Por Laura Sólimo
Profesora de Lengua y Literatura
La alegría de escribir.
La posibilidad de hacer perdurar.
La venganza de una mano mortal.
Wislawa Szymborska – “La alegría de escribir”
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.
Alejandra Pizarnik – “XII”
En su extenso ensayo sobre el origen de los libros en el mundo antiguo, Irene Vallejo se entrega a la tarea de contextualizar la importancia de los libros para el desarrollo de la Humanidad. A partir de la documentación y la narración de diversas etapas de la historia de los pueblos, expone los mayores hitos de la construcción de la cultura letrada.
En el capítulo dedicado a la invención y expansión del uso del alfabeto, escribe:
“Así nacieron el espíritu crítico y la literatura escrita. Ciertos individuos se atrevieron a dejar huella de sus sentimientos, sus incredulidades y su propia visión de la vida. Los libros se convirtieron poco a poco en vehículo de expresión individual”. (p.96)
La expresión individual escrita se vincula estrechamente con el desarrollo de la escritura y su ejercicio constante. A través del análisis de diversas obras literarias que retoman este tópico, este artículo buscará indagar en la manera en que la alfabetización contribuye a la construcción de la identidad personal y cómo se expresa el vínculo entre el ejercicio crítico de la ciudadanía y la identidad escrita. ¿Cómo se construye esa manera de identificarse? ¿Qué rol ocupa la escuela en el encuentro entre alfabetización e identidad?
La escritura y la identidad
Irene Vallejo menciona, entre otros textos, dos novelas en las que sus protagonistas se vinculan de forma violenta con el contexto que las rodea. Tanto en Un juicio de piedra, de Ruth Rendell (1977), como en El lector, de Bernard Schlink (1995), las protagonistas son mujeres, analfabetas y trabajadoras que se ven condicionadas por su incapacidad de leer y encuentran en el sometimiento de los otros una manera de disfrazar su analfabetismo.
En el caso de Eunice Parchman, protagonista de Un juicio de piedra (1), su identidad se edifica en torno al ocultamiento del secreto que la condena frente a la sociedad. El analfabetismo reduce su identidad al espacio de lo impenetrable. “Desde el principio, los límites de su mundo fueron angostos” (p.25), sentencia el texto. En la novela de Ruth Rendell, las menciones a las estrategias llevadas a cabo por la joven para no ser descubierta demuestran su lucha por conservar la verdad sobre su condición. Esas mismas estrategias la segregan, la alejan de la convivencia social y la condenan a los actos finales de la novela. Casi como en una tragicomedia de enredos, cada mentira arma la bola de nieve que solamente puede concluir en el destino funesto de la familia Coverdale, dueños de la residencia en la que trabaja Eunice.
La muerte de la familia, que se plantea desde la primera línea del texto, es consecuencia de la violencia que se genera desde la infancia de Eunice, cuando el desplazamiento de su familia durante la Segunda Guerra Mundial priva a la niña de una escolaridad continua y profunda:
“La habían dejado atrás, y ningún maestro se tomó la molestia de descubrir el fallo fundamental existente en su educación, y mucho menos en remediarlo. Desconcertada, aburrida, apática, se sentaba al fondo del aula, estratagema en la que su madre siempre estaba de acuerdo para ayudarla. Por eso, cuando llegó el momento de dejar la escuela, un mes antes de cumplir los catorce años, sabía escribir su nombre, leer «mi mamá me ama» y «a Jim le gusta el jamón pero Jack no usa el jabón» y poco más. La escuela le había enseñado una cosa; a esconder, a base de subterfugios e ingenio, que no sabía ni leer ni escribir.” (pp.25-26)
Eunice es un personaje de piedra, como lo indica el título de la obra. Su identidad está petrificada en el hecho fundante de la falta de escolarización y todos sus vínculos se construyen a partir de su incapacidad por pertenecer a la cultura letrada que la rodea. Los artilugios que comenzaron a edad temprana sólo pudieron profundizarse a lo largo del tiempo, en los trabajos precarios y en la relación igualmente precaria con las pocas personas con las que logra tener un acercamiento, siempre amenazado por el descorrimiento del velo de su mayor secreto. Los vínculos con la familia Coverdale y con Joan Smith, la misteriosa, mística y violenta dueña de la tienda, sólo profundizan su lugar de marginación. El contraste entre su mundo estrecho y la familia letrada, cultural y refinada que la recibe en su casa marca las diferencias insalvables entre la identidad cultural y la identidad de piedra en la que vive Eunice, que se ve trastocada por la aparición de Joan Smith, que pretende acercarle a Eunice la escritura en su sentido más religioso: la palabra escrita de lo divino, de lo mesiánico.
Hanna Schmitz es la protagonista de la novela de Bernard Schlink (2). Comparte con Eunice su condición de analfabeta y su manera de vincularse, agresiva y huidiza. El vínculo principal que se desarrolla a lo largo de la novela con el narrador y protagonista muestra su frialdad y su hostilidad, que se evidencia claramente en los juicios en los que debe comparecer, por haber sido cuidadora en campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.
La segunda parte de la novela desarrolla de manera alegórica el vínculo entre dos generaciones que están atravesadas por el Holocausto. Las generaciones de Hanna Schmitz y de Michael Berg se contrarrestan en el juicio que los enfrenta en lados opuestos, luego de haber estado vinculados afectivamente en la adolescencia de Michael. La intimidad que se despliega en la primera parte, erótica, compleja y atravesada por la escritura, se muestra en la segunda parte como un espacio infranqueable. El analfabetismo de Hanna deja de ser constitutivo del vínculo para ser un tabique de representaciones.
En sus encuentros amorosos, él es el vehículo de la palabra escrita a la que Hanna no podía acceder por cuenta propia, de la misma manera que lo fueron todas las jóvenes a las que obligaba, en los campos de concentración, a leerle antes de ser condenadas a muerte. El analfabetismo de Hanna se enmascara en una acción concreta: a través de la lectura oral, ella vuelve su identidad hacia la palabra oída, compartida, ya sea desde el encuentro erótico o a través de las amenazas y el terror. A diferencia de Eunice, Hanna sí tiene avidez por pertenecer a la cultura letrada, por encontrar una identidad dentro de la comunidad.
Sólo la certeza inamovible de la palabra escrita, a lo largo del juicio, muestra su condición de analfabeta, que le es revelada a Michael en un instante de inspiración. Desde allí, todo el vínculo cobra sentido y se evidencian las propias tácticas de Hanna para no ser descubierta, aunque ello le costara haber ingresado a la SS y ser condenada por sus crímenes:
“Si el móvil de Hanna era el miedo a ser desenmascarada, ¿por qué prefería un desenmascaramiento inofensivo, el de su analfabetismo, a otro muchísimo peor, el de sus crímenes? ¿O quizá creía posible salir adelante de algún modo sin que la desenmascarasen nunca? ¿Era simplemente estúpida? ¿Y de verdad era tan vanidosa y malvada como para convertirse en una criminal con tal de no quedar en ridículo?” (p.63)
Las respuestas a estas preguntas del narrador aparecen en la tercera parte de la novela cuando, ya condenada y detenida, Hanna comienza a recibir grabaciones de Michael en las que le lee sus libros predilectos, como en la adolescencia. El vínculo vuelve a la fase primitiva del acercamiento a través de la palabra escrita convertida en relato oral.
Esas cintas, de forma inmotivada, le brindan a Hanna la oportunidad de aprender a leer y escribir. En la reclusión de la cárcel y usando el mismo recurso de la lectura oral que antes había sido el eje de sus vínculos, Hanna aprende finalmente a leer y puede escribir unas líneas a Michael. El aprendizaje autodidacta, con Michael convertido en un profesor involuntario, le permite a Hanna un momento final de subjetividad y de decisión personal. Su avidez por erigir una identidad dentro de la cultura la saca del estado inicial de oscuridad intelectual. En uno de sus momentos finales, expresa:
“Siempre he tenido la sensación de que nadie me entendía, de que nadie sabía quién era yo y qué me había llevado a la situación en que estaba. Y, ¿sabes una cosa?, cuando nadie te entiende, tampoco te puede pedir cuentas nadie. Pero los muertos sí. Ellos sí que te entienden.” (p.90)
Su muerte al final del relato está vinculada a la redención y no a la destrucción total, como sucede con Eunice. Para Hanna, salir de la edad de piedra se convierte en un acto de determinación personal y la liberación se produce alegóricamente. Muerta, puede entenderse en su propia subjetividad.
La escuela en el proceso de construcción de la identidad escrita
En una de sus reflexiones finales, el narrador de El lector expresa:
“Durante aquellos años, yo había leído todo lo que había encontrado sobre analfabetismo. Sabía de la impotencia ante situaciones totalmente cotidianas, a la hora de encontrar el camino para ir a un lugar determinado o de escoger un plato en un restaurante; sabía de la angustia con que el analfabeto se atiene a esquemas invariables y rutinas mil veces probadas, de la energía que cuesta ocultar la condición de analfabeto, un esfuerzo que acaba marginando a la persona del discurrir común de la vida. El analfabetismo es una especie de minoría de edad eterna. Al tener el coraje de aprender a leer y escribir, Hanna había dado el paso que llevaba de la minoría a la mayoría de edad, un paso hacia la conciencia.” (p.85)
La salida de la minoría de edad eterna constituye, para Hanna, un momento fundacional. El ingreso en la cultura letrada le permite leer simbólicamente el espacio, más allá de la comprensión del alfabeto. Es su redención. Sobre eso teoriza Irene Vallejo en su libro:
“En todas las sociedades que utilizan la escritura, aprender a leer tiene algo de rito iniciático. Los niños saben que están más cerca de los mayores cuando son capaces de entender las letras. Es un paso siempre emocionante hacia la edad adulta. Sella una alianza, desgaja una parte superada de la infancia. Se vive con felicidad y euforia. Todo pone a prueba el nuevo poder”. (pp. 113-114)
La escuela ocupa un lugar fundamental en la transmisión de la cultura letrada y lleva consigo la posibilidad del desarrollo de la ciudadanía crítica. La enseñanza de la palabra escrita, ya sea impartida de manera formal o informal y en el sentido más amplio de su concepción, fija las bases para la construcción de una subjetividad capaz de discernir elementos sociales, culturales e ideológicos profundos, escondidos dentro de la mera interpretación de lo escrito.
El pedagogo catalán Daniel Cassany desarrolla el concepto de literacidad crítica en su texto Tras las líneas. Sobre la lectura contemporánea:
“En definitiva para los nuevos estudios de literacidad, el aprendizaje mecánico de la letra impresa no basta para activar el desarrollo cognitivo o el razonamiento científico. Las prácticas sofisticadas de literacidad surgen de un gran número de elementos culturales, entre los que la escritura actúa como interficie (3). También constituyen una herramienta empleada por las personas y los grupos para ejercer el poder.” (pp. 76-77)
Cassany elige la palabra literacidad por sobre alfabetización, dado que ésta excede la mera comprensión del alfabeto y sus sonidos:
“La literacidad abarca todo lo relacionado con el uso del alfabeto: desde la correspondencia entre sonidos y letra hasta las capacidades de razonamiento asociadas a la escritura”. (p.38)
Dentro de los elementos que contempla la literacidad, Cassany menciona “la identidad y el estatus como individuo, colectivo y comunidad” (p.39), que identifica como “rasgos y atributos (estatus, poder, valores, reconocimiento, etc.) que las personas y los grupos han conseguido a través del discurso escrito, a través de la producción o recepción de escritos”. (p.39)
La enseñanza de la lectura, crítica y socialmente situada, contempla la literacidad crítica como motor de la constitución de la identidad escrita, a medida que se convierte en herramienta frente al poder y el sometimiento. El desarrollo del pensamiento crítico permite, siguiendo a Cassany, no sólo reconocer e identificar los engaños del poder a través de la palabra y de la fijación del discurso escrito, sino también construir una subjetividad individual y colectiva que encierra en sí misma la identidad de un saber cultural.
Consideraciones finales
Los acápites de este ensayo retoman la posición de dos mujeres poetas frente a la palabra escrita, que se erige como elemento propio de la identidad: como alegría, como futuro, pero también como venganza y compañía.
Por su parte, en la novela de Ocean Vuong titulada En la Tierra somos fugazmente grandiosos (2020), el autor presenta la carta que un hijo le escribe a su madre vietnamita, inmigrante y analfabeta, aun sabiendo que ella nunca va a poder leerla, constituyendo ese texto en un discurrir por la propia conciencia. Al narrar el momento en que el hijo intenta enseñarle a leer a la madre, escribe:
“Pero aquel acto (un hijo enseñando a su madre) invertía nuestras jerarquías, y con ellas nuestras identidades, que, en este país, estaban ya atenuadas y amarradas.” (p.15)
Por último, en su discurso al inaugurar la biblioteca popular de su pueblo, Fuente Vaqueros, en 1931, Federico García Lorca expresa:
“la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.”
En cada uno de estos ejemplos de la literatura, que podrían multiplicarse y sólo son una muestra de la reflexión metaliteraria, la palabra escrita es cimiento y vehículo del poder y de la identidad: un saber crítico que expande las interpretaciones de la cultura.
La enseñanza de la palabra escrita, la transmisión de la literacidad crítica, viene a saciar, social e ideológicamente, esa agonía del alma de la que habla el poeta granadino a través de la construcción de la subjetividad de quienes producen y leen, y así sostienen, la cultura letrada.
Notas
(1) Adaptada al cine bajo el título de La cérémonie (1995), dirigida por Claude Chabrol.
(2) Adaptada al cine bajo el título de The Reader (2008), dirigida por Stephen Daldry.
(3) Cassany menciona en su texto la importancia de la escritura como una de las interfaces de la cultura, es decir, como uno de los símbolos, junto con la oralidad, las imágenes y las manifestaciones audiovisuales.
Bibliografía
Cassany, Daniel, Tras las líneas, Barcelona, Anagrama, 2006.
García Lorca, Federico, “Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros. Discurso leído por la inauguración de la biblioteca pública de Fuente Vaqueros (septiembre, 1931)”,https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/alocucion-al-pueblo-de-fuente-vaqueros-discurso-leido-por-la-inaguracion-de-la-biblioteca-publica-de-fuente-vaqueros-septiembre-1931-998622/html/a5692ac7-3664-4749-84da-9837f987e46d_2.html
Pizarnik, Alejandra, Poesía completa, Buenos Aires, Lumen, 2003.
Rendell, Ruth, Un juicio de piedra, versión digital, https://ww3.lectulandia.com/book/un-juicio-de-piedra/.
Schlink, Bernard, El lector, versión digital, https://ww3.lectulandia.com/book/el-lector/.
Szymborska, Wislawa, Poesía no completa, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2014.
Vallejo, Irene, El infinito en un junco, versión digital, https://www.escuelaestacionsur.com/Images/El%20infinito%20en%20un%20junco%20-%20Irene%20Vallejo.pdf
Vuong, Ocean, En la Tierra somos fugazmente grandiosos, Barcelona, Anagrama, 2020.