Dice el saber popular que no hay dos sin tres. Hoy se cumple para mí porque me toca presentar por tercera vez consecutiva un libro de Yago. Hace un tiempo, en la presentación del libro de un colega, él ironizaba sobre el oficio de presentador de libros y proponía formar un sindicato. Hoy podría afiliarme. La ventaja es que ya leí los libros anteriores y además los borradores de éste. La amistad que nos une y el trabajo compartido hicieron que muchas veces hayamos conocido nuestro pensamiento en estado de desarrollo. Sin embargo, la edición terminada del libro me dejó la grata sensación de que es mucho mejor que lo que ya conocía en borrador. Aviso publicitario.
Con Yago forjamos la amistad en el Colegio de Psicoanalistas, participando en los debates de los jueves con coincidencias y diferencias. Pasamos luego a una relación más personal y solemos tener frecuentes almuerzos para conversar, un arte algo olvidado en la comunicación actual entre las personas.
Luego compartimos, con varios compañeros (Magdalena entre ellos, además de Cintia, María, Charo, Marina, Alicia, Daniel y Ester) la dirección del Colegio a lo largo de tres años, dos de ellos en pandemia. La energía desplegada en la tarea que Yago dirigía fue el mejor estímulo para la imaginación aplicada, lo que permitió la continuidad productiva del trabajo institucional.
Así que hoy estoy aquí con el ánimo de transmitir la alegría de estar presentando este libro de un querido amigo, colega y compañero. No por eso he sido indulgente en mi lectura.
“Transfiguraciones”. El título resuena en clave religiosa o mágica, la transfiguración de Cristo es un episodio de los evangelios sinópticos, pero también es una asignatura que deben estudiar los magos en las historias de Harry Potter. Yago la toma de un cuarteto de Schoenberg y la hace propia. Se sustenta en la noción freudiana de “miramiento por la figurabilidad”, mecanismo fundante del aparato psíquico, que figura las pulsiones en deseos, fantasmas, pensamientos y afectos. A veces toma la forma de la sustitución de unas palabras o frases por otras, la traducción a lenguas extranjeras, la transliteración a otros sistemas de escritura, a sonidos o músicas, y, las más de las veces, la puesta en imágenes visuales. La transfiguración, entonces, es un cambio de figura. Esta idea es la columna vertebral del libro, lo que articula sus dos partes.
En la página 34 Yago aporta una cita del “Manifiesto comunista” (1848) de Marx y Engels, que es el punto de partida de su análisis dela pandemia, su programa de trabajo:
“…toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros.”
Se trata del clásico tema del “aprendiz de brujo”, que evoca en el título del capítulo y que ha sido repetido infinidad de veces en la historia. Me permito aquí una deriva inspirada por esa cita, que me llevó a comprender mejor la noción de “transfiguración” tal como la postula el autor. El aprendiz de brujo es para mí, desde que era niño, un número de Mickey Mouse en la maravillosa película “Fantasía” de Walt Disney, cuando era él en persona el autor de sus obras. Es así que volví a ver el episodio y a escuchar a la orquesta de Stokowsky ejecutando el poema musical de Dukas. La historia es simple: un joven aprendiz del maestro hechicero, en su ausencia intenta ejercer el poder mágico sobre una escoba, dotándola de cabeza y brazos, a quien le ordena llenar la tina para el baño. El engendro obedece y repite una y mil veces la tarea encomendada al punto de provocar una inundación descomunal, ya que el inexperto no sabe cómo detener a la escoba animada. Cuando la parte con un hacha, cada astilla se convierte en otro engendro animado, multiplicando el desastre. Finalmente regresa el maestro y restaura la normalidad al tiempo que le hace una severa reprimenda a su discípulo.
Este argumento ha pasado por varias transfiguraciones, varias formas de figurabilidad. Todo comienza con un poema del prócer de la lengua alemana y maestro de Freud, Johann Wolfgang von Goethe, “Der Zauberlehrling”, 1797. La balada está basada en un antiguo cuento griego de la antigüedad. Pongo aquí un asterisco para anunciar que en el capítulo III Yago trabaja sobre el “Fausto”.
Un siglo exacto después, en 1897, un compositor francés poco conocido, Paul Dukas, decide hacer un poema musical basado en esa poesía, que lo consagra mundialmente. Lo titula “L’apprenti sorcier”. Doble transfiguración: por un lado la traducción, que, como se sabe siempre es una traición, y por el otro la trasposición de las figuras poéticas, del sentido y las sonoridades propias de la lengua alemana, a figuras musicales, melodías, armonías y ritmos que dan nueva vida a la historia.
En 1940 llega una nueva figuración, con un título en inglés (“The sorcerer’s apprentice”) cuyo personaje es un ratón ágil y vivaz, un poco tonto, que se mueve al compás de la música de Dukas y genera sentimientos de ternura y picardía, seguramente ausentes en la poesía de Goethe.
En 1962 Alfred Hitchcock titula uno de los capítulos de la serie “AH presenta” “The sorcerer’s apprentice”. La historia es otra, pero el protagonista conserva la ingenuidad como su rasgo distintivo. La transfiguración pasa por allí, el mismo personaje, que es otro al mismo tiempo, con una historia diferente pero con una estructura narrativa similar.
Finalmente Walt Disney Studios, en un momento de inspiración, produce en 2010 la película “The sorcerer’s apprentice”, protagonizada por Nicolas Cage como el maestro hechicero y muchos efectos especiales, lo peor de la serie.
Volviendo a la cita marxiana: ¿Qué pasó entre 1848 y 2022? Las figuras literarias de Marx y Engels parecen de una actualidad notable. Ciertamente las condiciones materiales, tecnológicas y sociales no son las de hace casi dos siglos, el capitalismo se ha transfigurado y la obra de la escoba animada hoy es la destrucción del planeta, que es como cavar bajo los propios pies. Durante la pandemia muchos pensadores han insistido sobre el modo en que el daño ecológico, la crianza de animales a nivel industrial, la emisión de gases tóxicos, en fin, el desprecio por la naturaleza propio de la avidez de reproducción capitalista, han contribuido a la producción y propagación de este virus mutante, como la de tantos otros en la historia y en el porvenir. La pandemia es otra obra de ese engendro indomeñable que es el discurso capitalista, aprendiz de brujo enceguecido, como el de la leyenda, por la soberbia, el egoísmo y el desinterés por la vida. Hace poco más de dos meses nos encontramos con otra de sus obras de destrucción, la guerra de Ucrania. A veces vislumbra un horizonte mejor. Imagina una forma de detener a la escoba embrujada: que el colectivo tome la palabra. Y este modo de entender la política deja sus marcas en la pequeña política del consultorio, en el modo de trabajar la transferencia y en transferencia.
Yago dice en el prólogo que todo el libro puede leerse como la transfiguración del capítulo VI de “La interpretación de los sueños” y la “Carta 52 a Fliess”, anticipando su particular interés por la metapsicología. Sin embargo, sus libros son libros políticos, intentan deconstruir las determinaciones de época desde el interior de la época, otra de las tareas imposibles, aunque digna de emprenderse. Los títulos de los tres últimos libros editados trazan un rumbo: “Más allá del malestar en la cultura” (2011), “Paradigma borderline” (2019) y éste “Transfiguraciones. Psicoanálisis de la Pandemia y en la Pandemia” (2022). La articulación de lo que con Castoriadis transfigurado denomina “significaciones imaginarias sociales” con la metapsicología de Freud transfigurado. Así diseña la banda de Moebius de realidad social y fantasma y subraya de modo original que buena parte del trabajo del análisis, como puso en evidencia la pandemia, es hacer consciente lo manifiesto.
Este es un libro denso, que exige del lector una especial atención -función a la que Yago otorga mucha importancia- porque se propone siempre un trabajo conceptual, no exegético como muchas veces observamos en la literatura psicoanalítica, sino transfigurador, si se me permite el neologismo. Toma los conceptos consagrados y los retuerce a su manera, para dar lugar a una propuesta conceptual útil. Así, “lo ilimitado”, “principio de realidad”, “magma simbólico compartido”, “negación, desmentida y forclusión”, “Gran accidente”, “omisión universal”, “error en la matrix” “miramiento por la figurabilidad”, son la caja de herramientas tomadas de sus lecturas minuciosas y luego hechas a su mano y con las que trabaja su pensamiento y su clínica. Las cartas con las que juega su partida. Él lo llama “teorización flotante”.
Ahora bien, el texto está atravesado por un amplio abanico de producciones culturales. La literatura, el teatro clásico, el cine, las series, las artes en general, son la urdimbre de esa trama teórica y proponen un recorrido que invita a acompañarlo. Además de los ensayistas y filósofos que son sus invitados habituales -Castoriadis, Bifo, Virilio, Piera y tantos otros-, lo acompañan en este viaje Goethe, Shakespeare, Cortázar, Javier Marías, Pessoa, Baricco, Arnold Schoenberg, y las series de televisión y streaming. En eso Yago también es freudiano, sabe que los poetas y los artistas figuran el alma humana mejor que cualquier teoría.
Se trata, según él, de “Pensar sobre lo que hacemos, saber sobre lo que pensamos”.
Una cita de la página 102 es el manifiesto de la segunda parte del libro: “Psicoanálisis en pandemia”:
“La recodificación producida por la pandemia genera una clínica que se enfrenta con lo que está más allá del malestar en la cultura. La que llamo clínica de lo actual…en la que aparece lo borderline en muchos casos, lo cual hace necesaria una transfiguración de aspectos del dispositivo, encuadre y abordaje clínico”.
Si en la primera parte pone en evidencia la transfiguración de los sujetos sociales, económicos y políticos, provocada por el recodificador universal que es el SarsCov2, en la segunda parte del libro se ocupa de las transfiguraciones que la pandemia como catalizador ha exigido al sujeto del inconsciente. La desmentida como defensa contra el abismo del futuro, el déficit de atención colectivo como efecto de la sobre estimulación perceptiva con efecto traumático, el predominio de lo inmunitario en la relación con los otros, la crisis de los destinos del placer.
La clínica actual (clínica de lo actual, dice Yago) muestra que el padecimiento neurótico ha venido transfigurándose y el confinamiento de la pandemia aceleró el proceso. Se trata ahora de la predominancia del trauma, el desamparo y lo real amenazante. Ya no estamos frente a los sufrimientos y malestares con los que se encontraron los fundadores del psicoanálisis, lo que también ha transfigurado el dispositivo de la cura.
El fenómeno más habitual fue la migración de la presencialidad a la virtualidad de las pantallas, que a esta altura, con la paulatina relajación del distanciamiento, parece sin embargo gozar de buena salud y promete haber llegado para quedarse.
Yago hace un detallado análisis de la conmoción que se produjo en las condiciones clínicas: el encuadre, la transferencia, la abstinencia y la neutralidad son revisitadas, al tiempo que afirma la necesidad de que el analista recurra a “aquello con lo que cuenta el sujeto” y se enfoca en la función performativa del analista en la transferencia. Importa más lo que hace con las palabras que lo que dice con ellas.
Esta rápida mirada sobre algunos subrayados de mi ejemplar (dedicado por mi amigo), como a vuelo de dron, pretende ser una invitación a leer el libro, una muestra cabal del trabajo creativo de Yago, que propone además a la creatividad en el análisis como el recurso más eficaz para salir de la noria del sufrir de más.