Una temporada en El Manicomio global
Por Gustavo Dessal
Ned Ediciones, 2021. 286 pág.
Estamos en deuda con la esposa e hijas de Gustavo Dessal por haberlo convencido de abrir un perfil en FB. Parece que así llegó “El Manicomio Global”, para la felicidad/sorpresa/desconcierto/ de los desayunos domingueros de sus muchísimos seguidores en todo el mundo. El autor es un psicoanalista y es desde ese lugar que crea, visita y habita el Manicomio. Podemos seguirlo confiados en que sabe, como escritor, atemperar la desmesura de la época.
Dessal interroga los síntomas actuales, hunde el bisturí en asuntos ruidosos, se detiene con su lupa en un detalle casi invisible y lo ilumina, pronostica desarrollos catastróficos a futuro, en fin … hace bailar a Eros y a Tánatos en la cresta de esta posmodernidad despiadada. No prescinde, por ello, de la función curativa del humor. Así lo vemos, por ejemplo, en “Un apetito poco corriente”, cuando reflexiona sobre “el crimen más atroz del que se tenga constancia en la historia de España”. Como corresponde a un psicoanalista, no busca con nostalgia de pasado las llaves para reparar los síntomas que denuncia. Los pone sobre la mesa, estamos invitados a contar con ellos, a interrogar su devenir, a hincar el medio que tenemos, la palabra, en su espesor.
Así como, al inicio del libro, rinde tributo a la soledad del que escribe -“Soledades inevitables”-, el autor resalta el “sentimiento de una soledad interior nunca antes experimentada” -“¿Contigo sin mí o conmigo sin ti? That is the question”-, propia de la época en que la dimisión de las tradiciones y los discursos arroja al sujeto a un fuera del sentido y de la pertenencia, aquello que antes “alejaba la vivencia de la soledad, la incertidumbre y el desamparo de la vida”.
El encuentro azaroso, en el amor, su lugar infrecuente, -“Disimetría del amor”- quizás, en parte, dé cuenta del alza de las prácticas autoeróticas –“Cómo pintar un cuadro sin mojar el pincel”-. De todos modos, con encuentro de los cuerpos o sin él –“Navegar por Tinder es necesario. No es necesario vivir (divisa de los cibernautas)”, Dessal se ocupa del amor con especial dedicación. El apartado V, “El amor, el deseo y otras enfermedades oportunistas” así lo demuestra y, especialmente, su comentario en “Nunca es demasiado tarde”:
“De vez en cuando viene muy bien leer y contar historias como éstas. Historias que demuestran que, aunque la condición humana está atravesada por un factor letal ineliminable, el amor puede abrirse camino entre los intersticios del mayor espanto. (…) “El amor que tantas veces nos salva y que puede matarnos. Somos a la vez esa criatura y ese viejo animal. Ambos tratando de sobrevivir en la más absoluta extrañeza de esa cosa a la que llamamos vida, porque algún nombre hay que ponerle a lo que no tenemos ni idea de lo que es.”
Dessal se ocupa de la locura, ¡claro está!, se trata de El Manicomio global. La califica de Patrimonio Universal de la Humanidad y le dedica todo un Capítulo, el VII. Allí se canta una melodía estruendosa. Intervienen los “gallos violadores”, las “Almas Veganas”, los “locos antivacunas”, “las personas desaparecidas”, “los padres muertos de miedo”, “las google moms” y unos cuantos más.
También inspecciona la política, el avance del capitalismo «incompatible con la vida»; con su “ruido” a contramano del Inconsciente; el que «(…) se alimenta con sangre, pero tarde o temprano acabará recibiendo una estaca en el corazón.» Es muy difícil abarcar el mapa extenso y rico de Face to Facebook. Me quiero detener en el Capítulo VIII, La curación por la Literatura. Allí, en “Contar”, parece que curarse es contar de a uno, como lo hace la Literatura cuando apunta a un Uno, “para que a través de él pueda decirse lo que nos incumbe a todos”. Dessal destaca lo que dice de nosotros Shakespeare con su Hamlet y Bradbury en el terriblemente bello cuento All Summer in a Day (Todo el verano en un día), “metáfora de la condición humana”. No en vano -“Cuidado con las palabras: el viento no se las lleva”, rescata el lugar del Psicoanálisis y del decir poético en la Resistencia, con mayúscula, a la toma del lenguaje en la posmodernidad.
Para terminar: el Capítulo IX, Noticias sobre el año en que apestamos. Es un pantallazo genial de esta temporada de peligro y espanto. Allí se ocupa del virus; de las palabras “flechas, dardos capaces de envenenarnos de amor, de goce, de deseo y de muerte”; del deseo de vivir; de la historia y la repetición ineludible y del contraste entre la infección -biológica- y la pandemia, política. También se dedica a reflexionar sobre el confinamiento -“Reclusiones” que van del 1 al 6- y abre un abanico en relación con los encierros y las pestes, las de antes y la de ahora.
Asimismo, en el Capítulo IX hay 6 “’Corónicas’ del Mundo Exterior”, que son una sorpresa a recorrer, y 4 Diarios del Asombro. Finalmente, el Capítulo se ocupa de la idiotez humana: de la Secta de los Idiotas, otra clase de contagio y de los espeluznantes “vuelos a ninguna parte”. El Capítulo, y el libro mismo, se cierra sobre lo que lo abrió: la soledad. La soledad de las redes sociales y, por último, el peligro de volver, confinamiento pandémico mediante, a cuando, en el origen de la subjetividad, el mundo exterior nos era indiferente.