El presente trabajo se propone revisar el concepto de malestar en la cultura expuesto por Freud en su emblemático texto y frecuentemente referido para dar cuenta de las problemáticas de las subjetividades contemporáneas.
“No, permanecer y transcurrir
Honrar la vida. Eladia Blázquez
no es perdurar, no es existir,
ni honrar la vida.
Hay tantas maneras de no ser,
tanta conciencia sin saber,
adormecida…”
«Nada es mejor / nada es igual /
“Nada es igual” de Diego Frenkel. La portuaria
el tiempo es amigo / si estás donde estás»
La enfermedad de los sanos
Si algo nos enseñó esta pandemia es a reconocer que hay otras formas de vivir y que la supuesta normalidad previa de los sanos gozaba de un encubrimiento de lo ominoso ya naturalizado socialmente e incorporado a nuestra subjetividad.
Podríamos hablar de la normal anormalidad que nos habitaba y que considero desbordaba el concepto de malestar acuñado por Freud en su clásico El Malestar en la Cultura referido toda vez que buscamos dar cuenta de un estado del sujeto reñido con el bienestar, que de ningún modo implica un hiato salud-enfermedad.
En la medida que ocupa un espectro amplio de aplicaciones de características muy diversas, considero que debiéramos plantearnos la consistencia conceptual del sintagma “malestar en la cultura” y si no sería necesario ensayar alguna variante que incluya las grandes transformaciones de los últimos tiempos.
¿Cultura?
Como sabemos, Freud le dio claramente un carácter estructural a esta condición en el sujeto. Si queremos estar en la cultura, el precio es aceptar un cuantum de malestar.
Algunos pensamos que, de los tiempos freudianos a esta parte, la cultura ha mutado. Desde ya que asemejar ligeramente la civilización europea a otras latitudes, en particular países periféricos como el nuestro, nos ocasionaba una serie de equívocos. Sobre todo, el de caracterizar a muchos de nuestros conciudadanos en una jerarquía civilizatoria menor o directamente alineados con la barbarie. Esta colonización del ser desde la que nos espejábamos en una imagen ajena, terminaba universalizando un tipo de cultura que correspondía a un tiempo y espacio particulares. El hecho de que se haya establecido de manera hegemónica en el “nuevo” mundo fue determinante de la dominancia de un idioma, una religión y modelos identificatorios.
Venimos, pues, atravesados desde hace siglos por estas contradicciones y no debiera sorprendernos constatar el aquelarre cultural de nuestro tiempo. Sin embargo, este cambalache posmoderno ha intensificado un rasgo que -de alguna manera- Discepolo evidenciaba en su descripción del tango: la vida no solo se ha “mezclao” en los cambalaches sino que está en venta. Y el mercado asigna valores lejos del valor uso.
Si Max Horkheimer y Theodor Adorno en Dialéctica del iluminismo postulaban que “el surgimiento del sujeto se paga con el reconocimiento del poder como principio de todas las relaciones” hoy podríamos acortar la frase y decir que el surgimiento del sujeto se paga. (HORKHEIMER, M. ADORNO T. 1944 pag. 22)
Por eso, aunque los mercados se empeñen en disimularlo, Susana Murillo define al neoliberalismo como “una cultura del malestar” que “implica modos de ser en el mundo, uno de cuyos signos fundamentales es la construcción del malestar, la constante sensación de inseguridad, que expresa algo que se conoce como angustia”, lo que genera “inseguridad” e insta al centramiento egoísta en el cuidado de sí en desmedro del otro, cultivando una “libertad negativa” que culmina en violencia. (MURILLO, S. 2012)
Cabe recordar a Silvia Bleichmar cuando, por su parte, advertía acerca de un fenómeno que denominaba “el malestar sobrante”, es decir, un malestar impuesto por la cultura contemporánea “como. la cuota que nos toca pagar, la cual no remite sólo a las renuncias pulsionales que posibilitan nuestra convivencia con otros seres humanos, sino que lleva a la resignación de aspectos sustanciales del ser mismo como efecto de circunstancias sobreagregadas.” (BLEICHMAR, Silvia. 1997)
Yago Franco hipotetiza acerca de un más allá del malestar ya que necesitamos “entender un modo de lo social particular para esta época con su mundo propio de significaciones e instituciones, las que no cumplen el mismo papel que cumplían en el momento en el que Freud elaboró su tesis” (FRANCO, Yago 2011 pag 50)
Desde estas perspectivas es pertinente pensar si no estamos frente a un verdadero oxímoron, como si hablásemos de un alimento que envenena o un aire que asfixia, y por tanto resulta que la cultura, que debiera constituirnos como sujetos y ampararnos, nos destruye, a veces en cuotas otras al contado y sin compasión.
Por eso hacemos nuestra la pregunta casi en términos de la afirmación que hace Sebastián Plut: “¿Cultura y neoliberalismo son términos que pueden reunirse o, más bien, se autoexcluyen?” (PLUT, Sebastián 2018)
Desde el desmonte del Amazonas, la depredación a consecuencia del glifosato, los cambios climáticos, los medios de comunicación irresponsables empujando al descuido a la población en pandemia o el sospechoso origen del COVID19, los seres humanos hemos ido creando recursos culturales autodestructivos, antihumanos y, más aún, antiplanetarios.
Uno de los horizontes culturales de la Modernidad ha sido el dominio de la naturaleza. El siglo XX parece haber creído llegar a ese manejo omnipotente del planeta, a punto tal que lo pudo mirar desde afuera, lo objetalizó globalmente cuando accedió al espacio y, por si fuera poco, millones de seres humanos nos miramos a nosotros mismos en nuestro hábitat con las transmisiones televisivas.
Sin embargo, dos cuestiones lo contradijeron. Una, la capacidad autodestructiva que las mismas invenciones humanas desarrollaron, poniendo en duda el factor progreso. Por otro lado, que la naturaleza no parece haberse doblegado y nos lo advierte con catástrofes como la pandemia. Es curioso observar cómo, ante la evidencia de que la cultura en su faz tecnológica se vio superada, vastos sectores de la población reaccionaron indignados como si fuesen víctimas de una mentira. Incluso el perfil conspirativo de algunas argumentaciones, presupone el manejo de seres humanos de la realidad. Se desmiente lo débiles que somos y lo inermes que nos sentimos ante estos fenómenos que escapan a todo gobierno posible.
Incluso, más allá de los desarrollos tecnológicos, el capitalismo como bien plantea Yago Franco despliega una suerte de destrucción del afecto “por la vía del ataque a la imaginación radical de la psique” [que se] “manifiesta tanto al interior de la psique [de consecuencias clínicas] como en los lazos y en la vida institucional y social.” (FRANCO, Yago 2010)
Convengamos, además, que la cultura neoliberal propone el bienestar de algunos a costa del infortunio de muchos. Un modelo basado en la desigualdad y la exclusión, que suele justificarse desde la idea de la competencia y el mérito personal.
Recordemos a Freud mismo quien advierte que “una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera ni lo merece”. (FREUD, S. 1927)
¿Cómo detectar cuando esas tendencias simulan un cambio progresivo y en realidad tienen consecuencias negativas? Por ejemplo, la medicalización y las terapéuticas de manipulación conductual semblantean avances científicos y sin embargo sólo se proponen como recursos para que el sujeto, a costa de su propia desubjetivación, se adapte a las condiciones que le establece el medio. Las angustias contemporáneas relativas a la incertidumbre, la inestabilidad, la amenaza de exclusión social ¿obtienen alguna respuesta desde esos aportes? Antes bien, esas angustias que podrían ser fermento de reflexiones individuales y colectivas, son acalladas y reducidas a síntomas o trastornos.
Considerando los tres órdenes aludidos por Freud en su mencionado texto, podriamos decir que, si la cultura neoliberal destruye la naturaleza, aísla al sujeto y a la vez ubica al otro como peligroso y define lo orgánico del cuerpo como un ente más, cosificado y maleable, ¿qué amparo ofrece al sujeto frente a sus desafíos? ¿De qué le sirve entonces la renuncia pulsional?
La cultura neoliberal y la subjetividad
Podríamos caracterizar lo neoliberal como un virus provisto de distintas cepas: meritocracia, racismo, consumismo, odio, negación, desmentida, clasismo, utilitarismo, narcisismo, individualismo, en fin, todos modos de encarar la existencia que anclan en ciertos receptores de la subjetividad, mecanismos o instancias psíquicas que los alojan y facilitan su despliegue patológico.
La moral tradicional, laica o religiosa es reemplazada por una serie de enunciados morales de corto plazo, sin demasiada profundidad tanto como por respuestas pragmáticas a los dolores actuales de la existencia, aplicables según la famosa máxima atribuible a Groucho Marx “tengo principios, pero si no les gusta los cambio”-
Un primer receptor a señalar comprendería el terror pánico a la exclusión, temor incrementado por el debilitamiento del lazo social comunitario que deriva en la sensación de poder llegar a ser un náufrago en el seno de la propia sociedad, sin miramientos ni cuidados recíprocos. Las ideologías, el Estado Nación y las religiones, que funcionaban como potentes conectores sociales, se han ido desmembrando ya sea por su propio peso como por el ímpetu del predicamento neoliberal fogoneado por los medios.
También podríamos incluir ese curioso mandato enmascarado como moción deseante -que no conduce a ningún nuevo lazo social sino precisamente a negar su necesidad- que ancla en un supuesto espíritu de libertad: goza libremente, sé tu mismo y olvídate del resto. Byung-Chul Han reflexiona largamente acerca de ello en su Psicopolítica.
Otro receptor a considerar, que ha ido transformando la subjetividad moderna, guarda relación con la desmentida. Así como antes la cultura exigía una renuncia pulsional sostenida mediante la represión, hoy el espíritu que reina las mentes se ha vuelto más pragmático, menos atado a disciplinas y regulaciones, lo que redunda en una personalidad poco integrada, más fragmentada atravesada por un cúmulo de contradicciones de las que el sujeto parece no dar cuenta.
Relacionado con el anterior la escisión del Yo resultaría otro receptor dispuesto, donde se desgrana un Yo múltiple o fragmentado al cual Baudrillard ve “como fragmentos del holograma, cada esquirla contiene el universo entero” (BAUDRILLARD, Jean 1990). Esa furtiva unidad de cada esquirla acompañada de la desmentida, soporta las contradicciones de lo que en otra oportunidad denominé “personalidad zapping” donde la continuidad de la existencia sufre interrupciones o saltos con la fantasía de un control centralizado.
Agreguemos que el modelo neoliberal construye una racionalidad básicamente pragmática; podríamos hablar de pensamiento operatorio, desprovisto de sentido subjetivo. Esto quiere decir que en el modo de tramitación psíquica no intermedia algún orden de valor que supere lo meramente adaptativo. Si solo pervive el sujeto en lo adaptativo su calidad de tal se diluye y queda sometido como objeto a las fuerzas arbitrarias del mercado.
De acuerdo a Jairo Montoya, quien recurre a Felix Guattari, “el ser humano contemporáneo se encuentra fundamentalmente desterritorializado” […]. “Sus territorios existenciales originarios -cuerpo, espacio doméstico, clan, culto- ya no están arrumados en un suelo inmutable, sino enganchados, en lo sucesivo, a un mundo de representaciones precarias y en perpetuo movimiento.” […] “No hay ni puede haber allí una experiencia más que fragmentada de un sujeto que ha de estar continuamente redefiniendo su(s) singularidad(es)” (MONTOYA, Jairo 1997). Es justo asimismo recordar a Bauman con su modernidad líquida.
Del malestar al desestar
Ahora bien, si el malestar es un concepto acuñado por Freud para definir un modo de estar inherente a la cultura, ¿cómo debiéramos llamar al modo de estar correspondiente a esta configuración neoliberal deletérea que no provee condiciones subjetivantes?
Es cierto que no podríamos concluir de ningún modo la ausencia de cultura. El solo hecho de este escrito lo desmiente -si se me permite la autorreferencia- en la confianza que sostenemos en el pensar con otres, la búsqueda de verdades, la comunicación. Pero desde ya nos preocupa la presencia de tendencias culturales que se visten de tales y en algunos casos laboran destructivamente, pasando inadvertidas o engañando la opinión pública a punto de volverse hegemónicas.
Cabe preguntarnos ¿qué mutación humana estamos transitando? ya que como decía Foucault “el hombre es solo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber que desaparecerá en cuanto éste encuentre una nueva forma” (FOUCAULT, Michel 1966)
En línea conceptual de ir redefiniendo lo que hemos venido llamando malestar, quizás podríamos comenzar a hablar de un des-estar. Desestar que literalmente se lee como un no estar en el lugar en que se está, aunque si empleamos estar en su sentido etimológico latino sto, estar de pie, activo, a diferencia de ser, seddere, estar sentado, des-estar podría tomarse como un dejarse estar o dejar de ser, un desactivarse como sujeto quien sede y se adapta pasivamente. Un modo resignado de ser entregado al Otro y al mismo tiempo, desmintiendo ese pacto.
Se trataría entonces de una existencia como planteábamos desterritorializada, en des encuentro con la realidad, consigo mismo y con los otros, cuya “sintomatología” puede detectarse en el hastío, el aislamiento, la depresión, el ensimismamiento, pero también en un tipo de sometimiento que funciona cómplice sintónico con la cultura en el goce de sus bienes de consumo.
Jean Baudrillard, nos va a decir que “el crimen perfectohabría consistido en inventar un mundo sin fallos y retirarse de él sin dejar huellas. Pero no lo conseguimos. Seguimos dejando huellas por todas partes – virus, lapsus, gérmenes, catástrofes- signos de imperfección que son como la firma del hombre en el corazón del mundo artificial”(BRAUDILLARD, Jean 1996).Efectivamente hay fallos los cuales a nivel subjetivo se expresan en síntomas como sujetos del inconsciente que no se resignan. Y en ese desestar en la cultura nos abrimos a una constelación sintomática a explorar, sin patologizar, comprendiéndolos como manifestaciones singulares que, en su proliferación colectiva, demuestran el carácter extendido de las tendencias neoliberales y su impacto en las subjetividades.
Las respuestas o aquello que nos pone en camino habrá de ser posible como parte de construcciones colectivas, de pensares entrelazados con otres, sosteniendo una brújula que en cuatro dimensiones nos vincule con sujetos de todos los puntos cardinales (no solo el norte), del antes y el después, capaces de valorar críticamente el saber que recrean los institutos y la lucha que se juega audazmente en las calles.
Bibliografía
Baudrillard, Jean (1990) “Videosfera y sujeto fractal” en “El medio es la TV” compilación de Adriana Vacchieri. La marca editora.
(1996) “El crimen perfecto” Editorial Anagrama. 2000
Bleichmar, Silvia (1997) “Acerca del “malestar sobrante” Revista Topía de noviembre de 1997.
(2020) “El psicoanálisis en debate. Diálogos con la historia, el lenguaje y la biología”. Paidós, 2020
Foucault, Michel (1966) “Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas” Editorial Planeta 1984
Franco, Yago (2010) “El Gran Accidente: la destrucción del afecto” en Revista El
Psicoanalítico N° 3 enero 2010 disponible en
http://42.elpsicoanaliticoedicionesanteriores.com.ar/num3/index.php
(2011) “Más allá del malestar en la cultura Psicoanálisis, subjetividad y sociedad”. Editorial Biblos. 2011
Freud, Sigmund (1930) “El malestar en la cultura” Vol. XXI Amorrortu Editores. 1986
(1927) “El Porvenir de una Ilusión”
Horkheimer, Max – Adorno, Theodor (1944) “Dialéctica del iluminismo” –Editorial Sudamericana. 1987
Montoya, Jairo (1997) “Cartografías globales, cartografías locales” en D’art N° 23 1997 disponible en https://www.raco.cat/index.php/Dart/issue/view/8280
Murillo, Susana,. (2012) “La cultura del malestar o el gobierno a distancia de los sujetos” en Actas electrónicas del XIV Congreso Argentino de Psicología. “Los malestares de la época”. Salta, Argentina, 12, 13 y 14 de abril de 2012 disponible en http://www.fepra.org.ar/docs/Actas_XIV_Congreso.pdf
Plut, Sebastián (2018) “El malestar en la cultura neoliberal” 1° Edición. Letra Viva 2018