Si ya los perros no se acercan, huelen. Huelen el despellejamiento, carne corrompida, huesos moliéndose lentamente como un reloj más implacable. El tiempo no es, esa abstracción no es lo que cuenta sino el camino de los perros, habré tenido, perdido, cuántos, amores cuántos, pero reales, tan irreal como minutos todo. Las noches fue la vida, despierto después de haber dejado gente, gestos, palabras. Escribo, los perros aúllan, tampoco me abandonan, miran de lejos con desconfianza, aceptan la comida. El sol es real desde lejos, de noche no parece que el día haya existido. Calor, frío. Todo está ahí, lejos, cerca, flores, perros, gente que mueve una palanca y arma un auto, una lámpara, una guerra, un árbol de navidad. Se dice la guerra es un hecho. Pero tampoco, alucinación cristalizada, como toda conversación. Ahí. Y dentro de mí una película en que los perros suben a mis piernas, los he traído heridos o ateridos de la calle, con más hedor del que ahora exudo. En mis venas lentamente fluye una vida de colores sepia, oro rancio de un cáliz en que el mundo oficiaba un círculo perfecto de ignorancia que comprendía a todos. Me transparento. Dije lo que dije? Algún corazón cambió su rumbo? Mejor o peor. Los hijos, como los perros, se alejan. Los amigos, como caminos, son tiempos de uno. Todo es pesadez y nada es sólido, la noche huele a café y metales vivos, un instinto de animal que sobrevive por imprecisión. El viento que sólo existe si doblega, ese soplar con que intenta aplacar su temor de desasido. Y lo exacerba. Poder tan vasto y tan inútil, fluir continuo el viento que todo deja atrás, ni perros. No tengo esa suerte del aullido. La pantera del opio está dormida ahora, se enfrían las brasas. No hay dolor si no hay espera. El mundo es esta casa y ésta toda la luz que se soporta. Un nadador en su braceo que olvida el fondo. La noche, el día, sólo otro tono en el mundo de cosas, nada es seguro salvo los objetos. Los niños son oscuros, saben lo que no saben. Siempre a pocos pasos de la mecha. Fui durante demasiado tiempo el náufrago, qué haré al entrar en un océano real? No soy más grande que el agua. Ninguna orilla se ofrecía realmente. Los perros duermen sin dudas y sin remordimientos, una presa un deseo preciso, una mordida, el hambre no el afán encuentra en este mundo correlato. A cada paso inventaba un lugar donde ir. Una ficción que hizo cuerpo en su criatura. El mundo hizo su síntoma, hizo un hombre. Dr. Frankestein, también mi piel es el remiendo de fracasos antiguos y ajenos, como la manta del mendigo. Hay un osario anónimo y común en la frontera. Puedo ser un nombre, una marca, una manera de fumar, puedo ser un traje que quedó en una silla, nunca pude ser un hijo, un amor, un perro, nunca pude ser la inherencia de las cosas, nunca pude ser feliz con mi imbecilidad, como cualquiera. Una pierna hinchada dando un salto en la ciencia inútil de pensar, un experimento que observa e informa su experiencia. Escribo. Me permito dudar, aparentemente me puedo permitir cualquier cosa. Por la mañana envidio al árbol, su constancia en la luz, en el silencio; por la noche creo que en su falsa quietud acecha y luego emana el veneno de todo el que a su sombra calla. Hasta el árbol puede ser otro, y no es que miento, se sienten cosas diferentes al mismo tiempo. Los pájaros ya no son sino la nota en una postal de mundo, tan reiterada que termina por aceptarse como marco de lo humano. Sólo los objetos, dóciles, no miran a los ojos. Los árboles fueron antes que nosotros y sin nosotros persistirán. Cuanto más azul, más verde, el día más nos abandona, exige una disolución para la que no fuimos hechos. El que ama no pertenece. El que con una exclamación une la piedra, el río, el sol, el que mira no pertenece. Me senté frente a una fuente durante horas, el agua parecía infinita pero siempre era la misma, de pronto todos los mitos me parecieron infantiles. Lo que la memoria toma no devuelve y sin embargo no puedo empezar de nuevo a partir de lo que vi. Merezco esta llaga de mi boca? Por qué creí que hablaba por el silencio de otro? Es el secreto la eficacia de parecer un cuerpo en dominio de un ser. Lo dejé con su alma desmontada como un juguete roto entre las manos. El amor es el sonido de pasos en la niebla, se fue la vida en escuchar, en seguir ese confuso rumor lejano. Esa niebla somos. Y esta ceniza azul que ahora es mi sangre en sístole perpetua, ya vencida en los ancestros. Un dios que no se cree me ha creado, camino y es su gloria y si tropiezo su manera de mostrar que no hay puntada sin hilo. Los perros gruñen cuando rebusco por el tabaco que me esconden. Sólo el tabaco importa, el sol, esos momentos de placer animal. De noche soy un hombre con los sueños del mundo apilados en cajones. Escribo: no hay respuesta, el mundo soñaba con soñar un mundo. Temo la hora ambigua del crepúsculo, cuando no soy la tierra ni su argumento ni la casa ni su bohardilla ni el agua mansa ni la pasión del fuego que no pregunta si arder vale la pena. Destripo una muñeca y no hago más que lo que se hizo siempre, iniciar el festín de los perros. Y ya nadie sueña para mí. Ya nadie sueña.
Susana Villalba (Argentina). Recibió la Beca Guggenheim 2011. Primer Premio Nacional 2015/2018. 2do Premio Municipal de Buenos Aires 2004/5. Tiene siete libros de poesía publicados, una novela y obras teatrales. Ha participado de publicaciones y festivales internacionales. Creó y dirigió la Casa de la Poesía de Buenos Aires y de la Nación y los Festivales Internacionales de Poesía de dichas instituciones. Dicta Taller de Tesis en la Maestría de Escritura de UNTREF y Poesía y Dramaturgia para la Maestría en Dramaturgia de U.N.A. Realizó crítica teatral en la Revista Ñ y fue jurado de los Premios Clarín.