Lo que sigue son comentarios a partir de una lectura crítica del texto de Soler, que intenta dejar a la luz los presupuestos sobre los cuales se asienta, la raigambre del pensamiento de la autora, y su relación con la misma.
No será una exposición ordenada: son comentarios surgidos a lo largo de la lectura del texto, y a posteriori de la misma. Lo primero a señalar es que Soler presenta el libro como una defensa frente a las críticas que Lacan ha merecido en el sentido de haber dejado de lado la dimensión del afecto en sus desarrollos. Soler hará un extenso desarrollo intentando demostrar que dicha acusación ha sido sin fundamento. Ante el desconocimiento y negación que la autora dice que sufrió la “teoría de los afectos original y única de Lacan” (pág. 10) dice que la misma estaba al principio implícita. Ahora bien, cabe preguntarse: una teoría implícita ¿es una teoría? También Soler hace el mismo juego que muchos autores han hecho con Freud, en cuya obra estaría implícito Lacan.
Así, no podrá evitar ir mostrando cierto ejercicio de revisionismo teórico, queriendo introducir casi al inicio de la obra de Lacan un supuesto interés en el afecto. Todo revisionismo teórico es siempre sospechable de querer acomodar la teoría a la conveniencia del autor.
Lo segundo a señalar es que a lo largo de todo el libro no hay una sola mención a un caso clínico, o por lo menos una viñeta, que permita apreciar lo que se sostiene en el mismo, tan caro al sujeto psíquico, como lo es el afecto.
En la página 9 sostiene que Freud intuyó que las transformaciones de las pulsiones no dejaban de estar estructuradas como un lenguaje, "puesto que no da marcha atrás en evocar la "gramática" de las pulsiones”. Esto – que de ninguna manera está presente en la obra de Freud - forma parte de un intento de legitimar a Lacan. ¿Por qué?, ¿por qué no legitimarse a sí mismo, como Freud hizo? Este movimiento es innecesario, dado los desarrollos propios de Lacan y la dimensión de su obra. Cada autor debe sostenerse a sí mismo, defenderse a sí mismo en su obra. Y es importante señalar que es el peso específico que dentro de la obra de un autor tiene determinado tema (el de los afectos en este caso) lo que determina que se considere el lugar que se le asignó al mismo. Cabría pensar, en este caso, que – como podrá observarse a lo largo del texto de Soler - Lacan hace un camino sinuoso con respecto a los afectos, los toma en una dimensión que es pertinente a su propia obra, lo que hace que introduzca afectos muchos de los cuales no tienen su origen en la clínica (es notable la constante referencia a la religión Católica), y deja de lado muchos que son de una presencia notable en la práctica. Así los celos, la envidia, la gratitud, el duelo y los afectos que éste entraña como el dolor (la tristeza es rápidamente despachada), el resentimiento, el sentimiento inconsciente de culpabilidad (la noción de culpa que tiene Lacan es diferente de la de Freud, queda emparentada al pecado original, al estar en falta), la alegría, etc. no son tenidos en cuenta, o son descalificados en pos de ubicar a la angustia como el único afecto, el único que no engaña. Aunque, a lo largo del libro, podrá observarse que esta última posición es matizada y un tanto relativizada, siempre dentro de las coordenadas del pensamiento de Lacan.
Convengamos lo siguiente con respecto a la aseveración de que la angustia es el único afecto que no engaña: en las neurosis la angustia aparece desplazada tanto como la representación, como puede apreciarse tanto en la histeria como en la fobia y las obsesiones. O sea: la angustia también engaña. La que no se desplaza es la angustia automática, ligada al desvalimiento o desamparo.
La angustia ante lo real – situada por Soler como un descubrimiento original de Lacan - podría asimilarse a la angustia por desvalimiento (recomiendo la lectura de mi texto Hilflosigkeit, inseguridad), apenas mencionada al inicio del libro de Soler, luego olvidada, en algún momento retomada. La conocemos como la angustia que está antes del significante y del sentido, lo que no tiene sentido.
Soler sigue a Lacan en sus imprevistos cambios, que generalmente no tienen explicación ni fundamento – y así los presenta la autora -. Hoy puede decir un cosa, sostener firmemente una línea de argumentación, y al tiempo abandonarla. La autora intenta explicarlo, le perdona todo, no hay ninguna crítica. Queda subsumida como autora al estilo de Lacan (que ni siquiera es mencionado como tal). Hay apenas algunos atisbos de ideas originales de Soler, siempre a la sombra del pensamiento de Lacan. Por otra parte, es de destacar que la autora es muy clara en sus referencias a la angustia, el objeto a, lo real, claridad que pierde cuando intenta seguir a la letra a Lacan y pierde su propio desarrollo. A lo largo del texto puede apreciarse con nitidez la importancia del objeto a en la obra de Lacan, y el aporte que ello significa para el entendimiento del modo de ser de la psique y de la cura analítica, y de los afectos ligados al mismo. También (uno de los pocos desarrollos a los que se anima Soler) es interesante su propuesta referida a cómo a los tres goces le corresponden tres angustias.
No es cierto – como sostiene Soler - que en Freud la angustia está situada solamente en el plano del tener (castración): así puede observarse en Inhibición, síntoma y angustia y en sus desarrollos sobre la angustia automática, que atraviesan toda su obra. Digo esto, porque Soler sostiene que la angustia en la obra de Lacan "no es exactamente lo que era para Freud- a saber, esencialmente angustia de castración o de sus homólogos" (pág. 10), aunque luego caerá en cierta contradicción en la página 20, al introducir la idea de Freud de desvalimiento (Hilflosigkeit). Así es como – inexplicablemente - Soler, luego de sostener que la angustia de castración es la única que encuentra lugar en la obra de Freud, habla del desvalimiento, entendiendo en el mismo el fundamento de la angustia frente a lo real, concepto central en la obra de Lacan. No le da entidad en la obra freudiana, siendo que – insisto - atraviesa toda su obra. No sabemos las razones de esta decisión de la autora.
Angustia ante lo real. Idea por demás importante para la práctica clínica y los avatares del sujeto, también del colectivo social, pero en general desconocida fuera de las huestes lacanianas. Y en eso debiera hacerse responsable en buena medida al mismo Lacan y a sus seguidores. Lacan quedó preso de peleas, rencillas más o menos importantes, algunas domésticas, como con Green, lo que hace que deje de lado los desarrollos indispensables de éste respecto del afecto. Si los fieles al pensamiento de Lacan dejaran de serlo, y tuvieran con él la relación que es posible mantener con Freud (que se deja criticar, siendo Freud el primer crítico de sí mismo), la historia sería muy distinta, y estarían lejos de pensar que el único psicoanálisis es el lacaniano, o que si no se es lacaniano no se es psicoanalista (posición que atraviesa todo el texto de Soler). Más allá de esto, quienes no profesan el lacanismo están igualmente obligados a recorrer una obra que es imprescindible para el psicoanálisis.
A lo largo del meridianamente claro texto de Soler, se observa nítidamente cómo Lacan queda preso de su abandono de la diferencia entre representación y afecto: el significante es otra cosa. De todas maneras, podemos pensar que los significantes se expresan en representaciones y afectos, o que las representaciones y afectos pertenecen a un orden de significación, siguen sus dictados. Pero – y esto está ausente en la doctrina lacaniana – no hay lugar para la creación de representaciones y afectos que alteran el orden de significación. La dimensión de la historia está soslayada en este aspecto. Porque si representaciones y afectos fueran siempre un simple efecto de un campo simbólico, la historia dejaría de existir, la alteración del sujeto sería impensable.
Soler sitúa el momento en el cual Lacan debe abandonar el monopolio del significante, para virar su atención - y la de su auditorio - hacia la angustia, “el” afecto. Pero, nuevamente, el afecto (la serie de los llamados afectos lacanianos) no aparece - como en Freud - ligado a representación alguna. Por eso el lugar esquivo que ocupa en la teoría lacaniana, la dificultad en su abordaje. Pero también hay que reconocer que hay aportes sustanciales alrededor de la angustia, que profundizan aspectos de la teoría de Freud.
El afecto, que es pensado como efecto a lo largo de todo el libro, no puede ser pensado al revés, o como con entidad propia: pero es por la misma razón de abrazar el significante, en el cual el afecto no halla lugar más que subordinándosele.
Soler acierta cuando describe los efectos de la cultura actual en la psique, aunque lamentablemente no explica, no desarrolla los pasos intermedios, no explica el por qué. Pero de todas maneras son consideraciones valiosas y pertinentes, que siguen desarrollos de Lacan.
Hay una promesa de interesantes desarrollos referidos al fin de análisis, que – según Lacan, citado por Soler – está "sujeto a afectos imprevisibles". Vale la pena recorrer estos desarrollos. Pero el problema es que el capítulo dedicado a los llamados afectos de fin de análisis, se transforma en la parte más obscura del libro, entre otras cosas porque está atado al dispositivo del pase, y se confunde en los meandros institucionales y políticos. Se menciona el lugar del duelo por el objeto a encarnado en el analista. Si bien esto forma parte de cierta mistificación de lo que es un análisis y su fin, es una idea a la cual es necesario darle un lugar para profundizar en la misma. Aunque veremos que hacia el final del libro esta idea podría enlazarse a la propuesta que está descrita en el mismo.
La hipótesis de quién estaría en condiciones de evaluar un pase es cercana a lo esotérico (pág 135). Y es de resaltar su señalamiento: "Ya no cree más (el sujeto en análisis) en el SSS, que ha salido de la hipótesis transferencial o mensurado el saber sin sujeto, real" (pág. 134). Hubiera sido pertinente una aclaración (si fuera posible), por parte de Soler respecto de cómo es posible pensar un saber sin sujeto. ¿No se tratará de un saber - inconsciente – del cual el sujeto puede apropiarse en análisis, y que esto se podrá continuar en su autoanálisis?
Son confusas las proposiciones referidas al amor, que en principio aparece descalificado como un engaño relacionado con que no hay relación sexual (es interesante contrastarlo con las ideas de Badiou entre otros, como he desarrollado en Eros, el amor) y luego intentando ser reivindicado por el mismo Lacan (según la autora) pero no queda claro cómo…
El amor como engaño – remarcado por Soler - es tomar una parte por el todo. Engaño es lo que predomina sobre todo en el narcisismo en el cual la dimensión de la alteridad, la posibilidad de superar la exterioridad recíproca está abolida o no alcanzada.
Soler sostiene que los analistas no pueden constituir un grupo. "Es imposible que los analistas como tales conformen un grupo" (pág. 146). En todo caso, es cierto, hay analistas para los cuales es imposible conformar un grupo, o hay instituciones, doctrinas, que hacen imposible la conformación de un grupo. A menos que pensemos que todos los grupos responden a la horda primitiva, y que no hay posibilidades de establecer las masas artificiales como sostuviera Freud, y - señalado por él mismo - no hubiera posibilidad de organizarse en grupos que debido a su conformación eviten los fenómenos regresivos. Suele así hablarse de un “efecto de grupo”, como si los grupos fueran exclusivamente perniciosos, bandas de forajidos que se dedican a desollar a sus miembros, o a actuar paranoicamente respecto de otros grupos, o a girar en falso alrededor de la figura de un líder.
Relativo a lo anterior, es dable observar el enredo en el que cae la autora cuando quiere ocuparse de los afectos que se producirían alrededor del pase. El pase es ese mecanismo que inventó Lacan, pensado para dar testimonio del psicoanálisis y al mismo tiempo advenir analista de la Escuela que fundó. Es un mecanismo que está probado que fracasó y sigue fracasando ya que lejos de las intenciones puestas de manifiesto por Lacan devino en una suerte de rito iniciático que permite participar del poder de la institución, estableciendo una estructura piramidal – esa que tanto se le criticó a la IPA - .
Breve comentario: “el representante de la pulsión es el significante”, dice Soler que dice Lacan (pág. 15). Esto es radicalmente diferente a lo establecido por Freud.
El afecto miente, latiguillo repetido en el lacanismo: no es cierto, a lo sumo es una verdad parcial: está desplazado y en su aparición señala que su causa está en otro lugar. Es una brújula muchas veces.
No es lo mismo condensación y desplazamiento que metáfora y metonimia, en las cuales el afecto no tiene lugar, ya que se refiere a significantes, o a lo sumo representaciones-palabra (que están en el prec, y no en el inc).
A lo largo del libro hay una fatigosa insistencia de Soler en la falta, y al mismo tiempo una obliteración de la presencia que hace posible la falta.
Se puede observar también la relación que establece – siguiéndolo a Lacan – entre falta y pecado: es, cuanto menos, rebuscado, intenta hallar explicación en una religión que solo es abrazada por una parte de la humanidad, algo que es del orden de lo subjetivo. Esto guarda estrecha relación con situar a la insatisfacción como un punto crucial en la estructuración de la psique. Desde Freud sabemos de que es primordial la experiencia de satisfacción. Se trata de una dupla satisfacción/insatisfacción.
En la página 47 puede leerse una de las tantas versiones de que no hay relación sexual. ¿Con cuál quedarnos?
Es un error, una distorsión, por no decir un abuso, pretender – como hace Soler - que la idea del inconsciente estructurado como un lenguaje está ya presente en Freud... Para Freud el inc. tiene zonas de estructuración debidas a la represión primaria (que separa al sujeto de sus objetos, como la misma Soler señala, esos objetos a lacanianos, causa del deseo, y la relación que los mismos tienen con la angustia ante lo real), pero está desestructurado, no solo estructurado, ya que es fuente de creación, algo – como ya mencioné - ausente de la teoría lacaniana y que Soler reproduce parte por parte.
En la enumeración de la serie de los afectos lacanianos (tristeza, excitación maníaca, gay saber, fastidio y pesadumbre) tanto como en la insistencia en el Pecado original, el venial, y el mortal y su relación con esos afectos, está ausente la culpa, señalamiento de la propia Soler. Pero sabemos bien de la importancia en el pensamiento de Freud y la relevancia que tiene para la clínica el sentimiento inconsciente de culpabilidad (expresado en necesidad de castigo) y su lazo con el masoquismo primario y el superyó. Soler habla de otra cosa. De culpa por existir y de goce.
Son muy interesantes los desarrollos de Soler respecto de la vergüenza, componente ético respecto de los afectos, un afecto social.
Soler amplía la angustia como referida a lo real, a otro afectos llamados enigmáticos que también estarían referidos a lo real, y atestiguan de un saber del cual el sujeto está ausente y que no es reducible por desciframiento alguno (este es el saber sin sujeto al que hice referencia previamente: pero, ¿es un saber?). Así como el inconsciente-lenguaje es descifrable, el inconsciente-lalengua, es indescifrable. Señala aquello que excede la estructura del lenguaje, por medio de la angustia cuando se trata del objeto a o de lo real fuera de lo simbólico; y por medio de los afectos enigmáticos cuando se trata de lalengua.
Es muy interesante el señalamiento de Soler de que en la obra de Lacan se produce un giro en su desarrollo (pág. 82), al manifestar al afecto como índice de lo que en el lenguaje no es lenguaje, posición que lo acerca a Freud, en cuya obra el afecto otra cosa que la representación-palabra.
También – señala Soler - que se produce en Aún una aseveración terminante: "El truco analítico no era matemático", adiós los matemas. (pág. 103).
Entonces, se produce lo que a mi entender es lo mejor del libro de Soler: las últimas dos páginas, donde la autora anuncia que Lacan abandona todas sus posiciones anteriores incluyendo su apuesta a los matemas (habría que avisarles a quienes siguen enredándose con ellos) y apostando a la poesía. Esa última postura de Lacan lo acerca notablemente a la obra de Julia Kristeva en lo relativo a sus desarrollos sobre lo semiótico.
Sucintamente: en el origen, “para cada cual lalengua proviene del medio sonoro del discurso que baña al bebé a quien se habla" (pág.104). “Antes que sus sonidos cobren sentido". Hay así una erotización del cuerpo y los sonidos.
Conclusión: luego de rechazar los matemas, Lacan apostará a la poesía. "Mantiene juntos los efectos de sentido de lenguaje y los efectos de goce fuera de sentido de lalengua (pág. 154). Propuesta que podría coincidir con el trabajo sobre lo originario, lo pictográfico de Piera Aulagnier. Es homologable al sinthome,dirá Soler.
Y hay una interesante vuelta de tuerca sobre el amor (en el seminario Aún), y lo inexplicable del mismo (¿se tratará de lo real del amor?): el amor como encuentro de lalengua, siendo un afecto enigmático.
Para terminar: El libro de Soler - más allá de lo por momentos aquí expresado - merece leerse tanto por sus aciertos como por sus errores, por sus aperturas como por su aporías. Y permite pensar que en el futuro se tratará tal vez de sacar a Lacan de Lacan, de volverlo a territorio freudiano para lanzar más lejos a Freud, y a Lacan mismo. Pero para ir más lejos primero hay que saber de dónde se parte.
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