenazando ese pilar del patriarcado, de forma que, podríamos aventurar, tal y como lo hacen algunos especialistas consultados en el documental [M]otherhood (13), que la sobrevaloración actual de la maternidad como institución se produce por miedo a que se extienda el deseo de No tener hijos entre las mujeres, ya que, al mismo tiempo, el número de mujeres que decide no tener hijos aumenta cada año, y disminuye la tasa de natalidad en los países ricos.
Precariedad laboral, interrupción de la carrera profesional por políticas anti-conciliación, inestabilidad de las parejas, la prioridad que las mujeres conceden a la autonomía personal y a la independencia laboral y afectiva, son factores que inciden en las llamadas no reproductoras electivas. Por otra parte, existe un tabú que impide que las madres hablen abiertamente de su rechazo de la maternidad, un rechazo y un tabú que se interroga en el libro de Orna Donath, Madres arrepentidas (14), que suscitó una densa polémica al entrevistar a mujeres que, aun amando y cuidando a sus hijos, se arrepienten de ser madres.
Sin embargo, el imaginario actual de la maternidad es el de una maternidad sobrevalorada, que cierto feminismo contemporáneo acoge de nuevo con entusiasmo. Para Simone de Beauvoir (15) (1949) la identificación mujer-madre convertía la maternidad en una tara para la liberación de las mujeres, supeditándolas a la especie e identificándolas con la naturaleza. Firestone y Lidia Falcón, proclamaban la igualdad de las mujeres confiando en que un futuro tecnológico las liberaría de ser madres (16), considerando la maternidad como un obstáculo para dicha igualdad. Pero en las últimas décadas hemos pasado de ese esfuerzo por separar a la mujer de la madre, la feminidad de la maternidad, a la crianza de apego o maternidad intensiva, esto es, la entrega exigente de la mujer al ejercicio maternal, posición también defendida hoy por otros sectores del feminismo.
Creada en la década de los ochenta por los fundamentalistas (17) Christians Wiliam y Martha Sears (18), la paternidad por apego o paternidad pura se ha extendido por todo el orbe, inculcando una devoción total por los bebés que recomienda el abandono de las carreras profesionales de las madres. La renuncia se centra en la mujer, de nuevo.
La actual omnipresencia de una maternidad romantizada que se está imponiendo en el imaginario colectivo constituye un movimiento contrario al que emprendieron las intelectuales feministas de la segunda ola, que irrumpieron en el tema subrayando los aspectos más realistas y ambivalentes de la función maternal, precisamente, para darle voz a la realidad de las madres. La exigencia de ser madres perfectas que experimentan una mayoría de las jóvenes treintañeras se convierte hoy en un ideal tan imperativo como fue para sus propias madres el ideal revolucionario de incorporarse al mercado laboral, y para sus abuelas el de la feminidad hegemónica y la identificación mujer-madre. Las madres de estas jóvenes dialogaron con el ideal de las suyas impulsadas por la revolución feminista y la liberación de la mujer, para apostar finalmente por desplazar la maternidad del centro de sus vidas (con la culpa y la angustia consiguientes), y desarrollarse profesionalmente y en la vida pública, tal y como se apostaba en el feminismo de la segunda ola. Pero muchas de las hijas de estas mujeres regresan al hogar y a la identidad maternal con devoción.
Como afirma la escritora francesa Virnie Linhart (19), en su novela L´effet maternal,
Leo muchas obras sobre las madres y las hijas. Hijas de mi generación que cuentan a sus madres. Me impresionan los puntos de semejanza entre las narraciones. Madres muy hermosas y muy locas que hacen sufrir mucho a su hija. Madres que pasan por delante de sus hijas porque no pueden hacer otra cosa. Madres que lo quieren todo. Porque es su momento y no quieren esperar. Porque ellas han visto a sus propias madres someterse al patriarcado y reproducir el esquema es insoportable. Porque el tiempo de la revolución sexual y de la liberación de la mujer ha llegado, y también el de la ambición y el éxito profesional […] no soportan más estar encerradas en una estructura opresiva, se trate del matrimonio o de la maternidad. Y cuando medimos el lugar de la mujer en la sociedad francesa antes del seísmo del 68, es imposible no adherirse a esta imperiosa necesidad de invertir el orden establecido, de tirar abajo reflejos y mecanismos que permitían hasta entonces y con la satisfacción general, su esclavitud (pág. 178).
Las jóvenes madres que se ejercitan en la maternidad intensiva hoy se desidentifican de estas madres-profesionales, como si pretendiesen cuidar de sus hijos como les hubiera gustado ser cuidadas por ellas. Massimo Recalcati (20) ha llamado a las madres que desplazan la maternidad para vivir como mujeres una vida profesional y de deseo, madres narcisistas, y las opone a las madres cocodrilo, apelativo que otorga a las madres protectoras tradicionales que siguen el ideal de la mística de la maternidad (entrega, sacrificio, anulación de sí mismas por los hijos).
Recalcati sigue así la famosa aseveración de Lacan; una aseveración que centra muy bien la consideración que el psicoanálisis ha tenido desde sus inicios de la madre castradora.
Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle y, de repente, va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre. (Lacan, 1970, pág.118),
Freud idealizó la maternidad y su obra contribuyó a esa romantización del amor materno tanto como a la identificación de la mujer y la madre, al poner al hijo en el centro de los intereses de las mujeres, como sustituto del anhelado pene, imaginando un amor sin ambivalencias que nunca existió, como tampoco el orgasmo genital que propuso como el propio de las mujeres maduras y no clitoridianas (21). No obstante, Winnicott (22) tuvo presente las razones por las que una madre puede llegar a odiar a su bebé, aunque sin poder expresarlo abiertamente, bien es cierto; el daño que este odio pueda hacer al hijo no es intencionado de parte de la madre, según pensaba el psicoanalista inglés.
Si bien la mayoría de las madres que siguen la crianza de apego trabaja finalmente fuera de casa, la dedicación al hogar y los hijos se coloca en el primer plano de sus vidas como fuente de felicidad. Influencer, artistas de todas las disciplinas, escritoras como Luna Miguel, Carmen G. de la Cueva o fotógrafas como Muramay Kuri, por citar solo algunas de entre los cientos de “famosas” que también lo hacen, se fotografían con sus retoños mostrando la felicidad que les produce ser madres. Si nos detenemos en este hecho, observaremos que la persona del niño está incluida en la de la madre, como si no estuviese separado e individualizado; una madre que no teme mostrarlo en las redes como posesión narcisista, entendiendo narcisismo como lo hacen Manzano, Palacio y Zilkha(23), esto es:
… como narcisismo secundario, descrito en la teoría de M. Klein y Otto Kernberg como la existencia de una representación objetal del otro convertida en el propio self por los fantasmas de identificación introyectiva y proyectiva que pueden borrar total o parcialmente los límites entre sí mismo y el objeto (pag. 14).
Una relación narcisista de los padres con el niño que se opone a la relación objetal, en la que el niño es amado como ser diferenciado, y reconocido como un sujeto distinto de los padres.
No olvidemos tampoco la promesa de felicidad que impera en el liberalismo, y que la publicidad explota con entusiasmo: ser madre se vende como un producto más que promete la felicidad completa. Imitar estas conductas, exhibidas por influencer, es también un comportamiento automático en la modernidad tardía.
Se ha defendido que una de las razones de este regreso de las mujeres a la maternidad y al hogar ha sido que el trabajo fuera de casa no responde a las expectativas que prometía la revolución feminista: las mujeres siguen ganando menos dinero, siguen siendo expulsadas antes que los hombres del mercado laboral durante las crisis, y trabajan tres veces más en casa que sus compañeros. Este hecho se considera un factor importante de que “elijan” dedicarse plenamente a la crianza de los hijos y al cuidado de la casa.
Por otra parte, en la década de los 90 se produjo una caída sin precedentes de la natalidad en España, y se inicia una campaña pronatalista con la complicidad de los medios. Si la maternidad y la paternidad han estado siempre sometidas a los imperativos culturales, en estos momentos se ha vuelto a una romantización del ejercicio parental que se expresa en multitud de publicaciones y en la literatura que aborda el tema, precisamente, como dijimos, por la amenaza que representan los bajos índices de natalidad en Occidente.
No obstante, desde hace unos años, ha surgido también una eclosión de blogs y de textos reivindicando la figura de la mala madre, precisamente para huir de esa idealización de la maternidad convencional que la maternidad intensiva ha impuesto de nuevo con el beneplácito de los medios de comunicación, que replican estudios siempre positivos sobre la lactancia materna y olvidan las objeciones de otras investigaciones que cuestionan los enormes beneficios que se le atribuyen, y la ansiedad que despierta en las madres que no consiguen realizarla. La idealización impide siempre representar la ambivalencia.
Gran parte de la teoría psicoanalítica contribuyó a la invisibilización de la madre, convertida en simple medio para traer al bebé humano al mundo, o como madre patógena, origen del malestar de los hijos. La mística de la maternidad ha estado vinculada precisamente a esta invisibilidad de la mujer que hay en la madre, una invisibilización que continúa hasta hoy, si bien con aspectos nuevos. Victoria Sau (24) advirtió, junto a otras teóricas feministas, que la madre no existe, y que el interés por la infancia ha suplantado hasta tal punto el interés por la madre que no sabemos casi nada de ella (25).
Para Susanne Blaise, una vez eliminada la madre simbólica de la cultura, la religión, el poder y el lenguaje, los hombres pusieron en su lugar a un fantasma, al que designa con un término tomado de Gabrielle Rubin, Fantasmadre; explica, al respecto, Sau:
La Fantasmadre, viene a decirnos Blaise, sería la sustitución de la verdadera madre por los mitos más dispares sobre la misma: el hada y la bruja; la que puede dar todo el bien del mundo, pero también todo el mal del mundo. Es Lilith y es Eva, madre de toda la humanidad. Se encuentra en el folklore, en los cuentos, y en el inconsciente colectivo, debidamente vehiculizada por el terror masculino subsiguiente al matricidio primitivo.
Un matricidio primitivo que tiene que ver con la exclusión de la Madre del contrato social, que será siempre masculino, al ser considerada como mera portadora de la semilla paterna. La supresión del apellido materno implantado en muchas culturas da cuenta de esta negación del linaje femenino que instaura el patriarcado y las instituciones que lo encarnan. Pero con la revolución feminista la situación comenzó a cambiar.
La obra de Adrienne Rich (26), Nacemos de mujer, así como la de Jane Lazarre, El nudo materno (27), ambas publicadas en 1976, son emblemáticas respecto a cómo las mujeres comenzaron a apropiarse de la representación de una maternidad que hasta entonces había sido heterodesignada por los hombres, quienes crearon lo que Rich llamó “institución maternal”, idealizando la función materna para que satisficiese sus necesidades de apego y cuidados y garantizarse así un vínculo inmarcesible y eterno, obviando y borrando los sentimientos de las mujeres mismas, y por tanto, de las madres.
Cuando las mujeres toman la palabra la idealización de la maternidad se interrumpe, y la obra de Rich, Lazarre, Tony Morrison (28) (Beloved), o la mía misma (29) (Mi amor desgraciado), entre otras muchas, abunda en testimonios de la ambivalencia del amor maternal, hasta llegar a la actualidad, donde el discurso de la ambivalencia, y hasta del odio (30) se abre paso poco a poco. Las malas madres se enfrentan con sentido del humor a estas propuestas, aunque observamos una banalización también de los contenidos de sus publicaciones. Estas malas madres, como bien señala Marina Betaglio (31), no cuestionan en el fondo el amor materno, que sigue siendo un tabú, si bien ponen de manifiesto la discrepancia entre representaciones idealizadas de la maternidad y las experiencias personales como madres y profesionales de sus autoras. La experiencia de la maternidad contada por las propias madres ha inaugurado un nuevo género literario, las Momoirs, común en Inglaterra y Norteamérica, que se ha extendido en Italia y España (32).
Como dijimos arriba, la obra de Adrienne Richmarca un antes y un después en el reconocimiento de los sentimientos maternos y de las exigencias de la maternidad como institución.
Durante siglos nadie habló de estos sentimientos. Yo fui madre en el mundo norteamericano freudiano de la década de 1950, centrado en la familia y orientado al consumo. Mi marido hablaba con ansia de los hijos que tendríamos; mis suegros aguardaban el nacimiento del primer nieto. Yo no tenía idea de qué deseaba, de qué podía o no elegir. Sabía tan solo que tener un hijo suponía asumir plenamente la feminidad adulta, que era “demostrarme a mí misma” que era “como las demás mujeres. (pág.114)(33)
Rich nos cuenta sin tapujos la profunda ambivalencia de la maternidad: las olas de amor y de odio que caracterizan la relación con los hijos. La cólera que degrada y agota a la misma madre.
Fui atrapada por el estereotipo de la madre cuyo amor es “incondicional” y por las imágenes visuales y literarias de la maternidad como una identidad unívoca. Si yo sabía que había dentro de mí zonas que nunca concordarían con aquellas imágenes, ¿no eran estas zonas anormales, monstruosas?… No existe ninguna relación humana en la que puedas amar a la otra persona en todo momento (pág. 67)
Se ha pretendido que las mujeres, y sobre todo las madres, amen así, con una entrega sin ambivalencias ni fin, y es esa exigencia imposible de satisfacer la que genera gran parte del malestar de las mujeres-madres, al confrontarla con la realidad de sus propios sentimientos, que nunca están a la altura del mito del amor materno. Un mito que Norma Ferro (34) intentó desmontar analizando las gratificaciones que las mujeres podrían obtener de él para sostenerlo:
Su única propiedad privada son los hijos. Sin ellos su vida pierde sentido (pág. 122).
Pero todo el esfuerzo por mostrar las complejidades de la maternidad y de la parentalidad que emprendieron, también desde el psicoanálisis, Nancy Chodorow (35), Elisabeth Badinter(36), Jessica Benjamin(37), Irene Meler(38), Estella W. Weldon(39), Emilce Dio Bleichmar(40), se ha visto apartado por una fuerte ola que regresa a la idealización del ejercicio parental y que nos interroga sobre la capacidad que tiene el ser humano de constituir o no su deseo de forma que eluda los imperativos sociales hegemónicos.
El auge de la maternidad intensiva o total y de la paternidad positiva.
Siempre se está en peligro de romantizar la maternidad, como lo han hecho tantos escritores varones a lo largo de los siglos, y también incluso algunas escritoras mujeres y madres que todavía lo hacen (41). Jane Lazarre.
Según Sharon Hays(42), la maternidad intensiva tiene una larga historia, comenzó a finales del XVII y comienzos del XVIII con la concepción de la inocencia del niño (Rousseau) y comporta tres principios fundamentales: inversión de una enorme cantidad de tiempo, energía, dinero y desgaste emocional en la crianza de los hijos; desprecio inicial de la aportación paterna a dicha crianza (los hombres son “enanos emocionales” con “mentes unilaterales” que sólo entienden lo relativo a ganarse el pan); consideración de los niños como seres sagrados, inocentes, puros por naturaleza, que constituyen el polo opuesto de una sociedad mercantilista.
Las contradicciones culturales de la industrialización y la inclusión de la mujer en el mundo laboral apuntan al dilema de las mujeres entre la maternidad y la profesión, ambas con carácter exigente, lo que garantiza el sentimiento de culpa a la hora de establecer el imposible equilibrio entre ambos espacios. El mundo laboral no ha respondido a las expectativas prometidas y la crisis económica ha devuelto a las mujeres al hogar, y no precisamente como fracaso, sino como elección frente a empleos precarios. Es en este contexto donde se inicia el auge de la maternidad intensiva y su correlato psico-pedagógico: la crianza de apego.
La maternidad intensiva exige que la madre sea la cuidadora principal del bebé durante los primeros años de vida, así como el ejercicio de la lactancia exclusiva y prolongada; lactancia que incluye necesariamente otras prácticas como el porteo, el colecho, el apego, el parto natural.
Para Beatriz Gimeno(43), la extensión de esta práctica tiene que ver con las exigencias del sujeto neoliberal, que impone que la mujer desaparezca del mercado laboral en determinados periodos en los que la oferta es demasiado alta; Gimeno vincula esta ideología maternal con una ética reaccionaria del cuidado:
Lo llamativo, con serlo, no es que se reivindique la libertad de ejercer una maternidad como esta, sino que se construye un nuevo y muy potente estándar moral a partir del cual se va a medir cualquier manera de ser madre y, desde ahí, se va a construir una nueva imagen de la madre buena y su reverso, la mala madre.
Sin embargo, otras especialistas opinan que la crianza de apego apunta a un modelo antihegemónico, dado que el feminismo radical de la segunda ola separó la maternidad de la mujer para apuntar hacia su liberación de un rol tradicional que la sometía al espacio doméstico y a la dominación masculina derivada de su dependencia económica. Las defensoras del modelo subrayan el carácter alternativo del mismo, que escapa a las demandas capitalistas. Afirman (44):
a muchas madres les cuesta reconocer o incluso aceptar esas sensaciones que están teniendo, ese deseo materno, como exponía Casilda Rodrigáñez. Porque nos encontramos con toda una educación patriarcal de desconexión y con un modelo de feminismo (hegemónico) que nos transmitió que nuestra criatura no era parte de nosotras, sino un hándicap para la liberación.
Priorizar los cuidados no es “ideología de maternidad intensiva”, pues debería ser el objetivo de toda la sociedad, por el bien de la infancia, que nunca se nombra aun siendo la parte principal de esta ecuación.
….
La madre que materna no gana valor social, materna a pesar de ver reducido su valor social. Y para garantizar su acceso al espacio público es más fácil refugiarse en un empleo (incluso precario) que en la maternidad.
Para Gimeno(45), es esta confluencia de aspectos tradicionales (retorno a un ejercicio maternal intensivo como el que se exigía a las madres de generaciones anteriores) y progresistas (ecologistas y antilobby) lo que hace a la maternidad intensiva o total atractiva para muchas mujeres jóvenes informadas.
Nosotros encontramos también en esta propuesta evidentes aspectos de resistencia al modelo hegemónico neoliberal, dado que hace salir a las madres del omnipotente mercado para dedicarse a la crianza y reivindicar el cuidado de los lazos intersubjetivos, tan deteriorados en el capitalismo financiarizado. Sin embargo, observamos también que su carácter alternativo se ve ensombrecido por la confluencia de otros factores que hacen de esa posición una forma más de consumo. Nos referimos a la romantización de la maternidad que se expone en las revistas y la publicidad a la que aludimos, en la que madres e hijas se visten de igual modo, se celebra, y se propugna un modelo que se erige como nuevo nicho de mercado. La maternidad intensiva apunta a una exigencia de perfección no solo como madre, sino como mujer: bella, erótica, feliz y, sobre todo, consumidora.
Para la psicoanalista Anna Vineze (46), las mujeres que adoptan la crianza de apego consideran que sus padres han sido afectivamente negligentes en su propia crianza, incapaces de empatía y comprensión. La crianza de apego resulta especialmente apta para la ilusión de que existe un mundo simbiótico perfectamente satisfactorio, lo que les permite a las madres compensar a través de sus bebés déficits e insatisfacciones vividas en su infancia, no pudiendo poner límite alguno a sus hijos. Otro motivo de predilección de la crianza de apego tiene que ver con el hecho de que, calmando las angustias de su bebé, estas madres pueden reducir sus inseguridades respecto a su maternidad, cubriendo así sus necesidades más que las del niño. Y señala un tercer motivo: la proximidad constante con el bebé parece un auténtico remedio de su propia angustia de separación de su madre. Concluye lo siguiente:
Ce qui fait problème, c`est que la manière dont elles s´occupent de l`enfant n’ est pas orientée par les besoins de celui-ci mais par la contre-identification á leurs tentatives inconscientes pour rétablir leur confiance en elles-mêmes(47).
A lo anterior hay que añadir que el auge que en estos momentos tiene esta práctica puede hacer que mujeres sin déficit afectivos previos también la adopten por mera imitación, ante un episodio de la vida especialmente difícil de asumir sin modelos previos, dado el rechazo de la trasmisión intergeneracional que el presentismo actual postula.
Recogemos lo que afirma en una entrevista (48) Alma Obregón, maratoniana, instagramer, madre y autora de un libro, Maternidad real (49) que expresa muy bien la centralidad actual de la maternidad.
-Si tuvieras que definirte con 5 palabras ordenadas por prioridades en tu vida… ¿Cuáles serían?
1/ Mamá, es mi prioridad número 1 y lo que más me llena. Mi vida ha cambiado totalmente con la maternidad y me encanta que haya sido así.
2/ Familia, soy muy familiar con mi marido e hijos, pero también con mis padres, hermano, sobrinos…
3 y 4/ Pastelería y Correr, están empatadas, me gustan las dos mucho. Son mis dos pasiones.
5/ Y la última es difícil, creo que sería Optimismo: soy alegre y priorizo estar alegre cada día en mi vida.
-¿Qué es lo que te gustaría que te hubieran contado sobre el embarazo?
… sobre todo, que mi vida iba a cambiar al 100%, que lo primero que me iba a importar eran mis hijos por encima de todo lo demás. Que después de ser mamá podría estar trabajando o entrenando, pero sin dejar de estar pensando en ellos en todo momento. Nadie me avisó de lo potente que es el amor incondicional por un hijo.
Ahora bien, más allá de los factores sociales que generan estos modelos de felicidad materna, queremos apuntar aquí a la experiencia subjetiva de este modelo de parentalidad, a los aspectos intrapsíquicos que expresa. Nuestra primera observación es la siguiente: ¿por qué nos atrevemos a llamar a este deseo fanático? Interroguemos ese amor incondicional.
El fanatismo parental
André Haynal(50), en su historia del fanatismo, afirma que este aparece en nuestra cultura entre los años 3000 y 4000 antes de Cristo, de la mano de las religiones proféticas, monoteístas (judaísmo, cristianismo e islamismo), que se tenían a sí mismas como depositarias de la única verdad. Vincula el fenómeno con la definición de Kant de “minoría” de edad del hombre, es decir, de la dependencia de los otros para dirigir su conducta, y con el proyecto ilustrado de hacerlo salir de esa minoría para alcanzar la mayoría de edad en la que sería responsable de sus faltas, fundando sus actos en la reflexión y el pensamiento racional, sin tomar en cuenta la opinión de la autoridad. El fanatismo sería lo opuesto a esa mayoría de edad, lo opuesto a la tolerancia, al tratarse de un comportamiento afín al dogmatismo, lo que conduciría a una inquebrantable confianza en sí mismo que excluye la duda y construye un narcisismo tan irreflexivo como inmaduro.
En este mismo sentido establecemos nosotros la diferencia entre identidad y subjetividad (51). La primera nos hablaría de un proceso por el que la representación del sí mismo se construye de modo mimético mediante identificaciones parciales y/o masivas con un objeto externo, a menudo propuesto por los modelos expuestos en los medios sociales, sin interrogar ese modelo, sino construyendo un sentimiento de individualidad guiada desde afuera. Por subjetividad entendemos la creación de un mundo propio, un proceso dinámico y constante de identificación/desidentificación con lo adquirido, lo dado, que se sostiene en el pasado y apunta al presente y al futuro. El hombre maduro e ilustrado kantiano sería aquel capaz de crear una subjetividad que le permita emitir juicios críticos propios, sin certezas, tolerando la duda.
La maternidad siempre fue el puerto privilegiado que el patriarcado propuso a la mujer para lograr una identidad total, sobre todo hasta la revolución feminista de los años 60, y la identificación de la mujer con la madre tiene en Freud un apóstol absoluto, como dijimos. Pero hemos visto que esta propuesta cultural fue resquebrajada por el feminismo, y que las mujeres empezaron a querer integrar su función maternal con los deseos que tenían antes de la maternidad, generándose tensiones nuevas.
Los padres y las madres de hoy sufren la crisis de los modelos tradicionales de identificación masculino/femenino, cuyos perfiles se han difuminado en la sociedad líquida del capitalismo financiarizado y digital que tan bien definió Zygmunt Bauman (52). Ante la disolución de modelos claros de masculinidad y feminidad, la parentalidad aparece de nuevo como un refugio identitario más firme que las diferencias de sexo y género, que también se difuminan, por cierto, en la posmodernidad tardía.
Hemos llamado invulnerables e invertebrados (53) a los sujetos más adaptados a las exigencias del capitalismo digital, cuya búsqueda de identidad sólida se convierte en imperiosa, de ahí los fenómenos de pertenencia grupal a los que asistimos en las redes, la identidad trans.
La llamada maternidad intensiva es un síntoma de una búsqueda desesperada de identidad, un efecto nuevo. El vínculo con los hijos se constituye como el más firme y seguro frente a la labilidad y liquidez de los demás vínculos afectivos posmodernos. Lo mismo sucede con la paternidad positiva para los hombres que intentan salir de los roles impuestos por la masculinidad hegemónica, buscando lo que llaman nueva masculinidades y nuevas paternidades. Esta entrega al ejercicio parental llenaría el vacío subjetivo, difícil de construir en el capitalismo numérico homogenizante, con identificaciones totales imaginarias que muestran cómo se debe actuar, cómo se debe ser en todas las situaciones de la crianza, y, por ende, de la vida, sin ningún género de dudas.
La parentalidad pasa así de ser una función, un ejercicio maternal y paternal, como le llamó Chodorow, o un rol dinámico integrado junto a otros en el sí mismo, a una nueva identidad, como sostienen Rocío Paricio y Cristina Polo (54): vivencia de empoderamiento tras el parto, mayor eficacia en la resolución de conflictos, reordenamiento de prioridades vitales, rediseño de la relación con la propia madre. Una nueva identidad materna que se producirá a través de las experiencias transformadoras que la mujer atraviesa durante la concepción y el embarazo (55).
Hay quien habla de una feminización de la parentalidad, una declinación del padre-amo absoluto patriarcal, que pasa a ocupar una función maternal en el cuidado de los hijos (las llamadas responsabilidades compartidas), al lado de la madre. La maternidad convencional de la madre amantísima daba sentido a una vida, asumiendo la función plena de los cuidados, como ahora sucede, incluso de forma más exigente, con la maternidad intensiva.
Y la paternidad adopta la mima posición, pues se evitan las preguntas sobre cómo seguir siendo hombre y padre, ya que esta parentalidad positiva propone modelos atractivos, no exentos de glamour. Los jóvenes padres y las jóvenes madres se forman en la parentalidad por medio de la literatura que hay a su disposición y de la cultura popular, como si la transmisión intergeneracional de la función materna y paterna se hubiese roto, pues sus padres no les sirven ya de modelo, lo que les hace más influenciables de la cultura imperante.
En este sentido, observamos una indiferenciación de roles padre-madre en el lenguaje mismo que usan las parejas, que nombran el embarazo de la mujer con un plural homogenizador, por ejemplo, cuando afirman:
- Estamos embarazados.
O también, el uso del sustantivo papi y mami/papá o mamá, para nombrar al compañero sentimental delante de los hijos, en frases cuya sintaxis e intencionalidad no lo exigiría:
- Mami, dile a Luis que apague el móvil –le dice el hombre a la mujer.
La identidad padre/madre ocupa en la maternidad intensiva y la paternidad positiva toda la identidad de los jóvenes, que se hacen amigos de los padres de los amigos de sus hijos en los parques, como si esa fuera su elección y no exclusivamente la de los niños, en una curiosa indiscriminación intergeneracional que resalta la entrega al rol parental.
Darle un hermanito al hijo es otro mantra común que de nuevo pone el acento en el niño, en su supuesto bienestar futuro, sin que interrogue el deseo o no de hijo de uno y otro miembro de la pareja, pasando a menudo por encima del bienestar de la pareja, cuyo equilibrio se ha visto amenazado por la crisis del primer hijo y la restructuración de funciones que comporta.
Insistimos, parecería que en numerosas parejas jóvenes el ejercicio parental estructura al padre y a la madre, les dota de una identidad sólida que se expresa en lo que deben o no hacer y que, para sostenerse como tal, obliga a colocar al hijo/a en el centro de la vida de ambos miembros de la pareja, que pasan a definirse casi exclusivamente como “padres”, a identificarse por su rol en la nueva familia.
Hemos observado también cómo, en numerosas ocasiones, el aborto espontáneo, o forzado por el embarazo de un bebé inviable, comporta sentimientos de duelo que arrasan con la totalidad de la persona, tal y como sucede en la novela de Starobinet, Tienes que mirar, a la que nos referimos antes y, en menor medida, en la de Laura Muñoz, Un nombre de guerrero (56),que trata también el tema. Nos preguntamos aquí: ¿por qué es devastadora la pérdida de un bebé inviable, o un aborto de pocos meses? La respuesta podría ser que, mientras que años atrás, el aborto era asumido como un accidente esperable que podía afectar a cualquier embarazo, y las embarazadas ocultaban incluso el hecho hasta superar el periodo crítico inicial de riesgo, y aceptaban la pérdida como una eventualidad que podía ser superada en nuevas tentativas; ahora el duelo arrasa con la totalidad del sí mismo porque la maternidad constituye el núcleo del self de la mujer, ya no hay lugar psíquico en el que refugiarse tras la pérdida, mediante una disociación funcional temporal, usada como defensa contra el dolor.
Por otra parte, y es un ejemplo de investidura narcisista en el cuerpo de la madre, los futuros padres nombran y tratan la barriga de la embarazada como si se tratase de un ser autónomo en el que proyectan sus sueños (57), y la pérdida del bebé parece indicar más una pérdida narcisista (del ideal de familia, de la ilusoria reparación personal a través del hijo) que objetal, puesto que este no ha existido aún. Laura Freixas llamó la atención hace un tiempo sobre el icono publicitario que representa el vientre de una embarazada, fragmentado del resto de la mujer, y divinizado. La práctica extendida del belly painting (58), es un ejemplo de esto que decimos.
Pero no solo son las mujeres quienes viven la maternidad de modo intensivo, también los hombres experimentan la paternidad como un lugar de identificaciones totales en tiempos de extrema fluidez identitaria y de profunda crisis de la masculinidad. Hombres en transición, profesionales formados que intentan alejarse de la masculinidad hegemónica de sus padres y abuelos, adoptan la paternidad como un refugio identitario definitivo.
Tomamos el ejemplo de un autor que ha trabajado el tema de las nuevas masculinidades, escritor y especialista en género y políticas de igualdad y paternidad positiva (59) : Ritxar Bacete (60) que se define a sí mismo de este modo:
Ritxar Bacete (Vitoria-Gasteiz, 1973) es padre de familia numerosa—con todo lo que ello conlleva—, hombre en transición y aprendizaje continuo, y apasionado por la belleza que hay en las personas y en las cosas. Es además antropólogo por vocación y trabajador social por convicción.
Otro tanto cabe decir de Joaquím Montaner:
https://papasblogueros.com/ Blog de Joaquím Montaner Villalonga: Papás blogueros.
Así pues, los varones que huyen de la masculinidad hegemónica se adhieren a la identidad de padres, con toda la literatura que genera, como un talismán que les guía en su esfuerzo por separarse de la masculinidad tóxica que rechazan, y que entienden como devaluada y dominante.
La identidad se muestra explícitamente alrededor de la palabra “padre”, pues a la pregunta
¿quién soy yo? se le da esa respuesta: Soy padre de familia numerosa, o bien Papá bloguero. En este sentido, en los últimos años he encontrado en la clínica varones que, al acercarse a los cuarenta, buscaban un hijo con la misma urgencia o más que algunas mujeres, pues se trata de algo que se espera de ellos, algo hacia lo que les presiona toda la sociedad. Sus compañeras sentimentales son elegidas por su supuesta cualidad de futuras buenas o malas madres, y rechazadas aplicando el mismo baremo.
Esta efervescencia parental forma parte de un nuevo concepto que afecta a los padres: la Paternidad positiva (61),que definen como una forma de comprender la crianza y la educación basada en el respeto a las necesidades de los hijos, y en la puesta en marcha de acciones que favorezcan su desarrollo, como pueden ser el fortalecimiento del apego, la interacción a través del juego, la comunicación sin exposición al conflicto, teniendo en cuenta el entorno de cada familia y las habilidades de los padres y/o madres. Es decir, los mismos ingredientes que la maternidad intensiva.
En el centro de la familia contemporánea están, pues los hijos, como lo están también en el centro de la cama con la práctica del colecho. Los padres les dejan dormir con ellos como recompensa, como talismán apotropaico que aleja el miedo, por pura comodidad; un regalo que pospone el retorno de ambos progenitores al interior de unas parejas que, a menudo, no les satisfacen. Dormir en la cama de los padres como regalo promueve la fusión del niño con los padres, y dificulta la separación-individuación, así como la vivencia de la intimidad corporal y la irrupción de la sexualidad en el hijo, que se ve cortocircuitada por temores incestuosos inconscientes.
Trabajé con una adolescente inhibida que dormía con la madre todavía a los quince años, sin que este hecho fuera relatado en las primeras entrevistas por ninguna de las dos. Solo a partir de otras preguntas pude conocer el colecho que ellas habían naturalizado. El padre dormía en el sofá del salón.
La práctica del colecho crea nuevos conflictos en las parejas, como la dificultad para restablecer la vida sexual, que puede desaparecer durante meses; también malestar y alejamiento. Y, cuando no es defendida por igual por ambos padres, infinidad de conflictos. Entre sus defensores, el colecho se justifica teóricamente con argumentos psicopedagógicos que se resumen en un mayor bienestar del niño y en el fortalecimiento del vínculo parental.
Pero la sexualidad de los padres se abandona y se desplaza hacia la ternura filial que los hijos proporcionan, sin que aparezca aparentemente ningún problema.
Ahora bien, esta aparente, y real –según hemos constatado- desaparición del deseo sexual de la madre tras la maternidad, y la aquiescencia del compañero sexual (el padre casi siempre) ¿habla de una pulsión desplazada que se satisface con la función parental?, ¿qué dinámica psíquica y pulsional se despliega con estas prácticas en ambos progenitores?
En el Anti-edipo (62) (1972), Deleuze y Guattari pronosticaban un aumento de la libido si se eliminaba la represión sexual, lo cual no ha sucedido, sino todo lo contrario. La libido, no solo la sexual, sino la pulsión de vida, la investidura del mundo no cesa de disminuir en el actual capitalismo avanzado y autofágico, imaginariamente hipersexualizado y liberado de los tabúes, que tiene como modelo de relación sexual la pornografía. La anhedonia, la disminución del deseo sexual entre los jóvenes (63) educados en la pornografía y la ausencia de represión contradicen los alegres pronósticos de los teóricos de los setenta, que pusieron en la revolución sexual la esperanza y la solución a muchos problemas atribuidos a la represión.
Resumiendo, lo anterior nos lleva a pensar que la búsqueda del hijo y la entrega a una parentalidad fanática colocan imaginariamente al bebé en el lugar de un objeto transformador, capaz de reparar las fallas subjetivas de los padres y de modificar su ambiente, convirtiéndolos en otra cosa: una familia idealizada que repare las fallas de la familia original de ambos padres o de uno de ellos. El bebé y las actuaciones que se derivan para conseguir un embarazo y la crianza intensiva es el objeto de una necesidad excesiva, que no soporta ser tramitada de ninguna otra manera.
Ahora bien, ¿Por qué llamar fanática a esta parentalidad positiva o intensiva?
Según la RAE, fanático significa:
1. m. Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas.
Dijimos que el fanatismo ha ido vinculado históricamente a la defensa de una verdad única que excluye la duda y da seguridad; la dependencia de los adeptos a los líderes o a las ideas que siguen, de manera que su conducta es guiada por algo/alguien externo a ellos (ideología, religión, líder, mass media), y la entrega absoluta a esa verdad.
Hemos llamado fanática a esta modalidad nueva de vivir la parentalidad porque responde a nuestro entender a las características totalitarias de una entrega a un objeto que se erige como depositario imaginario de los sueños de los padres: el hijo/a, y porque responde a las características antes señaladas. El deseo del hijo se experimenta como imposible de ser desplazados ni sublimado, y cuya renuncia comporta una especie de mutilación del yo que se vive con una angustia extrema y con la caída en la depresión, pues el duelo de esa expectativa de transformación no puede ser elaborado.
La describimos como fanática porque fanático es ese impulso totalitario que exige una entrega total a la función paterna y materna como esperanza de transformación del entorno y de la vida. Disciplinas rigurosas de cuidados (alimentación, higiene, contacto pautado con extraños al núcleo familiar), lactancia de hasta tres años, dificultades de separación, el cuidado del bebé ocupa todo el espacio de la vida de la pareja, que se instruye intensivamente para este ejercicio e intelectualiza con nuevas teorías su entrega absoluta. El bien del bebé está por encima de los proyectos personales, con la esperanza de prepararlo para que sea un niño sano y feliz en el futuro. Las madres y los padres fieles a la crianza de apego se convierten en activistas y difusores de la misma: Liga de la leche, blogs, libros, y todo tipo de actos de difusión.
Por supuesto, no todos los padres se entregan de esta forma a la crianza, los hay que mantienen un difícil equilibrio entre la vida personal, profesional, de pareja, y la función parental. Nos referimos aquí a un extenso grupo que sigue una corriente muy representada en la literatura y los medios que se ocupan de la crianza y hacen de ella el centro de sus vidas.
La incertidumbre creciente que se ha instalado en nuestras sociedades ha supuesto un incremento exponencial de la angustia, y la identidad funciona como un calmante, por el carácter de certeza que otorga a cómo se ha de ser. El recurso a identidades sólidas y adhesivas es una defensa contra la fragmentación que prioriza el sistema (64).
Entendemos también este fanatismo maternal como una necesidad excesiva, en tanto que se trata de un deseo que no se puede tramitar ni sublimar, ni desplazar ni aplazar, sino que lleva a la acción. Una necesidad a vida o muerte. En mi reseña del libro de Starobinets subrayé el episodio siguiente:
A lo largo de este episodio autobiográfico, el lector puede preguntarse con razón por qué no encuentra alivio esta madre al desprenderse de un feto –embrión, niño, bebé, tal y como le llama la familia, subrayando la autora los matices –, que no podrá sobrevivir más que unas horas al parto, si es que no nace ya muerto. Y la respuesta quizás la encontremos en la persistencia de un deseo de hijo que impulsa a Anna, primero a convencer al marido, que no desea volver a pasar por otra experiencia semejante; a quedarse embarazada de nuevo, a pesar de que las pruebas genéticas confirman que existe un 50% de posibilidades de que el embrión esté afectado de la misma enfermedad, después. Un deseo de hijo que se convierte en una obsesión avasalladora.
- No quiero que se repita –responde Sasha malhumorado-. Tal vez no necesitamos un segundo hijo… Tenemos ya una niña. ¿Quieres un perro? Siempre quisiste un perro. Quizás con la Tejoncita y un perro tengamos suficiente.
- No es suficiente para mí. Necesito de verdad este niño. Nunca seré feliz si no doy a luz un niño vivo (pág.132).
Observemos esta última frase.
Ni el cachorro que adoptan, ni los libros que escribe y proyecta escribir, ni su hija ni su pareja son suficientes para esta mujer que sufre de una ansiedad invalidante, hasta que tras varios intentos fallidos consigue ser ayudada por un psicólogo competente y, un año y medio después, logra embarazarse de nuevo y dar a luz un hijo sano.
Del mismo modo se expresa en su novela Quién quiere ser madre, la más exitosa en España sobre el tema de la maternidad, su autora Silvia Nanclares (65).
… dijo él: “El deseo de ser madre te ciega”. O me ilumina, pensé yo.
Iluminada por mi ceguera, durante los meses siguientes, y recién inaugurada la época del declive que marcan los tratados de fertilidad, yo iba y venía sobre la idea de “adquirir semen” (pág.51).
La también escritora Marina Perezagua, en un reciente artículo publicado en el diario El País (66), se expresa así:
Si antes tener un hijo había sido un deseo, pero en ningún caso una condición para sentirme plena, el siempre hecho de que pudieran siquiera dudar de la posibilidad empezó a convertir el deseo en una obsesión, la misma obsesión que hace que tantas mujeres arriesguen su salud mientras que los médicos siguen animándolas para alimentar un negocio que es una industria cárnica humana, una granja en la que los ovarios se llevan al límite de su naturaleza para expulsar óvulos y dinero.
Stanley J. Coen (67), psicoanalista de la universidad de Columbia, ha estudiado lo que llama las necesidades excesivas de pacientes que recurren a la acción en lugar de ponerse en contacto con su fragilidad, y las define del siguiente modo:
La necesidad excesiva se refiere a las cualidades imperativas, de vida o muerte, de la necesidad, que el que la padece no puede tolerar en la forma en que se expresa en el presente; de ahí la presión urgente de transformarla en algo más…. Cuando los anhelos del paciente tienen proporciones de vida o muerte, éstos deben ser satisfechos, de modo que su frustración genera necesariamente una rabia asesina.
Continúa el autor:
La necesidad excesiva en los pacientes ha sido descrita por numerosos analistas, pero sólo ha sido elaborada por Ghent (1992, 1993; ver también Phillips 2001 sobre Ghent). La perspectiva de que algunos pacientes han tenido que aprender a evitar la expresión clara y directa de la necesidad –que entonces se expresa de forma distorsionada, disimulada y provocativa- ha ayudado a los analistas a trabajar más efectivamente con los pacientes desafiantes.
Ghent (1992) consideraba la necesidad excesiva como una necesidad maligna defensiva contra la necesidad benigna, aunque insistía en que la necesidad excesiva no tapa la necesidad. La tarea del analista es preservar una apreciación empática de la necesidad y el deseo genuinos del paciente sin verse atrapado en el enfado y las provocaciones de éste. El concepto de Sullivan (1953) de transformación malevolente es en cierto modo similar; apuntaba que el duro rechazo de los padres de la tierna necesidad del niño puede fomentar la conducta traviesa.
Las posibilidades médicas de conseguir el embarazo y el hijo anhelado convierten el deseo en un objetivo no sujeto a tramitación, nunca seré feliz si no doy a luz un niño vivo, afirma Starobinets.
En este sentido, y tal y como señalamos en otra ocasión respecto al lugar que ocupa la mujer para el maltratador (68), la parentalidad fanática podría comprenderse también como el efecto de la búsqueda de un objeto transformacional donde se deposita la esperanza de una transformación total del entorno, precisamente lo mismo que espera encontrar el fanático religioso en el paraíso.
Christopher Bollas (69) teorizó sobre lo que llamó Objeto transformacional, del siguiente modo:
A este objeto Christopher Bollas, psicoanalista discípulo de Winnicott, miembro del Grupo Independiente de la Sociedad Psicoanalítica Británica, le llama «objeto transformacional», y tiene que ver con la experiencia temprana de un objeto primero que transforma el mundo interior y exterior del sujeto, una etapa simbiótica donde el yo y el otro no están diferenciados. «Esta experiencia del yo que consiste en ser transformado por el otro permanece como una memoria que puede ser reescenificada en experiencias estéticas o en objetos que prometen un cambio…». «Aún no individualizada plenamente como otra, la madre es experimentada como un proceso de transformación, y este aspecto de la existencia temprana pervive en ciertas formas de búsqueda de objeto en la vida adulta, en que éste es requerido por su función de significante de transformación». El espacio transicional de Winnicott sería la continuación natural, como señala Sanfeliu (70), del periodo transformacional. Cuando la madre ha fracasado en esta función de transformar el ambiente del bebé, «en la vida adulta, lo que se ansía no es poseer el objeto: más bien se lo busca para entregarse a él como un elemento que altere el self… el objeto como transformador ambientosomático del sujeto. La memoria de esta temprana relación de objeto se manifiesta en la búsqueda, por parte de la persona, de un objeto (persona, lugar, suceso, ideología) que «traiga la promesa de transformar e] self», según nos dice Bollas en la obra ya citada. Se trata de una experiencia afectiva intensa que equivale a un reconocimiento interior de la necesidad de reparación del yo; como tal es una búsqueda de salud, un poco maníaca. Continua el autor: «No debe sorprender que diversas psicopatologías emerjan del fracaso (según expresión de Winnicott) en ser desilusionado de este vínculo» (el subrayado es nuestro). Es decir, nos encontraríamos con que, de no producirse el adecuado pasaje del objeto transformacional hacia el objeto transicional, debido a fallas en la interacción con la madre, entonces, en la vida adulta, «ciertas formas de erotomanía quizá sean ensayos de establecer el otro como el objeto transformacional”(71).
El bebé producto de un deseo fanático se constituye como objeto de amor idealizado, como proyección narcisista del que se espera la modificación del mundo personal y la formación de una unidad fusional plena: una familia feliz.
Pero ¿Cuál puede ser la necesidad benigna negada en este deseo fanático de un hijo expresado como necesidad excesiva, a vida o muerte?
Estos jóvenes, padres y madres de entre 30 y 40 años, que se entregan a la función maternal de manera fanática, poniendo el hijo en el lugar de un objeto transformador que modificará su existencia, motivados tanto por el esfuerzo de reparar una falla subjetiva como por la presión social hacia estas formas de identificación nuevas que colocan la parentalidad en el centro del self, lo hacen en un tiempo donde la propuesta de producción de los sujetos va más dirigida a producir identidades miméticas que subjetividades creativas (72).
Ser madre y ser padre se convierte entonces en una esperanza de identidad sólida, salvífica, en un tiempo caracterizado por la extremada fluidez identitaria llena de incertidumbre y de angustia, que impide la aceptación e integración de la ambivalencia afectiva, y la construcción pausada y dinámica de una subjetividad creativa.
Por otra parte, y como bien apunta Marina Betaglio (73), el imperativo del disfrute maternal puede estar vinculado a las actuales tecnologías del yo (74) que hoy exigen crearse una marca como un producto más del mercado. Una identidad imaginaria, decimos nosotros, que sustituye y clausura el proceso de construcción de una subjetividad creativa que interrogue los mandatos sociales hegemónicos, para apropiárselos integradoramente o rechazarlos.
La identidad parental y la entrega a los hijos aporta sentido de pertenencia, vínculos y afectos sólidos, frente a la fragilidad de los lazos afectivos y comunitarios actuales, lo que hace disminuir la incertidumbre y la angustia.
Para terminar, y aunque parezca a simple vista tangencial en el tema que nos ocupa, no podemos dejar de remitirnos aquí a la representación de la maternidad en el cine en algunas de las películas de éxito de los últimos años. Tomemos como ejemplo Tres anuncios en las afueras (75)y Uno de nosotros (76). En la primera, una madre venga la violación y el asesinato de su hija tomándose la justicia por su mano, en el mejor estilo del western patriarcal; en la segunda, otra madre-padrona, atemoriza a sus hijos y rapta a su nieto, mientras que la abuela paterna del niño se toma también la revancha arriesgando la vida de su marido, en una orgía de sangre y violencia clásicamente masculinas. Madres pues de deseos maternos también fanáticos e innegociables que el cine está empezando a explorar y explotar.
Sin embargo, en su última película, Madres paralelas (77), y sin juzgar su valor cinematográfico sino tan solo su contenido, Pedro Almodóvar, nos muestra un abanico de maternidades más conciliadoras: la madre que abandona a su hija por su carrera como actriz; la joven madre adolescente que rechazaba la maternidad y la abraza tiernamente cuando ve a su hija recién nacida (78), superando el duelo mediante el retorno a su vida de joven; la madre que se rige por la ética del compromiso y la honestidad, a pesar del dolor de sus circunstancias. Todo ello con un estilo dialogante y reparador de cuidado, opuesto a la representación de la maternidad fanática de las películas anteriores.
En la rentré literaria francesa de este otoño 2021, las novelas sobre la maternidad y las relaciones madre-hija abundan; en el festival de cine de Sitges ha triunfado la película de Valdimar Jóhannsson, Lamb, un melodrama en clave de terror dedicado también al deseo de hijo de una pareja sin descendencia que se encariña con una ovejita.
La maternidad está, pues, de moda, quizás porque se cuestiona más que nunca el mito. Pero…
… las madres fracasan siempre
Con esa rotunda y tranquilizadora frase se expresa Jacqueline Rose (79) en su libro Madres (nosotros añadiríamos, los padres también), y continúa afirmando que quiere dejar claro que se trata de un fracaso normal:
…que no debe verse como una catástrofe porque fracasar es parte de la tarea de ser madre. Pero debido a que las madres son vistas como nuestra vía de entrada al mundo, nada más fácil que hacer que el deterioro social parezca algo que las madres tienen el deber sagrado de evitar […] Esto las convierte en claras culpables, tanto de los males del mundo como de la rabia que provoca siempre la decepción inevitable de una nueva vida (pág. 40).
Muchos de los malestares de la maternidad están provocados por estas expectativas imposibles de cumplir, pues, como insiste Rose, ¿por qué tienen que ser las madres más buenas que el resto de la gente? (pág. 95). Encarnar el amor y la bondad es lo que se hace intolerable para las madres, lo que genera su sentimiento de culpa, su tensión constante. Que el amor maternal, cuando existe, sea distinto a cualquier otro no lo hace inmune a la ambivalencia y a la decepción.
Quizás si el patriarcado estuviese dispuesto a desprenderse del mito del amor materno, un mito inventado por los hombres para cubrir sus necesidades de apego y garantizarse un objeto, la maternidad podría abordarse con más transparencia, sin ese pacto de silencio que impide que muchas mujeres expresen sus sentimientos reales sobre su particular ejercicio materno y ejerzan el derecho que tenemos todos de identificar lo que pensamos y sentimos por fuera de la presión social.
Notas
(1) El hijo que no nació, Lola López Mondéjar, Los diablos azules, Infolibre.
(2) Starobinets, Anna, Tienes que mirar, Impedimenta, Madrid, 2021.
(3) Ibone Olza es autora de libros y artículos sobre el parto, la lactancia y la salud mental perinatal. Así se define en su blog: Soy médica psiquiatra. He escrito varios libros y numerosos artículos científicos y de divulgación. En la actualidad dirijo el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal y colaboro con varios proyectos de investigación.
(4) Eva Rotenberg, Parentalidades, Lugar editorial, Buenos Aires, 2014.
(5) ídem, pág. 112.
(6) Entrevistada en el documental, [M]otherhood. Ser madre es solo una opción, 2019.
(7) Badinter, Elisabeth, ¿Existe el instinto maternal? Historia de la maternidad, siglo XII al XX, Paidós, Barcelona, 1981.
(8) Freixas, Laura, Saber quién soy. Diario 1997-1999, Dos hermanas, Igualada, 2021.
(9) Fernández Miranda, María, No madres. Mujeres sin hijos contra los tópicos, Plaza y Janés, Madrid, 2017.
(10) Rodrigañez Bustos, Casilda y Ana Cachafeiro Viñambres, La represión del deseo materno y la génesis de la sumisión inconsciente, Ediciones Crimentales, Murcia, 2007.
(11) https://www.youtube.com/watch?v=Kb_4DSrmdZQ, Nils Bergman
(12 ) https://www.lavanguardia.com/cine/20181114/452905281237/motherhood-entrevista-laura-garcia-andreu- maternidad-idealizada.html Laura García: La maternidad está idealizada, es necesario mostrar sus aspectos negativos.
(13) Motherhood, Laura García Andreu, Inés Peris Mestre, Suica film, España, 2018
(14) Donath, Orna, Madres arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales, Reservoir Books, Barcelona, 2016.
(15) Beauvoir, Simone, El segundo sexo, 1949.
16 Rodriguez Magda, Rosa María, La mujer molesta, Ménades, trincheras, Madrid, 2019
(17) https://www.clarin.com/entremujeres/hogar-y-familia/hijos/lado-crianza-apego-trata-mirada-machista-acerca- El lado oscuro de la crianza de apego.
(18) Rose, Jacqueline, Madres, un ensayo sobre la crueldad y el amor, Siruela, Biblioteca de ensayo, Madrid, 2018.
(19) Linhart, Virginie, L´effet maternal, Points, récit, París, 2020 (traducción propia).
(20) Recalcati, Massimo, Le mani della madre, Feltrinelli, Milano, 2015.
(21) a desarrollar la relación entre Freud y las mujeres hemos dedicado un artículo: López Mondéjar, L. (2021). El patriarcado inconsciente de Freud y la plasticidad de las mujeres. Aperturas Psicoanalíticas (66),
http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001137
(22) Winnicott, D, El odio en la contratransferencia, 1947 https://www.psicoanalisis.org/winnicott/odcontra.htm
(23) Manzano, J.; Palacio Espasa, F.; Zilkha, N., Los escenarios narcisistas de la parentalidad. Clínica de la consulta terapéutica, Altxa, Bilbao, 1999.
(24) Sau, Victoria, El vacío de la maternidad: madre no hay más que ninguna, Icaria, Barcelona, 1995.
(25)Sau, Victoria, Del vacío de la maternidad, la igualdad y la diferencia, https://institucional.us.es/revistas/warmi/9 /6.pdf
(26) Rich, Adrienne, Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia, Traficantes de sueños, 2019. https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/map54_Rich_web_2.pdf
(27) Lazarre, Jane, El nudo materno, Editorial las afueras, Barcelona, 2018.
(28) Morrison, Toni, Beloved, Debolsillo, Barcelona, 1987
(29) López Mondéjar, Lola, Mi amor desgraciado, Ediciones Siruela, Madrid, 2010.
(30)https://www.eldiario.es/cultura/libros/llegado-momento-escribir-odio-madre_1_8245493.html.
Se trata de la novela de Daisy Johnson, Bajo la superficie (Periférica, Madrid, 2021), en el que una hija cuenta la incompetencia y la locura de su madre, que aparece con demencia dieciséis años después de haberla abandonado. En la serie de HBO, La asistenta, asistimos de nuevo a la relación con su madre de una joven de veinticinco años, madre perfecta de una niña de tres y maltratada por su marido. La madre de esta joven –madre también en la vida real de la protagonista- es una artista hippie con episodios maníacos y una singularísima relación con el mundo y con sus responsabilidades maternales, que prioriza el amor de pareja sobre el filial.
(31) Marina Bettaglio, (Post)Feminist Maternal Chronicles and Their Discontents, University of Victoria, Canadá
(32) Bettaglio, Marina, Crónicas maternales (post)feministas y sus descontentos, Universidad de Victoria.
(33) Moyra Davey, ed. Maternidad y creación, Alba trayectos, Barcelona, 2020.
(34) Ferro, Norma, El instinto maternal o la necesidad de un mito, Siglo XXI editores, Madrid, 1991.
(35) Chodorow, Nancy, El ejercicio de la maternidad, Gedisa, Barcelona, 1984.
(36)Badinter, Elisabeth, ¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal siglos XVII-XX, Barcelona, Paidós, 1996.
(37) Benjamin, Jessica. Los lazos de Amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación. Buenos Aires, Paidós, 1992.
(38) Meler I., Tajer D. (comps.),Psicoanálisis y género. Debates en el foro, Lugar editorial, Buenos Aires, 2000.
( 39)W. Weldon, Estela, Madre, virgen, puta. Un estudio de la perversión femenina, Psimática, Madrid, 2013.
( 40)Dio Bleichmar, Emilce, La sexualidad femenina. De la niña a la mujer, Barcelona, Paidós, 1997
(41) Jane Lazarre, autora de “El nudo materno”, entrevista de Tamara Tanembaum, 30 enero 2020. En línea.
(42) Hays, Sharon, Las contradicciones culturales de la maternidad, Paidós, Barcelona, 1998.
(43) https://www.mujeresparalasalud.org/la-maternidad-intensiva-la-maternidad-neoliberal/
(44)https://www.elsaltodiario.com/maternidad/opinion-no-existe-ideologia-maternidad-intensiva
(45) Gimeno, Beatriz, La lactancia materna. Política e identidad, Cátedra Feminismos, Madrid, 2018.
(46) Vinceze, Anne, La mère confrontée à l’indépendance du nourrisson, Le Coq-héron 2021/3 (Nº 246), pag. 29 a 36.
(47) El problema es que la manera en la que se ocupan del niño no está orientada por las necesidades de este sino por la contra-identificación con sus tentativas inconscientes por restablecer una confianza en sí mismas (traducción propia).
(48) https://www.sportlife.es/entrenar/mujer/entrevista-a-alma-obregon-autora-libro-maternidad- real_209528_102.htmlgón
(49) Obregón, Alma, Maternidad real, lo que nadie me contó sobre la experiencia más emocionante de mi vida, Planeta, Barcelona, 2020.
(50) Haynal, André, Puymége, Gérard, Molnár Miklós, Le fanatisme, ses racines: Un essai historique et psychanalytique, 1980
(51) https://www.elpsicoanalitico.com.ar/num38/subjetividad-lopez-mondejar-invulnerables-invertebrados-
posmodernidad-fragilidad-desamparo-angustia.php.
(52) Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida, Fondo de Cultura económica, México, 1999.
(53) López Mondéjar, Lola, Invulnerables e invertebrados. Mutaciones antropológicas del sujeto contemporáneo, Anagrama, Barcelona, 2022.
(54) Maternidad e identidad materna: deconstrucción terapéutica de narrativas, Rocío Paricio del Castillo, Cristina Polo Usaola, Rev. Esp. Neuropsiq, 2020; 40 (I 38): 33- 54
(55) En la última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas, la transformación de la embarazada adolescente, que va a parir un hijo fruto de una violación, en una madre entregada apunta en esta dirección casi mágica de la transformación de la mujer en una madre amorosa que se produce cuando ve a su hijo.
(56) Muñoz, Laura, Un nombre de guerrero, autopublicación, 2021.
(57) El body painting en la barriga de la embarazada es una tendencia. https://www.youtube.com/watch?v=C3Z1bmBnThM
(58) “Si traducimos literalmente la palabra belly painting sería algo así como ‘barriguita pintada’, pero no se usa el término en español sino en inglés. El vientre de una mujer embarazada genera ternura y llama la atención, así que,
¿qué mejor que usarlo como lienzo? Su decoración está cada vez más de moda durante la celebración del baby shower —fiesta prenacimiento — e incluso en las sesiones de fotos tanto profesionales como caseras”. https://eresmama.com/que-es-el-belly-painting-2/
Obsérvese el carácter jocoso e infantil del que se inviste al acontecimiento.
(59) Ritxar, Bacete, Solano, Jordi, Papá, Colección Baoba, Destino Infantil y juvenil, Barcelona, 2021.
(60) Bacete, Ritxar, Nuevos hombres buenos. La masculinidad en la era del feminismo, Booket,
(61) https://www.euskadi.eus/que-es-parentalidad-positiva/web01-s2enple/es/
(62) Deleuze, G., Guattari,F., El Anti-edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Barcelona, 1985.
(63) https://www.abc.es/xlsemanal/a-fondo/sexo-millennials-menos-relaciones-sexuales-independencia-parejas- natalidad-onlyfans.html
(64 )Dedicamos nuestro ensayo Invulnerables e invertebrados… a analizar los factores que causan esa creciente incertidumbre.
(65) Nanclares, Silvia, Quién quiere ser madre, Alfaguara, Madrid, 2017.
(66) Marina Perezagua, No es una historia personal, El País, Opinión, miércoles 6 de octubre de 2021.
(67) Necesidad excesiva y acción defensiva narcisista, Stanley Coen J. Revisión de Andreina Orta, Aperturas Psicoanalíticas. [En línea],[Visitado el 31 de agosto de 2017]. http://aperturas.org/articulos.php?id=0000806
(68)López Mondéjar, Lola, Una patología del vínculo amoroso: el maltrato a la mujer Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, vol. 21, núm. 77, 2001, pp. 7-26 Asociación Española de Neuropsiquiatría Madrid, España, [En línea] https://www.redalyc.org/pdf/2650/265019674002.pdf
(69) Bollas, C.: La sombra del objeto. Psicoanálisis de lo sabido no pensado Buenos Aires,Amorrortu,1.991.
(70) Sanfeliu, l. coord.: Nuevos paradigmas psicoanalíticos, Madrid, Quipu ediciones, 1.996.
(71) López Mondéjar, Lola, Una patología del vínculo amoroso: el maltrato a la mujer, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, vol. 21, núm. 77, 2001, pp. 7-26 Asociación Española de Neuropsiquiatría Madrid, España, [En línea] https://www.redalyc.org/pdf/2650/265019674002.pdf
(72) Dedicamos nuestro próximo libro de ensayo, “Invulnerables e invertebrados. Apuntes sobre las formas de existir del sujeto contemporáneo” (Anagrama, en prensa), a analizar estas identidades y los mecanismos de defensa prioritarios en la modernidad tardía.
(73) Betaglio, Marina, From Religious Imperative to Personal Religion,
(74) Foucault, Michel, Tecnologías del yo y otros textos afines, Paidós, Barcelona, 1988. Las tecnologías del yo “permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad” (p. 48); son “el modo en que un individuo actúa sobre sí mismo” (p. 49).
(75) Director: Martin McDonagh, Reino Unido, 2017, Coproducción Reino Unido-Estados Unidos; Blueprint Pictures. Distribuidora: Fox Searchlight.
(76) Director: Thomas Bezucha, EEUU, 2020, Productora: Mazur / Kaplan Company.
(77) Director: Pedro Almodóvar, España, 2021, Productoras: Remotamente Films, El Deseo, TVE.
(78) Más allá de la clásica idealización almodovariana de la maternidad.
(79) Rose, Jacqueline, Madres, un ensayo sobre la crueldad y el amor, Siruela, Biblioteca de ensayo, Madrid, 2018.