Lic. Maria Casariego de Gainza
macasariego@yahoo.com.ar
“La mayor parte de los dolores de nuestra existencia son culturales. Pregúntese dónde le duele la vida y verá que no es en su cuerpo y verá que la vida le duele en los espacios donde no es visto, en donde está usted siendo negado, en sus espacios de desamor, duele no contar con el respeto de sus compañeros de trabajo o de sus vecinos, de su familia y amigos. Verá que en el fondo lo que nos mueve a los humanos es esa necesidad ancestral de ser reconocidos, que significa que nos valoren, que consideren nuestra aportación al grupo y que nos lo demuestren en su trato con nosotros. Eso es lo que está detrás de todos, incluso detrás de quien se compra grandes coches, aviones de reacción o grandes palacios: queremos que nos quieran por puro mandato biológico. Porque sólo en el espacio en el que se tiene presencia, se es productivo y se puede convivir con satisfacción”. Humberto Maturana (Filosofo chileno)
¿Dónde duele la vida? Nos duele en el lazo social interrumpido, nos duele en esta cultura actual que nos lleva a un ritmo irrepresentable, nos duele cuando perdemos la alteridad; el semejante deja de ser otro simétrico para ser alguien peligroso, nos duele en el narcisismo de las pequeñas minorías, en la discriminación del otro diferente portador de cualquier diferencia que ataque ese narcisismo. Nos duele una vida que no vale nada para un sistema que pide de los sujetos más y más, considerándolos una mercancía negociable, nos duele una vida que es atacada desde la pulsión de muerte tomando figurabilidad a partir de guerras, hambre, segregación, discriminación; figurabilidad que al modo de un sueño traumático se presenta como intento de logra alguna representación de lo siniestro que habita en lo humano. Hoy, lo siniestro se encarna en nuestra cultura como los modos de sobrevivencia.
El sujeto hoy enajenado, desasido del marco social, sintomatiza desde un cuerpo que grita lo que las palabras desmienten, desde una angustia más a fin al terror al derrumbe, como la nominó Winnicott, que a una angustia señal. Lejos de la angustia neurótica, la vivencia es de desborde, predomina la angustia automática
El psicoanálisis provee una lente especial para comprender los tiempos turbulentos actuales y sus expresiones sociales. Desde esta perspectiva, los periodos de agitación social, económica y política pueden leerse como manifestaciones de conflictos y ansiedades individuales y colectivas. Freud nos planteó tres fuentes de angustia humana: a) la angustia realista o real angustia que surge de las amenazas y peligros del entorno externo b) la angustia neurótica que se produce frente a los miedos de perder el control sobre la libido representa los temores internos; c) angustia moral que surge de la tensión entre el superyó y el ello. Estas tres angustias inundan el aparato psíquico del sujeto de los tiempos actuales; frente a esta tensión surgen los mecanismos de defensa: desmentida, proyección, racionalización, idealización, resultan mecanismos frecuentes que se ponen en juego frente a la vivencia que lo conocido se derrumba.
Podemos agregar entre ellos: la naturalización. No es lo mismo la naturalización que la desmentida; en la desmentida hay una realidad que se suprime, en cambio en la naturalización permanece la situación insoportable. Es frecuente escuchar “finjamos demencia y sigamos adelante”, como todos los dichos populares llevan implícita una verdad histórica. Así, en la narrativa conviven dos realidades que se mantienen en paralelo, fingiendo que se desconoce, pero conociéndola, modalidad perversa de los tiempos actuales. No se niega, conviven ambas y se sigue adelante. ¿Qué costo tiene esta disociación para el aparato psíquico inundado de una cantidad de estímulos que lo desbordan? Frente a esto, la angustia se naturaliza, se normaliza esta cantidad dejando por fuera de la conciencia el registro de sus consecuencias. El exceso tiene para el aparato psíquico un efecto de vivencia traumática lo cual dispara mecanismos de defensa para intentar regularlo. Exceso de información, exceso de violencia, que deja al sujeto desamparado. La naturalización tiene que ver con cohabitar realidades angustiantes, normalizando experiencias disruptivas y transformándolas así en cotidianas, para lograr de esta manera una adaptación egosintónica
En tiempos de incertidumbres, de cambios abruptos, de crisis sucesivas, tiempos desintegrados, atomizados en una sucesión cada vez más aceleradas de acontecimiento que no tienen relación entre sí: ¿la causa de la angustia es la falta de certidumbre? La angustia en la cultura actual va más allá de poder soportar la incertidumbre permanente en la que estamos inmersos. Lo que deja al individuo por fuera de la red social es la falta de confianza. Hemos perdido la confianza básica en las instituciones que nos podían sostener, desde los vínculos más primarios hasta las organizaciones más complejas, desde la familia hasta el Estado. Es tal el desconcierto que hasta lo que vemos no sabemos si es real o virtual, una información verídica o una falsa información. Frente a esta pérdida de confianza surge un sistema de control. Aquello que debería ser una base segura generadora de cuidado y sostén, es hoy un sistema de control. Control, al modelo del panóptico ideado por Jeremy Bentham como una prisión y que Michel Foucault, lo desarrolla en su libro “Vigilar y castigar”. Dicha estructura, que en el fondo parece un desarrollo arquitectónico moderno, pero que termina siendo un instrumento de control, de dominación. Esta forma de disciplinamiento, permanece en la memoria de los individuos. El control ha trascendido en el tiempo, y ha evolucionado a formas más sutiles que se encuentran ya como saberes nemotécnicos, porque permiten que otras generaciones los usen, los tomen y modernicen
Del panóptico a la cultura actual, se ha producido un movimiento del control externo y vigilante, a internalizar ese control, hoy el panóptico se ha introyectado. El control y la violencia visibilizada, hoy se ha invisibilizado, ha pasado de lo real a lo virtual, de lo físico a lo psíquico. Ya no hay cámaras externas observando a sujetos, hoy los sujetos se exponen frente a las redes mostrando su vida, buscan visibilizarse.
Como plantea Byung-Chul Han, nos hemos convertido en una sociedad de la transparencia, resulta hoy un imperativo categórico que todo debe poder verse para, así, poder ser vigilado. Se diluye lo privado, todo es público, los algoritmos regulan nuestro deseo, las redes sabe más de nosotros que nosotros mismos. La fluidez de la vida moderna lleva a las personas a buscar seguridad en formas que a menudo son contraproducentes, como el consumo excesivo, refugio en comunidades cerradas y búsqueda de líderes autoritarios
Sujetos escotomizados intentando sostenerse, pertenecer, no caerse del mapa del mundo. Se ha pasado de una cultura del deber ser a una cultura de un ser debiendo. Hipotecados en su economía real y en la economía libidinal, intentando no ser borrado, evitando quedar excluido. Se ha mercantilizado el deseo, se desea lo que el mercado dictamina que debe desearse, sujetos de rendimiento, autoexplotados. El panóptico de ayer es la autoexigencia de hoy, rendir lo máximo.
Giles Deluze plantea que: “El poder requiere de cuerpos tristes. El poder necesita tristeza para poder dominarlos”. Hoy asistimos como nos dirá Ana María Fernández, a jóvenes de vidas grises con trabajos precarizados en una competencia permanente, en estados anestésicos frente al dolor del otro y al propio. Formando parte de un capitalismo feroz cognitivo, donde hay una explotación mental y emocional. Los sujetos deshumanizados están alienados. Hoy, no son las maquinas adaptándose a los valores humanos sino nuestros cerebros tomando sus lógicas, intentando lograr sus ritmos, llevándonos a una aceleración que deviene en estados de ansiedad y pánico.
Las tecnologías de la comunicación aíslan a los sujetos, reduciendo las interacciones humanas a meros intercambios de información. Excesos que los sujetos copian y pegan desbordados, intentando sortear la falta. Miedo que provoca saberse habitando un mundo cada vez más inseguro, incierto e inundado de datos poco confiables. Para acceder a esa información y estar a la altura de la demanda social hay que incrementar el tiempo de trabajo, de exposición frente a pantallas. El ciberespacio crece sin límites, mientras que, al contrario, el tiempo mental no es infinito. El núcleo subjetivo del cibertiempo sigue el ritmo lento de la materia orgánica. Podemos aumentar el tiempo de exposición del organismo a la información, pero la experiencia no se puede intensificar más allá de ciertos límites. El aparato psíquico tiene un límite, por lo tanto, la aceleración de la experiencia provoca una conciencia reducida de los estímulos, una pérdida de intensidad que afecta a la esfera de la estética, de la sensibilidad y también de la ética. La experiencia del otro se hace rara e incómoda, incluso dolorosa, ya que éste se vuelve parte de un estímulo ininterrumpido y frenético, y pierde su singularidad, su intensidad, su creatividad y su belleza. La consecuencia es una reducción de la curiosidad y un incremento del estrés, la agresividad, la ansiedad y el miedo
La producción que se intensifica no está al servicio de mejorar la vida de las personas; lejos de generar un bienestar social produce una “demencia masiva”, como plantea Bifo Berardi; la idea de demencia masiva pensada en relación a la acumulación y dominación del dinero que, como resultado, provoca una depresión psíquica, frente el revés paradójico de la hipercomunicación virtual y la vivencia subjetiva de vacío y soledad.
Se ha naturalizado una deshumanización en las relaciones sociales; la ruptura de lazos sociales deja al sujeto solo, aislado. El individualismo es una respuesta a este vacío: el otro, el semejante, es un potencial peligro. Desde lo social se abroquelan los sujetos en grupos homogéneos que rechazan el afuera, al extranjero. El diferente resulta un ataque al narcisismo. Freud planteará el narcisismo de las pequeñas diferencias como un retorno social a una etapa del narcisismo fusional. Surge el sentimiento de mismidad en contraposición a la otredad. Las fallas para responder al contrato narcisista, como lo planteó Piera Aulagnier, exponen a los sujetos al desvalimiento originario, por lo tanto, a la ausencia de ideales del yo maduros.
Un ideal del yo maduro es una estructura psíquica que requiere un largo proceso de maduración, que implica la integración con los requisitos de la realidad y la desexualización de las pulsiones a través de la sublimación.
La satisfacción no residiría en cumplir las exigencias del ideal del yo, ya que es algo imposible de realizar. Lo que proporciona una sensación de bienestar es el esfuerzo por acercarse a esos referentes, ídolos, lideres, que encarnen esos ideales.
El núcleo básico del ideal del yo es el yo ideal del narcisismo primario, se estructura definitivamente durante la adolescencia tardía. La evolución del yo consiste en un alejamiento del narcisismo primario. Este alejamiento sucede por medio del desplazamiento de la libido sobre un ideal del yo impuesto desde el exterior y la satisfacción es proporcionada por el cumplimiento de este ideal
En “Introducción al narcisismo”, Freud define el concepto de ideal del yo como una instancia psíquica que recoge la herencia del narcisismo primario cuando éste ya no se puede mantener por imperativos del desarrollo. El núcleo sobre el que se estructuran las capas del ideal de yo, es el yo ideal primario. Contrariamente, un ideal del yo precario puede quedar detenido en diferentes momentos de su evolución de forma tanto más regresiva cuanto mayor es el poder del mundo imaginario y menos peso tienen las demandas de la realidad. Entonces el ideal del yo es suplantado por el “yo ideal”.
“His majesty the baby” proyección del narcisismo de los padres sobre el bebé, estadio donde lo objetal y lo narcisista se confunden. Este momento originario de la experiencia de satisfacción de fusión con la madre no se puede mantener, por lo tanto, el desarrollo lleva a una vivencia de desvalimiento primordial, efecto de la desilusión de no ser el objeto único del deseo de la madre. Este desvalimiento obliga a reconocer los objetos que tendrán la propia omnipotencia perdida, ahora proyectada en ellos. Hoy estos ideales no responden a esa omnipotencia. Ya no son los ídolos, ni los padres, ni los educadores los portadores del saber, el saber lo tiene Google, la inteligencia artificial, etc.
Frente a la pérdida de la alteridad, frente a la vivencia traumática de un mundo externo hostil que ataca la subjetividad desde múltiples aspectos, sin figuras identificatorias de sostén frente al desamparo originario, observamos una interrupción en las capas hacia un ideal del yo maduro. Por consiguiente, queda visibilizado un ideal del yo precario, que remite a ese yo ideal originario, omnipotente, que se sustrae de la realidad creando un mundo imaginario.
En estos tiempos turbulentos los sujetos hacen frente a la fragmentación impuesta creando una realidad paralela, “fingiendo demencia”, fugándose a aquel lugar donde alguna vez creyeron ser “su majestad el bebé”, mientras tanto el mundo, en tanto mundo conocido, se derrumba.
REFERENCIA BIBLIOGRAFICAS
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