La ilusión funda el mundo

La ilusión, lo ilusorio, la desilusión y el ascenso de las ultraderechas

Por Yago Franco
[email protected]

El inconsciente es una fábrica de producción de deseos. Y estos van a figurarse en el escenario psíquico tal como lo conocemos a partir de la Carta 52 de Freud. Una fábrica y un teatro. De eso se trata en los sueños, en la creación artística, en los sueños diurnos, en los síntomas.

¿Qué es lo que hace que se sostenga este movimiento, originado en el empuje pulsional? Desde el más temprano tiempo de la vida del humano, algo acompaña al deseo en su camino a la satisfacción. Ese algo es la ilusión: la ilusión de que ese deseo hallará satisfacción. El infante –una vez superada la experiencia de satisfacción alucinatoria – tiene la ilusión de que el pecho volverá a hacerse presente. El dispositivo de ternura implementado por el otro será sostén de esa ilusión.

El origen de la ilusión se encuentra en el advenimiento de un objeto separado del Yo,  un objeto bueno en términos kleinianos. Adviniendo específicamente en un espacio entre el sujeto y dicho objeto: espacio transicional (Winnicott), una creación ex nihilo entre el infante y la madre. Es la ilusión de que el deseo volverá a satisfacerse con la reaparición del objeto. La ilusión funda el mundo. Un mundo deseable, en el que se hace presente el placer, que predominará sobre el displacer. Ese mundo en el que el deseo del otro está presente en sus enunciados anticipatorios e identificatorios.

La ilusión no ha tenido buena prensa en el psicoanálisis. Comenzando por Freud, que la ligaba sobre todo a la religión y auguraba su decadencia. Tal el porvenir de esa ilusión, que se generalizó a toda ilusión. Además de que la profecía freudiana no se cumplió (ver textos de Franco Berardi y Cristina Oleaga en este número), se hizo un reduccionismo psicoanalítico respecto de la creencia religiosa, banalizando una creación colectiva que excede el funcionamiento de la psique. El deseo de (re) encuentro con un objeto maravilloso, omnipotente, no castrado, está presente en la religión; pero no es lo único. Este objeto se re-liga en ella, es su fundamento psíquico. Pero la religión está acompañada de un mundo simbólico, de escritos (por lo menos en el caso de las tres grandes religiones), ceremonias, reflexiones, análisis de los textos llamados sagrados. La religión es uno de los lenitivos creados por el humano ante el malestar cultural inherente a toda sociedad. Pero es más que eso.

Cierto es que puede deslizarse hacia lo ilusorio cuando del fundamentalismo religioso se trata, lo que convierte a la religión en una suerte de psicosis colectiva. Sus miembros permanecen en un estado de alienación obligada.

Lo ilusorio, entonces, es el terreno de la alienación, del enamoramiento, del líder que absorbe los ideales y el Yo de los sujetos. que rescata al sujeto de toda sensación extrema de desamparo (Hilflosigkeit, inseguridad), que suele advenir en estados traumáticos individuales y colectivos.

La ilusión y lo ilusorio

Muchas veces se confundieron estos términos en psicoanálisis. Se pensó que la ilusión era un fenómeno imaginario, especular, de bajo nivel psíquico. Será necesario un Winnicott para darle el merecido lugar. La ilusión funda el mundo. Le da carácter de posible. De deseable. La ilusión en que se pueden generar condiciones para que la vida sea vivible, creando otra forma de la vida colectiva. La ilusión en un gran amor, o en ser padres, científicos. La ilusión de escribir una gran novela, o sinfonía… … Toda ilusión porta la expectativa de un futuro mejor, o la perennidad de un momento satisfactorio, maravilloso. La ilusión funda muchos mundos.

La ilusión no habla de algo falso. Sí lo ilusorio, que es algo ligado a lo especular, al narcisismo, terreno de lo mágico y de la omnipotencia de la psique. Ha fallado la función del yo de discernimiento, de principio y juicio de realidad, que logra diferenciar a la ilusión de lo ilusorio.

La ilusión y el colectivo social

Todo proyecto identificatorio necesita de una apoyatura en el colectivo, el cual debe proveer los elementos para que dicho proyecto pueda ser investido por el sujeto, ya que dicho proyecto es investido por la sociedad misma, o, de mínima, no es rechazado, o, aun siéndolo, que existe un espacio simbólico para que el sujeto lo sostenga. La sociedad debe crear las condiciones para que dicho proyecto tenga visas de realización, que tenga sentido apostar por el mismo – y si no es así, que éste pueda desafiarla con sus propias armas o creando nuevas –. El futuro cobra existencia investible a partir de que la ilusión forme parte del mismo.

Vemos que el desarrollo actual de la forma de vida capitalista atenta contra la ilusión. La ilusión en el futuro, en una futura realización de los deseos se hace imposible para la mayor parte de la población. En Argentina, más del 40% de la población es pobre, y más del 10% es indigente. El 70% de los jóvenes son pobres, y además de la pobre formación educativa para la mayoría de ellos, está la imposición de modelos identificatorios imposibles (de éxito, de ser empresario de sí). Todos estos grupos se encuentran sumidos en la supervivencia, fracasando así la autopreservación identificatoria, que debe contener el propio proyecto identificatorio. Al mismo tiempo que, tanto para ellos como para buena parte de la sociedad se abate un estado de inundación de estímulos digitales y de vertiginosidad que son intramitables para la psique, lo que sumado al avance de la destrucción del campo simbólico, hacen a un mundo traumatizante. En el que habita una subjetividad – hablamos de lo que predomina –  limitada en su capacidad simbolizante.

Hemos hablado de lo borderline para referirnos a un psiquismo con fallas en las fronteras tanto interiores como con la realidad a causa de traumas individuales o colectivos. Un estado asociado al desamparo, que desencadena angustia automática. En el caso de una vida traumatizante como la actual, es observable que el Yo el que se ve afectado en funciones como la atención, la memoria, el juicio de realidad, el pensamiento. Siendo que, además, ante lo traumático se fragmenta, tal como Ferenczi lo trató al hablar del splitting. Que genera (y al mismo tiempo da lugar a) un sujeto sumido en la falta de ilusiones.

El porvenir de las desilusiones

En este estado de cosas, la tentación de hallar en la escena de la realidad a figuras que se muestren como omnipotentes, sean sectas, creencias religiosas cercanas a, o directamente fundamentalistas, o la emigración como mágica solución, etc., dicha tentación aumenta naturalmente como movimiento de búsqueda de resolver el desamparo y una vida sin ilusiones. En el terreno de lo político, alguien que represente el desaliento, que prometa soluciones radicales, que se proponga como el enemigo de aquellos que son vividos como generadores de sufrimiento, como consecuencia de su propio bienestar, que prometa terminar con el desamparo y el estado de humillación, puede ser objeto de elección. Por supuesto que hablamos de la psicogénesis de fenómenos colectivos, no es lo único que los explica.  Se trata de alguien que genere una ilusión de un futuro posible. Sin olvidar que esto sucede en un estado de déficit cognitivo generalizado, que no permite ver las consecuencias de dicha elección. Aunque por supuesto que en esto también hay decisiones del orden de lo ideológico. Obviamente, estamos hablando de lo que facilita psíquicamente el advenimiento de las ultraderechas. Aunque lo dicho hasta aquí está más allá de lo circunstancial que nos ocupa.

Si lo que predominan son las desilusiones o la imposibilidad siquiera de desilusionarse -ya que nunca hubo ilusiones-, campearán la rabia, desazón, la tristeza. Y también el desamparo.

Un mundo sin ilusión es un desierto, o el terreno de lo ilusorio, una ilusión no afectada por la castración y el principio de realidad. Es un mundo sin Otro. En ese mundo sin Otro, allí es donde Javier Milei se pasea con su motosierra. Personaje patético en un mundo in-significante. En un momento histórico en el que hay un eclipse del proyecto de salir de un régimen que ha generado los padecimientos psíquicos y sociales citados, y en el que aparece solamente un proyecto que los incrementará.

Pero hay otros factores que afectan la psique y que es fundamental tener en consideración. De algunos de ellos me ocuparé en Milei es un virus.

El inconsciente es una fábrica de producción de deseos. Y estos van a figurarse
en el escenario psíquico tal como lo conocemos a partir de la Carta 52 de Freud.
Una fábrica y un teatro. De eso se trata en los sueños, en la creación artística, en
los sueños diurnos, en los síntomas.
¿Qué es lo que hace que se sostenga este movimiento, originado en el empuje
pulsional? Desde el más temprano tiempo de la vida del humano, algo acompaña
al deseo en su camino a la satisfacción. Ese algo es la ilusión: la ilusión de que
ese deseo hallará satisfacción. El infante –una vez superada la experiencia de
satisfacción alucinatoria – tiene la ilusión de que el pecho volverá a hacerse
presente. El dispositivo de ternura implementado por el otro será sostén de esa
ilusión.
El origen de la ilusión se encuentra en el advenimiento de un objeto separado del
Yo, un objeto bueno en términos kleinianos. Adviniendo específicamente en un
espacio entre el sujeto y dicho objeto: espacio transicional (Winnicott), una
creación ex nihilo entre el infante y la madre. Es la ilusión de que el deseo volverá
a satisfacerse con la reaparición del objeto. La ilusión funda el mundo. Un
mundo deseable, en el que se hace presente el placer, que predominará sobre el
displacer. Ese mundo en el que el deseo del otro está presente en sus enunciados
anticipatorios e identificatorios.
La ilusión no ha tenido buena prensa en el psicoanálisis. Comenzando por Freud,
que la ligaba sobre todo a la religión y auguraba su decadencia. Tal el porvenir de
esa ilusión, que se generalizó a toda ilusión. Además de que la profecía freudiana
no se cumplió (ver textos de Franco Berardi y Cristina Oleaga en este número), se hizo un reduccionismo psicoanalítico respecto de la creencia religiosa,
banalizando una creación colectiva que excede el funcionamiento de la psique. El
deseo de (re) encuentro con un objeto maravilloso, omnipotente, no castrado, está
presente en la religión; pero no es lo único. Este objeto se re-liga en ella, es su
fundamento psíquico. Pero la religión está acompañada de un mundo simbólico,
de escritos (por lo menos en el caso de las tres grandes religiones), ceremonias,
reflexiones, análisis de los textos llamados sagrados. La religión es uno de los
lenitivos creados por el humano ante el malestar cultural inherente a toda
sociedad. Pero es más que eso.
Cierto es que puede deslizarse hacia lo ilusorio cuando del fundamentalismo
religioso se trata, lo que convierte a la religión en una suerte de psicosis colectiva.
Sus miembros permanecen en un estado de alienación obligada.
Lo ilusorio, entonces, es el terreno de la alienación, del enamoramiento, del líder
que absorbe los ideales y el Yo de los sujetos. que rescata al sujeto de toda
sensación extrema de desamparo (Hilflosigkeit, inseguridad), que suele advenir en
estados traumáticos individuales y colectivos.

La ilusión y lo ilusorio
Muchas veces se confundieron estos términos en psicoanálisis. Se pensó que la
ilusión era un fenómeno imaginario, especular, de bajo nivel psíquico. Será
necesario un Winnicott para darle el merecido lugar. La ilusión funda el mundo. Le
da carácter de posible. De deseable. La ilusión en que se pueden generar
condiciones para que la vida sea vivible, creando otra forma de la vida colectiva.
La ilusión en un gran amor, o en ser padres, científicos. La ilusión de escribir una
gran novela, o sinfonía… … Toda ilusión porta la expectativa de un futuro mejor, o
la perennidad de un momento satisfactorio, maravilloso. La ilusión funda muchos
mundos.
La ilusión no habla de algo falso. Sí lo ilusorio, que es algo ligado a lo especular, al
narcisismo, terreno de lo mágico y de la omnipotencia de la psique. Ha fallado la función del yo de discernimiento, de principio y juicio de realidad, que logra
diferenciar a la ilusión de lo ilusorio.

La ilusión y el colectivo social
Todo proyecto identificatorio necesita de una apoyatura en el colectivo, el cual
debe proveer los elementos para que dicho proyecto pueda ser investido por el
sujeto, ya que dicho proyecto es investido por la sociedad misma, o, de mínima,
no es rechazado, o, aun siéndolo, que existe un espacio simbólico para que el
sujeto lo sostenga. La sociedad debe crear las condiciones para que dicho
proyecto tenga visas de realización, que tenga sentido apostar por el mismo – y si
no es así, que éste pueda desafiarla con sus propias armas o creando nuevas –.
El futuro cobra existencia investible a partir de que la ilusión forme parte del
mismo.
Vemos que el desarrollo actual de la forma de vida capitalista atenta contra la
ilusión. La ilusión en el futuro, en una futura realización de los deseos se hace
imposible para la mayor parte de la población. En Argentina, más del 40% de la
población es pobre, y más del 10% es indigente. El 70% de los jóvenes son
pobres, y además de la pobre formación educativa para la mayoría de ellos, está
la imposición de modelos identificatorios imposibles (de éxito, de ser empresario
de sí). Todos estos grupos se encuentran sumidos en la supervivencia, fracasando
así la autopreservación identificatoria, que debe contener el propio proyecto
identificatorio. Al mismo tiempo que, tanto para ellos como para buena parte de la
sociedad se abate un estado de inundación de estímulos digitales y de
vertiginosidad que son intramitables para la psique, lo que sumado al avance de la
destrucción del campo simbólico, hacen a un mundo traumatizante. En el que
habita una subjetividad – hablamos de lo que predomina – limitada en su
capacidad simbolizante.
Hemos hablado de lo borderline para referirnos a un psiquismo con fallas en las
fronteras tanto interiores como con la realidad a causa de traumas individuales o colectivos. Un estado asociado al desamparo, que desencadena angustia
automática. En el caso de una vida traumatizante como la actual, es observable
que el Yo el que se ve afectado en funciones como la atención, la memoria, el
juicio de realidad, el pensamiento. Siendo que, además, ante lo traumático se
fragmenta, tal como Ferenczi lo trató al hablar del splitting. Que genera (y al
mismo tiempo da lugar a) un sujeto sumido en la falta de ilusiones.

El porvenir de las desilusiones
En este estado de cosas, la tentación de hallar en la escena de la realidad a
figuras que se muestren como omnipotentes, sean sectas, creencias religiosas
cercanas a, o directamente fundamentalistas, o la emigración como mágica
solución, etc., dicha tentación aumenta naturalmente como movimiento de
búsqueda de resolver el desamparo y una vida sin ilusiones. En el terreno de lo
político, alguien que represente el desaliento, que prometa soluciones radicales,
que se proponga como el enemigo de aquellos que son vividos como generadores
de sufrimiento, como consecuencia de su propio bienestar, que prometa terminar
con el desamparo y el estado de humillación, puede ser objeto de elección. Por
supuesto que hablamos de la psicogénesis de fenómenos colectivos, no es lo
único que los explica. Se trata de alguien que genere una ilusión de un futuro
posible. Sin olvidar que esto sucede en un estado de déficit cognitivo
generalizado, que no permite ver las consecuencias de dicha elección. Aunque por
supuesto que en esto también hay decisiones del orden de lo ideológico.
Obviamente, estamos hablando de lo que facilita psíquicamente el advenimiento
de las ultraderechas. Aunque lo dicho hasta aquí está más allá de lo circunstancial
que nos ocupa.

Si lo que predominan son las desilusiones o la imposibilidad siquiera de
desilusionarse -ya que nunca hubo ilusiones-, campearán la rabia, desazón, la
tristeza. Y también el desamparo.

Un mundo sin ilusión es un desierto, o el terreno de lo ilusorio, una ilusión no
afectada por la castración y el principio de realidad. Es un mundo sin Otro. En ese
mundo sin Otro, allí es donde Javier Milei se pasea con su motosierra. Personaje
patético en un mundo in-significante. En un momento histórico en el que hay un
eclipse del proyecto de salir de un régimen que ha generado los padecimientos
psíquicos y sociales citados, y en el que aparece solamente un proyecto que los
incrementará.

Pero hay otros factores que afectan la psique y que es fundamental tener en
consideración. De algunos de ellos me ocuparé en Milei es un virus.

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Yago Franco

Licenciado en Psicología – Universidad de Buenos Aires. Psicoanalista y escritor. Editor de El Psicoanalítico. Miembro del Colegio de Psicoanalistas -colegiodepsicoanalistas.com.ar- Presidente 2019-2021. Secretario científico 2013-2015.
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