En el presente texto me propongo abordar algunas ideas e interrogantes sobre la posición del analista a partir de un caso clínico y el derrotero por el que me fue llevando hasta conocer el Colectivo Historias Desobedientes conformado por familiares de genocidas.
En noviembre del 2020 participé de unas Jornadas sobre Genocidio y Psicoanálisis organizadas por el Centro Walter Benjamin dirigido por Nicolás Vallejo. En esa oportunidad hablé del recorrido por el que me fue llevando un caso clínico hasta dar con el colectivo Historias Desobedientes y también sobre algunas ideas e interrogantes que se me plantearon y quisiera compartir en este texto.
En 2018 presenté el caso en la Asociación de Psicoanálisis de Rosario, lo titulé: “María, sangre sucia, sobre la imposibilidad de una filiación” los comentadores fueron Horacio Hutmacher y Yago Franco. Al año siguiente fui invitada al Colegio de Psicoanalistas y allí Mariana Wikinski que había participado el mes anterior del Coloquio Internacional: “La memoria en la encrucijada del presente” celebrado en el Centro Cultural Haroldo Conti, me comentó sobre el colectivo Historias Desobedientes después de escuchar mi presentación.
María, hija de un militar retirado, consulta por ataques de pánico diagnosticados por su médico y luego de un año y medio de análisis comienza a hablar de las sospechas que tiene sobre que su hermano pueda ser hijo de desaparecidos.
Fernando Ulloa nos recuerda que el psicoanálisis es una propuesta ética y para quien se diga psicoanalista, el serlo o no serlo está, por definición, enlazado a la producción de verdad. No hay escapatoria o negociación posible si se pretende desentrañar el síntoma, porque precisamente el síntoma es solución de compromiso negociado.
Entiendo la producción de verdad como verdad subjetiva atendiendo a criterios clínicos, a la verdad que cada sujeto puede soportar y no a las ideas o militancias de los analistas. Por supuesto en delicado equilibrio para no caer en el negacionismo ni en la desmentida.
¿Cuál es la verdad de María? Probablemente nunca acceda a la verdad material de los hechos en caso de que el padre no le cuente nada o el hermano insista en no saber de sus orígenes. Pero creo que la salida más ética tiene que ver con poder situar y nombrar lo aterrador de su infancia y adolescencia para no quedar atrapada en el callejón ciego donde el síntoma, ahogado en el ocultamiento familiar y cotidiano, apaga su evidencia develadora, para volver a surgir como grito mayor, en este caso en el sufrimiento neurótico, el pánico, o hasta en un delirio persecutorio (Ulloa). Luego dependerá de ella si quiere o puede investigar más allá de los dichos o silencios de su familia y en todo caso, creo que la función del analista en casos como el de María aparte de acompañar y no sostener la desmentida podría ser el intentar develar los fantasmas de complicidad y la culpa concomitantes a la ambivalencia entre la lealtad familiar y la posición pública, entre el amor y el repudio.
¿Cómo puede María construirse un pasado? Nacida luego del Juicio a las Juntas y habiendo crecido en tiempos de impunidad donde en muchos colegios se enseñaba de manera superficial o directamente no se enseñaba lo que había significado la dictadura, tuvo que llegar a la Universidad Pública para tomar contacto con esa dolorosa realidad que en la clausura castrense le estaba negada. Lo siniestro es extensivo a toda la casta militar o policial: los círculos de oficiales y suboficiales, los colegios, liceos, clubes. En ese clima endogámico rigen las lógicas perversas, las lógicas diádicas. No hay inscripción de la alteridad ni de la legalidad, quien detenta la autoridad “es” la ley, no la representa.
No podemos decir que los hijos e hijas de genocidas suscribieron un pacto de silencio, sino que crecieron bajo un mandato de silencio, que no es lo mismo.
Así tuvieron que desmentir para sobrevivir, por el terror que implica asumir la posibilidad del destierro, de la exclusión. Se convive con algo que se ignora, aunque se lo presiente inquietantemente. Se puede sumar a lo oculto la propia negación frente a lo extraño. Comienza así a surgir el efecto siniestro.
El único remedio posible contra la malignidad de lo siniestro -esto también es de Ulloa-es el desvelamiento de aquello que lo promueve, simultáneamente al establecimiento de un nuevo orden de legalidad familiar.
La fecha de fundación del colectivo se registra el 25 de mayo de 2017 cuando se encuentran por primera vez cinco hijas y un hijo de genocidas y deciden llamarse «Historias Desobedientes» en un juego de palabras haciendo alusión a la Obediencia Debida. Su primera aparición pública se realiza unas semanas después de su fundación, el 3 de junio de ese año en el marco de la marcha de » Ni una menos «. Luego, la indignación que generó el proyecto de ley del 2×1 fue el empujón para su primer grito colectivo. A partir de la repercusión en diferentes medios de comunicación a nivel nacional e internacional comienzan a acercarse al colectivo otros familiares con distintos grados de parentesco y de diferentes partes del mundo, que repudian y cuestionan el accionar de sus familiares genocidas.
Uno de los libros del Colectivo se titula: “Escritos desobedientes”. Historias de hijas, hijos y familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia. El segundo libro de la agrupación es de descarga gratuita: “Nosotrxs. Historias desobedientes” compila una serie de intervenciones y textos elaborados durante el Primer Encuentro Internacional de Familiares de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia realizado en noviembre de 2018. Cuenta con conclusiones de Daniel Feierstein y Ana Berezin.
En un manifiesto del Colectivo Historias desobedientes se lee: “Nacimos al encontrarnos.
Nos buscábamos sin saberlo porque trasponer el velo del silencio y el ocultamiento nos había dejado en completa soledad. Acontecía al interior de nuestras familias un ambiente de violencia tácita o explícita y un mandato de silencio en relación a los crímenes cometidos en lo que se nombraba como “Proceso de Reorganización Nacional”—ese era el marco en el que nuestra subjetividad, a duras penas, se fue construyendo—, fue luego de un largo recorrido solitario, con contradicciones e inseguridades que nos propusimos romper las estructuras que nos amordazaban bloqueando nuestro crecimiento personal para manifestar nuestro claro repudio al accionar genocida. La consecuencia fue el inmediato rechazo familiar, con el costo emocional que esto implica, pues debimos abandonar estructuras que de alguna manera nos cobijaban. Pero al mismo tiempo experimentamos la inconfundible sensación de libertad que trae aparejado el pensar autónomo.”
Mariana Dopazo ex hija de Etchecolatz, en una entrevista del ciclo Historias Debidas de Ana Cacopardo en el canal Encuentro dice: “Pensé la posibilidad de no soportar ni ser soporte de ese apellido”. Y lo consiguió.
Analía Kalinec, hija del tenebroso doctor K, enfrenta un juicio que le inició su padre- quien cumple condenas por delitos de lesa humanidad- para declararla indigna y así evitar que cobre la herencia por parte de su madre. «Mis dos hermanas menores, personal civil de la Policía Federal, acompañan con sus firmas el escrito que mi papá presentó en el juzgado civil. El texto dice que yo me convertí en una persona que desconocen, que tengo aires derechohumanistas, que me captó un grupo en la facultad de Psicología».
Mariana y Analía son psicoanalistas y están entre las fundadoras de Historias desobedientes.
“Inauguramos un campo de estudio bastante inexplorado acerca de cuáles son las consecuencias de los crímenes de lesa humanidad al interior de las propias familias de los perpetradores y, paralelamente nos instamos a reflexionar acerca de cuál es la responsabilidad que tenemos desde esta condición de familiares de genocidas que tenemos en la construcción de la memoria colectiva.[efn_note]https://www.telam.com.ar/notas/202003/444066-memoria-familiares-genocidas.html[/efn_note]
En 2014, el mismo año que María consulta, yo había leído una crónica de la Revista Anfibia: Hijos de represores: 30000 quilombos. Sepulté la nota y nunca la asocié con María hasta el año en que fui invitada por el Colegio de Psicoanalistas a preAllí,sentar el caso. Más bien recuerdo haber pensado en la difícil situación de la hermana y las dudas sobre su identidad. Creo que estamos más formados para pensar en el dolor de un familiar de desaparecidos que en el de los familiares de genocidas y torturadores.
Allí, en esa nota, algunos psicólogos expresaban su posición en relación con sus pacientes hijos de represores, ubicándolos como cómplices o como víctimas. No comparto esas afirmaciones más adelante aclararé por qué. Algunos tienen una posición tajante sobre la actitud de los hijos de los militares que estuvieron involucrados en la dictadura: si no condenan a sus padres y se distancian de ellos, se vuelven cómplices de sus crímenes. Para ellos el camino de estos pacientes debería ser impugnar el vínculo familiar y explorar en el pasado de sus padres para obtener datos que aporten a causas judiciales y permitan esclarecer, por ejemplo, el destino de los desaparecidos. Creen que de esa forma se recompone la subjetividad, el deseo, la historia personal.
Otros psicólogos que durante muchos años trabajaron en una obra social de las Fuerzas Armadas los consideran víctimas de violencia intrafamiliar y sostienen que muchas de las conductas autodestructivas, ansiedades y adicciones de los hijos de militares tienen que ver con esa condición.
No comparto estas posiciones porque considero que un psicólogo o analista no tiene por qué empujar a alguien a un acto que no pueda sostener subjetivamente como puede ser la impugnación de un vínculo, o la toma de material para una prueba de ADN. No todos están preparados para cortar lazos con sus familias, que muchas veces están aliados en pactos de silencio o como María han nacido en democracia y no han sido testigos de nada que involucre a sus padres en delitos, tienen sospechas y hasta síntomas, pero no tienen pruebas.
Por otro lado, considerarlos víctimas de violencia intrafamiliar es relativo, muchos han tenido lazos familiares muy cálidos a nivel afectivo. Por ejemplo, un nieto de dos genocidas reconoce que el vínculo que lo unía a su abuelo era muy lindo, compartían almuerzos y su pasión por el tango. Sin embargo, hoy forma parte del colectivo Historias Desobedientes.
Celebro la posibilidad de seguir pensando con otros y aún contra otros, pero nunca sin otros. Es el mejor modo de seguir urdiendo, tejiendo y complejizando el entramado simbólico que nos permite resistir los intentos permanentes de vaciamiento de sentido, de avance de la insignificancia, de reducción al hashtag, al meme, al escrache, a la cancelación. Todas ellas formas de desinvestidura del pensamiento, del juicio, del discernimiento.
En ese sentido considero que la emergencia del colectivo Historias Desobedientes, trabajando y apoyando la construcción de la Memoria Verdad y Justicia es un ejemplo paradigmático de resistencia a los usos políticos del odio.
Sostengo la hipótesis de que Construir Memoria es un proceso permanente e instituyente en oposición a la historia oficial, la de los vencedores que siempre pugna por reaparecer, y últimamente sin ningún pudor, ya sea en versiones de la teoría de los dos demonios o en un Falcon verde como gift de Facebook.
Esa construcción de Memoria es colectiva; arriesgo otra hipótesis tal vez más atrevida y pido disculpas si me estoy equivocando, creo que es la acción política, el situarse en la escena social como actores políticos del colectivo, lo que permite a sus integrantes desmarcarse de sus historias familiares y tener una cuota de olvido suficiente para no anclarse al pasado e investir sus proyectos vitales.
Es decir, creo en la construcción activa e instituyente de la Memoria como condición de posibilidad de una cuota de olvido necesaria para vivir.