Migraciones hacia la diversidad. Identidad. Inmunidad. Pandemia

Quisiera comenzar abordando algunas cuestiones relativas al concepto de Identidad en el interior de la cultura y el pensamiento griegos, por un lado, y por otro, las versiones más actuales.


Tomando muy en cuenta la enormidad y vastedad de la cultura griega en la que reinaba el Logos, importaba mucho el concepto de esencia de los seres; aquello que hace que algo sea lo que es y no otra cosa; su definición, en el caso del ser humano, animal racional, igual para todos los individuos de la especie, y suponía la eficacia de la categoría homogeneidad y el cierre sobre sí misma. Esta Identidad unívoca, sellada, y un tanto abstracta, clausura y salvaguarda aquello que considera la propia Verdad del existente,  pues está definida de una vez y para siempre y aparece situada, según Platón, en un ámbito inmutable y eterno, el mundo de las Ideas, en un espacio donde  no podría entrar el acontecimiento. Un mundo de arriba y un mundo de abajo: el Sol de la verdad y las sombras de la caverna. Deleuze, pensador contemporáneo propone  reconvertir el platonismo, inclinarlo a tener más piedad por lo real, por el mundo y por el tiempo, instaurando otra serie, desatada y divergente.

Aristóteles aporta una mirada excepcional que destaca la importancia de los individuos, de lo  singular en su diversidad y heterogeneidad, cuestión que lo acerca enormemente al psicoanálisis, paradójica ciencia de lo singular.

En el siglo I, a aquella identidad estricta, se agregó una  declaración de Ptolomeo sosteniendo que la tierra era el centro del universo. Pero  esta cuestión ya venía siendo sostenida por una larga tradición de la que participaron presocráticos como Pitágoras, y Platón y Aristóteles. Es decir que la historia humana se encuentra inicialmente determinada en forma predominante por una  identidad que expresa la cristalización, fijeza y univocidad  de una esencia y, recién mucho después, paulatinamente, van apareciendo posturas que plantean la reivindicación de la singularidad y de las diferencias en el interior del sujeto,  donde lo Uno queda impugnado y se plantean múltiples universos de sentido,  lo que va configurando, entonces, la noción de subjetividad  en el curso de la vida, aliada de la existencia individual.

Todos sabemos que la revolución de Copérnico (s XV)  es considerada por Freud, como la primera humillación, la primera herida narcisista infligida al hombre por la ciencia. El descentramiento copernicano afirma que el hombre no es la medida de todas las cosas ni la tierra el centro del universo.

Lo cierto es que el  pensamiento fue recorriendo un camino de diferenciación respecto  de los ideales trascendentes; lo que importa, entonces, no son las esencias o ideas eternas sino  la inmanencia creadora de la vida cuya fecundidad es la diversidad,  abordándola -según Deleuze- con su  potencia de pensamiento que perfora en diagonal la enciclopedia de los saberes. Los pensadores contemporáneos  proponen tomar muy en cuenta  las constelaciones al interior de  la identidad, antes  no reconocidas, y por el contrario,  subsumidas de modo violento en  modelos anacrónicos.

El psicoanalista Felix Guattari, en su libro Caosmosis, plantea que “los diferentes registros semióticos  que concurren a engendrar subjetividad, no mantienen relaciones establecidas de una vez y para siempre”. La subjetividad no es dada como un en sí, sino como un proceso de autoconstrucción o autopoiesis;  en un  mundo circundante y con condiciones mutantes, se trataría de pasar de la serialidad  a cómo enriquecer, reinventar, y re-singularizar el recorrido vital. De este modo, la identidad presenta un equilibrio inestable, enigmático y complejo, de una polivalencia semántica  que no toma en cuenta  los antiguos ideales de homogeneidad.

El escritor Fernando Pessoa, en su Introducción al Libro del Desasosiego dice: “Unidad, una unidad relativa, provisoria, fugitiva, construida en torno a una ficción”. Foucault y Deleuze, con esa desenfrenada lucidez que los caracteriza, proponen un platonismo invertido, es decir sustituir el mundo de las esencias, inmutables y eternas, por lo singular, lo diverso, lo contingente.

Finaliza entonces la concepción de una Identidad definida para siempre y autosuficiente. Aparece el hormigueo de lo múltiple, de los individuos, una diversidad que cae fuera del concepto,  un pensamiento que dice sí a la diferencia y a  la multiplicidad dispersa y nómade. En ese  concepto de subjetividad, reaparece el otro como  misteriosa  entidad. Laplanche  tiene muy en cuenta en el trabajo analítico considerar la relación con el “enigma del otro”, y con el “precipitado de otros” que el paciente trae consigo.

Queda planteada entonces una encrucijada de problemas. Pensar al sujeto en proceso incesante de identificación, de duelo, de apropiación, es pensarlo en el espacio de la relación en/entre/con el otro, en una existencia abierta a la temporalidad y al azar.

Pero el concepto de otredad, fue asimismo generando una particular bifurcación,  asociándose a modalidades designadas  como el intruso, el extranjero, el extraño, el hereje, el refugiado, el esclavo. Paradójicamente las  relaciones se dan entre la hospitalidad y la hostilidad.

Una de las hipótesis de este trabajo es que la exterioridad no está radicalmente separada de la interioridad, sino que podrían considerarse como una doble frontera de una misma trama que separa y une.  Estoy citando a Jean-Luc Nancy pensador contemporáneo, co-autor de la compilación reciente de Sopa de Wuhan, y autor de El Intruso (2006) -entre otros trabajos relevantes- en el que plantea una reflexión sobre la intrusión del extranjero, que describe, resguardando un orden inquietante, así: “es preciso, que haya siempre algo de intruso en el extranjero, sin lo cual pierde su ajenidad, y que recibirlo sea también experimentar su intrusión; algo difícilmente admisible”,

De este modo Nancy ahonda y profundiza la percepción de la extranjeridad. Y cuenta que, diez años antes de escribir ese ensayo, tuvo que someterse a un trasplante y recibir el corazón de otro. Manifiesta que su propio corazón, al fallar, era sólo a medias el suyo. “Mi corazón -escribe- se convertía en mi extranjero”…..  De este modo queda escindida la percepción del sí mismo, lo que genera un desajuste y un cierto arruinamiento de la propia identidad.

Veamos algunos tramos del texto:

“Para que el  receptor soporte un corazón  extranjero y no se produzca un rechazo, la medicina reduce el nivel de inmunidad del receptor, lo cual acarrea un doble efecto: el individuo pierde la identidad inmunitaria y queda a merced de sus enemigos internos, los viejos virus agazapados desde siempre a la sombra de la inmunidad. Imposible referirse ya a la identidad de un “yo”. “Entre yo y yo…hoy existen la abertura de una incisión y lo irreconciliable de una inmunidad contrariada”… “Después de tal aventura  uno ya no se reconoce, pero “reconocer” no tiene ahora más sentido”… “Mi corazón tiene veinte años menos que yo, y el resto de mi cuerpo, al menos una docena más que yo. De este modo, rejuvenecido y envejecido a la vez, ya no tengo edad propia y no tengo propiamente edad”.  “El intruso está en mí y me convierto en extranjero para mí mismo” “Una vez que está ahí, si sigue siendo extranjero, y mientras siga siéndolo, en lugar de simplemente naturalizarse, él sigue llegando   y su llegada no deja de ser en algún aspecto una intrusión; es decir carece de  derecho y de familiaridad, de acostumbramiento”. “Es una perturbación en la intimidad. Recibir al extranjero borrando en el umbral su ajenidad es no haberlo admitido en absoluto”… Con una oscilación dialéctica y paradojal entre la Identidad y “lo otro” dice: “el intruso no es otro que yo mismo y el hombre mismo; el intruso soy  yo,  desnudado y  sobreequipado, intruso en el mundo tanto como en mí mismo”.

Nancy cita a Artaud : “No hay en realidad algo más miserablemente inútil y superfluo que el órgano llamado corazón, el medio más inmundo que se haya podido inventar para bombear la vida en mí”

Se trata del desprecio al otro, que no reduce nunca su ajenidad, (aunque ha sido el motor de la supervivencia), desde hace veinticuatro años.

El autor interroga la cuestión de la diferenciación entre lo propio y lo ajeno y dice que su propia interioridad se torna ajena.  Nuevamente queda controvertido el paradigma de la unidad/ homogeneidad. Que lo propio no es tan propio y lo ajeno no es tan ajeno, porque toda frontera tiene un doble costado. Porque no hay una exterioridad separada de los intercambios profusos entre el adentro y el afuera: porque hay un funcionamiento psíquico heterogéneo; todo eso nos sitúa en un espacio de ambigüedad y paradoja.

Retomando la diversidad presente en la  condición humana, al interior de sí misma, la experiencia de lo ajeno está anticipada y contenida en la experiencia de lo propio; esta condición no es tan manifiesta para el sujeto; pero sí se puede entrever en el proceso psicoanalítico. Lo propio connota lo ajeno. Claro que no sería posible si lo propio y lo extraño al interior de la subjetividad permanecieran por completo separados el uno del otro y cerrados en su carácter absoluto. Castoriadis plantea que el odio de sí-mismo, intolerable bajo su forma abierta, es el que alimenta las formas más acentuadas del odio al otro.

Ex-per-iencia alude al atravesamiento de una iancia, de un cruce de caminos, por un estrecho borde no recorrido  que nos vincula y separa del otro. De este modo, la identidad humana presenta un equilibrio necesariamente inestable, enigmático y complejo, con aspectos diversos, lo que altera y corrompe (afortunadamente) los ideales de homogeneidad.

Roberto Espósito, filósofo italiano  plantea sus desarrollos sobre la inmunidad: la inmunidad adquirida  que aporta la vacuna, produce un modo de infección atenuada estimulando la formación de anticuerpos que neutralizan la eficacia del virus: es decir que neutraliza el mal del que debe proteger. El virus es vencido por el organismo  cuándo de algún modo llega a formar parte de éste.  Esto coincide con el relato de Nancy, en cuanto a  debilitar lo propio inmunitario, para que el nuevo corazón no sea rechazado. Podríamos pensar en la inmunidad en los inicios de la vida, en la presencia de “reflejos de defensa y ataque” más ligados a lo cuantitativo y pulsional, subsumidos en la pulsión autoconservativa.

Podríamos imaginar la existencia de ritmos y  escansiones, entrecortados por rupturas y discontinuidades. Ritmos biológicos a repetición que luego se transforman en representaciones y afectos, si existe una  respuesta metaforizante del adulto que acrecienta la dimensión simbólica. Existen analogías entre  la  biología y la subjetividad; ¿hay una interfase biología-epistemología? El sistema inmunitario tiene, en su raíz, no el registro de un principio genético incontaminado, no una pureza de inicio solipsista, sino la vivencia de la propia alteración originaria.

Un comentario respecto de una información local que ya todos conocemos, referida al tratamiento de la  pandemia en los adultos mayores infectados y en relación a la entendible respuesta inmunitaria al virus en ese sector de la población, respuesta que sería desmedida  (¿desesperada?); esa intensidad (¿desbordante?), esa desmesura (¿inevitable?) esa defensa inmensa, produciría paradójicamente un cuadro de autoinmunidad en el paciente, por lo cual termina falleciendo. Lo que debería haber reducido al virus, termina afectando al paciente. Es decir, que la respuesta inmunitaria crece en demasía, como reproduciendo un modelo difícil de evitar.

Al interior de la representación, tal como la piensa Castoriadis, se encuentra un haz potencial de remisiones  a través del cual se logra una remisión a lo otro, en un desplazamiento que no cesa, ligado al temor/ataque al extraño. Habría entonces por analogía, al menos en algunos casos, una  Inmunidad social desenfrenada con su función de barrera y rechazo  o desidentificación radical  frente a otros grupos humanos y etnias, sentidas como diferentes. Pero, asimismo, esa remisión al otro podría dar lugar a un reconocimiento de la condición humana común. El autoextrañamiento de lo otro, su absoluta “propiedad” de extraño, se da a consecuencia de la inversión especular del sujeto.

El otro, objeto de maltrato, tiene, claro,  diferentes entidades; es  también la naturaleza y su apropiación dominante; los animales en retirada, el suelo depredado, el cambio climático, las deforestaciones, la persistencia de focos de pobreza y vulnerabilidad, el hacinamiento de humanos, el poder y ansia de dominio incuestionados, la hegemonía del dinero atribuyéndose el sentido de nuestras vidas.

El temor  al contagio, categoría ésta que tiene una polivalencia semántica, ha logrado desplazar y ubicar el concepto de inmunidad en  los lenguajes y procederes de la antropología, el derecho, la política, la educación, siendo atravesados  transversalmente esos ámbitos  particulares dando lugar a trasposiciones metafóricas en un mismo  horizonte de sentido, lo que hace que  podemos hablar  por analogía de inmunidad política e inmunidad judicial.  El afán inmunitario se desplazó progresivamente y se instaló  también en esos ámbitos, desde los cuales opera, convirtiéndose en paradigma general.

Hace unos años, en los países europeos se calculaba el potencial de inmigración desde el Tercer Mundo, en vertiginoso crecimiento demográfico, en el marco de la atribución de  una supuesta promiscuidad que  convertía a los inmigrantes en peligrosos: cruzar el mediterráneo en balsas para llegar a un sitio dónde vivir y trabajar y criar a los hijos, no fue recibido muy empáticamente por los europeos, inmunizados  frente al desamparo de los otros.

Las migraciones, que habían sido tolerables en otro momento y coloquialmente admisibles, podrían promover  una devastadora contaminación del cuerpo social. El intruso sobrepasa las barreras,  lo establecido, e ingresa de modo considerado riesgoso para la comunidad. Cualquier inminente posible contagio del cuerpo social, puede encontrar su límite en una agresión preventiva.

Ahora bien, ¿sería posible considerar  incorporar a nuestra vida un fragmento de eso que la contradice y que quiere evitar? En realidad, lo extraño es aceptable y aceptado solo si ya forma parte de lo propio, el corazón trasplantado en Nancy.

Estos temas los he planteado a través de la metáfora y la paradoja como instrumentos para comprender los fenómenos que reúnen lo uno y lo diferente, un bucle recursivo que da cuenta de una gran intrincación.  La paradoja es un instrumento para pensar una subjetividad que incluya la mismidad y la diferencia, lo interno y lo externo, que no puede capturarse solo por la noción de identidad o solo por la noción de diferencia. La riqueza de la paradoja está en su aparente imprecisión y en su tolerancia, sin estallido, a las contradicciones que aloja, habilitando procesos intermediarios de la psiquis.

El equilibrio del sistema inmunitario social no es la movilización masiva  contra lo otro, sino la línea de conjunción o el punto de convergencia entre dos series  divergentes, siguiendo a Espósito. Cómo  ubicamos el lugar de esa doble frontera, qué tan adentro, qué tan afuera está, que tan estable, o inestable es; cuáles son  los lazos que en la trama social inadvertidamente nos ensamblan…. El sistema inmunitario  tiene, en su raíz, no el registro inconsciente de un principio genético incontaminado, sino la experiencia de la propia alteración originaria, la percepción  de la propia vitalidad y finitud.  Yo soy el intruso.    ¿Hay alguien esencialmente intruso y otro que nunca será reconocido como tal?   

(*) Este trabajo no pretende tener una conclusión definitiva, cerrada y sellada. Unívoca. Eterna. Tiende más bien a generar reflexiones que no tienen una materialidad concreta, sino que alojan la metáfora, la analogía contenida en ella, como modo de aproximación, no a objetos concretos sino a problemáticas que se desplazan permanentemente (del cuerpo inmunitario del sujeto, al cuerpo social; del exterior al interior del sujeto; de lo propio a lo ajeno). Algo que consideramos ajeno puede sernos más propio o interno de lo que creemos. Acá sí las propuestas no son únicas e inmutables, sino variables y no por eso menos consistentes.


Bibliografía

Reiner, Hans, Vieja y nueva ética. Revista de Occidente

Laín Entralgo, Pedro, Teoría y realidad del Otro. El otro como otro yo. Otredad y Projimidad. Revista de Occidente.

Chevalier, Jacques, Historia del Pensamiento. Aguilar.

Castoriades, Cornelius, Sobre el político de Platón.

Badiou Alain/ Deleuze, El clamor del Ser. Manantial.

Espósito, Roberto, Inmunitas. Protección y negación de la vida. Amorrortu.

Guattari, Félix, Caosmosis. Manantial.

Eco, Umberto, Los límites de la Interpretación. Lumen

Nancy, Jean-Luc, El intruso. Amorrortu.