El Nexum era una figura contractual en el derecho Romano, por el cual el deudor o nexi cedía al acreedor de modo legal (e incluso con fórmulas rituales) poder de dominio sobre su persona, fuera de efectos inmediatos o aplazados hasta el momento de quedar incumplida la deuda. Los nexi eran ciudadanos empobrecidos, en general plebeyos en tanto que carecían de otras redes de contención, que así se habían dado ellos mismos en prenda de acreedor. El compromiso implicaba dominio, incluyendo la posibilidad de que el acreedor lo vendiera como esclavo, le diera cárcel o incluso muerte. (Obtenido de Wikipedia)
Sobre la deuda
Antonio, en la obra de Shakesperare El mercader de Venecia, había firmado con su acreedor Shylock un contrato por el cual, si incumplía con el pago de la deuda contraída, debería saldarla con una libra de carne de su cuerpo. La deuda es un tema insoslayable en el lazo entre los sujetos; la misma -de ningún modo reducible a lo dinerario- puede transcurrir por carriles simbólicos, imaginarios o de la índole de lo real: de esto último se trata en la obra del bardo. En ésta no tiene lugar una deuda simbólica sino un enfrentamiento imaginario que debe pagarse con lo real del cuerpo. Finalmente, Shylock no logrará cobrar su préstamo ni ejecutar la penalidad: a cambio es despojado de su dinero, de su identidad (siendo judío debe convertirse al cristianismo) y de su hija. Es reducido a una nada. Real con real se paga.
Cuatrocientos años más tarde, la serie El juego del calamar – siguiendo la huella del film Parasite – muestra descarnadamente la vida social surcoreana, ubicada en el tope del sistema capitalista actual. En la serie la deuda se pagará con la vida, luego de firmar dos contratos por si no alcanzara con uno: el primero arroja a los sujetos (que son previamente abducidos) a una experiencia desconocida con la promesa de poder pagar con creces sus deudas, asociadas en muchos al desempleo crónico; el otro contrato se suscribe al llegar al lugar, en el que se compite en juegos infantiles siendo la “prenda” la eliminación literal de los perdedores – de lo cual se enteran en acto durante el primer juego – . Lo adeudado por el eliminado pasa a formar parte de un pozo de dinero, que, en una bella esfera que está siempre a la vista, cuelga sobre las cabezas de los participantes. Cada eliminación incrementa el monto que será entregado al único sobreviviente de la contienda. Lo más interesante -y la clave de la serie- es que el contrato establece que si hay un acuerdo democrático colectivo – por mayoría simple – el juego se detiene y los competidores pueden retirarse: en este caso los que han sobrevivido al primer juego. Pero sucede que la mayoría retorna al mismo: sólo 14 no lo hacen. Para justificar su regreso dirán – casi a coro – que, a fin de cuentas, nada es muy diferente respecto de la vida en el afuera.
Servidumbre ¿voluntaria?
Poco a poco los sujetos van perdiendo su dignidad, dado que las circunstancias los llevan a resignar su autopreservación subjetiva. El estado de servidumbre al que son arrojados, les hace perder lo más propio del humano quedando reducidos a una lucha de todos contra todos por la supervivencia, es decir, a lo autoconservativo. Abriéndose así las puertas para lo peor.
En el estado de servidumbre al que son llevados los sujetos -la cual es por lo tanto relativamente voluntaria dado el estado de desesperación y desamparo en el que está la mayoría de ellos- se puede entrever el mecanismo -tratado por Freud en El problema económico del masoquismo-mediante el cual el Poder se instala en el psiquismo. Otra mala nueva enunciada por el creador del psicoanálisis. El sujeto está bajo la presión del sadismo del superyó, el sentimiento inconsciente de culpabilidad y el masoquismo moral, todo lo cual es un residuo edípico. Pero cuando a esto se suma que en la escena de la realidad se hace presente una figura sádica, el superyó puede devenir puro cultivo de pulsión de muerte, expresándose en un incremento de su tensión contra el yo, también del sentimiento inconsciente de culpabilidad, y manifestándose la necesidad de castigo, que satisface así el masoquismo moral que anida en el yo. Es en Moisés y la religión monoteísta donde Freud extiende esta idea a los colectivos sociales, que pueden hacer recaer desgracias sobre ellos como si tuvieran una necesidad de ser castigados. Una extensión, también, de la neurosis de destino como cuadro clínico.
El juego de la crueldad
La serie plantea una encerrona trágica (Ulloa), dado que no hay, literalmente, un tercero a quien apelar. El tercero que hay es un tercero perverso-sádico, encarnado en la figura de unos estadounidenses que con vistosas y siniestras máscaras observan el desarrollo del juego desde un panóptico y apuestan por el resultado: quiénes son eliminados, quiénes sobreviven, quién será el ganador. Gozan – como el sádico – con desubjetivar al otro y con su dolor. Obtienen una satisfacción sádica de claro goce sexual y también narcisista, esto última por el goce en el ejercicio de la crueldad. Esos son los llamados VIP, que financian la carnicería, combaten su aburrimiento como los romanos en su Circo. Quien “produce” el juego es un anciano multimillonario – gracias a haber ganado en este juego años atrás – que para también salir de su aburrimiento goza participando del mismo. Personaje que sobre el final de la serie anunciará que el juego se está repitiendo en otros países.
En las últimas semanas se ha sabido que existen puestas en escena de los juegos de la serie en escuelas. Los perdedores son golpeados y humillados. Lo que la serie y sus replicaciones en la realidad muestran es la radical asociabilidad imperante en la psique humana, el hombre como lobo del hombre, contradiciendo el pensamiento de Rosseau y su buen salvaje. Es la socialización del psiquismo humano – bajo el precio de vivir en el malestar en la cultura – la que hace abandonar en buena medida las tendencias heteroagresivas, mediante prohibiciones que generan la introyeccción de las mismas vía superyoica. Así, la agresividad queda anidando en la psique y puede volverse contra el sujeto.
¿Y “afuera” cómo estamos?
Como fue señalado líneas arriba, en el comienzo de la serie y para justificar su participación en el juego, varios sujetos exclaman que lo que acontece en el mismo no es muy diferente de lo que ocurre en el afuera. Y por si esto pudiera pensarse como una suerte de licencia del guión, en estos días se han producido protestas en Corea del Sur contra las extremas condiciones laborales en las empresas. En las manifestaciones callejeras parte de los sujetos están ataviados como los guardianes de la serie. Es sabida la situación de desempleo, desigualdad, explotación y desesperanza que habita en Corea del Sur, una sociedad que ha sido un “modelo” económico para el mundo y en el que vive un ejército de jóvenes que huyen del mismo. Claro que lo que allí sucede no nos es ajeno ni lo es para ningún país en el que la forma capitalista de vida domina. Una forma de vida que hasta ha generado la ilusión del auto-emprendimiento: otro surcoreano (Byung-Chul Han) habla de la oferta-promesa que el modelo hace al sujeto (explotado) respecto de poder ser empresario de sí mismo. Lo que en realidad es ser un autoexplotador que vive una vida hipotecada, una suerte de servidumbre voluntaria a un Otro del capital. El ideal de rendimiento, la culpa por no poder satisfacerlo, la promesa de satisfacción garantizada, el consumismo, la competencia entre los sujetos, la agresividad observable por cualquiera en las calles – todos efectos de la liberación de la pulsión de muerte – , son en gran medida el resultado de la destrucción de lo común.
El Juego del calamar no sólo refleja una realidad que muestra la crisis del tejido simbólico, en lugar del cual aparecen cuerpos ensangrentados y despedazados (que, a su vez, serán comercializados por los lúmpenes del dispositivo). Es también una advertencia y deja una enseñanza: sólo el restablecimiento de lo común – basado en la igualdad, la solidaridad, la fraternidad y la libertad (que aún en la más absoluta adversidad se hacen presente en momentos puntuales de la serie, planteando el final de la misma un interrogante respecto de una subversión en marcha) – con el freno a la pulsión de muerte que produce, puede poner tope a un poder que – por primera vez en la historia – pretende reducir a la mayor parte de la población del planeta a la supervivencia y a desechar al resto, mientras destruye a su paso la biodiversidad y el medio ambiente y genera pestes, como la que estamos atravesando.