Por Yago Franco
Intervención en la presentación del libro, 23-06-2023
La presentación de un libro es un compromiso que presenta cierta complejidad, dado que las amistades y afectos en juego pueden dificultar la tarea o hacerla casi imposible. Recuerdo un par de presentaciones de libros que eran malos, cuestión no advertida por mí al aceptar formar parte de ellas. Pero ¿cómo declinar participar de la presentación de la obra de alguien que confiaba en mi buen criterio y con quien a veces nos unía una prolongada relación, la más de las veces amistosa? Lo que sí sé es que de no haber aceptado me hubiera evitado el esfuerzo de presentar algo en lo que o no creía o lo hacía a medias. En ambas ocasiones amigos presentes en las mismas, en un aparte, me confiaron que la presentación había mejorado el texto. Soy bastante crítico con lo que leo, suelo anotar al margen mis desacuerdos, ironías, rechazos. A veces tengo suerte y resulta ser una experiencia placentera tanto la lectura como el evento en sí.
En esta oportunidad tengo el honor y el placer de presentar este libro de Irene Meler, cuya lectura me ha resultado sumamente enriquecedora y motivadora. Sabemos que Irene Meler es una autora rigurosa en lo que dice, dispuesta a no ingresar en ese estilo amiguista y ciertamente corporativo que dicta: “Yo te cito, tú me citas, no te critico, no me criticas, no pienso lo mismo que vos, pero lo disimulo porque me conviene… etc”.
El libro transmite tal honestidad intelectual que aún en aquellos puntos en los que no coincido con Irene, o que cuestionaría, me hace pensar, debatirme, detenerme, reflexionar, todas cuestiones demodés en lo que va de este siglo, acorde al avance de la insignificancia. Esta obra va a contrapelo de dicho avance.
Voy a decir entonces, que este es un mal libro. Malo para quien busque a una autora complaciente, que eluda la complejidad de los temas, las confrontaciones, las diferencias, los debates. Irene Meler trata, en Géneros y deseos en el siglo XXI, una serie de temas acuciantes con los que convivimos y que pertenecen al entramado profundo de nuestra sociedad. Qué si no decir del deseo, aquello que insufla vida al psiquismo humano desde que el infans atraviesa la experiencia de satisfacción. Y qué de los géneros, que han adquirido una merecida autonomía respecto de la sexualidad conceptualmente hablando desde el psicoanálisis.
En el texto podemos apreciar una articulación entre feminismo y psicoanálisis. Al servicio de evitar “el recurso unilateral de hipótesis sociologistas o culturalistas que aplanarían los procesos psíquicos en juego”.
Podemos pensar a este libro como un punto de arribo en las elucidaciones de la autora, un punto de arribo, pero no de detención. El de Irene es un pensamiento en movimiento.
El siglo XX ha sido también el siglo del retorno de lo repudiado: es decir, lo femenino. Este libro se inscribe en la explosión de lo femenino, atravesando a todos los géneros y sexualidades. A partir de la toma de la palabra por parte de las mujeres, lo femenino hace trastabillar a la dominación masculina.
Es imposible detenerme en cada uno de los temas que aborda en el texto. Imagínense esa imposibilidad a partir del Índice:
Subjetividades, géneros y deseos en el campo social postmoderno
Las mujeres hoy
Varones postmodernos: deconstrucción y nuevas estrategias de dominio
La diversidad identitaria y sexual de la Postmodernidad
El incesto
Pensando sobre la violencia contra las mujeres
Amores, desamores y familias: algunas tendencias actuales
Les invito a hacer un recorrido sobre algunos contenidos del libro, anticipando lo parcial e injusto de dicha selección, que responde seguramente a temas que me resultan de mayor interés o de la imposibilidad de mencionar otros por la extensión que sería necesaria y aun los que están citados, lo están de un modo muy parcial. Es mi pretensión darle la palabra al texto mismo.
Desde dónde está escrito este libro, desde qué subjetividad, desde qué saber. Irene Meler lo aclara desde el inicio: desde la posición de una mujer cis, heterosexual, constituida en la clase media urbana, en un mestizaje de ideología socialista y con resabios de tradición judía, con idiosincrasia porteña.
Irene remarca la importancia del análisis crítico para superar adhesiones viscerales con teorías, autores y autoras, análisis crítico que debe ser aplicado a todos los discursos, incluyendo los propios. Y puedo asegurarles que va a cumplir con este principio a lo largo de todo el libro. Y sostendrá provocativamente, que “resulta difícil no suponer que determinadas posturas teóricas son expresiones de deseo de quienes las formulan”. Y sostendrá que la Revolución Feminista debe “evitar la reiteración de sectarismos, estigmatizaciones y pensamientos maniqueos”. Puedo asegurarles también que Irene es la primera en cumplir con ello.
Hay así disidencias con teorizaciones y algunas autoras, que no evitan al mismo tiempo reconocimientos, coincidencias, sumergiendo así a quien lea el libro, en un trabajo obligado de elucidación crítica – para tomar un término de Castoriadis -. Un saber sobre lo que se piensa, y pensar sobre lo que se hace. En distintos momentos del libro el que será criticado será el propio Freud. Al mismo tiempo que Irene sabrá separar de los prejuicios freudianos las conceptualizaciones ineludibles de su edificio conceptual.
Contra lo sostenido por Freud en relación a las mujeres, va a decir que la pasividad, el narcisismo, y el masoquismo fueron equívocamente atribuidos por el creador del psicoanálisis a la conformación de sus genitales, tratándose en realidad de una “conformación anatómica a la que significó, mediante una operación ideológica, en una disposición pasiva del psiquismo”. Está claro para Irene, que toda percepción está mediada “por las regulaciones simbólicas vigentes”.
Con respecto al mentado masoquismo femenino, dirá que Freud “confundió fantasías puberales de los varones sexualmente inmaduros, acerca de cómo podrían gozar si fueran mujeres, con los deseos típicamente femeninos”.
Más allá de estas críticas, para Irene, el psicoanálisis sigue siendo “el cuerpo teórico que mayor riqueza y profundidad ofrece para los análisis sobre el psiquismo y los vínculos intersubjetivos”. Esto ha permitido un diálogo en tensión pero fecundo entre los estudios feministas y el psicoanálisis.
No dejará de explicitar Irene Meler que ha habido un pacto implícito de silencio alrededor de estas cuestiones en las instituciones psicoanalíticas de la IPA en Argentina, que solo recientemente se ha quebrado.
Feminismo-género: Irene planteará su desacuerdo con la posición que considera que los géneros son exclusivamente construcciones políticas, y que su propósito es la opresión, proponiendo entonces la construcción de un mundo sin géneros. (Haraway). Su desacuerdo está basado en que existe una tendencia estructural, propia del desarrollo psicosexual humano, hacia la clasificación de las experiencias. Una tendencia universal a construir categorías de género, aunque presente sus matices peculiares. Esto se corresponde – agrego – con la lógica conjuntista identitaria tal como lo sostiene Castoriadis. Clasificar, diferenciar, calcular, lógica aristotélica indispensable para el pensamiento, aunque no puede ser reducido a la misma.
Irene hará una diferencia entre psicoanalistas feministas, que desarrollan una práctica clínica, de las feministas psicoanalíticas “las filósofas y literatas de departamentos universitarios, que desarrollan investigaciones teóricas y no se vinculan, a través de la práctica clínica, con las personas reales de su entorno. La obra de Judith Butler, está incluida de en esta categoría”. También dirá Irene que “la orientación sexual de las autoras es un factor que debemos incluir para comprender sus desarrollos teóricos y sus divergencias”.
Con respecto a la transexualidad: no es igual la experiencia psíquica, erótica y social de quienes aceptan subjetivamente el género que les fue asignado al nacer, que la de quienes lo rechazan. La percepción de los semejantes ejerce un efecto psíquico en los sujetos, y esa percepción no debe ser obviada en el análisis del tema. Agregaría que no es lo mismo el placer en una mujer o varón transgénero que en una mujer o varón a secas.
Hará otra alerta de Irene respecto de las demandas de tratamientos quirúrgicos y hormonales y la precipitación en su indicación. Denuncia el giro de la corporación médica que se ha puesto al servicio de la demanda. Propone promover un cambio en la cultura para favorecer la admisión y respeto de las atipias de género. Reconociendo que se debe considerar la angustia “que en algunos sujetos provoca la discordancia cognitiva que experimentan ante la percepción de los sujetos transidentitarios”.
Como podemos apreciar, la perspectiva de Irene es lo suficientemente amplia como para incluir a todos los sujetos que están en la escena. No se le debe atribuir a la discriminación social “la totalidad del sufrimiento subjetivo de las personas trans identificadas”. Irene siempre les dará un lugar a los procesos psíquicos individuales. Al mismo tiempo que advertirá que la corrección política no debe obturar la indagación biográfica en cada caso.
Con respecto a los terapeutas: el riesgo es favorecer que el analizante solo considere seguir al terapeuta que le ofrece un eco de su propia comprensión acerca de lo que le sucede, que se limita a confirmarle sus percepciones, sin ofrecerle ningún aporte novedoso, y, sobre todo, sin cuestionarlo. Resaltando la importancia de la neutralidad.
“El terapeuta no funcionaría como quien autorizará o impedirá las intervenciones de reasignación de sexo, sino como una instancia de reflexión, muy necesaria en un período vital donde la indefinición de la identidad es evolutiva, y puede eventualmente modificarse”. (Metamorfosis de la pubertad)
En Suecia se han registrado numerosos casos de arrepentimiento respecto de las modificaciones corporales irreversibles, por lo que, en ese país, se ha decidido no autorizar las intervenciones corporales en menores de 18 años
“Los expertos que trabajamos al interior del campo de los estudios de género somos quienes mayores riesgos corremos de alentar de modo irreflexivo intervenciones terapéuticas de efectos irreversibles, al no indagar en la demanda de los sujetos transidentitarios”.
Heterosexualidad y amor: Irene nos recordará que la mayoría de la población es heterosexual. “un arreglo cultural regulador de un intercambio erótico y amoroso entre mujeres y varones, que les complace”. Subraya que “el amor heterosexual ha sido origen de ricas tradiciones relacionadas con el cortejo, la moda y el erotismo, entre otras cosas. No debe perderse de vista que la mayor parte de las personas se identifica con la feminidad o con la masculinidad”. El género no solo constriñe, sino que también habilita. Y que no cree que la diversidad identitaria y deseante deba dar lugar a una desaparición de las particularidades.
“Las normas que se hacen presente en un orden simbólico contienen en potencia segregación y opresión, pero también son estructurantes tanto a nivel individual como colectivo”, diría yo, hasta para cuestionarlas.
Alerta respecto del descrédito cultural que algunos sectores del pensamiento queer han promovido respecto de las diferencias de género y de la heterosexualidad, “que pasó de ser un ideal normativo a resultar envilecida, lo que es generador de mucha confusión, sobre todo entre los púberes y adolescentes”. Propuestas como el Manifiesto Contrasexual de Preciado (2002), la parecen grotescas
En una época en la cual el deseo se ha convertido en ley, Irene nos advierte que el problema “consiste en que, entre otras características, el deseo es también inconsciente”, lo que hace que los sujetos se pregunten acerca del mismo no siendo fácil responder.
Maternidad: Por eso la autora preguntará: “la maternidad, ¿es un deseo?, ¿Puede ser considerada como un derecho?, ¿es un imperativo?” Yo diría que nunca más aplicable la interrogación de Piera Aulagnier diferenciando deseo de maternidad de deseo de hijo. Irene alienta a que el disfrute del desarrollo laboral, profesional de las mujeres no las obligue a renunciar a la condición materna. Teniendo en cuenta además que la dominación masculina ha mutado hacia el descompromiso.
La asimetría entre el infans y la, o las mujeres (quiero resaltar de lo mujeres) que lo auxilian en su desamparo inicial, puede considerarse una invariante humana. Puedo decir que esa asimetría deja marcas en el psiquesoma tanto en varones como en mujeres, marca sometida a variaciones y que también determina en buena medida el lazo intersubjetivo.
Irene cuestionará el lugar otorgado al padre tanto por Freud como por Lacan. Sostiene que “la defensa predominante en los varones es la desmentida de las regulaciones establecidas, lo que contradice la ilusión freudiana acerca de la calidad superior del Super Yo masculino (Freud, 1925)”.
“Un dato empírico sirve para ilustrar esta tendencia: el número de crímenes robos, estafas, en fin, toda clase de transgresiones legales cometidas por los varones, supera notablemente a las conductas ilegales de las mujeres. Da testimonio de esto, el número de cárceles para hombres, incomparablemente superior al de los alojamientos carcelarios femeninos”.
Se trata de sobre quién recae la responsabilidad del pasaje al acto incestuoso. La mayor parte de los ataques incestuosos son realizados por el padre y tiene como víctima a las hijas mujeres, o sea a las niñas.
Con respecto al amor, más allá de remarcar el repliegue emocional propio de la hipermodernidad, Irene va a cuestionar la denostación que autoras feministas hacen del mismo, por considerarlo al servicio del dominio patriarcal.
Masculinidad
La crisis de la masculinidad no es atribuible a los avances obtenidos en la condición social de las mujeres. Irene ubica a factores sociológicos-económicos-laborales esta situación.
En relación a la violencia contra las mujeres, sostiene que la conjunción entre los resabios de la identificación primaria con la feminidad, que no ha sido totalmente resignada, y la dominancia de género, puede explicar muchos femicidios. “La mujer representa su parte femenina, la feminidad inicial derivada de la identificación primaria con la madre, que los varones son impulsados a repudiar de modo inexorable”. Lo femenino, retorno de lo repudiado.
“Muchos actos violentos o abusivos son cometidos en un estado de despersonalización parcial. Existe un núcleo de verdad en los relatos donde el hombre violento afirma que “ese no era yo”. Estos no se limitan a ser una estrategia de desimplicación, sino que manifiestan el arrasamiento subjetivo que caracteriza al desborde agresivo”.
Por otra parte, la ira que despierta en algunos varones la presentación pública de un género que no se alinea con el sexo biológico, revela la fragilidad que caracteriza a la masculinidad social, construida de modo reactivo contra la vulnerabilidad humana, y siempre temerosa del derrumbe. “No encuentro conveniente oponer a esa actitud, la furia ideologizada de la corrección política”.
“Si comprendemos que la frecuencia con que se registran los actos violentos perpetrados por los varones contra las mujeres deriva de las condiciones sociales y culturales que han regulado sus relaciones intersubjetivas, dispondremos de una herramienta teórica idónea para evitar extraviarnos”.
En última instancia, se trata de la externalización de un drama intrapsíquico. “Pero el origen de este drama no es endógeno, sino que, por el contrario, se origina en un sistema colectivo y transcultural de representaciones y valores, que tiende a elaborar el desamparo y crear recursos para enfrentar la adversidad”.
El único factor cultural que podría moderar la carga afectiva que inviste el vínculo temprano con la madre, es la actual tendencia hacia la participación paterna en la crianza.
Ideal queer: se ha producido un pasaje abrupto por el cual las representaciones y estilos existenciales de los sujetos queer han pasado a ser desplazados, desde una periferia que Judith Butler denominó como abyecta, hacia una posición central que pretende erigirse en un nuevo modelo o ideal social.
Irene se opone a los aspectos opresivos de las regulaciones de género, y sostiene que es posible separar estos de los habilitadores y estructurantes.
Ciertamente, Irene Meler remarcará que hay diversidad entre las mujeres y entre los varones. Lo masculino es plural, tal como lo es lo femenino. “Si despojamos entonces, a las asunciones de la identidad sexuada de su velo de misterio, al preguntarnos: ¿qué es la masculinidad? ¿Qué es la femineidad?, podemos responder que no son nada, porque carecen de sustancia, sólo son lo que se dice de ellas”.
Para finalizar, quiero citar una frase de Irene Meler que reafirma su posición ética y que es un señalamiento hacia el futuro:
“Tal vez podamos en algún momento agregar una H que simbolice la heterosexualidad a la sigla GLTTBIQ+1, para integrar en conjunto, la comunidad humana”.