Leer a Lacan, descifrar sus Escritos y seguir su Seminario es una tarea difícil. Criticarlo, hacerlo seriamente, lo es mucho más. Lo que debe retener nuestra atención es que el estilo de su enseñanza - abigarrada, sin demasiadas ‘rupturas’ explícitas, enciclopédica, plena de referencias eruditas, que avanza en general crípticamente - nos pone frente a una dificultad homóloga a la de escuchar a un sujeto en análisis. No en vano Lacan decía que, en su Seminario, tenía la posición de analizante. Una lectura ligera y/o incompleta de esta obra ha llevado a algunos a criticar el descuido de los afectos por la teoría lacaniana: una de las críticas –injusta, por cierto - que sus seguidores escuchamos más frecuentemente. Por lo tanto, damos una muy bienvenida al libro de Colette Soler que nos permite, en cierto modo, aislar este eje teórico/clínico y, también, continuar aclarando la confusión.
Colette Soler abre su texto presentando la contundencia que tiene para Lacan el tema del sufrimiento, de los afectos penosos que llevan al sujeto a la consulta. Desde luego, liga esos afectos a los avatares de la pulsión. Es un comienzo rotundo frente a las críticas, a la vez que definitorio como respuesta si sabemos el lugar central que Lacan dio a estos conceptos en la teoría psicoanalítica. La constitución de la pulsión, sus efectos/afectos, ha sido una preocupación central para Lacan, tanto para aprehender al sujeto con el que tenemos que ver como para saber de qué modo operar sobre ellos en la cura. El desarrollo posterior, el seguimiento minucioso de estos conceptos por Soler en la obra de Lacan, no hace más que corroborar esta primera declaración. Frente a ella, la consabida crítica se desluce; se puede decir que dicha crítica parte tanto del desconocimiento como de la banalización de afirmaciones, sin duda, difíciles de cernir.
Hubo, según creo, un muy mal encuentro entre algunos que hicieron caricatura de la enseñanza de Lacan y los que, sin detenerse a estudiarla, sacaron conclusiones a partir del modo que tomó, en los primeros, el ejercicio clínico. Los primeros, al malinterpretar el hacer de ‘muerto’ del analista –por ejemplo- implementaron el silencio como forma privilegiada de intervención, así como entendieron la fidelidad a la concepción lacaniana respecto de lo ‘engañoso’ en los afectos - su posibilidad de desplazamiento en la teoría freudiana - como el permanecer impávidos frente al dato afectivo, incluso angustioso, de su paciente. Los segundos, críticos antilacanianos, que eligieron serlo sin pasar por una lectura atenta, también tergiversaron la referencia teórica de Lacan acerca de los afectos y se guiaron por la pose, respuesta imaginaria, de algunos de sus seguidores muy al comienzo de la difusión de esta enseñanza. Surgió, así, la idea de que Lacan despreciaba el registro afectivo tanto como jerarquizaba el plano del significante. Hay superficialidad en la apreciación tanto de unos como de otros.
La relevancia dada a lo simbólico puede acomodarse a una primera parte de la enseñanza lacaniana, tal como la ubica Soler, en la que, para encarar un retorno a Freud -a partir de la desviación conductista y simplista que imperaba - se hacía necesario enfatizar el alcance de dicho registro. Además, esa etapa coincide con la esperanza de Lacan en la potencia del significante, lo cual no fue de la mano con el desprecio por los afectos que se le imputa. En este punto, la cronología en la enseñanza de Lacan también se puede homologar con el recorrido de la teoría freudiana, así como con el de un análisis: se comienza con la esperanza de saber, de que la verdad cure, de que el Otro sea su portavoz, y se culmina con la decepción por el encuentro con lo que no se puede saber, con – señala Soler - lo real fuera de sentido. Hay afectos particulares que son efecto de ese encuentro e, incluso, se vuelven signo, índice, de esos momentos de finalización para el analista que dirige la cura.
De cualquier modo, la posición de Lacan en el debate con los postfreudianos, no pasa por si los afectos importan o no en sí mismos, sino en retomar las vías de acceso a la cura de los síntomas que había señalado Freud. De allí la denominación de “subestimación técnica” que utiliza Soler cuando se refiere a la continuidad teórica entre Freud y Lacan respecto de los afectos ya que concierne al privilegio del desciframiento como modo de acceso a la verdad. Lacan, en la ruta freudiana, retoma las vías de la palabra y el sentido. Y, como lo señala Soler, Lacan resignifica el par “gratificación/frustración” de la demanda del analizante cuando inscribe la imposibilidad de satisfacción en la estructura.
Sobre la huella freudiana, Lacan elabora su Seminario de la Angustia y da a este afecto, brújula en la cura, un lugar central. Ese lugar le está dado por su diferencia con los otros afectos, pasibles de desplazarse en relación con las representaciones y de, por lo tanto, provocar variados y sucesivos desplazamientos de la significación. Parte del concepto de “desvalimiento” en Freud y de que el simbólico, vía el Otro, trama la red que “preside la sustitución de los signos” y reprime el “real insoportable”. Dice Soler: “Allí donde el significante está forcluido en la relación con el Otro barrado se ocasiona la angustia. (…) (Lacan) la situó primero en el objeto a que no logra inscribirse en el Otro (lugar de los significantes), (…). Después amplió la tesis relacionándola más generalmente con lo real fuera de lo simbólico.”
A partir de esta ubicación central de la angustia, señal, índice, guía para la cura misma, Soler especifica el desarrollo del concepto en Lacan tanto desde su tópica como desde los cambios que sufre en función de la temporalidad y los cambios epocales. Toma para ello el instrumento de los cuatro discursos y aclara la peculiaridad del efecto del discurso capitalista: “ (…) el capitalismo científico con sus efectos técnicos destituye a los sujetos (…): usa y abusa de ellos a título de instrumentos. Si hoy en día hacemos más caso a la depresión generalizada que a la angustia es –según creo- simplemente porque el sujeto deprimido se sustrae más a la máquina productiva y cuesta más caro que la angustia, la que incluso puede ser estimulante.”
Soler enfatiza la fineza del análisis lacaniano de la angustia, su vinculación con los goces que condiciona el objeto: “Sé bien que Lacan, al situar la inhibición, el síntoma y la angustia en la elucidación del nudo Borromeo, ubica a esta última en conexión con el goce del Otro: angustia de lo real que irrumpe en lo imaginario del cuerpo. Sin embargo, también hay una angustia directamente conectada con el sentido, y es la angustia de las rupturas de sentido - tan abrumadora en nuestra época - y que da cuenta de muchos de los ataques llamados de pánico. En el nivel del goce fálico, todas las angustias están ligadas al tener - las que Freud advirtió primero: angustias de impotencia, de pérdida, de fracaso, pero también a veces de éxito, tan paradójicas para el sentido común, el sentido que se cree bueno.”
Lo central de la angustia de lo real es ubicado en el goce del Otro, que se manifiesta como “angustia de la facticidad traumática de la existencia” y, en el nivel del goce no fálico en la sexualidad, como angustia frente al Otro goce. “En los tres casos” – cita Soler de Lacan - “el sujeto es presa del sentimiento de ‘reducirse a su cuerpo’, destituido, como ser-ahí-fuera de sentido, incluso simple instrumento de conquistas fálicas (…).” Se trata de la pérdida de las referencias de la identificación simbólica.
Asimismo, Soler explora, en Lacan, la angustia en tanto “sexuada”, es decir: en tanto concierne a mujeres y a hombres. Es el relevo del abordaje de Freud, que sabemos también se ocupó de estas particularidades. Lacan encuentra, y es de fundamental importancia en la clínica, las razones de la afinidad entre las mujeres y la angustia.
Otra veta del recorrido de Lacan en relación con la angustia es la que explora lo que ella le debe a los discursos, especialmente a partir de lo que se ha dado en llamar ‘muerte de Dios’. En relación con el discurso capitalista, Soler recuerda que ha arrasado con valores estéticos, morales y religiosos, que han permitido dar sentido al sufrimiento y, por lo tanto, soportarlo. El sujeto, en esa orfandad, queda solo y únicamente vinculado a los objetos de producción y consumo. El capitalismo destruye los lazos sociales.
La teoría de los afectos en Lacan, más allá de lo que concierne a la angustia, es recorrida por Soler con detenimiento. Así, señala la inclusión del cuerpo según tres conceptos: el del viviente; el cuerpo que está afectado por el Inconsciente, en juego en los síntomas y el cuerpo de la identificación especular. Subraya, así, la hipótesis lacaniana respecto de la afectación del cuerpo y del goce por la intrusión del lenguaje. En este sentido, Soler señala tanto las coincidencias como la distancia de Lacan respecto de Freud y el lugar que ambos le dan al concepto de trauma, central para la teoría del afecto. Lacan parte del vaciamiento de goce que el simbólico opera sobre el viviente, de su regulación, y termina ubicando al lenguaje mismo como “aparato de goce”, con su concepto de “lalengua” concebida en su materialidad. Esto lo lleva a nombrar a su sujeto como “hablanteser”, destacando lo sustancial en su afectación por el goce. Esta conceptualización, señalará más adelante Soler, influye en los modos en que Lacan fue concibiendo la cura. De los matemas a la poesía, en el camino de ceñir lo que no puede saberse todo.
Soler también señala dos aspectos centrales en la teoría lacaniana de los afectos. Destaca los efectos de la cultura en su manifestación, en primer lugar, como ya lo vio Freud, efectos ligados - para Lacan - a los tipos de discurso en juego en cada momento, a la Historia, y no sólo a la particular del sujeto. En segundo lugar, por lo tanto, Soler señala el nivel ético, el de la responsabilidad del sujeto, cuando Lacan incluye la noción de “pecado”, en términos laicos en su teoría: “Es que la estructura no es sinónimo de determinismo y el sujeto no es la marioneta de esta estructura a la cual, sin embargo, no escapa. (…) El afecto, según Lacan, responde al estatus del goce herido, pero el término ‘respuesta’ debe tomarse en sentido fuerte: una repercusión, sin duda, pero que incluye una variable personal que pone en juego la responsabilidad.” En este sentido, Soler no omite mencionar la coincidencia con la “elección de la neurosis” freudiana como opción subjetiva ante lo real en las “psiconeurosis de defensa”.
El libro culmina con el estudio de las series lacanianas de los afectos, aquellas que Lacan elabora a lo largo de su enseñanza. Así, para tomar sólo un ejemplo, la serie que indica en Televisión: tristeza, excitación maníaca, gay saber, fastidio, pesadumbre y buena suerte. Asimismo aclara la ubicación teórica de la culpabilidad. Podemos incluir otras series, las “pasiones del ser”, los afectos en juego en el análisis e – incluso - lo que Soler nombra como “los afectos después”, más ligados a la teoría que ella destaca acerca de la formación del analista y del fin del análisis. No nos detendremos en ello, sin embargo, pues queríamos subrayar en este libro - ante todo - lo que aporta y esclarece en relación al lugar de la teoría de los afectos y a lo minucioso de su tratamiento en la enseñanza de Jacques Lacan.
|