- Lo primero a señalar es que hay caminos sin salida a los cuales ha llegado el psicoanálisis, en muchos casos por la presencia en éste de restos de una concepción que hace girar sobre la masculinidad y lo paterno el universo del orden de sexuación humana, una concepción que -en general- ha ignorado la institución social de dicho ordenamiento.
Los corpus teóricos tanto freudiano como lacaniano están afectados por la naturalización del lugar del padre y sus derivados: la significación de la diferencia sexual anatómica como una falta (luego vuelvo sobre esto); la significación del falo – que siempre ha caído sobre el pene más allá de que Lacan lo haya tratado como un significante – como lo central en el orden de sexuación; la debilidad del superyó femenino; la envidia del pene en las mujeres; la ecuación mediante la cual una mujer alcanza su realización en la maternidad, ya que el hijo le restituiría el valor fálico del cual ha sido despojada o que le ha sido negado, y un largo etcétera.
La presencia habitual en la vida social de estas certezas teóricas, habla de que se corresponden claramente con teorías sexuales culturales, que se hacen infantiles en un círculo de recursividad, y luego se toman como certezas al interior de la teoría creyendo encontrar en la realidad su confirmación. Es imperceptible su origen cultural.
Esto es debido a que el psicoanálisis no ha podido escapar a significaciones imaginarias sociales emanadas del orden patriarcal; un orden de poder, que ha necesitado de obedientes, viriles y obsesivos varones, y de mujeres sumisas e histéricas. Un orden que redujo la sexualidad a dos sexualidades y dos géneros, que además debían coincidir. Todo lo que no coincidiera sería considerado una desviación de lo heteronormativo, cuestión que estuvo muy presente al interior de la teoría y clínica psicoanalíticas. Este orden – no nos detendremos ahora en esto – muestra señales de agotamiento, aunque no de destitución.
Comentario al margen (o no tanto): siempre es necesario un orden de sexuación: no se trata de que haya una “sexualidad verdadera” humana escondida no se sabe dónde y que habría que liberar.
El surgimiento del capitalismo le dio una nueva forma al patriarcado, que derivó en una transformación profunda del lugar de la mujer en la sociedad. Reformateó ese lugar. - En relación al lugar del padre: no se trata de no poder ya con el padre –como sostienen algunos analistas-; se trata de no poder seguir sosteniendo en el psicoanálisis la existencia de ese padre-patriarca –confundiendo al padre con ese padre-, y con el que detentaba la ley y la imponía. Sin ninguna interrogación acerca de cómo/quién creó esa ley, y menos cómo habría sucedido que el padre la detentara.
Ese padre-patriarca, que exigía el sacrificio del deseo (sobre todo para las mujeres), implicando intervenciones analíticas orientadas por dicha concepción de lo paterno, la Ley, el modo de ser hombre, mujer, padre y madre, y de una forma de la familia que se ha alterado considerablemente. La generalización de la forma familia hoy en día no es posible dada la fragmentación de la sociedad, aunque su función simbólica se sostiene más allá de la forma que tome.
Hoy no tiene sentido la propuesta de ir más allá del padre, o de quien sea: de lo que se trata para el psicoanálisis es de salir de la trampa familiarista que hizo muchas veces de esta disciplina un instrumento de adaptación. Acuerdo con Deleuze y Guattarí cuando sostienen: «No se trata de negar la importancia vital y amorosa de los padres. Se trata de saber cuál es su lugar y función en la producción deseante, en lugar de hacer a la inversa, haciendo recaer todo el juego de las máquinas deseantes en el código restringido de Edipo». Y esto no se reemplaza ni mejora, dirán estos autores, por las llamadas funciones: todo sigue igual «por más que se reemplace el papá-mamá tradicional por una función-madre, una función-padre» que vuelve a «unir todavía mejor el deseo con la Ley y lo prohibido, y llevar hasta el final el proceso de edipización del inconsciente». (1) - Pero, por otra parte, nos encontramos ante teorizaciones que exceden el campo del psicoanálisis (aunque están presentes en ciertas teorizaciones del mismo), que reducen el orden de sexuación a una suerte de implantación social del género, ignorando además a la sexualidad tal como ha sido tratada por el psicoanálisis: la existencia de la sexualidad infantil y su dimensión inconsciente, el carácter (perverso, entendible en el sentido de pervertir todo destino funcional-anatómico) polimorfo de ésta, el lugar de la madre como seductora, los lazos eróticos del Complejo de Edipo, etc. La de ciertas teoría de género es una consideración de la sexualidad como si ésta fuera independiente del inconsciente y como si se tratara de un dato natural, que ignora la absoluta desfuncionalización de la sexualidad humana. El territorio del psicoanálisis es el del polimorfismo, relacionado pero diferenciado de la diversidad. Y antes del polimorfismo se encuentra la desfuncionalización de la psique y sexualidad humanas.
A contrapelo de lo que el sentido común sostiene, nadie elige su posición o la llamada identidad en relación a la sexualidad. Ésta se da, simplemente, se le impone al sujeto. Se le impone como resultado de un quimismo psíquico que ocurre a espaldas del sujeto. Por eso ha sido absurdo –cuando no iatrogénico y contrario a la ética del psicoanálisis- intentar que un sujeto posicionado como homosexual vire, “se cure”, transformándose en heterosexual. Pero esto ha ocurrido en la práctica del psicoanálisis. Y es dudoso que no siga estando presente. - Es a partir de las transformaciones de género ocurridas en las últimas décadas que el psicoanálisis se ve obligado a revisar elementos centrales de su corpus teórico (Ej: Edipo, castración, envidia del pene, actividad/pasividad, masculinidad, feminidad, homosexualidad, Ley, lo paterno, lo materno, masoquismo femenino, etc.). He ahí el impacto de las teorizaciones sobre el género en el psicoanálisis: afectan elementos centrales de su corpus teórico.
De forma tal que psicoanálisis y teorías de género pueden tener tanto un lazo posible, como también imposible. Por esto último me refiero a algo inestable, no agotable, que no cierra, en movimiento. Más allá de esto, lo cierto es que no se trata de hacer casamientos de apuro entre la sexualidad entendida psicoanalíticamente y las teorías sobre el género.
Acuerdo con Silvia Bleichmar en que el psicoanálisis no puede ceder ante posiciones que ubican el sexo del lado de la biología, y el género del lado de la representación. Entre la biología y el género, el descubrimiento freudiano de la sexualidad hace entrar en conflicto los enunciados atributivos con los cuales se pretende una regulación que es siempre ineficiente. La actividad fantasmática, inconsciente hace fracasar todo intento de homogenización del colectivo. - Las consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas son un eje crucial en la sexuación humana, tanto como la prohibición para los adultos de gozar con el cuerpo de los niños. La cual es la verdadera prohibición edípica, que consigue así separar las generaciones e instituir las leyes de filiación y deseo. Esta última ha consistido clásicamente en ubicar a la diferencia sexual anatómica significada como causa de placer. Que alude al orden heterosexual de sexuación, que, ciertamente, es el orden predominante. Pero que ha sido elevado al único y al buen orden.
Como dije previamente, es fundamental revisar si la teoría sexual infantil -que significa a la diferencia sexual anatómica como una falta- responde a una teoría sexual cultural, derivada en este caso del orden patriarcal de sexuación.
Lo que se intenta encubrir es que ambas sexualidades están en falta por no poder poseer los dos sexos; pero sobre todo porque falta la completud de origen, en ese estado de fusión con la madre, perdido para siempre.
Esto obliga a revisar el concepto de castración, que en el psicoanálisis freudiano quedó centrado en la diferencia sexual anatómica. Debemos despojar a este concepto de su ligazón a la presencia o ausencia de pene, por lo que diríamos –entonces- que en relación a la castración (y seguramente debiéramos revisar este término) el problema radica en la completud/incompletud y sus destinos. - Diferencia y diversidad. Momento de volver al postulado freudiano de la bisexualidad originaria (¿debiéramos denominarla polisexualidad?, ¿polimorfismo?) que habita en el inconsciente, el cual apenas está ordenado por las represiones originarias y secundarias y en el cual siempre está en pugna el registro pulsional en su tendencia a rebasar todo ordenamiento.
La diversidad es algo del orden del género, mientras que la diferencia remite a las diferencias sexuales anatómicas. Debe quedar claro que, para el psicoanálisis, la sexualidad no puede reducirse a la genitalidad, aunque se ordene alrededor de ésta. El género, a su vez, se corresponde con las significaciones imaginarias sociales referidas a los modos de ser hombre, mujer, homosexual, transexual, etc.
La novedad actual es que la diversidad sexual ha encontrado un lugar en el Otro, que ha legitimado las formas que se diferencian de lo instituido por el orden de sexuación patriarcal. Así como los homosexuales fueron encontrando un lugar en el Otro, ahora lo van haciendo otras formas de la sexualidad. Y esta es la gran novedad con la cual se encuentra el psicoanálisis: un cambio en el orden de sexuación, en el orden simbólico, un cambio en el Otro. Y ese cambio obliga a reconsiderar aspectos cruciales del corpus teórico y de la clínica.
Hay que abrir el debate en psicoanálisis entre diferencia y diversidad sexual. Ha habido un cambio cultural importante en los últimos tiempos y, entre sus metamorfosis, hallamos la visibilización de formas de la sexualidad que estaban ocultas. Un problema en ciernes es si en este terreno también se produce el fenómeno de borrar las diferencias de la mano de la diversidad. Es decir, la especificidad identificatoria, pulsional y de lazo –entre otras cuestiones- que implica cada forma de la sexualidad. Y con ese borramiento que se pierdan de vista en el psicoanálisis las formas patológicas: es decir, del sufrimiento que un sujeto puede padecer a partir de su conflictiva sexual/identificatoria. Tal como se ha observado en ciertos casos en los cuales, ante el pedido de cambio de identidad sexual (que en el límite puede implicar modificaciones anatómicas), se accede al mismo sin la suficiente interrogación al sujeto que manifiesta dicha demanda; lo cual, de producirse, en los niños no tiene en consideración los tiempos de estructuración psíquica de ellos y lo indispensable de interrogar, además, los deseos – conscientes pero sobre todo inconscientes – de los padres; y no tomando en consideración que hasta avanzada la adolescencia hay un cierto grado de indistinción (que paulatinamente se va limitando) entre los niños y los genitores. Zona de entrecruzamiento de los derechos y los códigos legales con cierta ideología de respeto por la diversidad que puede producir aquello de lo cual nos alerta Silvia Bleichmar: una igualación que –en el límite- borra las diferencias. Y sabemos en psicoanálisis de la importancia de la diferencia. Así como también sabemos que el psicoanálisis, si no interroga instituidos culturales, pasa a ser un dispositivo adaptador.
Hay una atribución temprana del género, que no debe confundirse con el orden de sexuación – aunque será retomado por éste – , un orden que se jugará alrededor de la temática edípica, en la cual se intenta normalizar a los sujetos mediante la incorporación de modelos identificatorios, lógicas y modos de sublimar instituidos socialmente.
El infans muy tempranamente sabe lo que es ser varón o mujer, obviamente a partir de los dictados del portavoz… pero también podrá sentir en la infancia o posteriormente cierta incomodidad con el género que le es asignado, y rechazarlo, como surge de los relatos de casos de transexualidad. Y es en la conjunción de sexualidad y género donde asoma la diversidad: no necesariamente van a coincidir el género y la conformación anatómica, o el objeto de deseo con lo que el género debiera dictar. O la misma conformación anatómica puede dar lugar a diferentes sexualidades. De hecho, la heterosexualidad es heterogénea, lo mismo que la homosexualidad, y lo mismo puede decirse del transgénero, etc. Las variantes más diversas pueden producirse. Puede darse el caso de un varón devenido mujer transexual (o sea que se haya transformado anatómicamente en mujer) que tenga como objeto amoroso a una mujer.
Así, reitero, en el lugar de las diferencias sexuales anatómicas viene a instalarse la diversidad. Se trata de los caminos diversos para la sexualidad sobre lo cual se pronunciara Freud. - Como he sostenido en otras oportunidades, la sexualidad y la psicopatología corren por caminos distintos, lo cual es un serio cuestionamiento a la teorización psicopatológica en el punto en que la aceptación, renegación o forclusión de la castración, o del orden heterosexual, conduciría a la perversión o la psicosis. De aquí en más se tratará de neuróticos cuya sexualidad puede ser homo, hetero, transexual, etc., del mismo modo que para las psicosis y la perversión. Así, entiendo que no corresponde ordenar la clínica alrededor de la castración si ésta queda atada a las consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas en los términos en los cuales han sido tratadas en general por el psicoanálisis. Por lo tanto corresponderá considerar a la neurosis como algo que puede ocurrir tanto en la hetero como en la homosexualidad o en las llamadas nuevas sexualidades, y lo propio en relación a la psicosis. La sexualidad quedaría así por fuera de la psicopatología, salvo evidentes trastornos de la misma. La perversión debe quedar relegada a hacer del otro objeto de la satisfacción del sadismo –la perversión fundamental ya señalada así por Piera Aulagnier-, y desubjetivándolo.
- Observo con preocupación una nueva moral sexual psicoanalítica, que consiste en el elogio de todo lo que aparece en la cultura -sus exigencias y modelos propuestos, su moral- en una actitud totalmente alejada de la legada por Freud. Es el elogio de lo nuevo sencillamente porque es nuevo: de la novedad por la novedad misma; lo cual, casualmente, es uno de los núcleos del capitalismo.
- He postulado la producción de un estado borderline artificial producido por nuestro orden sociocultural. La crisis de dicho orden (que contiene, en lo que aquí nos interesa, la crisis del orden patriarcal de sexuación y género) producto de factores que han sido descrito profusamente en otros lugares, implica consecuencias importantes para el psiquismo. Entre ellas una desorientación y crisis identificatoria y muchas veces la emergencia de la pulsión sin tramitar (las adicciones, la violencia (con la violencia de género -que tiene al feminicidio en su extremo- incrementando su frecuencia), la presencia importante del pasaje al acto sea violento como sexual (incluyendo el abuso sexual infantil, etc.) que hace de la cuestión borderline algo que no debiera dejarse de lado al momento de elucidar tanto el orden de sexuación como el de género.
Podemos así apreciar que hay una delgada línea divisoria por el cual atraviesa tanto cierto nomadismo identificatorio (incluyendo sexualidad y género) que no logra muchas veces diferenciarse de la cuestión borderline de desestructuración patológica. ¿Mayor libertad al mismo tiempo que descomposición? ¿Creación y destrucción simultáneas del mundo histórico-social? Interrogantes que deben quedar necesariamente abiertos, para impedir que en la clínica psicoanalítica se tomen sin interrogar discursos que se presentan como de libertad de elección sexual y/o de género, que -en el límite- llevan a algunos sujetos a cambios anatómicos merced a la administración de hormonas e intervenciones quirúrgicas. - Quisiera advertir sobre el riesgo de la confusión de lenguas entre las teorías de género y el psicoanálisis (Franco, 2018). Entre ambos campos se da un estado de encuentro y desencuentro, de posibilidad e imposibilidad en su relación – me refiero sobre todo a imposibilidad en el sentido freudiano: no se recubren de modo total, sino que puede haber zonas de confluencias y de divergencias –; en esta posible confusión también está presente la adhesión acrítica a formulaciones que no toman en consideración el tema de la diferencia, el inconsciente, la travesía edípica, la sexuación como un proceso identificatorio y pulsional que se produce a espaldas del sujeto, entre otras cuestiones. Y, sobre todo, la reducción del orden de sexuación a mecanismos sociológicos y el cuestionamiento de toda identidad.
Quiero terminar describiendo algunos obstáculos posibles para la escucha analítica:
- La presencia en la teoría del orden de sexuación patriarcal, ignorando su origen – lo que he llamado teorías imperceptibles respecto de su origen histórico y de estar al servicio de mantener una relación de dominio.
- La presencia en el psiquismo de los analistas – mujeres y hombres – de dicho orden.
- El desconocimiento del estado actual de nuestra cultura, con la presencia del imperativo de goce. Pensemos en qué teorización hubiera hecho Freud si hubiera desconocido el malestar en la cultura de su época.
- El ignorar los cambios producidos en la sexualidad y el género.
- Lo que he denominado como un casamiento de apuro con ciertas teorizaciones sobre el género, sin reparar en lo que ignoran: Edipo, consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas, el labrado inconsciente de la sexualidad, etc.
- Al mismo tiempo – y complementariamente – el desconocimiento o rechazo de las diferentes teorizaciones sobre el género y las consecuencias que tienen para el psicoanálisis.
- Otro riesgo a sumar: la difusión-publicidad de la práctica de un psicoanálisis autodenominado pospatriarcal y no heteronormativo. Más allá de cualquier cuestionamiento de otra índole, lo que es evidente es que esto ya implica un ideal, alejado de las reglas del análisis freudiano, y tiene como riesgo la identificación con el analista.
El riesgo siempre latente en nuestra práctica es el de la adaptación del analizando vía identificatoria. Sabemos del enorme poder que la transferencia otorga al analista, de allí que entiendo que todo lo mencionado respecto de la escucha sea de fundamental importancia, tomando en consideración la performatividad en juego que se deriva de la escucha del analista. El psicoanálisis no debe interponerse en el camino hacia la verdad de la sexualidad de todo sujeto, pero tampoco debe imprimir una idea sobre la buena sexualidad o del buen camino hacia ella que habite en la subjetividad del analista. Y debe siempre tener en consideración los momentos de estructuración de la psique para acompañar o demorar toda decisión que implique pasajes al acto o caminos sin retorno.
Notas
- Deleuze, G., Guattarí, F. (1974) El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona: Barral.
*Este texto está compuesto en su mayor parte de fragmentos escogidos de distintos textos, la mayoría publicados, otros inéditos. También por los desarrollos realizados en los seminarios Psicoanálisis y sexualidad, hoy, en 2014 y Psicoanálisis, sexualidad y género. ¿Una relación imposible?, realizado entre 2019/20.
Algunos de ellos son:
- Sexo loco
- La moral sexual psicoanalítica y la nerviosidad institucional
- “Perdónenlo, no sabe lo que hace”. Sobre el padre en psicoanálisis
- Consideraciones sobre diferencia y diversidad.
- Psicoanálisis y Teorías de género. ¿Una relación imposible?
Imagen
Edvard Munch, El niño enfermo, 1885, TB, Museo Munch: https://foto.munchmuseet.no/fotoweb/archives/5026-Malerier/Arkiv/M0052_20190424.tif.info#c=%2Ffotoweb%2Farchives%2F5026-Malerier%2F%3Fq%3Dchild