Por Yago Franco
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Las redes sociales digitales tienen atrapada y formateada a la subjetividad y dificultan la emergencia del pensamiento crítico. Es decir, la distinción crítica entre lo verdadero y lo falso, la capacidad de volver sobre el propio pensamiento y sobre el principio de realidad instituido, la capacidad de dudar, de introspección, y –antes que nada- dificultan el ejercicio de funciones como la atención, la memoria, el juicio de realidad, etc., que hacen posible dicho pensamiento. Son funciones que las ultraderechas necesitan anular a toda costa para poder arribar y sostenerse en el poder, apelando –en primer término- a esa liberación de la censura que permiten las redes sociales. En las cuales se puede agredir sin límites y sin riesgo: muestra de una subjetividad cobarde, cínica, que funciona a pura descarga y cuyo modelo encarnan los trolls.
Y, en segundo término, estas redes han llevado al límite la cuestión de la post verdad. Son creadoras continuas de una realidad alternativa plagada de fake news, las que se intentan instalar como la realidad misma. No se sabe qué lo es y qué no. Las redes sociales participan cada vez más en el principio de realidad socialmente instituido, porque su influencia es más vasta que la del número de sujetos que participan de ellas. Esa realidad se expande en los medios masivos habituales. Y circula entre los sujetos, que dan crédito muchos de ellos a lo que en ellas se difunde. Así, las mentiras y el odio se propagan como un virus. Milei mismo lo hace, destila odio y dice lo que le viene en gana y no sufre las consecuencias. Destruyendo la economía, atacando a la educación, la salud, la investigación, el arte, instituye un campo de batalla desigual. Amedrentando a quienes se rebelan (que parecen ser cada vez menos) y siendo apoyado, sostenido y aprobado por el 50% de la población.
El papel de las redes en el ascenso de regímenes de ultraderechas fue descubierto y puesto en práctica por los asesores de Trump, replicado por los de Bolsonaro y ahora por los de Milei.
Una subjetividad desfondada
Era necesario el desfondamiento previo –a lo largo de décadas- de una subjetividad crítica, reflexiva y con capacidad de deliberación (Castoriadis), para que esto sea posible. El psiquismo de los sujetos fue sometido a una forma de vida que es traumática –por la vertiginosidad de la temporalidad, la digitalización de la vida, la promesa y al mismo tiempo el mandato de lo ilimitado, la afluencia de estímulos de modo continuo e improcesables, todos factores asociados- y el resultado ha sido su fragmentación. Luchando por la promesa de lo ilimitado que hace el capitalismo, o por no caerse del mapa y luchando por la supervivencia, esta subjetividad ha quedado instalada en un siempre-presente, sin lazos con el pasado ni miras sobre el futuro. El psiquismo humano tuvo que empobrecerse para dar lugar a esta subjetividad.
Entre las consecuencias de este empobrecimiento, a manos de ese combo mortífero que es la vertiginosidad, la digitalización de la vida y lo ilimitado, está el desvanecimiento de la conciencia de clase. Es decir, la conciencia del lugar que todo sujeto ocupa en la sociedad y de su lazo con el grupo que ocupa ese lugar. Con(s)ciencia de grupo. Se ha desvanecido junto con el proyecto colectivo de autonomía, que permite el establecimiento de lo común. Lo común está perdido. Los líderes que gobiernan hacen uso propio -de diversas maneras-, de lo que es público -de todos-: sentando a un perro o a una posible amante en el sillón presidencial, aprovechando un cargo para el ejercicio de la pornografía infantil, o el abuso sexual y de poder, e innumerables casos de corrupción en prácticamente todos los gobiernos. El propio Milei hace uso de su vida pública presidencial, exhibiendo parte de su vida íntima con mujeres que son mostradas como trofeos, en una performance por demás poco creíble. Así, la privatización de lo público no es sólo de empresas. Hace al uso perverso de funciones públicas. Funciones que están claramente al servicio de los verdaderos dueños de lo común, que se han apropiado del mismo.
Este gobierno de ultraderechas se alimenta, como una alimaña, de los restos de regímenes que no pudieron, no supieron o no quisieron, defender lo común, cuidar a los desposeídos: es más, hacer que dejen de serlo. Hace tiempo que buena parte de la población se ha dado cuenta que con este tipo de democracia no se come, no se educa, ni se cura. Por lo menos casi el 60% de la población que es pobre y el casi 20 que es indigente.
Siempre hay un roto para un descocido
Fue en ocasión de la Pandemia de Covid-19 que se hizo popular la serie animada “Gente rota”, creada por Gabriel Lucero, que circulaba en Instagram y en Facebook desde hacía ya un tiempo. En muchos casos, se trata de un muestrario de una subjetividad que ha perdido su pensamiento crítico, es más, hasta casi la posibilidad de pensar. Reflejando a una sociedad en la cual docentes universitarios deben explicar el significado de ciertos términos, con jóvenes con grandes dificultades para la comprensión de textos y en poder prestar atención, dándose así las condiciones para que puedan circular, sin mayores obstáculos, los disparates que día a día emiten Milei y sus secuaces. Así como también lo hace una ideología que favorece que no pueda juzgarse, aún hoy, la catástrofe que están llevando adelante. Esta ideología es tan básica, que sólo tomando en cuenta que la subjetividad sobre la que gobierna -y a la cual representa-, venía creándose desde hace décadas, es posible entender que los sujetos adhieran a la misma. Aún sin saberlo: esto es lo más importante.
Dicha ideología es la del sacrificio. La trampa es que el sacrificio no es un medio para alcanzar algo, sino que es un fin en sí mismo. Y está en los medios que utiliza. O sea, el fin está desde el inicio. Eso le da eficacia. No habrá nada a cambio del mismo. Es sufrir por el sufrimiento mismo. Pero eso no debe hacerse consciente, lo que es manifiesto, lo que está en la superficie, pero que no logra significarse. Si la gente (su subjetividad) está rota, esto no es posible.
Así, pienso que esa gente rota ha elegido como presidente a alguien que está roto. Que vino a cobrar venganza de todo aquello sufrido en su niñez y adolescencia: maltrato paterno físico y psíquico, bullying escolar, ausencia de amistades y parejas (1). Y que así se transforma en un representante representativo de una enorme franja de nuestra población – atravesando las clases sociales, pero, sobre todo conformada por varones jóvenes- que ha sido previamente maltratada, engañada, bullyineada, y cuya subjetividad está desfondada, rota. Y que no ha podido/sabido encauzar su descontento en un proyecto que apunte a lo común.
No sólo el amor es ciego, el odio también. Porque Milei anuncia una guerra: contra la inflación, la “casta” (a la cual él y su equipo pertenecen), el Estado (acerca del cual ha dicho que es un topo dispuesto a destruirlo), a los “zurditos”, al socialismo, a todos los “idiotas” que no entienden, “que no la ven”, etc., etc., y genera identificación al encauzar el odio. Ha sido elegido y es aprobado aún por buena parte de quienes sufren las consecuencias de la catástrofe que va generando. Y no lo hacen por masoquismo o sentimiento inconsciente de culpabilidad, sino porque su subjetividad está rota. Y –parafraseando el viejo dicho- siempre hay un descocido para quienes están rotos.
González, J. L., El Loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política argentina, (2024), Buenos Aires, Planeta.