Por Yago Franco
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El odio funda el mundo
En el origen está el odio. El psiquismo humano tiene una tendencia originaria al rechazo de todo lo que amenace su clausura autística. La socialización del mismo implica un trabajo sin fin. La psique nada quiere saber del otro, de los otros, del mundo, de las diferencias; es una tendencia a la clausura que atraviesa a sus diversas instancias.
La xenofobia, el odio como violencia destructiva, el dogmatismo a nivel del pensamiento, son algunas de sus expresiones cuando el entronamiento de lo identitario se ve comprometido.
La serie de la agresividad, la agresión, el odio, el sadismo y la crueldad merece una fina diferenciación entre sus términos, de la que no podré ocuparme en esta ocasión. Esta serie está lamentablemente muy activa en las sociedades occidentales: de ahí lo oportuno de trabajar sobre la violencia.
Circula últimamente entre nosotros la cuestión de los llamados discursos de odio. Seríamos ingenuos y superficiales si pretendiéramos reducir la cuestión del odio a nivel del colectivo a dichos discursos. Esto debiera tratarse a partir de la confluencia de factores tanto sociológicos como psíquicos y toda reducción debe evitarse. Por supuesto que tienen participación – además – tanto factores históricos como económicos y políticos. También – y sobre todo – debiera abandonarse toda pretensión de una explicación única y última: la realidad (que es algo socialmente instituido) se pierde en un abismo que la liga a lo desconocido.
Mi reflexión girará acerca de la génesis psíquica del odio, sus consecuencias para la vida en común, y ciertos factores histórico – sociales que pueden incentivarlo.
Respecto de la circulación actual de la violencia y el odio en el colectivo – algo fácilmente apreciable, Franco Berardi ha sido tajante: estamos ante una tempesta di merda, una tormenta de mierda. Una tormenta que – además – conduce a la extinción del pensamiento crítico. Cómo se relacionan estas cuestiones es algo que intentaré elucidar en lo que sigue.
La mierda es el primer objeto del cual se desprende el humano. Para el infans es eso que se transforma en donación –acto de amor hacia los padres, regalo (recordar la serie freudiana heces-regalo-pene, etc.), renuncia al preciado bien que habita en el vientre. Establece un intercambio con las figuras paternas: quid pro quo (heces a cambio de amor). Esto es el origen de los intercambios sociales. Esta primera renuncia, es una protocastración.
Pero previamente a la misma, se hace presente la experiencia de dolor. Dolores abdominales que la psique experimentará como experiencia de dolor, que Piera Aulagnier señala como aquella experiencia que da lugar al pictograma de rechazo. Dolor por las tripas que duelen por hambre o por gases, en un momento monádico en el que la psique no reconoce nada por fuera de sí y que hace que ésta –no tolerando ser su propia fuente de displacer- arroje al exterior el origen del malestar. Así, el otro habitará en el espacio de esa expulsión inaugural que lo instala en el lugar de lo exterior persecutorio y odiado. El mundo y el otro se crean a partir del odio generado por el dolor, que es expulsado. En el origen está el odio.
Lacan, analizando el caso Aimée, señala que el objeto agredido por ella es un símbolo de su enemigo interior. Será algo de lo cual el sujeto intenta liberarse. Lo exterior a sí, que es lo más íntimo del sujeto. Así, el objeto malo kleiniano toma esta forma en la teorización de Lacan: en él se vierte el Kakon. Pero se debe considerar que esto no es asimilable a una proyección, es el echar fuera de la psique algo propio de ésta vivido como enemigo. Es ese objeto-causa-de-odio que va de la mano con el que causa placer y deseo.
Para Lacan es el origen de la estructura paranoica del Yo – ese Yo primitivo, surgido junto con el mundo -. En sus tesis sobre la familia sostendrá que el declive de su forma extendida permite una mayor circulación de la agresividad y del mayor goce del humano: el asesinato del otro, deshaciéndose de su enemigo interior, volcando el Kakon en el otro. Remarco lo de estructura paranoica de base en el sujeto.
Territorio de la fase esquizoparanoide. Momento de la pre-ambivalencia, de los objetos parciales, luego del cual advendrá la culpa y el reconocimiento del objeto, del otro cargado de ambivalencia que se mantendrá a lo largo de toda la vida, con posibles movimientos regresivos que llevarán de regreso del otro a lo otro. La mierda quedará formando parte de la ambivalencia en el lazo con el otro.
La crisis de la ternura
Ahora bien, ¿qué operación modula el mundo pulsional? ¿Qué es lo que permite que el infans ingrese al campo simbólico mitigando su mundo imaginario y al mismo tiempo labrando simbólicamente lo real de la pulsión para permitir la vida en común?
Un papel fundamental lo ocupa el dispositivo socializador por excelencia, denominado ternura por Fernando Ulloa. Hace a lo humano que el otro no sólo brinde amor – no se trata de hacer una pastoral del amor – si el mismo no va de la mano del reconocimiento que la madre haga del otro como otro. Actúa allí una primera interdicción que genera una instancia ética: renuncia al apoderamiento del infante. La ternura implica la coartación pulsional. Una coartación no caprichosa, sino que es a cambio de otra cosa, la cosa que se transfigura en la sublimación.
Para el infans dicha coartación producida en el estado de desamparo es la fuente de todas las motivaciones morales. Señala Ulloa que implicará confianza en el suministro y en demandarlo y obtenerlo. Gracias a ella la pulsión de muerte queda ligada a eros y así se evita tanto su introyección -vuelta contra sí mismo – tanto como su descarga en el otro. También implica contrariedad ante el daño. Y permite acceder a la imposición de justicia, a la que Freud designara como el primer requisito para la vida en común.
La ternura es una condición necesaria, aunque no suficiente para que la serie del odio no circule libremente en los lazos y en el colectivo. Ya que no debe obliterarse que esto además depende de las series complementarias de cada sujeto. También de sus grupos de pertenencia, o sea, que sean soporte de su proceso identificatorio. Puede haber una circulación amorosa al interior de su grupo – manifestándose en solidaridad – pero absolutamente rechazante para los que no son de la tribu
El fracaso del dispositivo de ternura, entonces, deja libre a la pulsión de muerte, la que puede expresarse – liberada – hacia el otro. Lleva a la crueldad, tal la tesis de Ulloa. Pero no lleva solamente hacia la crueldad, sus destinos pueden ser diversos.
¿Qué puede hacer fallar a este dispositivo socializador o puede favorecer la regresión a la fase sádico anal o más aún? Por un lado, la falla de los padres mismos por falla de la interdicción (esa prohibición de tomar al infans como objeto), o – aún instalada la ternura en el seno de la familia – la acción de significaciones imaginarias sociales o institucionales que interfieran tanto en los padres como en los lugares apoyo de la socialización del psiquismo. El ejemplo de la Alemania Nazi muestra como las significaciones imperantes en la misma desataron una tormenta de odio hacia determinados grupos (principalmente judíos, pero también gitanos, opositores, militantes de izquierda, etc.), un llamado a su extinción, que es lo que está en el corazón de la xenofobia. Haciendo descender al otro más lejos de la categoría de enemigo, para hacerlo devenir en lo otro.
El odio en el colectivo
La frecuencia cada vez mayor de actos crueles en el colectivo parece estar señalando una crisis del dispositivo de ternura. La violencia narco, la de las barras bravas, la que se genera en los boliches, los crímenes aberrantes, el abuso sexual infantil, los infanticidios, los feminicidios, los accidentes viales, recientemente el intento de magnicidio en la figura de la vicepresidenta.
Propongo pensar que en ellos se observa, por una parte, que el otro está integrado como enemigo a la vida psíquica (cuestión que excede a la serie freudiana) o directamente está desintegrado: es lo otro, eso otro a ser exterminado, violentado. Eso otro es ese enemigo interior – retomo la propuesta de Lacan – que se pretende aniquilar en el otro, devenido en lo otro. Un pasaje al acto liberador.
Estos hechos permiten pensar que el dispositivo de ternura debe continuar siendo labrado en los distintos momentos de estructuración del psiquismo: pienso que es algo que no se da de una vez para siempre, ya que la psique es algo abierto; tema ya planteado por Freud en Análisis terminable e interminable cuando se refiere a los perros dormidos y a los dragones. Algo inactivo que puede activarse o algo novedoso que puede advenir.
Es decir que el dispositivo de ternura no se agota en la escena familiar y que, aun habiéndose instalado en la misma, puede fracasar, regresionar: una tesis ciertamente inquietante. Volvemos a la Alemania Nazi o a la dictadura del Terrorismo estatal en Argentina.
Personalmente pienso en que debiéramos enriquecer el concepto de series complementarias. No voy a extender aquí en esta cuestión: simplemente señalar que las circunstancias del histórico social forman parte de la tercera serie complementaria y que pueden desencadenar el hecho de que se despierten sus perros o advengan los dragones.
II.
Y aquí ingresamos en el tema del estado de nuestro histórico social y los efectos en el sujeto psíquico sobre todo en lo que aquí nos ocupa: la violencia en el colectivo. Recordando que no podemos reducir el funcionamiento del colectivo al de la psique ni tampoco el de ésta a las significaciones del colectivo.
Volvamos sobre el sadismo anal y esa tormenta de mierda que se enseñorea en nuestras sociedades, tal la idea de Bifo. Y cómo esta tormenta extingue al pensamiento crítico ¿Pero ¿cómo relacionar la mierda con la extinción del pensamiento crítico?
Recuerdo en este punto a Pasolini y su film de 1975 Saló o los 120 días de Sodoma, basada en el libro Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade Pasolini pasó parte de su juventud en la República de Saló. Durante ese tiempo fue testigo de crueldades por parte del ejército italiano. Muchos de sus recuerdos condujeron a la conceptualización de Saló. De hecho, el film se desarrolla en la República de Saló, en el norte de Italia, durante los años 1944 y 1945, en plena ocupación nazi. La película se encuentra dividida en cuatro segmentos que hacen símil con el Infierno de la novela La Divina Comedia de Dante Alighieri. Cuatro hombres poderosos, llamados el Presidente, el Duque, el Obispo y el Magistrado, acuerdan casar a sus hijas en un ritual libertino. Con la ayuda de varios colaboradores, secuestran a dieciocho jóvenes (nueve hombres y nueve mujeres) y los conducen a un palacio. Los acompañan cuatro ex-prostitutas, también colaboradoras, cuya función será la de contar historias que exciten a los hombres poderosos, quienes entonces explotarán sexual y sádicamente a sus víctimas.
La película presenta 3 de los 120 días transcurridos en el palacio, tiempo durante el cual los cuatro hombres poderosos van concibiendo torturas y humillaciones cada vez más aberrantes, para su propio placer.
En la tercera parte comienza el Círculo de la Mierda. A una de las víctimas se le escucha llorar, entristecida porque su madre fue asesinada cuando la capturaron. Entonces ella es forzada a comer las heces del Duque. A los jóvenes se les prohíbe «descargar» durante un día completo, para que al final sus heces sean servidas en un gran banquete. Es una ceremonia de coprofagia obligada.
Pienso que el film muestra –entre muchas otras cuestiones- el fracaso de la sublimación: ese tratamiento que se le da a las pulsiones parciales para hacer de ellas algo que enriquece y pertenece al orden cultural común. Grosero fracaso ante un sádico superyó que aparece en los varios personajes de la obra y que exige un goce irrefrenado, no modulado. Fascismo, perversión y crueldad, pulsiones no sublimadas ni ligadas aparecen entrelazadas en la obra de Pasolini.
El fracaso de la sublimación y de la ligadura pulsional atenta contra el pensamiento crítico. Sublimación y ligadura pulsional son herederas del dispositivo de ternura. Todo estado totalitario necesita de la muerte del pensamiento crítico. Ahora sabemos que no se necesita de un estado totalitario para que haya una tormenta de mierda y que se extinga el pensamiento crítico.
El problema – sostiene Bifo – es que la política moderna se funda, especialmente en su forma democrática, sobre la capacidad de distinción crítica. La democracia, sin la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso no es democracia-
III.
Estamos ante una forma de vida que empuja al fracaso de la ternura y desata una tormenta de odio. ¿Pero qué de la sociedad actual puede actuar contra la ternura como dispositivo, haciéndolo fracasar o despertar a los perros o ayudando a la creación de dragones?
He venido pensando y proponiendo como algo patognomónico de la época a la agitación del registro pulsional, impidiendo su ligadura. La exigencia de placer sin límites se ha entronizado como demanda del Otro. Esta demanda y el fenómeno de de-socialización que va unido a ella, la vertiginosidad temporal incrementada por los medios digitales y el imperio de la imagen producen una agitación, una turbulencia del mundo pulsional que hace que afloren impulsos ligados a lo autoerótico, determinando el fracaso de las fronteras de la psique (como he sostenido en Paradigma borderline. De la afánisis al ataque de pánico).
Con esto coincide la pobreza y pauperización de enormes sectores de la sociedad, que deja a los sujetos en un estado de lucha por la supervivencia, territorio de lo autoconservativo que se impone sobre lo autopreservativo (terreno de la posibilidad de reflexión, historización, etc.)
La xenofobia, como respuesta social, es posible en este estado de cosas; el feminicidio se hace algo cotidiano y que no conoce fronteras; el abuso sexual infantil prolifera. Y todo esto en una sociedad precarizada en todos sus estratos: sobre todo a nivel de su capital simbólico.
Además, sin ser una sociedad totalitaria en el sentido clásico, lo total, el reino del sentido único se hace presente de modo constante. La crisis de los lugares de socialización -ahora además profundizada por efectos de la pandemia, que sigue entre nosotros, con trabajo a distancia en muchas instituciones, privadas o estatales, con reticencia en muchos casos a volver a los lugares de trabajo, etc., no hace más que aumentar el quantum de pulsión de muerte – eyectada al exterior sin modulaciones al no hallar alojamiento en el otro, cuyo lugar en la vida psíquica pasa a ser diferente además por el imperio de la digitalización de la vida.
Junto con esto hallamos la afectación del Yo y sus funciones, pensamiento, memoria, atención, por la imposibilidad de tramitar la vertiginosidad temporal y la tormenta de estímulos constantes, inasimilables, no traducibles. No en vano se habla de pensamiento único y del predominio de los medios en la producción de sentido. Éstos (en manos del poder instituido) propenden a instalar un sentido único que se fundamenta en la sed de consumo y la vertiginosidad temporal alentadas desde medios digitales en una combinación que ha hecho abandonar la reflexión para pasar al reflejo.
Estamos ante el Realismo Capitalista así denominado por Mark Fisher. Un estado de exceso de realidad, todo lo cual favorece la ideología de derechas, que contiene un odio manifiesto hacia lo que es vivido como lo extranjero, lo extraño, lo otro no semejante. llegando a su exterminio. No se trata de convertir al otro, de convencerlo, sino de eliminarlo (sea un inmigrante, un negro, gitano, palestino, de un movimiento progresista, de otra barra brava, de otra etnia o grupo narco, etc.). No es convertirlo, explotarlo, esclavizarlo, colonizarlo, etc. Es exterminarlo.
La “grieta”
Una particularidad de nuestro histórico social es una significación imaginaria dominante que se expresa en la denominada grieta. Invento de los medios de comunicación, que ha devenido en una encerrona para el pensamiento – con abundantes y evidentes antecedentes históricos – alimentando una violencia destructiva que es transversal al colectivo social. La llamada grieta imaginariza el espacio colectivo y reafirma lo identitario. Por ahora no aparece la posibilidad de salida de lo especular, que absorbe todo el espacio político y la vida social, alimenta la proliferación de las derechas y no deja espacio para otros proyectos. Pero, sobre todo, la imaginarización del colectivo alimenta la tormenta de odio.
Franco Berardi y Pier Paolo Pasolini han señalado la íntima relación entre el fascismo, el odio, y la tormenta de mierda que asola nuestras sociedades. Nosotros – psicoanalistas – sabemos de ese enemigo interior que pretende eliminarse junto con el otro, y que eso es algo disponible en cada uno de nosotros y que puede ser alimentado por una forma de vida. Si bien no se trata de dar una explicación total de la violencia que circula en nuestras sociedades -hablé de lo imposible de dicha pretensión – la consideración del lazo entre la psique y la sociedad no debiera dejarse de lado.
No sabemos cómo puede mitigarse esta tormenta de odio, sólo sabemos de la respuesta de Freud a Einstein: debemos apostar por Eros y, en nuestro caso en particular, trabajar para romper los espejos que tienen en una encerrona al pensamiento de buena parte de nuestro colectivo. Un proyecto de autonomía sólo será posible por fuera de una confrontación mortífera en la que se diluye el pensamiento crítico.
(*) Se retoman en este texto fragmentos de El totalitarismo y la mierda)