Por Franco Berardi “Bifo”
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Cuando la verdad aparece
Dos poetas italianos de principios del siglo XIX reflexionan sobre el tema de la
ilusión: Ugo Foscolo, nacido en Zante (Zakynthos, Grecia), criado en Venecia,
combatiente en muchas ciudades europeas siguiendo a los ejércitos de Napoleón
y finalmente obligado a exiliarse en los suburbios proletarios de la ciudad de
Londres, atribuye a la ilusión la capacidad de despertar energías de creación y
civilización.
“A grandes cosas iluminan las almas fuertes / Las urnas de los fuertes”, escribe
Foscolo en su poema Los sepulcros. El recuerdo de las virtudes de los grandes
hombres del pasado alimenta el sentimiento y la creatividad de quienes tienen un
alma fuerte.
Giacomo Leopardi no se hace muchas ilusiones sobre el poder de la ilusión, si se
me permite el juego de palabras. Por el contrario, maldice a la Naturaleza que
engaña al hombre haciéndole creer que puede ser feliz, para luego mostrarle su
impotencia y obligarle a reconocer su infelicidad.
“Oh Naturaleza Naturaleza,
¿por qué no das después lo que un día prometes?
¿Por qué engañas tanto a tus hijos?
En Leopardi la verdad de la experiencia destruye la ilusión que los sentidos y la
naturaleza nos han sugerido. Y esta desilusión es el núcleo del sufrimiento
humano.
Uno de los poemas más conocidos de Giacomo Leopardi es A Silvia.
Silvia, la joven que se presenta al joven poeta como una promesa de vida, amistad
y placer, muere antes de llegar a la edad adulta, y esta muerte revela al poeta una
verdad que la naturaleza le había ocultado.
Al llegar la verdad
tú, mísera, caíste: y con la mano
la fría muerte y la desnuda tumba
de lejos señalabas.
Para Leopardi, la ilusión es la trampa con la que la naturaleza nos atrae hacia el
futuro, generando expectativas destinadas a ser decepcionadas. La conciencia es
fruto de la desilusión.
Para Foscolo, sin embargo, la ilusión es el motor de la acción histórica y de la
aventura existencial.
No podemos negar que los dos poetas han capturado algo esencial y muestran
dos lados de la experiencia humana, y no podemos dejar de aceptar sus
verdades, que son verdaderas sólo en la medida en que pertenecen a la
experiencia existencial, que no respeta ninguna verdad.
Las ilusiones de las que hablan los dos poetas italianos son el amor, la aventura,
la gloria política, la fama literaria, los grandes ideales que animaron la época
romántica.
En los siglos siguientes, el espacio de la ilusión se amplió enormemente gracias a
la tecnología, la comunicación de masas, el cine y la publicidad que funcionan
como máquinas de producción de ilusiones.
La propaganda política, que en el siglo XX está cada vez más entrelazada con el
sistema publicitario, funciona como una proyección de ilusiones en la pantalla de
la mente colectiva.
La principal ilusión sobre la que se construyó el sistema de expectativas
psicológicas, políticas y existenciales es la ilusión de expansión, crecimiento,
progreso, características que definen nuestras expectativas del futuro.
En el siglo XXI el fenómeno de la producción de ilusiones ha alcanzado su
perfección tecnológica, pero al mismo tiempo ha perdido su fuerza y credibilidad:
las tecnologías de simulación electrónica son capaces de sustituir la experiencia
directa por experiencias simuladas.
El concepto de Realidad Virtual que debería realizarse mediante la construcción
compartida del Metaverso se refiere precisamente a la sustitución de una parte
integral de la experiencia vivida con la proyección y el intercambio de ilusiones
basadas en simulación digital.
Sin embargo, justo cuando la ilusión alcanza la perfección técnica gracias a la
proyección de construcciones computacionales, parece que la mente colectiva
está perdiendo la capacidad de «engañarse» a sí misma.
La vertiginosa aceleración de la máquina de producción de ilusiones, que ha
encontrado en el capitalismo y la tecnología las condiciones para dominar la
mente colectiva, está conduciendo quizás a un fenómeno de desilusión sistémica
cuyas consecuencias no podemos predecir.
La ilusión religiosa como neurosis infantil
En 1927, el mismo año en que publicó El malestar en la cultura, Freud escribió el
ensayo El porvenir de una ilusión (Die Zukunft einer Illusion).
En este texto, escrito en forma de interrogatorio a un imaginario defensor de la
educación religiosa, Freud identifica la religión con una neurosis infantil y predice
que, gracias al progreso de la ciencia, esta neurosis será superada.
“Calificamos de ilusión una creencia cuando parece engendrada por el impulso de
satisfacer un deseo independientemente de su relación con la realidad, del mismo
modo que la ilusión prescinde de toda realidad”.
La religión es la ilusión generada por una neurosis infantil que hay que superar.
“La religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que
la del niño, provendría del complejo de Edipo en la relación con el padre.
Conforme a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la religión se
cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento y que en la
actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la evolución.
……
Pero, ¿no es también cierto que el infantilismo ha de ser vencido y superado? El
hombre no puede permanecer eternamente niño; tiene que salir algún día a la
vida, a la dura «vida enemiga». Esta sería la «educación para la realidad». ¿Habré
de decirle todavía que el único propósito del presente trabajo es señalar la
necesidad de tal progreso.”
La ilusión de la que habla Freud es la proyección invertida de la debilidad humana,
de la impotencia histórica: la inseguridad en la que viven los humanos los empuja
a fingir una voluntad omnipotente y benéfica: éste es el núcleo esencial de toda
religión.
Pero la modernidad nos ha proporcionado poderosas herramientas de
conocimiento y dominio técnico sobre la naturaleza, y esto lleva a Freud a esperar
con confianza una liberación de la mente humana de la ilusión religiosa. El
psicoanálisis tendría, entre otras cosas, la función de ayudar a nuestra mente a
liberarse de las seguridades que ofrece la religión, a sustituirlas por un camino de
autoconocimiento y por el reconocimiento de los límites de la posibilidad de
disfrute en los que se basa la civilización, como explica el mismo autor en el
ensayo escrito al mismo tiempo, El malestar en la cultura.
Es fácil comprender que los dos escritos dibujan una visión coherente, que
completa la parábola del positivismo y el progresismo del siglo XIX, pero que
aparece casi como una sentencia contra las nubes que se acumulan en el
horizonte de la tercera década del siglo XX: totalitarismo nazi, persecución masiva
y, finalmente, guerra mundial y creación de la bomba nuclear, que trae consigo la
promesa del exterminio.
Hoy, casi cien años después, no podemos leer estas páginas de Freud excepto
como la formulación de una ilusión: la ilusión de que el conocimiento científico y el
poder de la tecnología pueden liberarnos de la ilusión religiosa.
El propio Freud, al final del ensayo, admite que tal vez su esperanza sea en sí
misma una ilusión: la ilusión de una maduración secular de la mente humana, de
una emancipación de la neurosis infantil que se manifiesta en la fe religiosa
cuando aparece de modo evidente la impotencia de los humanos, y por eso
recurrimos a la ilusión de un dios padre benéfico y protector. Sin embargo, Freud
supera esta duda con un gesto decidido (pero también poco motivado).
Tras admitir la posibilidad de haberse engañado, el fundador del psicoanálisis
concluye que no: la ciencia no es una ilusión, y que lo que la ciencia no puede
darnos es inútil buscarlo en otros ámbitos, como el religioso.
“No, nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que podemos
obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar.”
Arcaico e hipermoderno
Entonces Freud afirma que su ilusión – la de superar la ilusión religiosa gracias al
desarrollo del conocimiento científico y de la civilización – no es una ilusión, y que
el mundo, también gracias al psicoanálisis, está destinado a avanzar hacia la
liberación de la neurosis infantil.
La ciencia y la tecnología nos permitirán superar las neurosis y las ilusiones y, en
particular, nos liberarán del dominio que las religiones ejercen sobre la cultura
popular y sobre las propias instituciones.
Nada de esto sucedió, como sabemos.
La ciencia ha avanzado enormemente a lo largo del siglo XX, y sus avances han
impulsado avances tecnológicos igualmente asombrosos.
Pero el poder de la tecnociencia no ha reducido en absoluto el terror de los
humanos y, por tanto, la necesidad neurótica de protección sobrenatural, sino que
ha exaltado este terror, de modo que los efectos del progreso tecnocientífico son
tales que la religión ha vuelto a ocupar el centro de la historia del mundo con una
fuerza tanto mayor cuanto más demencial, y se ha soldado con el nacionalismo,
con el racismo, con el suprematismo.
Hace tan solo unos años, la visión de una mujer completamente cubierta por la
tela negra del burkha decidida a consultar un smartphone de último modelo
parecía paradójica, pero lo cierto es que la hipermodernidad no nos ha liberado en
absoluto de lo arcaico. Al contrario, lo reafirmó con una fuerza sin precedentes, y
las tecnologías hipermodernas han demostrado ser una excelente herramienta
para propagar las más retroformas de la cultura premoderna.
La Ilustración ha generado su opuesto, como habían predicho Adorno y
Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración.
La religión ha entrado en simbiosis con las tecnologías de la comunicación, con
las simulaciones digitales y publicitarias, y ha adquirido las características de una
puesta en escena artificial y obsesiva: fés sintéticas, rituales espectaculares,
supersticiones ultrarreaccionarias. La mente humana resulta tanto más permeable
y fácil de subyugar cuanto más expuesta está al asombroso poder de la
tecnología, fábrica de ilusiones o multiplicadora de ilusiones.
En 1964 McLuhan había escrito (en su libro Understanding Media) que la
transición tecnocomunicativa de la esfera de la escritura secuencial a la esfera de
la instantaneidad electrónica produce un debilitamiento de la mente crítica y un
fortalecimiento de la mente mitológica.
Desde la Rusia postsoviética hasta los Estados Unidos trumpistas y la India de
Norendra Modi, la religión ha recuperado el lugar central de la escena humana en
una forma particularmente violenta y agresiva. Ya no aparece como una neurosis
infantil, sino más bien como una psicosis senil.
En el nuevo siglo, Dios ha tomado la apariencia de una bestia agresiva, un perro
mastín que defiende la comunidad a la que pertenece y ataca a quienes intentan
acercarse y corren el riesgo de contaminar la pureza de la raza.
Patria, Dios y familia. Esta trinidad domina la era de la demencia senil de la
humanidad, al borde de la extinción.
El evangelismo sintético trumpista, el hinduismo agresivo de Norendra Modi y el
oscurantismo misógino islamista son la forma extrema de este retorno de la
ilusión. Lamentablemente, se trata de una ilusión armada y racista.
La ilusión religiosa que debía desaparecer o disolverse lentamente gracias a la
expansión del conocimiento científico y al progreso tecnosocial no ha
desaparecido, mientras parece que se disuelve la ilusión de un progreso
tecnocientífico liberador y protector.
Porvenir/Devenir
En un artículo titulado Exiting the Anthropocene (en Kaiak: A Philosophical
Journey, 2, 2015), Bernard Stiegler distingue entre devenir y porvenir.
“El devenir está sujeto a lo probable. El porvenir está hecho de lo improbable. En
inglés es difícil entender la diferencia entre devenir y porvenir, ya que en este
idioma la palabra porvenir se traduce como futuro. Para nosotros, los franceses, el
futuro abarca tanto el devenir como el porvenir. Por lo tanto, no es equivalente a lo que aquí llamo porvenir. En inglés, más bien debería traducirse suceder como
porvenir, por venir”.
El devenir es lo que ya se está produciendo y que se está produciendo
inexorablemente. El porvenir es una posibilidad que podemos imaginar, un futuro
posible pero improbable.
El devenir contemporáneo parece seguir una parábola caótica promovida por una
concatenación de procesos: el cambio climático hace inhabitables áreas cada vez
más grandes del planeta. A esto le siguen migraciones imparables de poblaciones
que han sufrido los efectos de la modernidad capitalista sin haber disfrutado de
sus ventajas. A estas migraciones les sigue una reacción violenta de las
poblaciones blancas, que no se resignan a su decadencia demográfica,
económica y cultural. La reacción se manifiesta con una psicosis agresiva y racista
que se concreta en los regímenes nacionalistas. Estos regímenes se multiplican,
chocan con las élites liberales democráticas, pero al mismo tiempo se integran en
la dinámica del neoliberalismo.
Es un devenir lleno de automatismos que lo hacen irreversible.
El porvenir del que habla Stiegler es un acontecimiento impredecible, es la
disociación entre lo inevitable, lo que vemos desarrollarse sin poder hacer nada
para detener su violencia, y lo impredecible, lo que no podemos pensar porque
(todavía) no ha surgido en nuestra experiencia.
El futuro vampirizado
El Conde, la película de Pablo Lorraìn nos presenta los acontecimientos de un
vampiro que lleva dos siglos chupando la sangre de la humanidad. Este vampiro
transmigra de una época a otra hasta encarnar en la figura de un general chileno
llamado Pinochet.
La película inquieta ante todo por motivos estéticos: la soledad de los personajes
en el contexto de una naturaleza despiadadamente triste recuerda a Kaurismaki.
El surrealismo desgarrador de los animales volando en el cielo recuerda a
Kusturiça. Pero, sobre todo, es inquietante el horror moral de la vampirización que
da acceso a la clase dominante. Sólo gracias al cinismo es posible entrar en la
clase dominante.
El nazismo contemporáneo (que los amantes de los eufemismos llaman
“populismo”) surge en la encrucijada de esta doble vampirización: la de la
competencia neoliberal y la de la agresión identitaria y racista.
La palabra «nazismo» es problemática y no es aconsejable utilizarla de manera
inapropiada, pero los rasgos del nazismo se repiten en la era transmoderna.
Este no es un fenómeno marginal, una simple regurgitación del pasado, sino una
profunda simbiosis entre la violencia económica del capitalismo neoliberal y la
violencia militar y racista. Al final de la película, aparece la madre del vampiro, que
también es un vampiro por naturaleza: es una dama inglesa bien vestida llamada
Margaret Thatcher.
Los rasgos invariantes del nazismo pueden definirse como una cultura de
exterminio motivada por motivos de identidad étnica. El rasgo específico del
nazismo contemporáneo es su integración con el liberalismo como técnica para
destruir la solidaridad social y como técnica para inocular el virus de la
competencia.
El liberalismo nazi es quizás la definición más completa del espíritu de la época en
esta tercera década del siglo XXI.
La Europa de Von Leyden y Meloni parece caracterizarse por una lucha política
entre el componente liberal-democrático y el componente nacional-soberanista.
Pero esto es sólo la superficie política. La sustancia profunda de la unidad
europea actual es la coherencia orgánica del liberalismo (sumisión brutal de la sociedad a la competencia por ganancias) y el exterminio étnico nacionalista, que
se manifiesta en la política común de los países europeos frente al imparable
movimiento migratorio.
La unidad de los europeos, como la unidad de los pueblos alemán, polaco y
ucraniano en los años de la Solución Final, se basa en la violencia y el
concentracionismo: el territorio de Europa y los países del norte de África y
Turquía están salpicados de campos de concentración para inmigrantes. .
La unidad de los europeos se basa en la eliminación del pasado colonial que no es
pasado en absoluto y en la pretensión de imponer la supremacía del mundo
blanco que está en declive demográfico, cultural y económico.
La raza blanca no existe, es un concepto sin valor científico, eso es bien sabido.
Pero la mitología de la identidad blanca ciertamente existe.
Es la raíz de la campaña de exterminio de los europeos, rusos y estadounidenses,
del mismo modo que la mitología de la identidad hindú es la raíz de la campaña de
exterminio de los liberales nazis de Norendra Modi.
En la culminación de cuarenta años de gran aceleración ultracapitalista, asistimos
al regreso generalizado de la peste negra y al regreso de la guerra a la escena
europea. Con esto debemos decir que se extingue la ilusión de una modernidad
progresista.
La ilusión del futuro se extingue para la raza humana, mientras regresa la ilusión
que Freud creía destinada a desaparecer.
El futuro que nos prometió la democracia liberal resulta ser una ilusión, ya que el
futuro está vampirizado por el poder tecnoeconómico.