Las once mil vergas*

Por Héctor José Freire

…Las dos putas, Toné y Zulmé, encantadas con su broma, rieron un buen rato, luego, rojas y sofocadas, reemprendieron su bolleo abrazándose y lamiéndose ante el estupefacto y avergonzado príncipe. Sus culos se alzaban en cadencia, sus pelos se mezclaban, sus dientes chasqueaban los unos contra los otros, los satenes de sus senos firmes y palpitantes se aplastaban mutuamente.

Por fin, retorcidas y gimiendo de voluptuosidad, se mojaron recíprocamente, mientras el príncipe empezaba de nuevo a trempar. Pero viendo a una y a otra tan cansadas de su bolleo, se volvió hacia Mira que seguía toqueteando el pene del vicecónsul.

Vibescu se acercó dulcemente y haciendo pasar su bello pene entre las gordas nalgas de Mira, lo introdujo con habilidad en la concha entreabierta y húmeda de la bonita muchacha que, en cuanto sintió la cabeza del pene que la penetraba, dio una culada que hizo penetrar completamente el artefacto.

Luego prosiguió sus movimientos desordenados, mientras que con una mano el príncipe le meneaba el clítoris y con la otra le hacía cosquillas por la pechera.

Sus movimientos de vaivén en la bien apretada vulva, parecía causar un vivo placer a Mira que lo demostraba con gritos de voluptuosidad. El vientre de Vibescu iba a chocar contra el culo de Mira y el frescor del culo de Mira causaba al príncipe una sensación tan agradable como la causada a la muchacha por el calor de su vientre.

Pronto los movimientos se hicieron más vivos, más bruscos, el príncipe se pegaba contra Mira que jadeaba apretando las nalgas. El príncipe la mordió en el hombro y la retuvo así.

Ella gritaba:
-¡Ah! Es bueno…aguanta…más fuerte…más fuerte…ten, ten, toma todo. Dámela, tu leche… Dame todo… ten…ten… ¡Ten!… ¡Ten!…

Y en un orgasmo común se desplomaron y quedaron un momento anonadados. Toné y Zulmé abrazadas en la tumbona los contemplaban riendo. El vicecónsul de Servia había encendido un fino cigarrillo de tabaco de Oriente.

Cuando Mony se hubo levantado, le dijo:
-Ahora, querido príncipe, me toca a mí; esperaba tu llegada y sólo me he hecho toquetear el pene por Mira en consecuencia, pero te he reservado el goce. Ven, mi bello corazón, mi enculado querido, ¡ven! Que te lo meta. Vibescu le miró un momento, luego, escupiendo sobre el pene que le presenta el vicecónsul profirió estas palabras:
-Ya estoy harto de que me des por el culo, toda la ciudad habla de ello…

(*) Fragmento de la novela Las once mil vergas, de Guillaume Apollinaire. En traducción de Xavier Alaixandre. Ed. Laertes, Barcelona 1988.


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