Por Carina Licovich
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En el año 753 AC, dos hermanos quisieron construir una ciudad y no se ponían de acuerdo sobre la ubicación de donde debían hacerlo. Para resolver esto, decidieron consultar un tipo de profecía en el que se observaba y examinaba el vuelo de los pájaros para determinar qué acciones y personas eran favorecidas por los dioses. Cada hermano preparo un lugar sagrado en su monte esperando la aparición de los pájaros. Uno dijo haber visto seis pájaros, mientras que el otro afirmo haber visto doce. Como consecuencia de esto se desató un conflicto entre ellos. El Monte Palatino era el lugar, allí Rómulo construyó un gran muro y prohibió que sea traspasado; Remo, desafiando a su hermano salta a través de éste. Esto le cuesta la vida: Rómulo, manda matar a su hermano y se corona rey poniéndole su propio nombre a la ciudad (Roma).
La rivalidad entre los hermanos es activada por un desacuerdo.
Dice el Antiguo Testamento: «Y aconteció al cabo de mucho tiempo que Caín presentó al Señor ofrendas de los frutos de la tierra. Ofreció asimismo Abel de los primerizos de su ganado y de lo mejor de ellos; y el Señor miró con agrado a Abel y a sus ofrendas. Pero de Caín y de las ofrendas suyas no hizo caso; por lo que Caín se irritó sobremanera, y decayó su semblante. Dijo después Caín a su hermano Abel: salgamos fuera. Y estando los dos en el campo Caín acometió a su hermano Abel y lo mató».
Una humillación de un hermano hacia el otro activa el impulso de muerte.
Tras matar a Abel, Caín es interpelado por Dios que maldijo a Caín diciendo: “¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano clama desde el suelo. Ahora estás maldito y la tierra, que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano rechazará tu mano. Cuando trabajes la tierra, no te dará fruto. Vagarás eternamente sobre la tierra (…) Y Dios puso una marca en Caín para que quien quiera que se encontrase con él no lo matara”. Esa marca lo protege de ser matado, eliminado y borrado de la faz de la tierra. Dios maldijo a Caín a una vida errante para lo cual precisamente no debía desaparecer su memoria.
Pero también encontramos diferentes mitos sobre hermanos que hablan de la armonía entre ellos.
“Del lago Titicaca emergió una pareja de hermanos que a la vez eran esposos, Manco Capac y Mama Ocllo. Recibieron de su padre, el Sol, el encargo de establecer -al igual que Rómulo y Remo- una ciudad y un reino. Ahí donde se hundiera una vara de oro que les otorgó,el padre, la ciudad sería fundada. Tras una caminata de varios días llegaron al cerro de Huanacaure y allí fundaron la ciudad”.
Otra de las leyendas sobre la fundación del Imperio incaico nos habla de los cuatro hermanos Ayar, de cómo fueron venciendo a tribus enemigas en el trayecto hacia la ciudad del Cuzco. Murieron todos menos Ayar Manco y su esposa, que fundaron el gran Imperio.
Resolver asuntos de relaciones entre hermanos puede desencadenar batallas como también edificar imperios.
¿Qué determina que un complejo se vuelva tal?
Se entiende por complejo un “conjunto organizado de representaciones y de recuerdos dotados de intenso valor afectivo, parcial o totalmente inconscientes” (Laplanche J. & Pontalis J., 1993). Kancyper (2004) quien se ocupó del estudio del complejo fraterno, lo definirá, como un “conjunto organizado de deseos hostiles y amorosos que el niño experimenta respecto de sus hermanos” (p. 243).
Este complejo, tiene fundamental importancia en la estructuración de la vida psíquica, sin embargo suele ser recubierto parcial o totalmente por la estructura edípica, superponiendo roles, generando confusión, y, como consecuencia, perturbando gravemente procesos identificatorios.
En el artículo sobre “Algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” (1921) Freud emplea el término complejo de los hermanos y lo diferencia del Complejo de Edipo. “Estos celos, por más que los llamemos normales, en modo alguno son del todo acordes a la ratio, vale decir, nacidos de relaciones actuales, proporcionados a las circunstancias afectivas y dominados sin residuo por el Yo consciente; en efecto, se arraigan en lo profundo del inconsciente, retoman las más tempranas mociones de afectividad infantil y brotan del complejo de Edipo o del complejo de los hermanos del primer período sexual.” (Freud, 1921 ). Además dice: “El niño es absolutamente egoísta, experimenta intensamente sensaciones y tiende sin miramientos hacia su satisfacción, en particular contra sus competidores, otros niños y, especialmente, contra sus hermanos y hermanas” (Freud).
Cada ser humano es portador de una combinatoria de múltiples y complejas identificaciones resultantes en gran medida, del singular inter-juego que se trama entre el complejo fraterno, el complejo de Edipo y el narcisismo.
Se tiende a pensar que el complejo fraterno es un mero desplazamiento del edípico, como una vía lineal de ida, del desarrollo de las investiduras de objeto que parten desde las figuras parentales para ser sustituidas por otras: hermanos, primos y amigos que favorecerán progresivamente el acceso a la exogamia. Sin embargo entre estos dos complejos se despliega una vía de doble mano, con algunas zonas en donde ambos se anudan y refuerzan. Si bien el hermano puede operar como un aliado para aflojar las dependencias edípicas, también puede, en ciertas circunstancias, llegar a reforzarlas, fijando al sujeto a sus progenitores.
Observaciones clínicas de los efectos de las relaciones entre hermanos nos convocan a considerar los triángulos edípicos fraternos. Referidos a las interrelaciones entre dos hermanos y un progenitor, o entre tres hermanos.
El complejo fraterno es mucho más que un simple complejo fantasmático, tiene su propia envergadura estructural, y una especificidad y trascendencia relacionada con la dinámica narcisista y paradójica del doble en sus variadas formas: inmortal, ideal, bisexual y especular, siendo determinante en el desarrollo de estructuración de las relaciones de objeto.
Kancyper (2009), subraya que estos tipos de doble, que cambian de signo y fluctúan entre lo maravilloso y lo ominoso, pueden manifestarse en el campo de la clínica con niños y adolescentes a través por ejemplo de las comparaciones normales y patogénicas con los pares.
El complejo fraterno y la intrusión
Lacan en “La Familia” define al complejo de la intrusión como una experiencia que se realiza a partir de que el niño comprueba que tiene hermanos. Es decir, la llegada de un nuevo integrante, trae como resultado la presencia de un intruso, de “alguien que se apropia de algo sin razón ni derecho.”
Lacan, destaca el lugar que ocupa un sujeto en el orden de los nacimientos como una de las condiciones del complejo de la intrusión. En ese orden dinástico sólo se puede ser heredero o usurpador. Cualquiera de estos dos lugares, dirá Lacan, se ocupan “con anterioridad a todo conflicto”; creando un lugar predeterminado en la escena familiar. Esta contingencia resulta determinante para el destino de un sujeto y se conforma en un ámbito anterior al nacimiento.
La familia se presenta como un grupo donde una generación da lugar a nuevos miembros creando condiciones físicas y psíquicas para recibirlos. Esta aceptación, esta legalidad y formalización dan una filiación a cada hijo, una pertenencia y una inscripción en el Otro, del cual depende y por el cual es recibido. La marca de cómo y cuándo se produce esa recepción condicionará al nuevo integrante y a su devenir. El destino será vivido por el sujeto como siendo parte de una novela familiar. La novela será el soporte fantasmático en el que se podrá escuchar el sufrimiento de un sujeto frente a las diferencias entre un hijo y otro.
Si bien en un comienzo hay un tiempo de dependencia que resulta estructural y estructurante, la separación será fundamental para posibilitar una la exogamia, la entrada a lo simbólico y a la cultura. “En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una operación necesaria, pero también dolorosa”. (Lacan)
Separación y diferencia serán el germen de lo que constituirá la relación con los otros, con los semejantes, con lo cual, una sociedad, el destino de un pueblo, puede progresar si es sostenido por el conjunto de esas tareas individuales.
Siguiendo a Freud puede decirse entonces que la entrada en la cultura implica, necesariamente, transitar el camino de los celos y será un camino singular como cada niño los resolverá. Por ello es que Lacan considera a los celos infantiles en la génesis de la sociabilidad y los toma como arquetipo de los sentimientos sociales. Pero todavía dice un poco más; los sitúa como un factor determinante para el conocimiento humano. Plantea que los bebés de hasta 2 años encuentran en el semejante a un rival y que entre ellos se ponen en juego reacciones, posturas, gestos, que se manifiestan en términos de comunicación. “Se bosqueja el reconocimiento de un rival, es decir de un ‘otro’ como objeto.”
En esas etapas iniciales de la vida, la rivalidad con el semejante es un modo de comunicación. Podemos pensar que la rivalidad es el modo de ingresar en la cultura y quizá uno de los primeros conocimientos adquiridos por los seres humanos que tienen función de comunicación.
No se trata de declarar la caducidad del complejo de Edipo, que constituye el complejo genuino de la neurosis. De lo que se trata, más bien, es de descomprimir este último y articularlo con las especificidades de las estructuras narcisista y fraterna.
Podríamos decir que el complejo fraterno y el edípico se articulan y refuerzan entre sí. Laplanche (citado en Kancyper, 2004) anuncia que el triángulo de rivalidad fraterna está conformado por el niño/a, los padres y el hermano/a (mientras que el triángulo edípico está formado por el niño/a, el padre y la madre). Desarrollando su teoría sobre el complejo fraterno, Kancyper (2004) explica cómo el hijo preferido se convierte en un injusto hermano usurpador, pues monopoliza las mejores condiciones del medio familiar al apoderarse del sector más valioso del proyecto identificatorio parental. Esta situación desencadena sentimientos de rivalidad, celos y envidia. Instalando, además, el lugar en el que queda el otro hermano desposeído y rencoroso al que injustamente le han sido cercenados los derechos por culpa del hijo elegido (estructura que nos remite nuevamente al relato bíblico). Desde este indigno lugar, el hermano damnificado siente que tiene derecho a la represalia sobre el hermano beneficiado. Ese lugar le concede además un sentimiento de superioridad para castigar y atormentar. A su vez, el hermano preferido padece de remordimientos, como consecuencia de los reproches proferidos por el hermano injuriado y por sus propios fantasmas.
La protesta fraterna, que para Kancyper (2004) consiste en una agresión franca y un rechazo por parte de un hermano hacia otro (quien según el primero estaría ocupando injustamente un lugar más favorecido), se puede entender desde la lógica del narcisismo. Es decir que el hermano que se cree damnificado no oculta su hostilidad, sencillamente, porque la presencia del otro es vivida como la de un rival, un intruso que atenta contra la legitimidad de sus derechos.
Esta rivalidad entre hermanos tiene tal relevancia, que Freud (1920) en su texto Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina, consideró que podía, incluso, influir en la determinación de la elección de objeto
El complejo fraterno al que hace referencia Kancyper (2004) hace hincapié en cuatro destinos íntimamente relacionadas:
– Función sustitutiva: aparece como una alternativa para reemplazar y compensar funciones parentales fallidas. Freud (1916) en “Desarrollo de la libido y organizaciones sexuales”, pone de ejemplo al niño que toma a la hermana como objeto de amor en sustitución de la madre, debido a que esta última le sería infiel con el padre, en ese mismo texto, Freud, ejemplifica la función sustitutiva al explicar cómo una niña puede encontrar en el hermano mayor un sustituto del padre (quien ya no se ocupa de ella con la ternura de los primeros años) o cómo puede esa misma niña tomar a un hermanito menor como sustituto del bebé que en vano deseó del padre.
– Función defensiva: Esta función se manifiesta cuando el complejo fraterno encubre situaciones conflictivas edípicas y/o narcisistas no resueltas. En muchos casos, sirve para eludir y desmentir la confrontación generacional, así como para obturar las angustias. Esta función defensiva se ve facilitada por el desplazamiento. Hay un movimiento de la angustia y sentimientos hostiles relacionados con los progenitores, justamente, porque dichas angustias y sentimientos son desplazados sobre los hermanos.
– Función elaborativa: Esta función actúa en la elaboración del complejo de Edipo y del narcisismo, limitando la ilusión de la omnipotencia fraternal y del poder vertical detentado por las figuras edípicas. El sujeto que permanece fijado a traumas fraternos, no logra una adecuada superación de la conflictiva edípica y permanece en una atormentada rivalidad con sus semejantes.
-Función estructurante: El complejo fraterno cumple un papel estructurante en la organización de la vida anímica del individuo, de los pueblos y de la cultura. Influye sobre la génesis y el mantenimiento de los procesos identificatorios en el yo y en los grupos, en la constitución del superyó del ideal del yo, y en la elección del objeto de amor.
Freud (1916) pensó que la posición que ocupará el niño dentro de la serie de nacimientos tiene una enorme trascendencia, señaló: “La posición del niño dentro de la serie de los hijos es un factor relevante para la conformación de su vida ulterior, y siempre es preciso tomarla en cuenta en la descripción de una vida”.
Acerca del primogénito, Kancyper dijo que el hijo mayor suele ser identificado, como el destinatario a ocupar el lugar de la prolongación y fusión con la identidad del padre. Esta identificación es inmediata, directa y especular. Este padre, a través del primogénito, dirá el autor, recuperará el estado llamado de omnipotencia del narcisismo infantil. Investirá así a ese primogénito como su doble especular, ideal e inmortal. Se le adjudicarán a dicho hijo identificaciones preestablecidas, mientras que sobre el segundo hijo recaerían idealizaciones e identificaciones menos directas y masivas. Se podría pensar entonces, que esas diferencias entre el primogénito y los hermanos que le sucedan generarán inevitablemente rivalidades.
La clínica psicoanalítica nos revela que, con gran frecuencia, suele ser el hermano menor el que abre nuevos territorios; mientras que el hermano mayor suele asumirse como el continuador de la generación precedente. El hermano menor generalmente es eximido de ser el portavoz y garante responsable de la tradición familiar. Mientras él suele ser el cuestionador, el primogénito suele ser el conservador.
En Psicologia de las masas y análisis del yo (1921), Freud analiza a partir del mito de la horda primitiva, la hazaña heroica asumida por el hijo menor para separarse de la masa. Retomando el lugar del primogénito, este es investido como el primer soporte del ideal narcisista de omnipotencia e inmortalidad del padre. Y al mismo tiempo es el primogénito quien anuncia la muerte a su progenitor y sobrelleva una mayor ambivalencia y rivalidad por parte del padre. Éste suele negarlas a través de la formación reactiva de control y cuidados excesivos sobre el hijo, llegando muchas veces al extremo de estructurarse entre ambos un vinculo simbiótico.
En esta simbiosis, padre e hijo se alienan en una especular captura imaginaria. Ambos tienden a ver, en cada uno, una parte del sí- mismo y entre ambos se constituye una relación singular, que los involucra y genera a la vez efectos alienantes sobre cada uno.
A esta relación Kancyper la ha denominado relación centáurica, en la cual el padre representa la cabeza de un ser fabuloso y el hijo, el cuerpo que lo continúa completándolo. Las identificaciones narcisistas que suelen recaer sobre el primogénito tienen un aspecto defensivo para la economía libidinal del padre. Sirven para aplacar afectos que abarcan, además de las angustias y de los sentimientos de culpabilidad inconscientes y conscientes, sentimientos tales como odio, celos, resentimiento y envidia ante la presencia del primer hijo, que llega como intruso y rival, para provocar su exclusión y generar una desarticulación en la regulación libidinal de la pareja.
Esta ambivalencia entre la mortalidad e inmortalidad se encuentra ya manifiesta en los arcaicos conflictos que los patriarcas de la Biblia han tenido con sus primogénitos y en sus efectos en las rivalidades fraternas. Así, Abraham abandona a Ismael en el desierto, e Isaac, aunque engañado, no bendice a su primogénito Esaú, y tampoco Jacob ( el usurpador) a Rubén. Este bíblico conflicto extiende sus influjos sobre los lazos entre los hermanos, generando, la compulsión repetitiva de los enfrentamientos más sangrientos entre las religiones y los pueblos.
Para que la rivalidad fraterna se agudice y se establezca como «complejo fraterno», es fundamental la presencia de un tercero que encienda la mecha de la enemistad y la envidia. Como en el mito de Caín y Abel, donde la reacción de desprecio a las ofrendas de Caín desencadena la envidia y el deseo de muerte en éste.
En la clínica nos encontramos con niños y adultos de quienes ni la familia, ni ellos mismos, imaginan un conflicto de tanta ambivalencia afectiva en el vínculo con los hermanos. Es una ambivalencia donde no se logró una integración afectiva entre el amor y el odio.
Según el niño y su entorno, este quedará fijado o situado más cerca del amor o del odio, y dependiendo del tipo de vínculo objetal (pre edípico o edípico), de la permanencia del objeto libidinal, las personas estructurarán respuestas ambivalentes (edípicas) o disociativas (pre- edípicas).
Sharp y Rosenblatt distinguen una rivalidad diádica pre-edípica, de una rivalidad edípica, en la primera, aunque sean tres las personas involucradas donde la presencia del hermano recién llegado es experimentada como un intruso, la madre y el hermano rival no son distinguidos todavía como objetos totales, separados, independientes.
En cambio en la rivalidad triangular edípica, el rival es amado y odiado ambivalentemente. Solo en este segundo escenario, por esta ambivalencia aparece la culpa.
Mientras el psiquismo del niño se va constituyendo, la disociación de sus sentimientos hostiles va disminuyendo y su personalidad se va integrando. Comienzan a organizarse la represión y mecanismos de defensa secundarios. Pero si las defensas (formación reactiva, disociación, proyección o identificación proyectiva) se rigidizan en un momento del desarrollo, el sujeto se situará en un punto extremo entre el odio y el amor en relación al hermano.
Kancyper (1995) señala que estos vínculos conflictivos entre hermanos suelen desplazarse a la relación con los amigos y con la pareja y presentificarse además dentro del mismo sujeto, fluctuando de un modo repetitivo entre ambas posiciones masoquistas: de víctima privilegiada a una privilegiada víctima.
Los resentimientos y remordimientos “normales” que surgen en la dinámica de los lazos entre los hermanos suelen intensificarse mucho más cuando al complejo fraterno se agregan situaciones traumáticas por la presencia de hermanos perturbados, enfermos o de hermanos muertos. En estos casos el hermano “sano” o el hermano “sobreviviente” extrae una sub-identidad específica: ser el guardián y mediador que regula el equilibrio del narcisismo familiar: para lo cual debe transitar por un sendero delicado, entre las ansiedades de los padres necesitados de apoyo y del hermano/a carente. Esta misión del hijo normal nutre a su propio yo ideal con la exigencia de cumplir con un deber ambivalente: por un lado, requiere ser compulsivamente competente y brillante para compensar la sombra de su doble enfermo o muerto, compensando así las heridas del narcisismo parental, por otro lado, debe renunciar y suprimir los aspectos agresivos vitales de sí mismo. Mostrar la agresión hacia un hermano enfermo o muerto coloca al niño frente a padres vulnerables y a ser un hijo desleal y culposo. Por lo tanto, debe guardar sus resentimientos que, en la vuelta contra sí mismo, suelen manifestarse a través por ejemplo de afecciones psicosomáticas. El niño sano o el niño sobreviviente se convierten, en un sujeto con características paternales, demandado por permanentes exigencias fallidas de reparación maníaca u obsesiva , cuyas manifestaciones en la clínica se expresan a través de la asunción de excesivas responsabilidades que terminan deteriorando su salud mental y física.
En ciertos casos, el hijo sobreviviente puede también llegar a convertirse en un hermano sobre-muriente. Esto sucede cuando el hermano muerto permanece fantasmáticamente habitando como un “muerto- vivo” y se convierte en el regulador de la vida psíquica de los integrantes de la familia. El sobremuriente, a semejanza de Caín, se halla condenado a permanecer en un estado de nomadismo incesante. Vive, en un estado de precariedad y fragilidad porque adolece en su mundo interior, de una falta de sentimientos de pertenencia y de arraigo a causa de ciertas marcas traumáticas, acompañadas de sentimientos de culpabilidad, de vergüenza y de terror. El sobre-muriente, presenta una relación particular con la temporalidad. Todo proyecto está invadido por una acechante fatalidad de un pasado que se presentifica. Este tiempo pretérito ocupa las tres dimensiones temporales, tanto el presente como el futuro se hallan subsumidos por un pasado traumático, acompañado por sentimientos de pánico, de terror, de indefensión y de inquietud, surgidos por la pervivencia de este doble ominoso que perturba la estructuración del proceso identitario en el hermano sobre-muriente (Kancyper, 2005).
En la práctica psicoanalítica con niños y adolescentes sobremurientes nos enfrentamos a una problemática particular, son niños que han sido concebidos para reemplazar la pérdida de un hijo muerto. En efecto, los “hermanos de reemplazo” suelen conformar (Britton, 1994) un particular sistema de creencias inconscientes teñido de un poder ominoso, acerca de su propia culpabilidad. Viven disculpándose permanentemente por incriminaciones proferidas por autoridades internas y externas, que suelen superponerse y confundirse, e intentan reparar de un modo compulsivo antiguas deudas de otros, tomándose a sí mismos como la causa de todo mal. En el goce de este padecimiento masoquista intervienen: una culpabilidad narcisista y una irrefrenable necesidad de auto-sacrificio que se manifiestan a través de la asunción compulsiva del rol de víctima (Rosolato,1991).
Conclusión
Si en Totem y Tabú Freud afirma que el homicidio del padre primitivo funda la Sociedad humana, para La Biblia, en el origen de la humanidad se encuentra el fratricidio.
Una vez consumado el crimen Caín se ve invadido por un profundo remordimiento y le dice a Dios: “mi crimen es demasiado grande para soportarlo”. Dios lo castiga condenándolo a la errancia pero a la vez lo marca en la frente con un signo protector, nadie deberá matarlo.
Es interesante el destino del mítico Caín y sus descendientes. En la tierra de Nod, Caín encontró a quien sería su esposa Awan, con la cual tuvo varios hijos. En honor a Enoc su primogénito Caín construyó la primer ciudad Tubal-cain su segundo hijo inventa la Fragua para trabajar el hierro, es decir inventa la techne y Jubal, el tercero, inventa la lira y el arpa, la música, la primera de todas las artes Culpa, techne, arte, ciudad. Los componentes de una Sociedad.
El Libro del Génesis, a partir de un mito, nos habla de una humanidad incipiente, y nos muestra que el fratricidio, su tentación,y su fantasma son datos estructurales del alma humana.
Bibliografía
Freud. S. (1914). “Introducción al narcisismo”, pág 87.
Freud S. (1916). “Conferencia Nº 13: Rasgos arcaicos e infantilismo del sueño”, pág 189.
Freud. S. (1916). “Conferencia Nº 21: Desarrollo libidinal y organizaciones sexuales”, pág. 304- 305.
Freud S. (1920). “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad
Femenina”, pág.152
Freud S. (1921). “Psicología de las masas y análisis del yo”, pág. 67
Freud, S. (1921). Algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad.
Haddad, Gerard. El Complejo Fraterno. Pontevedra, 2022
Kancyper L. “Complejo Fraterno y Complejo de Edipo”, Revista de Psicoanálisis. 1995, T. LII Nº 3.
Kancyper, L .La confrontación generacional” Paidós. Buenos Aires. 1997
Lacan, J. La familia, Ed.Argonauta.2003