¿Podemos hablar del inconsciente colectivo? Desde un punto de vista estrictamente psicoanalítico, el inconsciente es individual, pero en un sentido antropológico más amplio podemos decir que los procesos individuales del inconsciente se nutren y transforman por flujos que provienen de la psicosfera, la dimensión colectiva. De hecho, la psicosfera no es la agregación de flujos individuales, sino el espacio en el que circula la información (Info-esfera) en su forma psicofísica de estimulación nerviosa. Es célebre que el concepto de inconsciente colectivo fue propuesto por Carl Gustav Jung en Uber die Psychologie des Unbewussten (1943)[efn_note]Jung, C.G. (2016) Lo inconsciente, Buenos Aires: Losada.[/efn_note]: «En la medida en que compartimos la psique colectiva de la historia gracias al inconsciente, vivimos espontáneamente en un mundo mitológico de hombres lobo, demonios, magos y demás … porque estas cosas han animado las épocas pasadas como afectos muy intensos … La Ilustración moderna derrocó el pensamiento mitológico para afirmar la primacía de la racionalidad científica. Sin embargo, el legado del pasado no ha desaparecido y encuentra refugio en el depósito común del inconsciente colectivo”. Por tanto, el inconsciente colectivo en Jung se define como «un sedimento de la experiencia y, al mismo tiempo, como un a priori de la experiencia misma, una imago mundi que ha sido modelada a lo largo de eones». (ibídem) Esta definición del concepto de inconsciente colectivo es muy interesante, pero no es lo que nos interesa en este contexto: de hecho, no me interesa la huella de simbolizaciones pasadas, sino la dinámica presente de transformación de la mente en relación con el entorno en el que actúa la mente. No me interesa el legado del simbolismo mitológico y su sedimentación en el inconsciente colectivo, sino la dinámica actual de la mente social, sus premoniciones, predisposiciones, su patología y su evolución. Lo que me interesa del mapeo es el devenir de la psicosfera y el surgimiento de nuevas configuraciones que emergen de esta evolución. Desde el punto de vista del umbral actual, no podemos ver una dirección de desarrollo lineal, un devenir determinista, sino una amplia gama de posibles devenires del inconsciente colectivo. No una patología emergente, sino un abanico de alteraciones, solapamientos, interferencias que nos conducen hacia cambios radicales e impredecibles pero posibles. No creo que podamos esperar transformaciones unívocas y unidireccionales de las modalidades profundas del procesamiento cognitivo. Lo que podemos hacer, mientras la pandemia se desata, es seguir las huellas de la mutación en curso, describir la fenomenología del trauma que causa, para poder delinear los posibles desenlaces, aunque divergentes e incluso en conflicto entre sí, en términos de psicopatología y en términos de remodelación mental y aparición de nuevos paisajes psíquicos.
Unheimlich en todas partes
En un texto de 1919 (Das Unheimlich)[efn_note]Freud, (1919 [1973]) Lo siniestro, Obras Completas T. III, Madrid: Biblioteca Nueva.[/efn_note], Freud define la experiencia psíquica de algo que es a la vez familiar y extrañamente fuera de lugar: cuando un evento u objeto familiar aparece en un contexto perturbador, fabuloso o aterrador, estamos preocupados, ambiguamente sorprendidos. O, a veces, completamente aterrorizados. Siniestro, perturbador, improbable: las definiciones de esta desconexión de la experiencia y el entorno común son posibles. Para explicar el concepto de lo siniestro (Unheimlich), Freud se refiere a las obras literarias de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann donde ocurren detalles extrañamente incomprensibles en un contexto familiar, o donde algo que conocemos bien aparece de repente en un contexto de caos doloroso. Según Freud, los efectos perturbadores a menudo se derivan de la «repetición de lo idéntico», por lo que el concepto perturbador puede vincularse al concepto de compulsión de repetición. Durante la pandemia, lo siniestro se manifestó primero en los márgenes del paisaje existencial y luego invadió toda nuestra experiencia diaria: precauciones, distanciamiento, máscaras de salud, se redefinieron todos los aspectos proxémicos de la interacción social, y continuamente teníamos que insertar detalles desconocidos en la rutina diaria.
Aquellos que no han interrumpido o reducido drásticamente sus relaciones sociales se ven obligados a una especie de termometría constante de todos los aspectos de la existencia. Fiebre, tos, estornudos son posibles síntomas de una transformación del estatus social, ya que la persona infectada no solo está marginada en la actividad profesional, sino que debe ser aislada para desactivar la infección. Pedir ser tratado, por tanto, acaba por constituir una suerte de autodenuncia. La difusión de lo siniestro por todo el espacio de la existencia cotidiana sedimenta una especie de extrañeza del entorno y pone en marcha una recombinación en gran parte involuntaria del espacio simbólico. Claramente, la erupción del virus en el discurso público y la experiencia individual ha actuado y actúa como un trauma. Un trauma a largo plazo y de baja intensidad, un trauma congelado que tiene lugar en cámara lenta durante un período de tiempo cuya duración no podemos predecir, mientras el trauma se desarrolle. Desde un punto de vista cognitivo, un trauma puede considerarse como un trastorno temporal de la cadena cognitiva, en primer lugar como un colapso de los automatismos que normalmente regulan la cadena percepción-reacción. Esto es lo que ha sucedido desde febrero de 2020. La explosión del coronavirus hay que analizarla a distintos niveles: en primer lugar se trató de una crisis biológica y médica cuyo peligro (letalidad, consecuencias físicas y neurológicas) puede ser de diferente intensidad y puede tener consecuencias muy graves o menores. Algunos comentaristas piensan que se ha sobreestimado el peligro del coronavirus, ya que la letalidad del virus parece ser bastante baja con la excepción de los muy ancianos y aquellos con enfermedades preexistentes. Pero aquí no me preocupa la letalidad del virus. Lo que enfatizo es que el efecto del virus no se limita a consecuencias estrictamente médicas. A los pocos meses de la pandemia, el virus infectó la infoesfera, saturó la charla diaria, los medios electrónicos y las redes sociales, alimentando el miedo, el pánico y la depresión, convirtiéndose finalmente en un psicovirus. Los efectos catastróficos del ciclo viral ya son visibles en el ámbito económico, donde provocan un paro masivo, una caída dramática de la demanda, interrupciones en el ciclo productivo y sobre todo en la cadena de distribución, con consecuencias de depresión económica a largo plazo. Los efectos psicológicos surgieron muy temprano, ya en la primavera de 2020: una explosión completamente predecible de crisis de pánico, y la propagación de la depresión tanto en la población joven obligada a una drástica limitación de los intercambios emocionales como en los ancianos, que el contagio expone a la hospitalización y una posible muerte en aislamiento. Pero estos son solo los efectos psicológicos determinados inmediatamente por la nueva condición pandémica. Lo que me interesa aquí, sin embargo, es un presagio de las posibles evoluciones de la psicosfera, un presagio de los posibles panoramas venideros del inconsciente. La forma en que la mente humana se adaptará al apocalipsis pandémico está lejos de ser predecible, pero podemos imaginar que el trauma allanará el camino para una mutación psicológica e incluso cognitiva. ¿Seremos capaces de procesar conscientemente esta mutación, o seremos abrumados por ella, incapaces de transformar la experiencia en conciencia del devenir? Mucho depende, naturalmente, de nuestra capacidad para prever y preparar herramientas psicoanalíticas, estéticas y relacionales destinadas a concienciar el trauma y su evolución.
El giro psicótico en la era neoliberal
El régimen psicopatológico descrito por Freud se centró en la neurosis, y aparece como «el resultado de un conflicto entre la autoconservación y los impulsos libidinales, un conflicto en el que el Ego sólo gana a costa del dolor y la renuncia». (Freud: El malestar en la cultura). En ese libro, Freud afirma que la civilización moderna se basa en la supresión (negación o desplazamiento) de la libido individual y en la organización sublimadora de la libido colectiva. El malestar es insuperable en el contexto de la civilización, y el propósito del psicoanálisis (si queremos identificar un papel terapéutico del psicoanálisis que no agota su significado) es curar, a través del lenguaje, la anamnesis e interpretación, las neurosis que la civilización produce en nosotros. En la era industrial, el proceso de producción se basaba en la movilización de energías físicas musculares, la expresión del deseo debía ser contenida y reprimida, para que las energías productivas pudieran invertirse en trabajo y acumulación. La represión de la libido juega, por tanto, un papel fundamental en la génesis de la neurosis: reprimir el deseo sexual y la libertad, especialmente para las mujeres, era una condición del orden social. Pero en la última parte del siglo XX, la transformación general de la vida social producida por la tecnología digital cambió el panorama psicológico de tal manera que en cierto punto la descripción freudiana se percibió como algo desactualizado, al menos en términos psicopatológicos. En las últimas décadas del siglo, la neurosis se fue disolviendo como patología dominante, mientras surgía un nuevo cuadro de los trastornos psíquicos. El giro neoliberal, de hecho, provocó una transformación de la infosfera, una creciente intensificación y aceleración de la relación entre la infosfera y la psicosfera, hasta el punto que el cambio se manifestó como una erupción de flujos inconscientes en el escenario visible de la vida social.
Baudrillard denunció el exceso de expresividad como efecto patológico esencial del régimen postindustrial de simulación y seducción. Esto lo llevó a criticar el énfasis deleuze-guattariano en el deseo: ¿no es la excitación del deseo la causa esencial de la penetración publicitaria y competitiva del inconsciente colectivo? se pregunta Baudrillard en sus escritos entre finales de los setenta y principios de los ochenta. En lo que a mí respecta, he pensado durante mucho tiempo que el modelo rizomático esbozado por Deleuze y Guattari no debe leerse solo como un mapa para la liberación del deseo, sino también y sobre todo como un relato de la transformación del trabajo, el capital y el propio proceso de significación en la nueva realidad productiva que corresponde a la desregulación neoliberal y la tecnología digital. En esta nueva dimensión el proceso de significación se ha acelerado y complejizado hasta el punto de estallar. La relación entre la esfera inconsciente y la actividad consciente se ha roto: los flujos mediáticos proliferantes invadieron el espacio del inconsciente y al mismo tiempo permitieron que el inconsciente circulara por todas partes, de modo que a finales de siglo el paisaje neurótico descrito por Freud en El malestar en la cultura debe ser reemplazado, ya que la explosión psicótica de los flujos inconscientes ha invadido el espacio de la política, el discurso, la economía y el paisaje mediático. La causa de la patología neurótica es un acto de ocultación: la mente niega (trabaja para negar) el acceso de los contenidos del inconsciente al espacio visible de la conciencia racional, y esta represión produce una sensación de opresión y frustración. Este es el núcleo de la neurosis en el análisis de Freud. En un momento histórico posterior, sin embargo, la aceleración de la semioesfera y la consiguiente intensificación de la estimulación nerviosa expulsaron, a plena luz, los contenidos del inconsciente, de modo que todo el inconsciente queda expuesto. El sufrimiento mental en este punto proviene de un exceso de luz, ya no del oscurecimiento operado por la represión. Proviene de la excitación compulsiva del deseo, no del ocultamiento y la represión. Un exceso de visibilidad, la explosión de la infoesfera y una sobrecarga de estímulos info-nerviosos: este es el origen de una psicosis que domina la psicosfera del semio-capitalismo. No la represión sino la hiperexpresión es el trasfondo del Segundo Inconsciente posfreudiano; así explicamos el cambio en el cuadro psicopatológico prevaleciente: trastornos de atención, dislexia, pánico. Pero ahora, mientras escribo estas páginas, después del año 2020 marcado por la pandemia del coronavirus, me parece que algo está cambiando en la esfera magmática del inconsciente, al punto que me atrevo a decir que quizás estemos traspasando un umbral, y que estamos entrando en la tercera edad de la psicosfera, y por lo tanto estamos asistiendo a una tercera configuración del inconsciente.
La tercera psicosfera
En la primavera del encierro global, poco a poco me pareció entender que una ola mutagénica invadía la psicosfera, provocando un cambio lento pero duradero en la percepción proxémica, la sexualidad y la sensibilidad en general. En la breve descripción de la evolución tardomoderna de la psicosfera que acabo de intentar, escribí que a finales del siglo XX los límites entre la conciencia y el inconsciente cambiaron, revelando nuevas dimensiones del sufrimiento mental y preparando la transición de un régimen neurótico a un régimen psicótico de patología. Las bisagras que alguna vez mantuvieron unido el universo de la sensibilidad, el erotismo y la afectividad han comenzado a crujir. Pero ahora el trauma afecta a la empatía y particularmente a la sensibilidad erótica, y no podemos predecir qué tipo de adaptación, qué tipo de remodelación está destinada a ocurrir porque el trauma pone en movimiento mutaciones ambiguas: miedo pero también nuevas formas de expresión del deseo, evitación del contacto y sensibilización fóbica a la piel del otro. No podemos describir completamente la subjetividad que emergerá más allá del umbral de la psicodeflación, porque su formación dependerá en gran medida de la acción cultural, el arte, la poesía y la imaginación psicoanalítica. La imaginación psico (esquizo) analítica es crucial en el umbral y más allá del umbral, porque ayuda a modelar la evolución del inconsciente colectivo, si no se limita a mapearlo o curarlo. ¿Cuál será el efecto duradero de la invasión viral sobre la percepción afectiva y sensual del entorno circundante? El trauma no se manifiesta de inmediato, sino que actúa lentamente; en primer lugar actuó como psicodeflación, ralentizando el ritmo de la vida cotidiana y provocando el regreso del aburrimiento, que en las últimas décadas de aceleración ha sido anulado por la ansiedad. Al mismo tiempo, sin embargo, el trauma ha movilizado completamente la tecnología de comunicación remota, aumentando la dependencia de la mente social de la pantalla y la hiperestimulación digital sin contacto. A lo largo del año 2020 hemos estado en el umbral, en un estado de calma marcado por rápidas erupciones de pánico: relación lejana, el mundo reducido a un apartamento y la esfera pública completamente virtualizada. Sin embargo, en este océano de calma y silencio, los ataques de pánico se han cuadruplicado, según una encuesta publicada por el New York Times en abril de 2020. ¿Qué podemos encontrar más allá del umbral? Pero sobre todo: ¿qué seremos capaces de crear después del umbral? Dado que el inconsciente no es un teatro en el que se representa un drama cuyo despliegue está escrito, sino un laboratorio de cortar y pegar, un laboratorio de sintonía con el ritmo del caos, ¿qué tipo de configuraciones surgirán en el Inconsciente colectivo? Lo que ha comenzado es una deriva, un camino aún no escrito en ningún mapa, estamos entrando en una oscilación: una fluctuación prolongada entre la angustia y el deseo. El imperativo del superyó social podría cambiar de dirección. En el mundo freudiano, el imperativo del Superyó requería una renuncia al impulso (Trieb) y al placer que proviene de la satisfacción inmediata. Por el contrario, el imperativo neoliberal apuntaba a despertar y movilizar el deseo colectivo, y celebraba el disfrute y la agresión competitiva. Invitaba a la búsqueda de una alegría que se escapaba continuamente, sin embargo, estimulando los frenéticos intentos de salir victoriosos, generalmente frustrados por la realidad. ¿Y ahora? El superyó que emerge durante la pandemia se basa en la responsabilidad. Pero, ¿qué significa responsabilidad? ¿Qué está en juego en ser responsable? ¿Respetarnos unos a otros con el espaciamiento? ¿Renunciar al placer y negarse a complacer al otro? ¿Evitar el deseo e interiorizar la culpa? Esta sería una receta para el autismo, la depresión y una violenta acumulación de energía. La tierra íntima y extranjera del Inconsciente explotó durante la era de la conexión global y la hiperexpresividad; luego, a raíz del colapso viral, siguió un silencio crepuscular, un desinflado de energía, y el juego de la culpa mutua invadió el espacio de la sociabilidad. ¿Cómo podemos evitar ahora el pánico y la fobia? Vuelvo a los 80, pienso en los efectos que produjo el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) en el panorama sexualmente transgresor de los 80: una interferencia provocada por el retrovirus en la imaginación erótica puso en marcha un cambio en la energía sexual que allanó el camino para la escena pornográfica del erotismo conectivo. Desde un punto de vista estético y cultural, el SIDA inaugura la transición a la antropología de la virtualización: la conectividad separa el deseo del placer, establece un ciclo de excitación sin plenitud conjuntiva. Sin embargo, ese síndrome afectaba solo a una parte marginal del panorama social y el panorama erótico: solo el intercambio de sangre podía causar la infección. Ahora nos encontramos en una situación diferente: el intercambio de saliva, la proximidad de los cuerpos, la exposición al aliento del otro pueden tener efectos patógenos: una sensibilización fóbica generalizada a la piel del otro puede infiltrar al inconsciente individual envenenando las fuentes mismas de esa conspiración que hace la vida placentera.
Podemos delinear un escenario de psico-mutación hacia un régimen autista de la relación afectiva, y una consecuente alteración de la imaginación erótica. La sospecha mutua precede y obstaculiza el deseo mutuo. Eventualmente internalizando una sensibilidad fóbica. Una reacción cutánea xenopática abriría la puerta a la depresión y la agresión.
Imagen
Gandolfi Ubaldo, San Carlos Borromeo y la peste de Milán, 1760, Museo Nacional del Prado.