Por Marcelo Luis Cao
Existiria a verdade
Verdade que ninguém vê
Se todos fossem no mundo iguais a você
Antonio Carlos Jobim (1)
El diccionario de la RAE ofrece dos definiciones para la palabra identidad. Se trata de una “Cualidad de idéntico”, o también, un “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”.
Contamos, entonces, una identidad individual y otra colectiva (grupal, familiar, societaria, étnica, política, geográfica, etc.). En ambos casos la condición de idéntico se aplica sin discriminación a dos contextos significantes diferentes sin que por ello pierda cohesión el término en cuestión.
De este modo, cuando pensamos en la identidad de un sujeto deberíamos suponer que es idéntico a sí mismo, o bien, a otro sujeto. En esta primera opción nos encontramos con la inmanencia de un estado que, tautológicamente, remite a una permanencia: el sujeto es siempre idéntico a sí mismo.
En la segunda opción, con relación a aquel otro sujeto, este planteo nos podría remitir a la sentencia bíblica de “a imagen y semejanza”, consignada para la creación del hombre a instancias celestiales. Por tanto, si el hombre fuese un reflejo divino, estaríamos aquí frente a la idea de que lo idéntico también sería del orden de la eterna permanencia.
Empero, ¿un sujeto es siempre idéntico a sí mismo? Si esto fuera posible implicaría que no sufriría ningún tipo de variaciones a lo largo del tiempo. En cambio, si el sujeto fuera pasible de cambiar nos encontraríamos con la siguiente paradoja: una secuencia de sujetos idénticos a sí mismos que se corresponden a un mismo sujeto que ya no es el mismo.
Otro tanto ocurriría con los colectivos en la medida que el total de las características propias del conjunto debería mantenerse inamovible a lo largo del tiempo.
Podemos pensar, entonces, que la identidad se juega en torno a un rasgo, o bien, a un conjunto de rasgos cuya inmanencia y permanencia dan cuenta del sostén de una coherencia tanto yoica como colectiva.
Justamente, es el sostén de esta coherencia la que va a ser cuestionada desde la órbita psicoanalítica. Las tres heridas narcisistas (Freud, S. 1917), que sufrió la humanidad (la cosmológica: no somos el centro del Universo; la biológica: descendemos del mono; la psicológica: no somos dueños de nuestra propia casa), dan cuenta de las pérdida de dicha coherencia ilusoria apuntalada en el despliegue de la omnipotencia infantil (2).
Por tanto, en vez de identidad, concepto que no tiene un lugar asignado en el corpus psicoanalítico, podemos hablar de identificación en sus tres versiones: como una operatoria princeps a la hora de la constitución del psiquismo, como la apropiación de un rasgo (por pérdida de objeto o por modelización), o bien, como en el caso de la infección psíquica en el internado de señoritas (Freud, S. 1921).
Los tipos de identificaciones que describe el Psicoanálisis plantean una dinámica psíquica que no se adecuaría a lo idéntico, en tanto inmutabilidad o permanencia, sino a aquello que es pasible de modificarse gracias a la presencia y el accionar de los otros (primordiales o significativos). No obstante, esta mutación no se circunscribe sólo al caso de la presencia y el accionar de los sujetos, sino que se despliega también respecto de la influencia que se desprende de sus producciones literarias, fílmicas, científicas, etc.
Esta presencia y accionar de los otros se pone en juego desde que la luz y el sonido nos esperan al final del canal de parto. Será a través de la violencia primaria que el psiquismo del recién nacido comenzará a investirse con las producciones de la operatoria psíquica de la función materna. No obstante, aun así esta violencia primaria genera una modelización pero no una suerte de copia. De este modo, nos alejamos una vez más de lo idéntico a instancias de la instauración de un proyecto identificatorio (Aulagnier, P. 1975).
A su vez, la noción de modelización va a presentarse en otro concepto princeps: el de apuntalamiento. En este caso en la versión con la que Kaës reformulara aquel concepto de cuño freudiano. En este replanteo el apoyo de la pulsión sexual sobre las funciones vitales va a derivar en nuevos apuntalamientos: el de la pulsión sobre el cuerpo, el del objeto y del Yo sobre la función materna, el de las instancias sobre las formaciones elementales y el de las formaciones generadoras del vínculo (identificaciones, imagos, complejos, modalidades de pensamiento), sobre el grupo y la cultura (Kaës, R. 1984).
A la sazón, el apuntalamiento se va a presentar en forma múltiple (sobre los términos antedichos), recíproca (entre el sujeto y los otros del vínculo, los grupos y las instituciones), y reticular (se inscribe en una red de formaciones intrasubjetivas e intersubjetivas). Y en su procesamiento encontraremos una secuencia lógica que enlazará a sus cuatro componentes: apoyo sobre una base originante, modelización, ruptura crítica y transcripción.
Tanto los apoyos como las modelizaciones ofertadas a lo largo del proceso del apuntalamiento aportarán representaciones, afectos y deseos que irán a engrosar los psiquismos recíprocamente apuntalados. Por tanto, mediante el apoyo sobre la base originante que ofrece el nuevo lazo podrá desplegarse la modelización en clave identificatoria, la cual le permitirá renovar el plantel de sus montajes identitarios. Empero, asimismo, deberá promover una ruptura crítica con aquellos modelos para poder hacer el pasaje a través de la operatoria de la transcripción, lo cual le permitirá terminar de hacer propio aquello que provino de un territorio ajeno.
Con todo, el apuntalamiento no se va a presentar solamente al comienzo de la vida, ya que en cada vinculación que se produzca a posteriori (sea con un sujeto, con un grupo y/o con una institución), el sostén y la in-formación que provenga de los respectivos apoyos y modelizaciones nutrirán con sus aportes a los protagonistas del apuntalamiento con sus aportes. Es que el apoyo transforma lo que sostiene, de la misma manera que el continente modela el contenido. Y como el apuntalamiento es recíproco ambos polos habrán de modificarse a partir del nuevo equilibrio forjado.
Y como, según plantea Kaës, la historia de los sujetos es la historia de sus apuntalamientos, estos no podrían realizarse sin la participación de aquellos que los rodean, tanto en su carácter de objetos, de enemigos, de auxiliares o de modelos. Es decir, en cualquiera de las funciones para las que están destinados, o bien, en algunas de las posibles combinaciones que puedan surgir entre ellas.
Por otra parte, la dicotomía entre identificación e identidad queda plasmada de manera inapelable durante la adolescencia. El concepto de remodelación Identificatoria, pieza axial de la metamorfosis adolescente, se apuntala en la búsqueda de un montaje identitario que permita superar el vaciamiento de recursos y operatorias que se produce con la salida de la infancia.
La búsqueda de modelos y puntales como actividad incesante de los adolescentes genera una sucesión de montajes identitarios parciales y temporales a través de las cuales van enriqueciendo y consolidando un psiquismo que se halla en estructuración, desestructuración, restructuración y (re)ensamblado. No obstante, dichos montajes identitarios que giran en torno al cuestionamiento de quién soy y qué quiero para mí, van a seguir mutando en función no sólo de las próximas crisis vitales, sino también de los intercambios vinculares sobre los cuales el sujeto se apuntale (Cao, M. 2009).
En el mismo sentido podemos sopesar las alteraciones del yo descriptas en Análisis terminable e interminable (Freud. S. 1938). Estas se producen a través del trabajo de elaboración que lleva adelante el propio análisis, pero también lo hacen por vía identificatoria con el propio analista cuando éste es tomado como modelo. Esta modelización que se incorpora como una manera de pensar(se) da cuenta de la permanente ampliación del preconciente durante el proceso analítico.
Asimismo, desde la vertiente de los trabajos jungianos nos encontramos con la misma dificultad para darle un lugar a la identidad. El concepto de sombra enlaza todos aquellos aspectos rechazados por egodistónicos por parte del sujeto. Por tanto, no sólo no se identifica con ellos sino que los expulsa por vía de la proyección sobre otros sujetos.
Por lo tanto, la idea de ser idéntico a sí mismo implicaría anular la noción de conflicto psíquico. O, desde el punto de vista metonímico, al tomar la parte por el todo, la Identidad se equipararía al rasgo en un intento ilusorio de totalizarlo.
La ansiada identidad está marcada por el o los instantes donde la coherencia yoica hace gala de su desmentida. El conflicto, origen y continuidad del psiquismo a través de su dinámica, desaparece tras la ilusión de completud, o de la homogeinización de un narcisismo autocomplaciente que anula las diferencias y las tensiones.
En este sentido, la identidad se transforma en un concepto paradójico. Se presenta como una dimensión estática, pero sólo podría serlo en la medida que se correspondiera con un solo instante temporal (no importa el lapso). O bien, como una curva asintótica, ya que podría acercarse a lo idéntico, pero nunca lo alcanzaría debido a la tensión permanente entre las instancias ideales y el yo. En ambos casos quedaría enmarcado por la dinámica que oferten los vínculos que el sujeto aborde y/o sostenga, los cuales serán siempre proveedores de modelizaciones identificatorias. Justamente, serán éstas las que darán cuenta de los sucesivos montajes identitarios.
Por lo tanto, si este proceso de mutaciones que instala los diversos montajes identitarios prosigue a todo lo largo de la vida de los sujetos, ¿cómo sostener la noción de identidad? A la sazón, si lo pensáramos dentro del marco de la filosofía existencial (Heidegger, M. 1927), en la medida que el dasein es un ser para la muerte y, por tanto, el ser se habría de completar en la muerte: ¿sólo habría identidad, entonces, cuando el cambio ya resultara imposible?
De este modo, la noción de identidad funciona como un recurso ilusorio para mantener una coherencia yoica que se encuentra siempre amenazada por la asamblea de personajes internos que debate a su interior sin cesar. Por tanto, su objetivo es la suspensión de dicha asamblea y el amordazamiento de sus miembros/personajes.
Por esta misma razón, las vinculaciones con las que los sujetos amplíen e integren sus registros intrasubjetivo e intersubjetivo pueden atentar contra el intento estabilizador de la identidad, o bien, afianzarla de manera alienante en un pacto narcisista generando una sutura donde debería haber una superación, tal como se desprende de la operatoria del apuntalamiento (Kaës, R. 2009).
Finalmente, no podríamos hablar, entonces, de la construcción de una identidad. Si cada montaje identitario es totalizado como si fuera la propia identidad se produce un desconocimiento del trabajo de historización al que los sujetos se encuentran permanentemente arrojados (Aulagnier, P. 1984). El riesgo entonces es coincidir con la declaración que Yahveh le hace a Moisés: “Soy el que soy”. Sin embargo, sólo soy el que soy cuando identificación se consolida en un rasgo (de carácter, de género, etc.).
En este sentido, si no se despliega la perspectiva de un devenir y sólo la permanencia se delinea en el horizonte subjetivo, la tendencia a la inmovilidad implicaría coagular y en suma deteriorar la complejidad de la labor de Eros.
(1) “Existiría la verdad / Verdad que nadie ve / Si todos fuesen en el mundo iguales a ti”. Se todos fossem no mundo iguais a você. Antonio Carlos Jobim.
(2) Según David Susel (1977) habría una cuarta herida narcisista. Esta sería el resultado de la pérdida de la visión determinista del mundo a manos de la física cuántica.
Bibliografía:
Aulagnier, Piera (1975): La violencia de la interpretación. Amorrortu. Buenos Aires, 1988
Aulagnier, Piera (1984): El aprendiz de historiador y el maestro brujo. Amorrortu. Buenos Aires, 1986.
Cao, Marcelo Luis (2009): La condición adolescente. Replanteo Intersubjetivo para una psicoterapia psicoanalítica. Windu Editores. Buenos Aires, 2023.
Diccionario de la Lengua Española. Vigésima tercera edición. RAE. Madrid, 2014.
Freud, Sigmund (1917): «Una dificultad en Psicoanálisis». Obras completas. Tomo XVII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979.
Freud, Sigmund (1921): «Psicología de las masas y análisis del yo». Obras completas. Tomo XVIII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979
Freud, Sigmund (1938): «Análisis terminable e interminable». Obras completas. Tomo XVIII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979.
Heidegger, M. (1927): Ser y tiempo. FCE. Buenos Aires, 2023.
Kaës, René (1984): Apuntalamiento y estructuración del psiquismo. Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, 15 ( ¾). Buenos Aires, 1991.
Kaës, René (1984): Apuntalamiento y estructuración del psiquismo. Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, 15(2). Buenos Aires, 1992.
Kaës, René (2009): Les alliances inconscientes. Dunod. France, 2014.
Susel, David (1977): La cuarta herida narcisista. Editorial Psique. Buenos Aires, 1977.