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Marcel Schwob
La extravagancia de la erudición poética
Por Héctor Freire
hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar
 
El fin de todas las cosas bellas
radica en la alegría.

Marcel Schwob

André Marcel Mayer, el verdadero nombre de Marcel Schwob: ese “pequeño-gran hombre” calvo y rechoncho, que había fatigado día tras día con la misma mueca de tristeza el simbolismo decadentista del siglo XIX de la rue Richelieu, nació en la ciudad francesa de Chaville, el 23 de agosto de 1867. Descendía de una familia de rabinos y de médicos judíos de Alsacia, de la que Schwob heredó una rica y misteriosa tradición oriental que sutilmente fusionó con la occidental.
Su padre Isaac fue un periodista ilustrado que firmó una obra con Julio Verne y escribió en el Corsaire Satan de Baudelaire. Su madre, Matilde Cahun, descendía de los Caym Champenois, recordados a menudo por Marcel Schwob. Anselme, el abuelo, enseñaba francés en la comunidad de Hochfelden. Luego emigraría a París y educaría a sus hijos en el Liceo Saint-Louis. Uno de ellos sería León Cahun, conocido y respetado orientalista, bibliotecario de la Biblioteca Mazarino, hermano de la madre de Schwob, la cual fue también una notable maestra. Como vemos, desde su cuna, el poeta estableció contacto con la tradición judía y las letras francesas.

A los tres años, Schwob, además del francés, hablaba alemán e inglés. El dominio del griego y del latín, y más tarde, del castellano, del italiano, y del sánscrito se completaría en su juventud.
Su infancia transcurrió en Nantes, la ciudad de Julio Verne, donde el padre había comprado en 1876 el periódico Phare de la Loire.
Su sorprendente “precocidad poética” es fomentada y formada  por preceptores alemanes e institutrices inglesas. Sin embargo, es determinante la figura de su tío Leon Cahun, quien corrige sus versiones latinas  de Catulo y le revela el mundo antiguo. Schwob descubre París en las riberas del Sena. Vive entre libros, junto a su tío que le trata con gran respeto y humor.
En el Liceo Louis le Grand conoce a Léon Daudet, Paul Claudel y Georges Guieysse, con quien prepara la licenciatura en letras. Entre 1885-1886, se presenta como voluntario en Vannes, en el 35° regimiento de artillería. Ahora sus compañeros son expertos en bombas, en el arte de la guerra y en aventuras. Marcel Schwob es ya un experto en argot, y un ferviente admirador de Villon. Estudia alemán superior, paleografía griega, y sánscrito con el lingüista Saussure en la Escuela de Altos Estudios. Escribe narraciones humorísticas, y desarrolla la marca de su estilo inconfundible: la mezcla de historia e imaginación.

Podríamos afirmar que Schwob es uno de los escritores que en forma más contundente establece que la historia también es una ficción. En cuanto a la poesía admira a Walt Whitman, a Shakespeare, y a Villon sobre todo. Es determinante la relación que establece con Robert Louis Stevenson, de quien admiraba la capacidad para aplicar los medios más sencillos y más reales a los temas más complejos y más ambiguos.

Marcel Schwob continuará sus primeros trabajos literarios con la publicación de Corazón Doble (1892), conjunto de relatos donde predomina el terror y la arbitrariedad, pero también hay un camino que recorrer para llegar a la piedad; ya que como indica el título del libro, el corazón del hombre es doble: el egoísmo es en él la contrapartida de la caridad. En 1893 publica El Rey de la Máscara de Oro, serie de cuentos escritos bajo la influencia de Poe, donde la crueldad y el sadismo alcanzan los más altos grados de asombro y estremecimiento. El elemento fantástico se conjuga maravillosamente con otros más  sensuales y filosóficos. Reflexiones sobre casos de teratología mezclados con horas de alucinación poética y sueños de opio.
Ve con frecuencia a su amigo, el poeta Paul Claudel, y a Colette cuyo talento adivina. Frecuenta la buhardilla de Edmond de Goncourt. Pasa por la anarquía y descubre plenamente su personalidad en El libro de Monelle, aparecido en 1894, un verdadero poema en prosa, inspirado por el recuerdo de Louise, una muchachita menuda, frágil y pueril, de quien Schwob se enamora  “locamente”. Nada menos que  una poesía distinta dentro de las más destacadas del simbolismo francés-como la definiera Apollinaire- y quizás el texto que más lo representa.

Schwob en este libro, construye en las diferencias y destruye en las similitudes. Y como todo gran poeta se asombra de todas las cosas; pues todas las cosas son diferentes en la vida y semejantes en la muerte. Después de un tiempo de profundo duelo tras la muerte de Louise (Monelle), Schwob se consuela en su trabajo, en los estudios griegos que le inspiran esa deliciosa obrita maestra llamada Mimes (1894) donde imita a Herondas, poeta cómico griego del siglo III a.c., nacido en Siracusa.
En 1895, a los 27 años conoció a Marquerite Moreno, cuyo verdadero nombre era Lucie Marie Marguerite Monceau, la actriz más joven del Théatre Francais, la cual más tarde se convertiría en su esposa, y a partir de l906 con su llegada a Buenos Aires, es la profesora de dicción francesa  de Victoria Ocampo.

La vida de Schwob cambia por completo: desde 1895 hasta su muerte, sería operado cinco veces. Le está prohibido cualquier paseo, adelgaza mucho y padece continuas fiebres. Para calmar sus dolores le suministran morfina; muere y resucita en el infierno de la adicción. Se convertirá en el Marcel Schwob de su propia leyenda.
Sin embargo, su trabajo literario no decrece, en la Biblioteca Nacional, se encierra en los archivos y empieza su ciclo histórico-literario. Preocupado por el género biográfico, imaginaba al biógrafo como un demiurgo. Así publica en 1896 dos libros claves dentro de su producción: La cruzada de los Niños  y Las vidas Imaginarias, ambos serán prologados por Borges en 1949. En estos textos la lectura de las hagiografías (que tanto atraían a Lugones), de los predicadores y de las crónicas de la Edad Media se transforman en una alucinada Leyenda de los Siglos. Una prosa culta y exquisita se conecta con una refinada poesía, el resultado son esas historias  remotas, delicadas y excéntricas llenas de funestos presagios. Sin embargo, Schwob conocedor de la poesía de William Blake, traductor de la gran literatura inglesa, no ignoraba: que toda cosa incierta está viva, y toda cosa segura está muerta.

Sigue colaborando en L ´Echo de Paris y también en el Journal, se hace amigo de George Bataille, de Alfred Jarry (quien le dedica su Ubu Rey) y mantiene correspondencia con Paul Valéry, que en 1895 le escribe: Usted es casi la única persona que me ha estimulado sincera y lúcidamente.

En 1901 Schwob emprende el “insensato” viaje a Samoa, tras las huellas y la tumba polinesia del admirado espíritu de Stevenson, con la esperanza que  “la isla silenciosa” le devuelva las fuerzas y la salud. Pero en  enero de 1902, una grave pulmonía le pone en peligro de muerte; se salva gracias a la intervención de un doctor americano y los cuidados de una enfermera de la secta de los adventistas del séptimo día. A bordo del Manapouri, Marcel Schwob regresa casi destruido al puerto de Marsella.
Continúa, mientras puede, sus trabajos en los Archivos y la Biblioteca Nacional, e inicia con gran éxito sus inolvidables conferencias en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.
El 26 de febrero de 1905, después de varios días de sufrimiento, en su vasto departamento de la Isla Saint-Louis, junto a Marguerite Moreno y su doméstico chino Ting, rodeado de libros, Marcel Schwob muere. Tenía apenas treinta y siete años.

Las IMITACIONES, nunca editadas en la Argentina, algunas que en la presente publicación damos a conocer, como meras “rarezas”, o “eruditas extravagancias poéticas”,  fueron escritas por Schwob en 1894. Constituyen exquisitas miniaturas en prosa, que evocan en un estilo delicioso e irónico el mundo clásico del poeta griego Herondas del siglo III a.c. Su amigo Stevenson escribió del mismo: es un libro esencialmente hermoso, con su obsesión por la agradable melancolía y su amable sabor de antigüedad.
Schwob en estos textos, no crea, inventa a partir de otros textos.

A través de su escritura, el palimpsesto se convierte en “palimptexto”. Escritura sobre lo escrito que no por ello es menos original ni imaginativa. La lectura en Schwob es un estímulo a la imaginación, la lectura y la traducción como una forma de escritura. Método que no ha dejado de tener lectores  y escritores ilustres: Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Marguerite Yourcenar, Antonio Tabucchi, y sobre todo Jorge Luis Borges, que reconoce abiertamente haber abrevado para su Historia universal de la Infamia,  el estilo sutilmente irónico y conciso de la obra de Schwob. Para quien la vida no está en lo general sino en lo particular; el arte consistiría en dar a lo particular el aspecto de lo general. El arte para Schwob se opone a las ideas generales; describe lo individual, desea lo único. No clasifica, desclasifica.

Escribió Borges en el prólogo a La cruzada de los niños: En ciertos libros del Indostán se lee que el universo no es otra cosa que un sueño de la inmóvil divinidad que está indivisa en cada hombre; a fines del siglo XIX, Marcel Schwob –creador, actor y espectador de este sueño- trata de volver a soñar lo que había soñado hace muchos siglos, en soledades africanas y asiáticas.

Como decíamos en el epígrafe inicial, para Marcel Schwob:
           
                       El fin de todas las cosas bellas
                       radica en la alegría.


INÉDITOS DE MARCEL SCHWOB DEL LIBRO  IMITACIONES (1894)

SELECCIÓN HÉCTOR FREIRE
TRADUCCIÓN NORA GUASTAVINO

IMITACION VI
LA VASIJA CORONADA

Después que el ceramista hubo dado vuelta el fondo de la vasija cuyo vientre de dorada tierra yo había amasado y redondeado, la llené de frutos para los dioses de los jardines. Pero él evalúa el temblor del follaje, de miedo de que los ladrones perforen las murallas. En la noche, algunos lirones furtivos hundieron sus hocicos por entre las papas y se las royeron  hasta el tuétano. Tímidos, a la cuarta hora, agitaron sus colas vaporosas, blancas y negras. Al alba, los pájaros de Afrodita se posaron sobre los bordes violetas de mi vasija de arcilla erizando las plumitas que pelechaban en su cuello. Bajo el mediodía tembloroso, una muchacha se acercó hacia el dios, con coronas de jacinto. Y al verme mientras yo permanecía  inclinado tras un haya, sin mirarme coronó la vasija con frutos. ¡Que el dios, así privado de flores se enoje, que los lirones muerdan mis papas, que los pájaros de Afrodita inclinen sus cabecitas tiernas, uno hacia el otro!
Yo he mezclado, entre mis cabellos, los jacintos frescos y esperaré hasta el próximo mediodía, a la coronadora de vasijas.

IMITACION XIV
LA SOMBRILLA DE TANAGRA

Así extendida sobre unas varillas bien moldeadas, trenzada con paja que es arcilla o tejida con telas de tierra a las que la cocción ha vuelto rojas, me siento sostenida hacia atrás, cara al sol, por una muchacha de bellos senos. Con la otra mano ella recoge su túnica de lana blanca, y se percibe por encima de sus sandalias persas, unos tobillos modelados por anillos de electrón. Sus cabellos son ondulados y una gran hebilla los atraviesa cerca de la nuca. Desviando la cabeza, demuestra su miedo al sol y Afrodita parece haber venido a inclinar su cuello.
Así es mi amante y, antes, solíamos errar por las praderas salpicadas de jacintos, cuando ella era de carne rosa y yo de paja amarilla. El color blanco del sol me besaba por fuera y el perfume de los cabellos de la virgen me besaba bajo mi cúpula. Y la diosa que cambia las formas me concedió el deseo y, semejante a una golondrina de agua que cae, con las alas extendidas, para acariciar con el pico una planta nacida en medio de un estanque, me incliné suavemente sobre su cabeza; perdí las ramas que me mantenían lejos de ella, en el aire y me convertí en su sombrero que la cubría con un techo tembloroso. Pero cuando un alfarero que endurece aún a las muchachas, al vernos en un suburbio de la ciudad, nos pidió que esperásemos y modeló rápidamente entre sus pulgares, una pequeña figura de tierra. Obrero de las formas inferiores, nos plasmó en su lenguaje de arcilla; y, ciertamente, supo tejerme delicadamente, y plegar con suma plasticidad la túnica de lana blanca, y ondular la cabellera de mi amante; pero, no comprendiendo el deseo de las cosas, me separó cruelmente de la cabeza que yo amaba; y convertida nuevamente en sombrilla en mi segunda vida, me balanceo lejos de la nuca de mi amante.

IMITACIÓN XV
KINNÉ
 
Consagro este altar a la memoria de Kinné. Aquí, cerca de las rocas negras donde tiembla la espuma, hemos andado juntos, los dos. La perforada playa lo sabe, y el bosque de serbales, y los juncos de la arena, y las cabezas amarillas de las amapolas del mar. Ella tenía, llenas las manos de conchillas festoneadas y yo llenaba de besos los caracoles temblorosos de sus orejas. Ella reía de los pájaros de penacho que se inclinan sobre las algas y menean sus colas. Yo veía en sus ojos la larga línea de luz blanca que marca la frontera de la tierra marrón y del mar azul. El agua mojaba sus pies hasta los tobillos y los animalitos marinos saltaban a su túnica de lana.
Amábamos la brillante estrella nocturna y el húmedo cuarto creciente de la luna. El viento que anda por el océano nos traía los aromas de los países de las especias. Nuestros labios estaban blancos de sal y veíamos brillar, a través del agua, algunos animales transparentes y blandos, como lámparas vivientes. El aliento de Afrodita nos rodeaba. Y no sé por qué la Buena Diosa adormeció a Kinné: cayó entre las amapolas amarillas de las arenas bajo la luz rosada de la estrella de la  Aurora. Su boca sangraba y el brillo de sus ojos se apagaba. Vi  entre sus párpados la línea negra que marca la separación de los que gozan del sol y de las que lloran junto a los pantanos. Ahora, Kinné anda sola por el borde de las aguas subterráneas y los caracoles de sus orejas tienen la sonoridad del rumor de las sombras que vuelan, y sobre la playa infernal se balancean amapolas tristes de cabeza negra, y la estrella del cielo oscuro de Perséfone no tiene noche ni aurora; sólo se parece a una flor de asfódelo marchita.


IMITACIÓN XV
SISMÉ

Ésta que ves aquí, desecada se llamaba Sismé, hija de Thratta. Conoció primero a las abejas y las ovejas; después probó la sal del mar; finalmente un mercader la llevó a las casas blancas de Siria. Ahora permanece presionada como una estatuilla preciosa en su vaina de piedra. Cuenta los anillos que brillan en sus dedos: tiene tantos como años tuvo.
Mira la banda que oprime su frente: allí fue donde recibió, tímidamente, su primer beso de amor. Toca la estrella de rubíes pálidos que duerme donde vivieron sus senos: allí fue donde reposó una cabeza amada. Cerca de Sismé han ubicado su espejo deslucido, sus huesitos de plata, y las grandes hebillas de electrón que atravesaban sus cabellos; pues, al cabo de veinte años (hay veinte anillos), estuvo cubierta de tesoros.
Un rico sufete le brindó todo aquello que las mujeres desean. Sismé jamás lo olvida y su pequeña osamenta blanca no rechaza las joyas. Ahora bien el sufete le construyó este sepulcro ornado para proteger su tierna muerte, y la rodeó de vasijas de perfumes y de lacrimarios de oro. Sismé se lo agradece. Pero tú, si tú quieres conocer el secreto de un corazón embalsamado, desprende las falanges de esta mano izquierda: encontrarás allí un simple anillo de vidrio. Este anillo fue transparente; desde hace años es opaco y oscuro. Sismé lo ama. Calla y comprende.


IMITACION XVIII
EL ESPEJO, LA AGUJA, LA AMAPOLA

El espejo habla:
Fui modelado en plata por un hábil orfebre.
Al principio fui hueco como su mano, y mi otra cara era similar al globo de un ojo muerto. Pero bien pronto recibí la curvatura apropiada para devolver imágenes. Finalmente Atenea insufló en mí, la sabiduría. Ignoro lo que desea la muchacha que me sostiene, y le respondo anticipadamente que es bella. Sin embargo ella se levanta a la noche, y enciende su lámpara de bronce. Dirige hacia mí el penacho dorado de la llama, y su corazón quiere otro rostro que el suyo. Le muestro su propia frente blanca y sus mejillas modeladas y el nacimiento dilatado de sus senos, y sus ojos plenos de curiosidad.
Me toca casi con sus labios temblorosos; pero el oro que quema ilumina sólo su rostro y todo el resto, en mí, permanece en la oscuridad.

La aguja de oro habla:
Como atravesé sin gloria una trama de hilos de seda y dado que había sido robada en lo de un tirano  por un esclavo negro, fui capturada por una hetaria perfumada. Ella me situó en sus cabellos y yo pinché los dedos de los imprudentes. Afrodita me instruye y aguzó mi punta en la voluptuosidad. Llegué finalmente al peinado de esta muchacha, e hice estremecer las cintas que lo adornaban. Ella saltó debajo de mí, como una mona loca, y no vio la causa de su daño. Durante las cuatro partes de la noche, agito las ideas en su cabeza y su corazón obedece. La llama inquieta de la lámpara hace danzar las sombras que curvan sus brazos alados. Así de tumultuosas, sólo tiene visiones rápidas y se precipita hacia su espejo. Pero él no le muestra más que su rostro atormentado por el deseo.

La cabeza de la amapola habla:
He nacido en los campos subterráneos, entre plantas cuyos colores son desconocidos. Conozco todos los matices de la oscuridad; he visto las luminosas flores de las tinieblas. Perséfone me tuvo en su regazo y allí me adormecí. Cuando la aguja de Afrodita lastima con la curiosidad a la muchacha, yo le muestro las formas que vagan en la noche eterna.
Son bellos jóvenes engalanados con mil gracias que ya no existen. Afrodita sabe cumplir con sus deseos, y Atenea muestra a los mortales la inanidad de sus sueños; pero Perséfone posee las llaves misteriosas de las dos puertas de cuerno y de marfil. Por la primera puerta envía, hacia la noche a las sombras que asustan a los hombres; y Afrodita se compadece de ellos, y Atenea los mata. Pero por la segunda puerta, la Buena Diosa recibe a aquellos y aquellas que están hartos de Afrodita y de Atenea.

            

 
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