Dimensiones intersubjetivas en clínica e intervisión psicoanalítica
Por Marcelo Luis Cao
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Lic. en Psicología. Miembro Activo y Docente de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG). Profesor Titular de la materia Problemas Centrales del Psicoanálisis con Adolescentes de la Carrera de Especialización en Psicoanálisis con Niños y Adolescentes de la UCES. Supervisor del Equipo de Adolescentes del Hospital Zubizarreta. Autor de los libros: Planeta Adolescente. La Condición Adolescente. Desventuras de la Autoestima Adolescente, Aperturas y Finales en Clínica con Adolescentes y de la novela Vi(r)ajes.
I’m in you
You’re in me
Peter Frampton
A partir de los desarrollos de Piera Aulagnier y de René Kaës queda asentada la noción de que advenimos al mundo en un espacio relacional que nos contiene, apuntala y modeliza convirtiéndonos en sujetos del vínculo. Por lo tanto, la vida psíquica se habría de constituir y complejizar en la dinámica de los intercambios que se generen en los vínculos en los que el sujeto participa o se encuentra incluido.
De este modo, partimos de la base de que el psiquismo se estructura de forma y en forma vincular. Es que la actividad de la violencia primaria imprime en el recién arribado al mundo una suerte de software, el mismo que porta quien ejerza la función de portavoz y de sombra hablada. Esta inoculación da cuenta de la cadena transgeneracional que sostiene la actividad psíquica a través de los tiempos, impidiendo que todo vuelva a comenzar desde fojas cero tal como lo plantea Freud al final del Yo y el ello o el mismísimo Jung con los conceptos de los arquetipos y del inconsciente colectivo.
A su vez, esta suerte de “creación a imagen y semejanza” explica por qué es posible la comunicación (lenguaje verbal, lenguaje gestual, intuición, empatía, etc.), entre humanos. La condición de portar y soportar el mismo software garantiza un código común y los mismos programas a correr en el hardware cerebral. No obstante, tanto para el neonato como para el infans, este software irá cargando sus programas de manera progresiva en la medida que se vaya vinculando no sólo con los portavoces de la función materno-paterna, sino también con otros interlocutores que irán contribuyendo a la complejización del psiquismo.
Es decir, este dispositivo integrado tanto por el código como por los programas no se generará y comenzará a funcionar de una vez y para siempre, sino que irá amplificando su operatoria a través de la secuencia temporal de las vinculaciones. En esto consiste la puesta en escena y el trabajo que se acomete en el marco de la dimensión de la intersubjetividad
.
Adentro-afuera
El trabajo de la intersubjetividad, por tanto, no se configura como una herramienta tardía de la hégira psicoanalítica ni tampoco como un efecto colateral en el laborioso proceso de la estructuración mental. En efecto, es el epicentro mismo de la constitución del psiquismo, motivo por el cual se encuentra ineludiblemente presente y activo desde los orígenes del sujeto. No obstante, su puesta en marcha requiere de la disponibilidad de aquellos que por medio de su accionar garanticen el sostén de su continuidad y promuevan su complejización. Es por ello que para nacer a la vida psíquica, según estipula el ordenamiento instituido por el contrato narcisista, resulta indeclinable la presencia y el quehacer de los otros del vínculo.
Es, de esta forma, como la categórica e imprescindible intervención de los otros del vínculo (en primer lugar los otros originarios y luego los otros significativos), va a definir y determinar el modus operandi por el cual el psiquismo se habrá de constituir. Esta postura invita a dejar atrás las clásicas teorías que aún sostienen la ilusión de la existencia de una mente aislada, tanto en sus condiciones de origen como en las de su posterior permanencia, para reemplazarla por una conceptualización donde la psique emergerá con las características propias de la subjetividad humana sólo en ocasión de su exclusiva gestación en el almácigo de la intersubjetividad.
En este sentido, los complejos y gravitantes desarrollos llevados a cabo en el campo de las alianzas inconscientes, dieron cuenta de la intrincada madeja de donde surgen las correlaciones presentes en el proceso de constitución del sujeto del inconsciente, del sujeto del vínculo y del sujeto del grupo (Kaës, R. 1995).
Estos desarrollos, que se incluyen en la perspectiva de una metapsicología de los conjuntos transubjetivos, han ampliado de manera categórica la mirada y la comprensión psicoanalítica en torno al origen relacional del psiquismo y a la red vincular que lo sostiene, sin soslayar la presencia de sus inevitables distorsiones y quiebres. Asimismo, sus derivaciones contribuyeron a revelar la decisiva participación de los otros del vínculo tanto en la puesta en marcha como en la consolidación de la continuidad de las operatorias defensivas.
De este modo, el complejo punto de partida que estos desarrollos plantean para la vida anímica, donde tanto continente como contenido se constituyen de manera simultánea y yuxtapuesta a partir de los moldes que proveen los códigos y las representaciones de la cultura inscriptos en la fragua relacional, impone al psiquismo ciertas exigencias de trabajo que habrán de resultar por descontado ineludibles.
Por ende, la violencia acarreada por este proceso, que en su acción fundadora forma tanto como deforma debido a la ineludible presencia de la subjetividad que porta el otro del vínculo, imprime a las formaciones, a los sistemas, a las instancias y a los procesos psíquicos una serie de contenidos y modos de funcionamiento decididamente específicos. Consecuentemente, los sujetos que pertenecen a un vínculo adquieren en diversas medidas gracias al trabajo de la intersubjetividad la aptitud para llevar adelante un abigarrado conjunto de operaciones psíquicas. De esta manera, pueden significar, interpretar, recibir, contener o rechazar, ligar o desligar, transformar, representar y representarse.
Asimismo, los sujetos del vínculo resultan capaces de jugar con objetos, representaciones, emociones y pensamientos que a pesar de pertenecer a otro, o a más-de-un-otro, deambulan sin ataduras a través de su propio psiquismo, o bien, terminan incluyéndose en él mediante las operatorias de la incorporación o de la introyección. En este sentido, el destino inmediato de estos objetos, representaciones, emociones y pensamientos que quedan englobados dentro del ámbito del psiquismo, es el de revistar en la categoría de partes enquistadas o integradas, con la posibilidad de que en lo mediato, y según sea el caso, puedan quedar en condiciones de ser reutilizadas. De las estribaciones de este planteo se desprende la correlación por la cual cada sujeto del vínculo busca hacerse representar en las relaciones de objeto, imagos, identificaciones y fantasías inconscientes no sólo de un otro, sino también de un conjunto de otros (Kaës, R. 1995).
En consecuencia, la tesis central que se desprende de la introducción del trabajo de la intersubjetividad es la de establecer la noción de una red psíquica intersubjetiva que abarque y contenga tanto a los sujetos del vínculo como a las operatorias mentales en juego. La correlación que se establece entre esta red y la estructuración de la psique en el campo de la intersubjetividad determina que cada psiquismo va a estar constituido por “lugares, procesos e intercambios que contienen, incorporan o introyectan formaciones psíquicas de más-de-un-otro en una red de huellas, sellos, marcas, vestigios, emblemas, signos y significantes, que el sujeto hereda, que recibe en depósito, que enquista, transforma y trasmite” (ibíd., pág. 352).
De la misma manera, esta conceptualización resulta tributaria del nexo que se establece entre la configuración de las instancias que integran la segunda tópica en el campo de la intersubjetividad con la enmarañada temática de la transmisión psíquica. Esta transmisión de procesos y contenidos inconscientes de una generación a otra no sólo garantiza la continuidad de la vida psíquica en la sucesión de las generaciones, sino que refrenda la hipótesis freudiana de que ninguna generación está en condiciones de ocultar a las que la siguen sucesos psíquicos que resulten claramente significativos.
Este apremio, que lleva a trasmitir contenidos significativos inconscientes de una generación a otra, se manifiesta en cada sujeto a través de la operatoria del rechazo, del depósito o de la proyección de aquello que sin su conocimiento ni su consentimiento se ha instalado en su mente, en la medida que resultó atraído y ligado por el accionar de su psiquismo más allá de las deformaciones a las que el proceso mental defensivo de sus predecesores lo haya expuesto. Por tanto, la compleja dinámica de los procesos identificatorios y desidentificatorios, meridiana para la operatoria de las interfaces que organizan y regulan la segunda tópica, será la que sostenga y promueva este constante tráfico de datos y procedimientos intergeneracionales.
De este modo, la red psíquica intersubjetiva (de la cual Internet es sólo su remedo tecnológico, como tantos otros inventos con modelación antropomórfica), que sostiene todo intercambio vincular dará cuenta de las conexiones entre los psiquismos. Esta red que nos antecede y en la que quedamos sumergidos desde el inicio de la vida nos acompañará más allá de la presencia o ausencia de los otros del vínculo. Tal como magistralmente lo muestra Tom Hanks, el protagonista del film Náufrago, el cual inviste a una pelota de vóley como su interlocutor (Mr. Wilson), proyectando sobre ella el dispositivo vincular que habita en su mente.
Es que la conceptualización que sostiene que somos sujetos del inconsciente, sujetos del vínculo y sujetos del grupo precipita la noción de intersujeto, ya que estamos relacionados con los otros del vínculo de manera real y fantasmática a partir de la noción de psiquismos en red. Esta conceptualización nos permite aventar de manera definitiva algunos de los posicionamientos clásicos de la teoría y la práctica psicoanalítica en la medida que ya no es posible sostener la idea de que tanto el analista como el intervisor 2 se encuentran por fuera de la red psíquica intersubjetiva que los incluye, implica e integra. Por tanto, la luna oscura del espejo freudiano, la desaforada interpretación de la transferencia del kleinismo o la basa del muerto lacaniana quedan en offside frente a las consecuencias que aparejan estos desarrollos.
Entre-lazados
Advenimos en y de un vínculo porque desde el origen somos gestados imaginaria y materialmente en y por un vínculo. Además, porque luego lo integramos desde el interior del cuerpo materno. Y porque con el alumbramiento nos recibe un grupo familiar del cual la madre es su representante y con el que quedamos vinculados. Finalmente, crecemos y maduramos implicados en la trama de diversas vinculaciones. Sin embargo, también, nos enfermamos en vínculos y, en el mejor de los casos, nos curamos gracias a ellos.
A la sazón, si acordamos que tanto el trabajo terapéutico como el de intervisión se desarrollan en y con un vínculo deberemos incluir la ecuación personal del terapeuta y del intervisor en el mismo. Esta ecuación va a dar cuenta tanto de la dimensión vincular del terapeuta como la del intervisor, la cual se va a desplegar en resonancia con la dimensión vincular del paciente y del colega consultante respectivamente.
No obstante, en el caso de la intervisión, el intervisor puede también entrar en resonancia con el paciente del consultante. Y, en el caso de la situación clínica, el terapeuta puede entrar en resonancia con los otros del vínculo de su paciente. Por tanto, la resonancia fantasmática 3 que se despliega en la vinculación es la que también produce la estructuración del campo transfero-contratransferencial y la circulación de sus corrientes significantes.
Por otra parte, es de público conocimiento que cuando hablamos de Yo no nos referimos a una instancia monolítica. Yo no es la representación acabada de una persona, o bien, una versión única. Yo es una asamblea de personajes internos en permanente interacción, diálogo y debate. Todos conversamos, disertamos, discutimos o peleamos con los habitantes de nuestro mundo interno. Y lo hacemos para acordar, convenir, negociar o imponer las decisiones conscientes a tomar con la anuencia o el disenso de estos otros.
Este planteo se suplementa con el conjunto de personajes que habitan los territorios inconscientes del Yo y del mismísimo Superyó, tal como se infiere de las vicisitudes estructurales que acarrea la segunda tópica. Estos personajes inconscientes enmarañados en las tribulaciones de la dualidad pulsional pueden contribuir con su presencia y accionar, por ejemplo, a cimentar la autoestima con un estilo comprensivo y amoroso, o bien, a defenestrarla a través del sabotaje que lleva a cabo el enemigo íntimo 4. Otro tanto, puede apreciarse con el personaje tiránico que puede encarnar los ideales absolutos de un Superyó cruel.
Por tanto, en el trabajo clínico nos vamos a encontrar en la intersección de las tramas vinculares del paciente y sus otros del vínculo con las del terapeuta, mientras que en el trabajo de intervisión la intersección se producirá entre las tramas vinculares del intervisor, con las del colega consultante y las de su paciente. Estas intersecciones darán cuenta de las vinculaciones conscientes e inconscientes que se van a establecer entre todos los personajes internos que se pongan en juego. Sin embargo, es necesario aclarar que en cada vinculación se presentará sólo un fragmento de la totalidad de estos personajes, lo cual explica porque distintas vinculaciones dan lugar a distintas producciones vinculares (y viceversa, desde ya). De otra manera, no tendría sentido ni consecuencias nutritivas la exploración vincular, repeticiones aparte.
De este modo, si ambos trabajos implican la creación de nuevos vínculos y si esto es aceptado y connotado por los integrantes del mismo, las producciones de cada uno de estos espacios van a poder ser consideradas como vinculares. Esta es la diferencia central respecto del concepto de supervisión, donde no se contempla el conjunto de los lazos conscientes e inconscientes que relacionan al paciente, al colega consultante y al intervisor.
Otro tanto ocurre con la escena clínica considerada durante decenios como una relación sólo asimétrica, lo cual no excluye la vinculación que se establece entre paciente y terapeuta, o bien, entre pacientes y terapeutas en los encuadres multipersonales. Por tanto, esta aceptación va a permitir significar aquellas producciones como vinculares, dando cuenta así de la inclusión de cada uno en la trama que se constituye. En ambos casos esto implicaría la posibilidad de reconocerse como intersujetos.
De esta suerte, todo lo que suceda en los escenarios clínicos y en los de las intervisiones va a tener el sello de una producción vincular. Es así como los lapsus, los actos sintomáticos, los errores (forzados y no forzados), las actuaciones, las intuiciones, las ocurrencias, las epifanías y las emociones van a convertirse en muestras del trabajo vincular en curso, el cual contará con el auspicio de los aspectos no sólo racionales sino también con la carga creativa de cada uno de los miembros del vínculo.
De este modo, en el caso de la intervisión, el colega consultante no presenta sólo un material a trabajar, sino también un vínculo donde está implicado con su propio mundo fantasmático. Por tanto, si el espacio de la intervisión ofrece al consultante la suficiente contención respecto de las emociones que suscita el material es posible incluir las producciones de los mundos fantasmáticos tanto de aquel como del intervisor. El campo transfero-contratransferencial que se configura dará cuenta no sólo de las identificaciones, apuntalamientos y alianzas inconscientes que porta y pone en juego el paciente, sino también las que se delineen entre el paciente y el colega consultante junto con aquellas que se plasmen entre este último y el intervisor.
Este planteo eliminaría de cuajo la asimetría fundante de la llamada supervisión didáctica (hija sanguínea del análisis didáctico), en la medida que inscribe el trabajo de la intersubjetividad como piedra basal de los intercambios entre dos o más terapeutas que analizan un material clínico. De esta manera, nos alejaríamos definitivamente del modelo analista-analizando que permeó dichos intercambios por más de un siglo. Asimismo, quedan atrás tanto la dualidad activo-pasivo como la entronización del sujeto supuesto saber, en tanto versiones ilusorias o deseantes de los respectivos posicionamientos subjetivos.
De este modo, la red psíquica intersubjetiva que sostiene todo intercambio vincular dará cuenta de las conexiones entre los inconscientes de los presentes y de las teorizaciones flotantes emergentes en tanto producción psíquica conjunta. Por tanto, este planteo acerca de la presencia operante de una intervisión cancela la idea una estructuración asimétrica a manos de una visión catalogada como superior o superlativa. Incluso, no implica la existencia de una dualidad integrada por un intervisor y un intervisante (términos que utilizo sólo para simplificar la exposición), ya que los psiquismos en red presentes en el trabajo conjunto que se produce en ocasión del encuentro harán su aporte más allá de las incumbencias subjetivas y profesionales de cada uno. Esta situación resulta válida también en el caso que el material sea trabajado en el seno de un grupo.
Entre-tenidos
El planteo de la estructuración de la psique en el campo de la intersubjetividad determina, según los desarrollos de Kaës, que cada psiquismo va a estar constituido por lugares, procesos e intercambios que contienen, incorporan o introyectan formaciones psíquicas de más-de-un-otro en una red de huellas, sellos, marcas, vestigios, emblemas, signos y significantes, que el sujeto hereda, que recibe en depósito, que enquista, transforma y trasmite.
Y, asimismo, que los sujetos del vínculo resulten capaces de jugar con objetos, representaciones, emociones y pensamientos que a pesar de pertenecer a otro, o a más-de-un-otro, deambulan sin ataduras a través de su propio psiquismo, o bien, terminan incluyéndose en él mediante las operatorias de la incorporación o de la introyección, permite ofrecer a la temática desarrollada el continente teórico necesario para su discusión.
Esta transmisión de contenidos mentales da cuenta de la permeabilidad que produce el trabajo de la intersubjetividad en la red psíquica intersubjetiva, gestando una comunidad de pensamiento que incluye tanto coincidencias como la emergencia de representaciones verbales o icónicas originales, sorpresivas y/o disruptivas del statu quo que se desprende del material intervisado o del que surja en la escena clínica.
Por tanto, en el curso de los intercambios producidos en ocasión de una intervisión, o bien, en los de una escena clínica, y más allá de la emergencia de la atención y la teorización flotante, el trabajo de la intersubjetividad habrá de generar diversos efectos en los participantes. Uno bien notorio es cuando entre los profesionales intervisantes se produce una traslación de roles y el que provee el material clínico asume el posicionamiento subjetivo del paciente, mientras que el otro asume el del terapeuta. Esta traslación permite recrear, en una suerte de psicodrama acotado, una o más escenas acaecidas en el consultorio junto con los ingredientes derivados del campo transfero-contratransferencial en juego.
Otro efecto que puede resultar sorprendente para la díada analítica sucede cuando en la escena clínica el terapeuta pone en palabras alguna de las sensaciones, emociones y/o vivencias transmitidas inconscientemente por el paciente, las cuales según el derrotero de la Carta 52 puede haberlas registrado en el fuero de sus signos de percepción, o bien, directamente en el de su inconsciente. Otro tanto, cuando el paciente se anticipa con su discurso a la interpretación en ciernes calcándola palabra por palabra.
Este tipo de transmisión puede disparar en el caso de la intervisión alguna de las vivencias, representaciones y/o afectos del profesional consultante a raíz del trabajo con su paciente en el psiquismo del otro profesional, apareciendo en el formato de sensaciones, emociones y/o representaciones que en el consultante no han accedido a su conciencia, o bien, lo han hecho de forma fragmentaria.
No obstante, el trabajo de la intersubjetividad no traerá aparejada sólo la posibilidad de este interjuego de transmisiones tanto dentro del campo de la intervisión como de la escena clínica. Esta perspectiva que incluye en el psiquismo del sujeto una parte de la psique del otro, o bien, de los otros del vínculo, ya había sido delineada en el esquema que introduce la segunda tópica a partir de la modalidad identificatoria que adoptan las instancias yoica y superyoica para poder erigirse.
En el mismo sentido, esta perspectiva podría aplicarse al dinamismo que presenta el campo de las actividades defensivas mediante la intelección de una operatoria que responde al accionar de las funciones co-represora y co-sintomática. La puesta en marcha de estas funciones habrá de surgir como corolario de la cooperación intersubjetiva acontecida en ocasión de las vicisitudes que producen el retorno de lo reprimido.
Por esta razón, resulta fundamental destacar que en la composición de la amalgama que cobija y aúna a las diversas corrientes y posicionamientos psíquicos “coexisten actos y formaciones estrictamente individuales con zonas psíquicas comunes y compartidas, puntos de anudamiento de formaciones del inconsciente pertenecientes a otros psiquismos e inclusiones extra-individuales más o menos integrables (fantasmas, incorporos, inyecciones, significantes enigmáticos)” (Kaës, R. 1995, pág. 359).
En este sentido, la huella que deja tanto la presencia como el accionar del otro del vínculo en el psiquismo del sujeto marca la orientación que toman estos desarrollos. Estos habrán de girar en torno a la circulación, el desplazamiento y la transmisión inconsciente al interior de los conjuntos transubjetivos, introduciendo la noción de alianzas inconcientes (en este contexto nos referimos al contrato narcisista y al pacto denegativo) 5.
La articulación intersubjetiva que sostienen estas alianzas se basa en las facultades derivadas de su configuración bifronte e intermediaria, ya que por un lado se instituyen como la piedra basal a partir de la cual se estructura la realidad psíquica del sujeto y, por otro, conforman la sustancia que compone la realidad psíquica de los propios conjuntos transubjetivos (vínculos, parejas, familias, grupos e instituciones). Esta característica dual permite comprender como se constituye, o bien, como fracasa en constituirse un aspecto de la función represora en el sujeto a partir de considerar que éste se encuentra inextricablemente vinculado al conjunto al que pertenece y le otorga una dotación identitaria.
De esta suerte, la dupla intervisante o la terapéutica no están por fuera de las generales de la ley. En tanto vínculos son tributarios del trabajo de la intersubjetividad y de las alianzas inconscientes. Por tanto, si el contrato narcisista funda las bases del vínculo otorgando identidad y posicionamientos subjetivos a quienes los integran, el pacto denegativo dará cuenta de aquello que debe quedar por fuera del vínculo en calidad de reprimido, desmentido, repudiado, escindido o rechazado para que éste pueda estructurarse y funcionar como tal. Esta situación implica la existencia de operaciones defensivas en el seno de los vínculos terapéuticos y de intervisión, lo cual ilustra por qué los cambios de interlocutores genera modificaciones en las dinámicas intrasubjetiva e intersubjetiva.
De esta manera, la incidencia en el accionar defensivo del sujeto por parte de las alianzas inconscientes puede delinearse a partir de la triple trayectoria que se deriva de sus efectos. Nos encontraremos, entonces, en forma alternativa o simultánea con los escenarios psíquicos ambientados por la represión por el vínculo (función co-represora del otro), por la represión en el vínculo (depósito de lo reprimido en el inconsciente del otro), y por la represión del vínculo mismo (retención de las representaciones intolerables e interdictas correspondientes al vínculo en el inconsciente de sus miembros).
Por tanto, toda alteración en cualquiera de los términos suscriptos a través de las alianzas inconscientes va a modificar el equilibrio y/o la organización intrasubjetiva e intersubjetiva de los miembros del conjunto. Asimismo, y de manera recíproca, cualquier perturbación en los aspectos estructurales, económicos o dinámicos del conjunto habrá de embestir contra la sinergia que sostienen dichas alianzas a raíz de la inseparable y laberíntica intrincación de los lazos que unen al sujeto con el conjunto.
El esclarecimiento que se desprende de estos desarrollos nos permite afirmar que las condiciones en las que la operatoria de la represión se lleva a cabo no pueden ser consideradas de manera estrictamente individual. Es que aun cuando se circunscriba a las coordenadas que fija la lógica del psiquismo singular, no puede desentenderse de las cláusulas vinculares que instalaron el software que coordina el accionar de la función co-represora, junto con el permiso de embarque para la importación de los contenidos inconcientes del otro del vínculo en el inconsciente del sujeto.
Dentro de los lindes de este planteo el retorno de lo reprimido hará su entrada a escena bajo la tutela de ciertas condiciones impuestas por la dinámica de la tópica intersubjetiva. Este retorno surcará a través de las posibilidades que brindan los dos caminos transitados por la decisiva presencia y acción del otro del vínculo. De esta manera, si el proceso toma por el camino del levantamiento de la represión, con el consecuente retorno hacia la conciencia de los contenidos retenidos, nos encontraremos con la cooperación preconsciente-consciente del otro del vínculo enmarcada en el interés de sostener, favorecer y facilitar esta operatoria.
Si, por el contrario, la cooperación del otro del vínculo se inclina hacia la conservación del statu quo represivo por medio del accionar de la función co-sintomática los miembros del vínculo se mantendrán unidos en la identificación con finalidad defensiva que los convoca, preservándolos del retorno de contenidos que pondrían en peligro la comunidad de intereses de dicho vínculo a través del sostén que brinda la sintomatología singular o compartida. Otro tanto podríamos plantear acerca de las vicisitudes de la desmentida en común y sobre las correlaciones entre renegación y represión dentro del área de influencia del pacto denegativo.
El corolario que se desprende de estos desarrollos es que el inconsciente con el que nos topamos en la clínica vincular es heterogéneo en su formación, en sus contenidos y en su topología. A la sazón, lo que nos sale al paso en cada voltereta clínica no es solamente el inconsciente resultante de la operatoria de la represión, sino el que simultáneamente se conforma a través de todas las otras modalidades de producción: renegación, escisión, rechazo, repudio. Es desde esta perspectiva que el planteo de redistribuir internamente el inconsciente en el conjunto de las instancias psíquicas que intenta la segunda tópica no alcanza para dar cuenta de aquellos otros lugares psíquicos que juegan tanto el papel de sus depositarios como de sus agentes de producción.
Por lo tanto, así como la operatoria de la represión no es localizable por entero dentro de los límites del psiquismo singular, el inconsciente tampoco lo será. Entonces, la condición de fuera-de-lugar en la que se configura el territorio inconciente conlleva en sí mismo una suerte de movimiento centrífugo, en tanto y en cuanto lo habremos de encontrar diseminado en una superficie que se extiende a varios espacios del psiquismo singular, de la psique del otro del vínculo y de los psiquismos de otros sujetos se hallen estos actualmente reunidos, o bien, se encuentren asociados en un conjunto intergeneracional.
Profundizando en esta línea se despliega la idea de una tercera tópica (Kaës, R. 1999), en la medida que ésta tome en consideración la triple característica del inconsciente en su carácter a la vez heterogéneo (diferencia entre preconsciente e incosnciente), heterotópico (distribuido entre las instancias), y ectópico (entre los sujetos del vínculo generado por las alianzas inconscientes).
Estos desarrollos nos invitan a otorgarle un espacio central a la dimensión vincular que portan las producciones discursivas singulares, especialmente si recordamos que la psicología individual “sólo rara vez, bajo determinadas condiciones de excepción puede prescindir de los vínculos de este individuo con otros” (Freud, S. 1921, pág. 67). Como conclusión, entonces, podríamos apuntar que todo discurso singular deja traslucir a través de sus tonos y matices su fundante naturaleza coral.
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