Por Serena Sottile
En una entrevista a Marguerite Duras le preguntan qué tipo de mujer era su madre y responde:
“Exuberante, loca, como solo pueden serlo las madres. En la existencia de una persona, creo, la madre es, absolutamente, la persona más extraña, imprevisible, inasible que uno llega a conocer (1)
La película de la que todos hablaban hace un tiempo atrás es la ópera prima de Maggie Gyllenhaal y divide las opiniones, casi sin término medio, entre dos bandos: “Es un bodrio” y “Es una exquisitez”. Personalmente me inscribo entre los que sostienen lo segundo. Ya me gustaba su trabajo como actriz en La secretaria o en la serie The Deuce, y encuentro que en su debut como directora logra una delicada adaptación del texto de Elena Ferrante.
A quienes gustan de argumentos sólidos con introducción, nudo y desenlace les advierto que pasen de verla.
Se suscitó una confusión con el título en inglés de la versión cinematográfica The Lost Daughter (La hija perdida) porque la novela se llama La figlia oscura (La hija oscura) y Ferrante (2) tiene otra novela publicada en 2014 Storia della bambina perduta (Historia de la niña perdida). Además, “La hija oscura” forma parte de la trilogía Crónicas del desamor junto con El amor molesto y Los días de abandono.
Es el relato hondo de una mujer de mediana edad llamada Leda que, estando sola de vacaciones en una isla griega, en vez de disfrutar de unos días apacibles, se descubre a sí misma pendiente de observar principalmente a una madre joven y su niña y también al resto de los integrantes de su clan.
Los movimientos de cámara y los primeros planos acompañan el tono intimista del filme y nos meten de lleno en cada escena; la banda sonora es perfecta. Mucho se ha escrito sobre la figura del padre en la literatura y también sobre la figura de la madre, abundan relatos de madres y/o padres que van desde lo edulcorado a lo crudo. Lo novedoso quizá en este caso es que la narradora, cuyas hijas ya adultas residen en Canadá, se ve interpelada en su maternidad y, además, como en una especie de anverso/reverso, en su condición de hija.
En la película es a través de flashbacks que vemos cómo Leda va recordando escenas de su vida a medida que observa a Nina (la joven madre) jugando en la playa con la nena. En el libro hay un pivote permanente entre la historia de Leda con su propia madre, su historia como hija y el camino que ha recorrido como madre de Bárbara y Bianca.
No tuve que hacer ningún esfuerzo para suscribir la ficción que se nos propone y suponer que Jessie Buckley y Olivia Colman, excelentes actrices ambas, son la misma persona. Logran amalgamarse en una perfecta continuidad entre la joven Leda y la madura.
Con respecto al título The Lost Daughter (La hija perdida) -que algunos toman como un error que creen que la versión en español subsana- creo que es otro de los aciertos que debemos a la sutileza de Gyllenhaal, quien capta el tema de Ferrante. En general, los autores escriben sobre un par de temas durante toda su obra y los van plasmando en distintos argumentos. O quizá es al revés, distintos argumentos mirados en retrospectiva dan cuenta de dos o tres temas transversales a una obra determinada. Hay algo perdido en cada encuentro, algo oscuro, opaco, algo que se escapa de la posibilidad de ser aprehendido. Ese es el tema, creo, que atraviesa los argumentos de la autora. El supuesto yerro podría leerse mejor en clave de equívoco. Además, si nos ponemos literales, la niña se pierde en la playa y su muñeca-hija también.
Luego de que la niña es encontrada, la protagonista dice algo así como que los de afuera son más útiles en esos casos. Y recuerda cuando encontró a su hija luego de haberla perdido.
“Yo también lloraba de felicidad, de alivio, pero al mismo tiempo gritaba de rabia -igual que mi madre- por el peso aplastante de la responsabilidad, por el vínculo que estrangula, y sacudía a mi primogénita con el brazo libre, exclamaba: Me las pagarás, Bianca, verás cuando lleguemos a casa, no te alejes nunca más, nunca más.“ (3)
En la película hay dos detalles que me gustaron mucho:
Uno es el personaje del casero que -con la destreza actoral de Ed Harris y el ojo de la directora- adquiere otra espesura que el del libro, y adquiere rasgos de un seductor aplomado.
El otro, las citas literarias en boca del escritor amante de Leda sobre la hospitalidad lingüística (concepto de Paul Ricoeur) que en el libro no aparecen. Por lo que pude encontrar, sin meterme demasiado en el tema, la hospitalidad lingüística implica que acoger otra lengua es también reconocer la alteridad de la propia lengua. Se aprende una lengua con el deseo de acercarse al otro y conocerlo, y quien recibe da la bienvenida al extranjero, se ve a sí mismo como parte del otro. Se rompen las barreras y prejuicios de la arrogancia imperialista para llegar al otro con respeto y recibirlo con lo que pueda aportar. Puede considerarse como un modo ético para combatir cualquier imperialismo lingüístico. En “Vivir Entre lenguas” dice Silvia Molloy, que para el monolingüe no hay sino una lengua desde donde se piensa un solo mundo, y lo distinto siempre se da -si es que se da- en traducción.
No conozco demasiado de traducciones, pero el personaje principal es una traductora y el concepto de hospitalidad lingüística intenta responder a la pregunta de a quién aloja el traductor, a quién hospeda quien traduce. La palabra “host” comparte su raíz con anfitrión, pero también con hostilidad.
De alguna manera una madre es una traductora, alguien que aloja y hace de eslabón para el ingreso en el lenguaje, “decodifica” el lenguaje del infans. En ese sentido la hospitalidad materna implicaría una oferta y una ofrenda (donación) enmarcadas en la locura necesaria para considerar al que adviene como parte de sí, al menos por un tiempo, en el mejor de los casos. Ese otro que será una extensión del cuerpo hasta que empiece a revelarse como otro, obligando a una redefinición de las fronteras entre lo propio y lo extraño. Una madre se mueve siempre en el riesgo del exceso, en la medida que tiene que hacer lugar al ser que va apareciendo en lugar del idealizado.
Para Piera Aulagnier (4) existe una violencia necesaria en el encuentro con la voz materna ya que anticipa una oferta que precede a la demanda, derrama un flujo portador y creador de sentido que permitirá más tarde la constitución del yo. Ese momento se correspondería con lo que Silvia Bleichmar llama la implantación de la pulsión en donde se instala el autoerotismo sobre el que luego se podrá poner en juego todo el engranaje de las identificaciones. Luego, hay un segundo tipo de violencia que se apuntala en la anterior, la violencia secundaria. Ésta representa un exceso, por lo general perjudicial y nunca necesario, para el funcionamiento del yo. Puede ser exceso de sentido, de frustración, de excitación, de protección, de privación, etc. Y es en nombre de la institución maternal que sus víctimas la desconocen y naturalizan. Una madre puede convertirse así en una colonizadora psíquica. Alguien que actúa contra el yo de sus hijes.
Se dice que la hospitalidad es una performance de actitudes contrarias entre sí, que revela tanto el placer por experimentar al extranjero como la hostilidad hacia él. Lo mismo podría decirse de la maternidad y su ambivalencia.
Aclaro que hablo de función madre, independientemente del género de quien la ejerza. Se trata de quien sea el portavoz de la cultura, con un yo constituido y atravesado por la represión. Es decir, un adulto que ha incorporado una legalidad que le prohíbe la apropiación del cuerpo y del pensamiento del niñe.
Más allá de lo dicho, no creo que se trate necesariamente de una película sobre la maternidad, sino de cómo entramos al mar de la vida y el lenguaje y qué es lo que queda perdido, cómo es que somos engarces necesarios para la continuidad de la existencia que siempre será más o menos accidentada.
Notas
(1) La pasión suspendida. Marguerite Duras. Entrevista con Leopoldina Pallota della Torre.Paidós.2014
(2) Seudónimo con el que se han firmado grandes éxitos literarios en Italia. Algunos creen que se trata de Anita Raja, aunque no está confirmado.
(3) La hija oscura. Elena Ferrante. Ed Lumen. 2006
(4) La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Amorrortu,2010.