Por María Cristina Oleaga
“Así como para el conjunto de la humanidad, también para el individuo la vida es difícil de soportar.”
Sigmund Freud, El Porvenir de una ilusión.
¿En qué han quedado hoy las conclusiones optimistas de Freud cuando explora las raíces y avanza en lo que imagina como destinos de las creencias religiosas? ¿Acaso podemos decir, como lo decimos respecto de tantas de sus conceptualizaciones, que no se equivocó cuando anunció su decadencia? Creo que no, que la ilusión religiosa no sólo ha permanecido en el tiempo sino que se ha diversificado, degradado y ampliado al compás de precisas condiciones del sistema de vida capitalista y de las variaciones y síntomas que éste promueve en la subjetividad de la época
¿Optimismo freudiano?
Freud encarna el espíritu científico con la esperanza propia del hombre culto de su época. Sus intentos de incorporar al Psicoanálisis mismo a ese ámbito se relacionan con ese ímpetu. Es el que impulsa sus conceptualizaciones acerca del malestar cultural de su época y de los síntomas que causaba el sojuzgamiento de las pulsiones por los mandamientos victorianos y los efectos de la religión en los sujetos.
El porvenir de una ilusión fue escrito en 1927. (1) En esta obra -así como en Malestar en la cultura, de 1929/30- Freud investiga causas y determina los fundamentos de los síntomas de época. Utiliza, en la primera obra, y como tantas veces, su diálogo con un “contradictor”, personaje que -en este caso- se muestra contrario a toda secularización, sobre todo por las amenazas que representaría para la cultura, a su criterio, que los hombres dejaran de temer a Dios. El porvenir freudiano de una ilusión, de la religión a la que Freud califica de tal, es su lenta decadencia. El artículo merece una lectura detenida que no voy a hacer aquí. Sí me interesa destacar el origen que Freud adjudica a la pregnancia de las representaciones religiosas. Desde su origen en su mito de la horda primitiva, pasando por el desvalimiento infantil y el lugar del padre como amparo, Freud va desmenuzando las raíces de la religiosidad tanto en la historia de la humanidad como en el desarrollo infantil individual. Termina por homologar el lugar de estas ideas a una ilusión que cobra valor de idea delirante, en cuanto permanece indestructible en su certidumbre. Constituye, dice, una neurosis universal.
Freud encuentra el fundamento necesario para pensar la fortaleza de las representaciones religiosas en esa dificultad de soportar la vida, sus exigencias, las restricciones que -sobre todo en su época- ejercía la cultura. Como a todas las ilusiones, es la fuerza del deseo lo que las sostiene, a pesar de cualquier prueba en su contra. Para él, la ignorancia -las carencias, la humillación que sufren los oprimidos y los iletrados- es la base sobre la que puede prosperar el peso de las religiones por su promesa consoladora de salvación, incluso más allá de la muerte. En este sentido, la religión mantendría dentro de la ley a la mayoría de la gente -a quienes Freud considera menos proclive a la restricción de las pulsiones- con sus amenazas de castigo en el infierno.
Merece un párrafo aparte el lugar que Freud da a la naturaleza -a su irrefrenable poder de destrucción- en favorecer el apego del hombre tanto a la cultura, que da medios para modularla, como a la religión, que permite la ilusión del amparo frente a ella. Veremos qué sesgo ha tomado hoy ese rasgo amenazante de los fenómenos naturales conocidos por Freud.
A contramano de su clásico pesimismo, en el caso del futuro de las representaciones religiosas, Freud apuesta a favor del avance de la ciencia, de las sucesivas correcciones que la perfeccionan, del triunfo del razonamiento -en caso de dársele oportunidad-, de la educación laica temprana y del entrenamiento del pensamiento liberado de la presión de las ilusiones religiosas. Pronostica, así, una declinación de las creencias religiosas y una aceptación -por parte del “irreligioso en el sentido más verdadero de la palabra”- del “ínfimo papel del hombre dentro del vasto universo”. (2)
Las ilusiones se han multiplicado
¿Qué tenemos hoy en lugar del hombre que acepta su destino finito y su intrascendencia en la vastedad del universo? Verificamos, por el contrario, que las ilusiones ocupan hoy un lugar central. Para comenzar, tenemos la ilusión principal, la de que todo es posible, la de que, además, es posible conseguirlo rápidamente pues basta con la propuesta y el deseo. Es suficiente, por ejemplo, con la visualización del objeto o de la situación deseada para que se materialice su presencia. O sea: prima una posición omnipotente, incapaz de soportar la herida narcisista de la que habla Freud en relación con el desamparo del hombre. El Superyó, en el que pesaba la inclusión de la Ley, deja hoy al descubierto su aspecto más estructural: el que Freud encuentra en su crueldad, hoy ejercida como empuje a gozar sin límites.
Por otro lado, de aquella imagen todopoderosa del Dios Padre ha quedado poco. Las imágenes de potencia y amparo se han multiplicado y, la vez, denigrado. Pueden ser las piedras, la disposición de los muebles de la casa, el portar un objeto determinado, los hábitos alimenticios, cualquier cosa puede convertirse en amuleto de buena suerte y acompañante protector La magia, el pensamiento primitivo, las conclusiones deducidas por contigüidad espaciotemporal de algunos hechos, la confianza en gurúes y líderes espirituales que prometen salvaciones a medida de cada uno y recetas variopintas, los pronósticos del Tarot o de la Astrología, todo vale para salvarse de los males que nos acechan. Las variadas creencias supersticiosas -que antes tenían muy mala fama entre las personas de cultura- hoy se sostienen con bastante prestigio; su número aumenta constantemente y resulta imposible enumerarlas a todas. Además, hay pastiches creados por los modernos líderes religiosos, quienes inventan sistemas sincréticos de creencias para captar adeptos. Allí albergan resabios de las religiones tradicionales aderezados con condimentos de la cosmovisión de los pueblos originarios, por ejemplo, y por sus propios descubrimientos, los que venden para solucionar esa dificultad para soportar la vida de la que habló Freud.
Los efectos uniformizantes de la globalización forcluyen las particularidades, las que retornan bajo la forma del terrorismo, por ejemplo, o de fanatismos varios. Es, en parte, la causa de la diversificación de las creencias que resultan aprovechadas y usufructuadas por los Maestros de moda. Todo puede convertirse en mercancía. Esas particularidades que los sujetos ejercen y consumen en forma adictiva, son modos de gozar que forman comunidades aisladas. La proliferación de los grupos de riesgo, comúnmente mal llamados sectas, es la consecuencia de esta modalidad adictiva. No abriré aquí este tema, que he tratado en otras oportunidades.
La ciencia, entretanto, no ha tenido en la consideración popular el destino grandioso que le auguró Freud. La ciencia ha sido puesta en cuestión. Ella es -en un punto- inapelable y no complace que lo sea, que no dé respuestas vale todo. Asimismo, ha demostrado -con sus permanentes autocorrecciones- que no es confiable como los nuevos dioses, que no tiene la certeza que ofrecen éstos y sus representantes terrenales. Además, para muchos, dominados por las promesas de esos Maestros y Gurúes, son sus recetas las que sí pueden curar hasta las peores enfermedades, las que escapan a la cura de la medicina actual. Y si, por último, no lo logran será a consecuencia de la negatividad del sujeto, ese rebelde que no deja de aferrarse a su ego, que no permite entrar la purificación, la realización o lo que sea que se le ha aplicado para curarlo. Hasta este punto, lugar que en la Edad Media ocupó la brujería, hemos retrocedido. Incluso se ha cuestionado el papel de las vacunas en plena pandemia de SARS COV 2. Desde luego, pero igualmente vale aclararlo, dibujo un perfil para describir rasgos de una tendencia que está presente, sin que esto hable de todos los sujetos.
¿Cómo es que la humanidad ha sucumbido a estas influencias? Por empezar, en principio se trata -y en eso nada ha cambiado- de respuestas al malestar existencial. Ese malestar es atemporal, es íntimo a la subjetividad humana y ha crecido, particular y considerablemente, en esta época. Veamos lo que, en comparación con lo que describe Freud, es singular hoy. Si Freud debate con sus contemporáneos acerca de las restricciones y las consecuencias sintomáticas de una sociedad represiva, hoy tenemos -por el contrario- una sociedad muy permisiva -en la que es difícil imaginar los imposibles– que empuja a los sujetos a realizar sus ocurrencias y -sobre todo- a consumir. Ese nuevo dios es el que alienta a la humanidad, el que da el ser, al que se inmolan los fieles y al que sostienen los que ganan con su despliegue.
El consumidor fiel a todos esos dioses que le venden la promesa de felicidad, ha cobrado un perfil universal que tiende -cada vez más- al despojo de sus particularidades como producto de la globalización. El consumidor, directamente conectado a su objeto, prescinde del paso por el otro, del lazo, del amor. Esa propuesta del mercado lo deja aislado, encerrado en el goce autoerótico del objeto. En este sentido, podríamos hablar de un cortocircuito de goce que impide tanto el lazo del amor, con su velo sobre el autoerotismo, como la sublimación, como destino de pulsión que elude la represión
Así, esa posición adictiva suplanta una identidad en falta, según el objeto al que se enganche el sujeto. Si bien sabemos que tanto la imagen como los significantes ideales no recubren ni representan por completo el vacío central del sujeto, en estos casos de fragilidad subjetiva son soportes vacilantes, proclives a la mimesis, a la disolución o el deslizamiento permanente. La angustia, los ataques de pánico, no en vano tienen un lugar central. Los objetos tras los que corre el sujeto se suceden, pero esta solución fracasa y el circuito tiene que reiniciarse con la búsqueda de más, sea droga o lo que ocupe su lugar en esta modalidad adictiva de consumo. Hay que ir por más, siempre más. La naturaleza, la otra de las amenazas que Freud señala como motivo para la religiosidad, también es víctima de esta carrera que de todo hace producto, que satura de mercancías y de desechos el planeta que hoy está al borde del colapso. Parece que sus advertencias -incendios, inundaciones, cambio climático y desertificación- no son oídas por el aparato capitalista. en marcha ciega hacia ese precipicio.
La humillación y la opresión de mayorías por minorías, de la que ya Freud nos habla en el artículo, la que empuja al sostén de creencias salvadoras, ha tomado, en esta época, un papel primordial. La exclusión es una amenaza permanente y el trabajador que usa, paradojalmente, el disfraz de empresario de sí, se cree un trabajador independiente y fracasa una y otra vez. Por otro lado, la presión al éxito, la riqueza, la juventud eterna y la realización personal determinan una carrera permanente y destinada, igualmente, al fracaso. Se sabe que es imposible, pero la sociedad alienta en esa dirección.
Otra presión que arrincona la subjetividad, que le impide desplegarse, es la de la prisa, la transitoriedad y la fugacidad de todo lo que antes parecía sólido. Hace bastantes años que vengo trabajando el tema de la constitución subjetiva y el peso de la prisa en los síntomas que manifiestan los niños. Las pantallas, la simultaneidad de los estímulos, el vértigo de la velocidad acompaña a la niñez ahora ya desde su nacimiento y coexiste con el desprecio por la narrativa. Se imponen las imágenes que circulan vertiginosamente, a las que responde la hipnosis del sujeto a venir que no puede tramitar psíquicamente esa carga. Es el cuerpo el que descarga en la motilidad agitada esa intrusión.
La intolerancia a la espera; la dificultad para procesar estímulos complejos; el rechazo de la dificultad o la negación del obstáculo y la descarga motriz, incluso violenta, ante la dificultad de tramitación psíquica adecuada son todos síntomas que la neuropsiquiatría infantil viene medicando desde hace más de 25 años bajo el rótulo de Trastorno por déficit de atención, con y sin hiperactividad (TDAH). Lacan anticipó los efectos devastadores del casamiento entre la ciencia y el mercado, cosa que Freud no pudo ver en su momento pues es una característica fundamental del sistema capitalista actual. Siempre hubo y habrá síntomas, desde luego. Lo que nos debe preocupar es que la sociedad, en este caso, los promueva y los obture. También se los califica, cada vez más, como modos de ser. Estas patologías de época están más vinculadas al acto que a la represión, las impulsiones están en primer plano.
Entonces, los grandes relatos religiosos que sostenían a la humanidad han caído; las versiones dominantes acerca de lo que había que ser y hacer para ser hombre o mujer caducaron y los trabajos que se consideraban prestigiosos, ligados a la sublimación y sus logros, no aseguran ya una posición social estable. Los relatos políticos y sociales, que hablaban del hombre nuevo y prometían una sociedad más equitativa, también han caído y, por el contrario, florecen las agrupaciones filonazis que promueven odio y segregación. La precariedad es subjetiva y objetiva. La degradación del lenguaje también juega un rol en esta precarización. Su función se reduce cada vez más a ser referencial, con la consiguiente pérdida de su función poética -metafórica- la que es propiamente humana, la que instala un vacío de sentido que promueve y fomenta la aparición del sujeto.
Es cierto que el avance de esa desnudez, provocada por la herida del simbólico, ha dejado al descubierto verdades estructurales de la humanidad. Así, el carácter fundamentalmente autoerótico de la sexualidad humana, su variabilidad en cuanto a la identidad sexual y a la elección de objeto son muestras de ese avance. Es la contracara del taponamiento de todas las particularidades de la sexualidad humana que denuncia Freud en las costumbres victorianas. Este destape ha dejado en mejor posición a minorías antes segregadas y atacadas. Sin embargo, estos develamientos – en una sociedad que no da cabida al amor, que rechaza la castración y promueve el aislamiento y el todo es posible- empuja al empobrecimiento de la vida. La búsqueda del logro material ha reemplazado a la libidinización del otro, la soledad es su consecuencia.
¿Cómo se funde este precipitado en el fenómeno del mesías argentino actual?
Podemos recordar, en primer lugar, los nombres de los varios ingredientes que fuimos desplegando a lo largo de esta nota: el todo es posible, el mandato de gozar sin límites, la omnipotencia narcisista, la proliferación del pensamiento supersticioso primitivo, los efectos uniformizantes de la globalización, las modalidades adictivas del consumidor, el descrédito en que cayó la ciencia, la fragilización de un simbólico que deja al descubierto la esencia autoerótica del goce, la prisa y sus efectos en la constitución de subjetividad y la depreciación de los aspectos más humanos del lenguaje. En este sentido, hablamos de una subjetividad arrasada en la que se han desvirtuado y empobrecido aquellos aspectos que caracterizan al ciudadano que delibera, critica y resiste los embates del sentido común de una época. En su lugar, el consumidor se encuentra consumido por los mass media que lo formatean según los intereses de los poderes que allí se expresan. Este arrasamiento subjetivo -propio de esta época- atraviesa, con modalidades distintivas, todas las clases sociales. Cualquier novedad, sobre todo si expresa -en un lenguaje de acción dramática- fórmulas omnipotentes de cambio, puede prender como solución mágica a los problemas del país.
Junto al desarrollo de los cambios que arrasaron la subjetividad, hubo una constante que ha resistido, sin embargo, el embate de aquellos. La hemos señalado y Freud mismo la menciona en su artículo y en otros tantos más: se trata de la desigualdad social y sus efectos. Así, la humillación ante las promesas incumplidas -al decir de Bifo Berardi- permea en las clases excluidas y en todos los desfavorecidos por el sistema. La humillación deriva en rabia, en sed de venganza y se expresa por la ausencia o en un voto de repudio. Ni los unos ni los otros -y nos referimos a las tendencias partidarias que han gobernado el país- han cumplido en resolver algo de la desigualdad y sí han contribuido a su profundización. Lo supuestamente nuevo es bienvenido, sin que medie un pensamiento crítico y reflexivo para evaluarlo.
Los cambios epocales y las constantes en cuanto a desigualdad y deterioro han decidido este resultado. El candidato Milei, quien podría llegar a la presidencia de Argentina -con su séquito temible de negacionistas reaccionarios que reivindican valores propios de la dictadura cívico militar eclesiástica- ha encontrado un campo, subjetivo y objetivo, fértil para el despliegue de su escenario mesiánico.
Para concluir
Como psicoanalistas, podemos destacar los síntomas, los rasgos subjetivos predominantes, los sufrimientos que padecen los sujetos y ver su relación con las condiciones socioculturales de la época. Es imprescindible hacerlo para poder recibir ese malestar y tratarlo. El Psicoanálisis, sin embargo, no goza de buena prensa. En el seno del casamiento entre ciencia y mercado reinan las terapias cognitivo-conductuales (TCC) y la neurociencia. Dicen ofrecer soluciones rápidas, funcionan como reguladoras de conductas -casi siempre con el refuerzo de medicación psiquiátrica- y persiguen ideales estandardizados de salud. Están lejos del trabajo artesanal, a la medida de cada uno, que propone el Psicoanálisis. Nuestra práctica no está comprendida entre las de la ciencia, tampoco está plenamente fuera. Si se convirtiera en religión, sería a costa de desvirtuar sus condiciones esenciales. Si bien el futuro de las ideas religiosas, a contramano de la presunción freudiana, parece estar asegurado, no es seguro que lo esté el del Psicoanálisis. Así lo pensó Lacan quien afirmó que el Psicoanálisis “sobrevivirá, o no”. A la vez, auguró el mejor futuro a la religión – “Es indestructible” dijo (3)- que cubre con sentidos múltiples tanto los enigmas de la humanidad como los sufrimientos que ésta padece.
Notas
1) Freud, Sigmund, El porvenir de una ilusión, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina, 1986.
2) Ibid 1), pág 33.
3) Lacan, Jacques, El triunfo de la religión, Conferencia de prensa del doctor Lacan el 29 de octubre de 1974 en el Centro Cultural Francés. Lettres de l’Ecole Freudienne, Bulletin intérieur de l’Ecole Freudienne de París, Nümero 16, 1975.