Intervisión

De la supervisión al trabajo de la intersubjetividad

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Una de las mayores dificultades a las que a lo largo de su historia se ha enfrentado la formación de profesionales en clínica psicoanalítica se centra en la comprensión y el manejo de los aspectos afectivos que se despliegan a nivel inconsciente. A tal efecto se ha argumentado, clásicamente, que estos sólo pueden ser encausados bajo la supervisión de otro profesional que posea un grado suficiente de experiencia en el manejo del proceso terapéutico y en el ejercicio de la escucha psicoanalítica. Por lo cual, además del análisis personal, la supervisión se considera una pieza clave en la formación del trabajo clínico así como una forma de aprendizaje.

¿Supervisar?

Los comienzos de la supervisión psicoanalítica podrían remontarse de manera metafórica al caso Juanito, donde Freud estableció una forma de operar con un paciente a distancia a través de sus padres (Saucedo Pérez – Álvarez Bermúdez 2018). En esa ocasión fungió como un guía, estableciendo así parámetros para el ejercicio de un primigenio análisis infantil. No obstante, más allá de la relevancia que asignara a los lineamientos básicos para practicar el análisis, tales como la adscripción a un marco teórico y el análisis personal, de sus Trabajos sobre Técnica Psicoanalítica podría inferirse la idea de la necesidad de una supervisión clínica a cargo de un analista experimentado.

De este modo, y según estos autores, a lo largo de los años la supervisión en su versión clásica se transformó en un método axial para la formación, en tanto intentaba desarrollar la habilidad de relacionar conceptos teóricos con la producción subjetiva de un paciente. Este proceso debía desarrollarse a partir del material clínico registrado en las notas escritas del supervisado, las cuales debían describir todo lo que ocurría al interior de las sesiones a través del análisis del discurso y de la dinámica del mundo interno del paciente.

El término supervisión, por su parte, deriva etimológicamente del latín en tanto está formado por los vocablos súper y videre, es decir, una visión que se proyecta desde arriba. Por tanto, denota un posicionamiento superior o asimétrico desde donde se contempla algo. La supervisión clínica funciona, entonces, según el arquetipo del experto (asimilable al padre, al maestro o al guía), en tanto orienta a un aprendiz para entrenarlo en la profesión, monitoreando la calidad de su escucha y de sus intervenciones.

De este modo, y siempre desde un punto de vista clásico, uno de los aspectos fundamentales para el establecimiento de un adecuado trabajo de supervisión clínica es una relación fluida entre supervisado y supervisor. De lo contrario, si no existiera una adecuada identificación de los fundamentos que se incluyen en dicha tarea, difícilmente se podrá llevar a cabo un adecuado acompañamiento y lograr una evaluación objetiva del avance y la adquisición de conocimientos del sujeto en formación.

Por tanto, para lograr establecer un contexto adecuado para la supervisión se considera esencial crear un ambiente cálido y de confianza donde el supervisado no se sienta criticado, avergonzado o temeroso de hablar acerca de su trabajo. De no configurarse este contexto, éste podría omitir datos que pudieran poner en evidencia errores y/o alimentar fantasías persecutorias. O, también, sentirse amedrentado por la probabilidad de obtener una calificación reprobatoria a partir de estar en desacuerdo con el supervisor.

En el curso de su desarrollo esta práctica desató discusiones acerca de las diferencias entre los términos supervisión y control, en la medida que los procesos inconscientes en el supervisado podían llegar a bloquear el trabajo clínico. De allí surgieron las distintas concepciones acerca del control, tanto como análisis o como enseñanza. Asimismo, surgieron los debates acerca de las interferencias entre el análisis didáctico y el de control.

Podemos acordar que hoy día la experiencia de la supervisión se inicia cuando un analista decide reunirse con otro analista para supervisar un caso, en la medida que confía en esa otra escucha a raíz de que lo liga con aquel una transferencia de trabajo. No obstante, en otros tiempos el analista podría llegar tembloroso con la transcripción de la sesión (la cual usualmente se grababa), ya que el supervisor podía hacerle sentir el desmedido peso de su saber. Esta escena se repitió cíclicamente bajo los diversos ropajes ideológicos que adoptó la teoría, donde la verdad revelada pasaba en exclusiva por la liturgia delineada por los textos en boga.

Una Visión Compartida

Con el paso del tiempo y con la aparición de los nuevos desarrollos que el campo vincular aportó al psicoanálisis soplaron nuevos vientos sobre la clínica. De este modo, la supervisión se transformó en un espacio donde se habría de trabajar con una versión de lo ocurrido en otro espacio. Por tanto, esto implicaba que no se trataba de una visión superior respecto del trabajo clínico, sino de una otra visión (Rochkovski, Olga 2016).

En este original espacio (tan original como el de la cura), se dará el interjuego de las visiones de los sujetos que conforman esa trama, es decir, el trinomio integrado por los profesionales (dependiendo su número, de acuerdo a si el espacio es individual o grupal), y el o los pacientes. Los roles a encarnar (supervisor, supervisando y paciente), se producen en la dinámica de estos vínculos, al igual que en el proceso psicoterapéutico donde también se va urdiendo una trama intersubjetiva.

Lo que ocurra en la trama se reflejará en el proceso terapéutico y viceversa. Por tanto, la intersección entre esos espacios y esas tramas será el lugar de producción del proceso en el que se resignificarán las intervenciones en la clínica. De este modo, en todo proceso de supervisión se habrán de producir transferencias y contratransferencias en la dinámica de dicho trinomio.

Este planteo respecto a la supervisión resulta válido tanto para la formación en instituciones oficiales del psicoanálisis como para la que forme parte de cualquier Curso o Seminario de Postgrado. En este caso la dinámica de transferencias y contratransferencias se habrá de establecer no sólo con analistas y docentes sino con la propia institución, transformando el trinomio en un cuatrinomio.

Supervisar implica, entonces, responder a la demanda de otra visión para abordar el trabajo de un caso clínico a través de un proceso de investigación a posteriori de lo ocurrido en la sesión. En ese proceso se tendrán en cuenta el juego de transferencias y contratransferencias, los aspectos psicopatológicos en juego y la dinámica del vínculo con el paciente.

Este proceso produce una causalidad circular en el trinomio paciente, terapeuta y supervisor produciendo un contexto de resonancias en cada uno de los otros. En este sentido, el trabajo de supervisión podría denominarse de co-visión. De esta manera, nos despediremos de manera definitiva de la quimera de un psicoanálisis de corte objetivo.

El espacio de la co-visión resulta imprescindible para el encuentro con un otro que permita mirar desde cierta distancia lo que ocurre en el proceso terapéutico, en la producción clínica, en la revisión de lo que hacemos o dejamos de hacer. Es que, además, el supervisando puede necesitar un respaldo en un momento difícil del tratamiento con su paciente, lo cual significa que podemos ser soporte clave para poder llevar adelante esta tarea. Es fundamental contar con estos espacios de co-visión para elaborar estas situaciones nuevas y encontrar caminos creativos frente a los desafíos que acarrea la clínica.

Intervisión

Por su parte, el planteo de un trabajo de la intersubjetividad es tributario de la conceptualización de que advenimos al mundo en un espacio relacional que nos contiene, apuntala y modeliza convirtiéndonos en sujetos del vínculo. Por lo tanto, la vida psíquica se habría de constituir y complejizar en la dinámica de los intercambios que se generen en los vínculos en los que el sujeto participa o se encuentra incluido.

Este trabajo es el epicentro de la constitución del psiquismo, por lo cual se encuentra presente y activo desde los orígenes del sujeto. No obstante, su puesta en marcha requiere de la disponibilidad de aquellos que por medio de su accionar garanticen el sostén de su continuidad y promuevan su complejización. Es por ello que para nacer a la vida psíquica resulta indeclinable la presencia y el quehacer del otro del vínculo.

De esta forma, la intervención de los otros del vínculo va a definir y determinar el modus operandi por el cual el psiquismo se habrá de constituir. En este sentido, los desarrollos en torno de las alianzas inconcientes dieron cuenta de las correlaciones presentes en el proceso de constitución del sujeto del inconciente, del sujeto del vínculo y del sujeto del grupo, precipitando la noción de intersujeto.

Estos desarrollos ampliaron la mirada respecto del origen relacional del psiquismo y de la red vincular que lo sostiene, sin soslayar la presencia de sus distorsiones y quiebres. Asimismo, sus derivaciones contribuyeron a revelar la decisiva participación de los otros del vínculo tanto en la puesta en marcha como en la continuidad de las operatorias defensivas. En consecuencia, la tesis central que se desprende del trabajo de la intersubjetividad es la de establecer la noción de una red psíquica intersubjetiva que abarque y contenga tanto a los intersujetos como a las operatorias mentales en juego.

Este planteo elimina de cuajo la asimetría fundante de la llamada supervisión didáctica (hija sanguínea del análisis didáctico), en la medida que inscribe el trabajo de la intersubjetividad como piedra basal de los intercambios entre dos o más terapeutas que analizan un material clínico. De esta manera, nos alejamos definitivamente del modelo analista-analizando que permeó dichos intercambios por más de un siglo. Asimismo, quedan atrás tanto la dualidad activo-pasivo como la entronización del sujeto supuesto saber, en tanto versiones ilusorias o deseantes de los respectivos posicionamientos subjetivos.

De este modo, la red psíquica intersubjetiva que sostiene todo intercambio vincular dará cuenta de las conexiones entre los inconcientes de los presentes y de la teorizaciones flotantes emergentes en tanto producción psíquica conjunta. Por tanto, este planteo acerca de la presencia operante de una intervisión cancela la idea una estructuración asimétrica a manos de una visión catalogada como superior o superlativa. Incluso, no implica la existencia de una dualidad integrada por un intervisor y un intervisante, ya que los psiquismos en red presentes en el trabajo conjunto que se produce en ocasión del encuentro harán su aporte más allá de las incumbencias subjetivas y profesionales de cada uno.

Apuntalando

La noción de apuntalamiento, en la versión con la que René Kaës reformulara aquel concepto de cuño freudiano, plantea que los “términos de una epistemología del campo específico del psicoanálisis están doblemente enmarcados por la realidad corporal y la realidad social y cultural, sobre las que se apuntalan las formaciones y los procesos de la realidad psíquica: en ruptura y en apoyo, en modelo y en desprendimiento”. (Kaës, R. 1991 pág. 23). El campo psíquico, remata, se construye por apuntalamiento y no por causalidad lineal (impronta), o especular (reflejo).

En esta reformulación el apoyo de la pulsión sexual sobre las funciones vitales va a derivar en nuevos apuntalamientos: el de la pulsión sobre el cuerpo, el del objeto y del Yo sobre la madre, el de las instancias sobre las formaciones elementales y el de las formaciones generadoras del vínculo (identificaciones, imagos, complejos, modalidades de pensamiento), sobre el grupo y la cultura.

A la sazón, el apuntalamiento se va a presentar en forma múltiple (sobre los términos antedichos), recíproca (entre el sujeto y los otros del vínculo, los grupos y las instituciones), y reticular (se inscribe en una red de formaciones intrasubjetivas e intersubjetivas). Y en su procesamiento encontraremos una secuencia lógica que enlazará a sus cuatro componentes: apoyo sobre una base originante, modelización, ruptura crítica y transcripción.

Con todo, el apuntalamiento no se va a presentar solamente al comienzo de la vida, ya que en cada vinculación que se produzca a posteriori (sea con un sujeto, con un grupo y/o con una institución), el sostén y la in-formación que provenga de los respectivos apoyos y modelizaciones nutrirán a los protagonistas del apuntalamiento con sus aportes. Es que el apoyo transforma lo que sostiene, de la misma manera que el continente modela el contenido. Y como el apuntalamiento es recíproco, ambos polos habrán de modificarse a partir del nuevo equilibrio forjado (después del parto, por ejemplo, madre e hijo ocuparán de jure estos lugares, modificando así la ya caduca relación nonato-embarazada)

Sin embargo, para que dicha nutrición pueda metabolizarse se hará necesaria una ruptura crítica a partir del desequilibrio que supone una puesta en distancia, una separación. Esta ruptura habrá de generar un distanciamiento respecto de dichos aportes para que este procesamiento se complete con la operatoria de la transcripción, la cual produce un pasaje transformador de un nivel a otro, dando lugar a una nueva síntesis y un nuevo equilibrio entre lo existente y lo aportado (a la manera del modelo de funcionamiento psíquico desarrollado en la Carta 52).

La operatoria de transcripción implicará un pasaje transformador entre dos medios heterogéneos. Por esta razón, la separación o entreapertura necesaria entre los términos apuntalados recíprocamente (sujeto-grupo familiar, sujeto-grupo de pares, sujeto-cultura, sujeto-ideales y valores, etc.), exigirá una elaboración psíquica durante dicho pasaje.

De este modo, la red intersubjetiva que se teje en toda vinculación estará siempre urdida en el marco de un proceso de apuntalamiento. En el caso de la intervisión, de manera dinámica y no didáctica, los profesionales que concurren al encuentro para analizar un material clínico atravesarán las dimensiones de apoyo, modelización, ruptura crítica y transcripción, gestando así la novedad que el trabajo de la intersubjetividad producirá en ocasión de estos psiquismos puestos en red.

La intervisión nutrirá tanto al que provee el material clínico como al que lo recibe en escucha, en la medida que ambos modificarán a partir de ese encuentro sus representaciones mentales a consecuencia del trabajo encarado y de la emergencia del campo transfero-contratransferencial producido en dicho encuentro. Este campo, mutatis mutandis, remitirá, referirá y resignificará al que se establece entre el terapeuta y el protagonista del material clínico.

En Banda Ancha

La transmisión de procesos y contenidos inconscientes de una generación a otra no sólo garantiza la continuidad de la vida psíquica en la sucesión de las generaciones, sino que refrenda la hipótesis freudiana de que ninguna generación está en condiciones de ocultar a las que la siguen sucesos psíquicos que resulten significativos.

El apremio que lleva a los miembros de un conjunto transubjetivo a trasmitir contenidos inconcientes sin su conocimiento ni su consentimiento se manifiesta a través de su retorno en el psiquismo de un sujeto contemporáneo, o bien, perteneciente a otra generación. Esta transmisión se produce a través de la operatoria del rechazo, del depósito o de la proyección, operatoria que instala dichos contenidos en la mente de su receptor en la medida que también resultan atraídos y ligados a sus propios contenidos por el accionar de su psiquismo.

De este modo, la compleja dinámica de los procesos identificatorios y desidentificatorios será la que sostenga y promueva este tráfico de datos y procedimientos entre generaciones o entre contemporáneos. Esta línea argumental es la que permite dilucidar por qué el apuntalamiento que se efectúa a través de la suscripción de las respectivas alianzas inconcientes orbita también en torno a la temática de la transmisión psíquica.

Es que el sujeto, además de obtener un lugar y una dotación identitaria en el conjunto transubjetivo que lo despacha en el mundo, se obliga a sostener un legado que lo inviste, entre otros pormenores, como el portador de los sueños de deseos irrealizados de sus predecesores. Este investimiento deviene efecto directo del trabajo de la intersubjetividad, en tanto y en cuanto el sujeto siempre quedará enlazado a los conjuntos transubjetivos a los que pertenece, o bien, con los que interactúa mediante identificaciones, apuntalamientos y alianzas inconcientes.

La intervisión no va a estar fuera de las generales de la ley, en la medida que la transmisión es un fenómeno estructural y estructurante de los psiquismos y de la red que los sostiene. En este sentido, así como el trabajo clínico habrá de producir una transmisión entre los psiquismos del terapeuta y del protagonista del material clínico, otro tanto ocurrirá entre los psiquismos de los participantes de la intervisión.

Esta transmisión se efectuará en todos los fueros o sistemas que posee el psiquismo. Por esta razón, el terapeuta que aporta el material clínico portará y soportará en sus signos de percepción, en su inconciente, en su preconciente y en su conciencia representaciones, afectos y deseos provenientes del trabajo de la intersubjetividad con su paciente. De la misma manera, la intervisión producirá un efecto similar entre los concurrentes a la misma, ya que esos psiquismos se verán permeados por el trabajo de la intersubjetividad que se produzca en dicho encuentro.

Efectos colaterales

En el curso de los intercambios producidos en ocasión del análisis de un material clínico, y más allá de las emergencias de las consabidas conceptualizaciones, el trabajo de la intersubjetividad habrá de generar diversos efectos en los participantes de la intervisión. Uno bien notorio es cuando entre los profesionales se produce una traslación de roles y el que provee el material clínico asume el posicionamiento subjetivo del paciente, mientras que el otro asume el del terapeuta. Esta traslación permite recrear, en una suerte psicodrama acotado, una o más escenas acaecidas en el consultorio junto con los ingredientes derivados del campo transfero-contratransferencial en juego.

Otro tanto, sucede al poner en palabras alguna de las sensaciones, emociones y/o vivencias transmitidas inconcientemente por el paciente, que el terapeuta puede haber registrado en el fuero de sus signos de percepción, o bien, en el de su inconciente.

Esta transmisión puede disparar alguna de las vivencias, representaciones y/o afectos del profesional consultante a raíz del trabajo con su paciente en el psiquismo del otro profesional, apareciendo en el formato de sensaciones, emociones y/o representaciones que en el consultante no han accedido a su conciencia, o bien, lo han hecho de forma fragmentaria.

Otro efecto se produce cuando alguno o ambos miembros del binomio profesional piensan no sólo en la misma línea, sino también con las mismas palabras o imágenes. Esta transmisión de contenidos mentales da cuenta de la permeabilidad que produce el trabajo de la intersubjetividad en la red psíquica intersubjetiva, gestando una comunidad de pensamiento que incluye tanto coincidencias como la emergencia de representaciones verbales o icónicas originales, sorpresivas y/o disruptivas del statu quo que se desprende del material clínico.

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Anónimo, SXV, Detalle del mural de la Capilla de San Sebastián, Lanslevillard, Francia.: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/ensenanzas-pandemia-peste-negra_15238