Cuando no puedas más de tristeza por la muerte de tu madre refúgiate en cualquiera. Podría tratarse del vecino de la casa azul, has tenido la sensación de que te espía a través del ojo de buey que da a tu patio. Invítalo a cenar, él traerá el vino. Hablen de cosas intrascendentes. Oigan buena música y visiten tu cama. Cuida las formas, que no crea que estás desesperada, no lo asustes. Le harás lugar para que se quede a dormir, estás sola. Por la mañana vas a pedirle que se vaya y te sorprenderás cuando a los pocos días diga que quiere pasar la vida con vos. Harás silencio, sentirás el vértigo de estar dirigiéndote hacia un agujero negro, pero sin enterarte.
En el campo cocinarás olladas para peones como nunca lo hiciste para tus hijos.
Les leerás cuentos de Abelardo Castillo a ellos, que casi no saben leer ni escribir, pero van a explicarte algunas cosas vitales del monte.
Meterás tus pies en el fango, él llevara la pala para cortar la cabeza de cualquier serpiente, te sentirás engañosamente segura, protegida.
En las noches verás los cielos más bajos y bellos, habrá estrellas fugaces para cada deseo que se te ocurra y nunca cumplirás.
Por semanas los únicos ruidos que te envolverán serán los de las ranas y los loros en sus nidos. Arderás en cada lugar en que seas tomada por él con su cuerpo fibroso y deshabitado, descubrirás lo dulce que puede ser el sudor. Vivirás las mentiras más reales. Vas a conducir en el barro y montarás los caballos a pelo como si lo hubieras hecho toda tu vida.
Conocerás una ansiedad extrema y entenderás que hay quienes refractan el amor, pero necesitan consumirte. Te convertirás en una niña, en una mujer, en un fantasma. Saldrás expulsada de tu centro. Quedarás suspendida entre reses muertas que tendrás que trasladar. Habrá horas sin tiempo.
Una vez por semana se te ocurrirán ideas despreciables, sobrevendrán aludes de miedo.
En ranchos y pulperías con pisos de barro errarás bebiendo cualquier cosa que tenga alcohol mientras alguien descogota una gallina para el caldo. Te reirás y serás feliz algunas veces, te adueñarás del monte como él del tuyo. Nunca habrás sido más vulnerable ni volverás a amar con esa urgencia y él jamás encontrará tanta ternura.
Ese domingo cuando te marches del infierno, llévate todas tus cosas. No expliques nada, ni lo intentes. En los cuartos de los chicos vas a dejar listos los uniformes para el lunes escolar. Conducirás sin prisa, pero sin detenerte. Será mejor que no vaciles mirando hacia atrás porque eso puede dejarte petrificada.
No volverás a saber de él. Un año más tarde te darás cuenta de que estás aliviada, ya casi no duele. Sus hijos le han dicho a su madre que quieren verte y esa mujer con la que has compartido amores los va a llevar a la heladería que tanto les gusta. Cuando los veas vas a besar sus frentes como era costumbre y se tomarán fotografías que atesorarás en tu teléfono. Sin decirlo los despedirás para siempre. Te has salvado, y quizá a ellos también.
Ahora sabés que no conviene caminar por los bordes de algunos hombres y ya no vas a regalar perlas a los cerdos.
Notas
Publicado originalmente en Revista La Posta, textos jugados
Imagen
Salvator Rosa, Fragilidad humana,1657, Fitzwilliam Museum, Cambridge.