El otoño en cuarentena

Sentado en el balcón, convertido en jardín de invierno, y sumido en este semisilencio tantas veces anhelado y hoy presentificado por decreto presidencial, a raíz del maldito Corona Virus, me “entretengo” y me dejo llevar por los caminos de la añoranza.


Sentado en el balcón, convertido en jardín de invierno, (luego de haberlo cerrado con puertas ventanas para aislar el ruido infernal de la Avenida, por la que circulan 14 líneas de colectivos de cada lado) y sumido en este semisilencio tantas veces anhelado y hoy presentificado por decreto presidencial, a raíz del maldito Corona Virus, me “entretengo” y me dejo llevar por los caminos de la añoranza.

Conectado plácidamente a John Coltrane, por Spotify, miro sin mirar, el paso de los monótonos días por los que transcurre este fenómeno tan inesperado como desagradable y terrible que ha invadido nuestras vidas.

Contemplo tranquilamente las plantas que hemos ido trasladando de mudanzas anteriores, que se juntan y mimetizan con la belleza del Jardín Botánico, que se enfrenta a nuestra casa. Nuestra casa, esa desconocida, que solo visitaba para “pernoctar”, sintiendo que no me pertenecía. Era el ámbito de otros, de mi familia, pero no el mío. Yo, un extraño, en el que pasaba sólo pocas horas, recordando que mis hijos ya grandes, hoy padres de hijos grandes, preguntaban si yo dormía en la habitación conyugal, puesto que me iba cuando todavía dormían y volvía estando ellos acostados.

En esa contemplación, aprovecho y doy lugar al cambio de la atención flotante por la de la asociación libre. Invirtiendo el lugar que ocupé durante largos cincuenta años de ejercicio de esa profesión de escucha e intervenciones de aquellos padecientes que acudían a ese espacio de consulta, en búsqueda de apaciguamiento de dolores y circunstancias vividas.

Recuerdo que cuando estudiaba, en esos momentos también me acompañaba en la solitud de los libros abiertos, el sonido de la música clásica, como telón de fondo de ese teatro erótico que ha sido el psicoanálisis, esa pasión de mi vida al que dediqué tantos años y al que seguiré eternamente agradecido. El que me permitió ser, en primera instancia, tan diferente a lo que se esperaba de mí y con el que pude transitar acompañando los senderos dolorosos, tristes y difíciles pero también felices de las personas que depositaron su confianza, desesperanzas y anhelos, en el descubrimiento, o sea en ese levantamiento de los cubrimientos de aquello desconocido o reprimido que provocaban sus padeceres. Recuerdo a mi padre, diciendo “mirá, yo que lo mandé a estudiar para que fuera médico y terminó curando de palabra”. Remarco el “mandé”, porque efectivamente me mandó, respetando mi deseo manifiesto, a estudiar a Buenos Aires desde esa ciudad a 689 Kms. de la Capital, que era Bahía Blanca.

No fue fácil, desarticular ese mandato de origen. Comencé a estudiar Medicina, porque era una carrera que no había en la Universidad de la ciudad donde vivíamos y eso me garantizaba irme de la casa paterna, pero me duró poco. Al tener que entrar a tercer año abandoné porque me fascinó esa “nueva carrera” que era Psicología, donde podría llegar a cumplir ese sueño de curar de palabra. Y fue la palabra, esa palabra plena que he escuchado y estudiado tanto en el psicoanálisis al que me “sometía”, la que me posibilitó ayudar, y lo sigue haciendo, aprendiendo a tomar al otro como el otro es, y no como uno quisiera que sea.

Después de haber visto transitar el mundo, a través de los ojos de otros, ha llegado el momento de aprovechar esta circunstancia exterior “privilegiada”, para reflexionar y tratar de conectarse con la vida de una manera distinta. Oportunidad para investirla de un proyecto diferente, de ruptura de esa monotonía, a la que nos hemos acomodados de chicos, colocando en el primer lugar de la escala, la seguridad.

Cuántas veces hemos deseado estar en el lugar de querer no ir a trabajar, sin tener que enfermarnos o inventando la enfermedad o muerte de un familiar, o esperando la llegada de un feriado, para no hacer nada. No tenemos la cultura de no hacer, hemos recibido el mandato y fuimos criados para estar en permanente actividad y esa actividad tiene que ser productiva. Ocupado es un término polisémico que nos ha acompañado en nuestro desandar la vida, por eso tal vez, esta sea una oportunidad para un camino de libertad si la sabemos aprovechar.

Ya es archirrepetido, que el mundo externo cambió de un minuto para otro, y para siempre y si una certeza existe, ante tanta incertidumbre, es que ya nunca volverá a ser lo que fue. Esa seguridad por la que vivimos, que creímos haber alcanzado, entró en conflicto y la realidad nos muestra la insignificancia de la individualidad y el narcisismo.

Hoy, la posibilidad de la subsistencia está en la solidaridad y la generosidad con el otro, y por el otro, del cual dependemos y al que tenemos que cuidar para ser cuidados. Tarea muy difícil, que no sé si en algún momento alcanzaremos.

Recuerdo, me resulta curioso pero sólo tengo recuerdos placenteros, el ejercicio de la clínica, la docencia, los viajes realizados, los días felices con mis afectos más queridos, mi mujer, mis hijos, mis nietos, mis padres, mis familiares más íntimos, mis primas de mi infancia, mis amigos.

¿Qué añoro, en estas horas, de lo que algunos llaman “condena sabática”? En cuanto a mí, dejo aclarado, no es una elección estar aislado, pero tampoco una condena. Añoro cosas simples, que podrían ser definidas como banales, esas sí siento que me faltan.

Obviamente, encontrarme con los míos y abrazarlos, pero también los momentos de “nadar” con amigos. Esos momentos de hacer nada, tan habituales, con una copa o un café de por medio, hablando de cosas sin mucha importancia, intercambiando reflexiones, o planificando una salida o un viaje, o simplemente viendo gente pasar.

O jugar al golf, algunos me lo reprocharían, protestando porque le pegaste mal a la pelotita, sin poder a veces disfrutar de estar mirando el pasto desde el lado correcto, desde arriba. Y ese hoyo 19, tan esperado, el del descanso, en el almuerzo con los “compas” contrincantes, festejando o cargándonos con los scores conseguidos.

El cenar con parejas amigas, afuera o preferentemente en casa, que lo disfruto más, atendiéndolos y compartiendo las deliciosas comidas que prepara con tanta dedicación y creatividad mi compañera de vida, Silvia, mientras yo les sirvo las bebidas que sé apreciaran. Extraño esa anfitriosidad, ¿existe esa palabra?

En esta tormenta que estamos atravesando, no ignoro que estoy en el transatlántico de lujo, mientras hay otros que están en una chalupa pasándola muy muy mal, pero no puedo hacer más que ayudar en lo que puedo, tratando de ser maás generoso y solidario, con el otro necesitado.

Pero no todo son añoranzas, disfruto mucho de tener tanto tiempo para leer. Libros que se fueron amontonando en las bibliotecas y que fueron relegados, por la cotidianeidad del trabajo, para ser leídos más adelante. Se fueron procastinando, diría en el consultorio; escribir, no solamente artículos ligados a la profesión, como estos pantallazos. O poder elegir películas o series de televisión y que ahora llegó el momento de mirar, sin culpa “porque tengo que levantarme temprano” para ir a trabajar, y puedo hacerlo tranquilamente a las 9, o sin tener que ir a ningún lado.

Disfruto de estar en casa.

Tratemos de pensar bastante en el día después, no sólo para encontrarnos y abrazarnos, sino para salir mejores (tarea dificilísima) de lo que siempre fuimos y vivir más fieles a la letra de esa canción “Lo que me queda por vivir”, que inmortalizó esa maravillosa cantante que fue Omara Portuondo y que decía:

“Lo que me quede por vivir, será en sonrisas
porque el dolor yo de mi vida lo he borrado
lo que me quede por vivir, será entre dichas
porque el dolor que me ha tocado lo he agotado”

Recuerdo siempre lo que para Freud era una apotegma diciendo “donde Ello es, Yo tiene que advenir”, con el tiempo fui modificando eso, por “donde Superyo es, Yo tiene que advenir”, sin renegar lo dicho por Herr Professor. Orgullosamente, en este instante puedo afirmar, creo estar transitando el camino de donde era Superyo, advino el Yo.

Mayo del año de la cuarentena.

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