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Título: Por Philippe de Champaigne, de Jacques Prevert |
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Las nuevas parentalidades y el temblor de las creencias |
Por Facundo Blestcher |
Psicoanalista
Miembro Titular de ASAPPIA / Presidente de la Sociedad Psicoanalítica de Paraná
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facundoblestcher@gmail.com |
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El reciente debate acerca del matrimonio igualitario en Francia ha reeditado las polémicas suscitadas en Argentina por la sanción de la ley homónima. A este avance en el reconocimiento de la igualdad de derechos se sumó posteriormente en nuestro país la ley de identidad de género. También la elección de un Papa argentino ha llevado a recordar su férreo combate contra estas normas legales calificadas como demoníacas, violatorias de una presunta naturaleza humana y amenaza de disolución de la familia tradicional.
Las mutaciones actuales en las subjetividades sexuadas y en los posicionamientos deseantes e identitarios perfilan nuevas configuraciones familiares y parentales que alteran el régimen instituido. Distintos estamentos políticos, religiosos y sociales las han recibido con temor y temblor –apelando a la obra de Kierkegaard [1] – por conmover un sistema de creencias largamente sedimentado, devenido sentido común y naturalizado contra todo análisis genealógico. Y resulta inquietante la resistencia de ciertos sectores del Psicoanálisis o de los psicoanalistas para acoger lo diverso, especialmente si somete a caución las fórmulas canónicas con las que se pretende defender una teoría y sostener una praxis al amparo de las turbulencias históricas. En ese sentido se ha llegado a vaticinar la decadencia de la civilización y el derrumbe de la organización simbólica a partir de la llamada declinación del padre.
La fe comienza donde sucumbe la razón [2]
La perturbación de las topografías tradicionales del patriarcado occidental se inscribe en un contexto de crisis de las coordenadas de inteligibilidad de la sexualidad vigentes hasta hoy. Este tembladeral interpela al Psicoanálisis reclamando una tarea de crítica y fundamentación metapsicológica para encarar lo no pensado y revisar lo establecido, superando el reiterado recurso al dogmatismo. Pretender sostener la fecundidad de nuestros paradigmas tornándolos sintónicos con los discursos dominantes comportaría una anomalía, tanto como remozarlos cosméticamente sin una depuración rigurosa de sus fundamentos. La remoción de los obstáculos epistemológicos que dificultan el avance supone una deconstrucción de una serie de enunciados convertidos en creencias: formulaciones repetidas como letanías, invocaciones a la autoridad de un Otro, ritualizaciones litúrgicas de la práctica, lenguajes crípticos en la transmisión y diversas devociones parroquiales que definen pertenencias (cuando no, sectarismos).
La tarea que indicamos concierne al deslinde entre teoría psicoanalíticayteorías sexuales infantiles con las que los sujetos, incluidos también los psicoanalistas, en diferentes momentos de su historia individual y colectiva, han encontrado vías de simbolización a sus enigmas [3]. El deslizamiento ideológico de las modalidades de fantasmatización de la sexualidad hasta su elevación a teoría oficial ha conducido a una acumulación de mito-teorías [4]que entorpecen la compresión de las singularidades al subordinarlas a supuestos universales fundados en estructuralismos de diverso cuño, ya sean biologicistas, antropológicos o lingüísticos.
Renovadas configuraciones familiares, innovadoras técnicas reproductivas, neoparentalidades y adopciones por parte de sujetos homosexuales, transexuales o transgéneros agitan fantasmas y jaquean sistemas creenciales relativos a la organización del parentesco, la articulación entre deseo y filiación, o la significación de la diferencia de los sexos ante las diversidades de género y orientación sexual, entre otras cuestiones teóricas, clínicas, éticas y políticas.
Nuevas parentalidades y síntomas de la solución paterna
La comprensión de las llamadas nuevas parentalidades por parte de ciertos psicoanalistas pone de manifiesto la eficacia de mandatos falocéntricos y heteronormativos infiltrados en la teoría [5]. Del recelo al rechazo, se reproducen las significaciones hegemónicas y se establece una coartada ideológica y un factor de legitimación que hace confluir al Psicoanálisis con los discursos más reaccionarios de la moral religiosa y el conservadurismo social. Esas posiciones tocan el nudo de nuestra concepción sobre la sexualidad y revelan la persistencia del prejuicio, como clausura del pensamiento, para soportar la angustia ante lo diferente (la diferencia con el otro y la ajenidad radical con relación a lo Inconciente).
Más allá de las metamorfosis en las configuraciones vinculares, las modalidades reproductivas y los sistemas de crianza, es preciso reubicar la constitución del sujeto en la situación antropológica fundamental: la asimetría –sexual y simbólica– entre adulto/a y niño/a. El psiquismo se constituye a partir de la acción sexualizante y narcisizante del adulto, quien ejerce una pulsación primaria que funda exógenamente la sexualidad y simultáneamente propicia ligazones para las excitaciones que inscribe.
El deseo de progenitura condensa fantasías y anhelos narcisísticos de perpetuación y trascendencia a partir del reconocimiento de la castración ontológica. No depende del carácter de la elección de objeto ni del posicionamiento identitario del sujeto. Afirmar que el deseo de descendencia en personas que no responden al ideal heteronormativo sería una condición patógena para la estructuración psíquica de niños o niñas, exhibe una convicción errónea y una generalización abusiva [6]. Si la identificación es la operación fundamental instituyente de la subjetividad y estructurante del conglomerado ideativo en el que el sujeto se reconoce a sí mismo, los niños y niñas no se identifican al objeto real sino a los enunciados y formas representacionales con los que se organiza la circulación simbólica y libidinal con el adulto. No hay homotecia entre estructura edípica de partida –instancia parental– y psiquismo infantil, sino transformación, traumatismo y metábola.
Resulta pertinente como punto de partida la distinción establecida por Piera Aulagnier entre deseo de hijo y deseo de maternidad –o paternidad–. Este último implicaría que el infans no representa un sujeto inédito y abierto a un proyecto identificatorio dinámico, sino la coagulación de un deseo de completamiento fálico que anula su singularidad. Por el contrario, el deseo de hijo lo inscribe en una trama en la que éste no es la realización plena del adulto ni su puro reflejo especular, sino que deja espacio a la novedad y a la diferencia como condiciones de la subjetivación. El narcisismo trasvasante del adulto [7] permite la apropiación ontológica del infans y su reconocimiento como semejante, y al mismo tiempo, como alguien distinto, simbolizándolo como humano.
Las categorías función materna y función paterna han contribuido a distinguir las operaciones subjetivantes de las personas reales que las encarnan –sin lograr impedir su plegamiento permanente– pero resultan insuficientes ya que duplican la división del sistema sexo/género. Las impregnaciones ideológicas de estas fórmulas exceden la pretensión de formalización lógica y reclaman un discernimiento de la complejidad de las determinaciones deseantes, fantasmáticas y discursivas en las que se inscribe la operatoria humanizante que las y los adultos, como sujetos psíquicos clivados, ejercen sobre niños y niñas [8].
También la teorización del complejo de Edipo ha sufrido un “extravío familiológico” que entorpece la comprensión de las nuevas realidades. Recuperar su significatividad requiere discernir: estructura del Edipo, que desde la perspectiva levistraussiana define la regulación de los intercambios sexuados entre las generaciones y la inserción simbólica en la cultura; complejo de Edipo, tiempo de ordenamiento de la sexualidad infantil y sus constelaciones deseantes en función de las pautaciones del adulto; y organización familiar, en tanto agrupamientos sociales fundados en relaciones de alianza y parentesco en un momento histórico determinado. Si bien las nuevas parentalidades pueden dar origen a figuraciones inéditas de los enlaces originarios, consideramos fundamental poner el centro del Edipo en la pautación y acotamiento que cada cultura ejerce sobre la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto [9].
El nombrado fin del dogma paterno [10] impone reconocer que Padre es una construcción histórica, solidaria de la dominación masculina, que ha asegurado a los varones el monopolio de la función simbólica. El desfallecimiento de su soberanía hace zozobrar los imaginarios patriarcales pero de ningún modo conduce al naufragio del orden simbólico, ni se restañe con la restauración de un régimen normalizador en el cual la figura paterna se conservara como principio de emancipación de la subjetividad. Corresponde entonces revisar ciertas categorías como Nombre del Padre y Ley del Padre para desvincularlas de las figuraciones de la “solución paterna”. La ficción del padre y su función como logos separador que habilita la exogamia a partir de la prohibición del incesto y permite el ingreso en la cultura, plantea un abroquelamiento formidable entre Ley y autoridad, y aun cuando se afirme su carácter formal, propicia la confusión entre el proceso por el cual un sujeto se instaura por referencia a lo simbólico con la presencia de un padre real en el seno de los vínculos primarios. Des-sedimentar la versión estructuralista del padre de la ley y la madre narcisista exige poner el eje en la función terciaria que impone al adulto la renuncia a la apropiación gozosa del niño, más allá de la adherencia a los arreglos familiares convencionales.
La praxis psicoanalítica como actividad práctico-poiética se engarza con el magma de significaciones instituyentes de la sociedad. Sus categorías definen esferas de inteligibilidad que visibilizan o invisibilizan fenómenos. Por ello, la supervivencia de creencias y prejuicios revestidos con ropajes científicos puede propiciar la subordinación a los fines adaptativos y disciplinarios. El proceso analítico apunta a la resolución del sufrimiento psíquico, a la liberación de la potencia creativa y a la construcción de una autonomía en tanto capacidad de invención e investimiento de proyectos propios. Esta tarea trasciende la dimensión individual para insertarse en el flujo de las trasformaciones históricas y participar de las esperanzas colectivas.
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Notas |
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[1] Kierkegaard, Soren. Temor y temblor. Losada, Buenos Aires, 2003. Resulta evocador que bajo este título se abordan los límites de las creencias y las tensiones entre moral, ética y fe a partir del relato bíblico de Abraham y la imposición divina del sacrificio de su hijo.
[2] Esta afirmación es planteada por Kierkegaard en la obra mencionada.
[3] Dardo Tumas ha profundizado en estas cuestiones en su escrito “Ideología y creencias en la obra de Freud”. Presentación en la Asociación Colegio de Psicoanalistas, Buenos Aires, 2012.
[4] Cf. Laplanche, Jean. Entre seducción e inspiración: el hombre. Amorrortu, Buenos Aires, 2001.
[5] Cf. Blestcher, Facundo. “Las nuevas subjetividades ponen en crisis viejas teorías: resistencias y trastornos del Psicoanálisis frente a la diversidad sexual”. http://agendadelasmujeres.com.ar/index2.php?id=3¬a=7910
[6] Cf. Diatkine, Gilbert. “Identification d’ un patient”. Revue française de psychanalyse, 4, vol. 52, 1999; Winter, Jean-Pierre. “Gare aux enfants symboliquement modifiés”. Le Monde des débats, marzo de 2000. “Durante un programa de televisión de junio de 2001 y una intervención en RTL el 21 del mismo mes, Charles Melman sostuvo que los hijos de parejas homosexuales serían juguetes de peluche destinados a satisfacer el narcisismo de sus padres” (Cf. Butler, Judith Butler. Deshacer el género. Paidós, Barcelona, 2006, pág. 208).
[7] Cf. Bleichmar, Silvia. Clínica psicoanalítica y neogénesis. Amorrortu, Buenos Aires, 2000.
[8] “Es ya insostenible el furor estructuralista que termina superponiendo estructura edípica con constelación familiar, en razón de una diferenciación de funciones en la cual cada uno de los miembros intervinientes se presentan sin clivaje. El aporte de una estructura de cuatro términos tiene ventajas cuando es comprendida como modelo, y desventajas cuando se pretende su traslado a la realidad encarnada por sujetos psíquicos. […] Padre, si se conserva como función, es una instancia en el interior de todo sujeto psíquico, sea cual fuere la definición de género que adopte y la elección sexual de objeto que lo convoque” (Bleichmar, Silvia. “Sobre la puesta de límites y la construcción de legalidades”, Actualidad Psicológica, Buenos Aires, Nº 348, 2006, Pág. 2-4).
[9] Cf. Bleichmar, Silvia. La construcción del sujeto ético. Paidós, Buenos Aires, 2011.
[10] Cf. Tort, Michel. Fin del dogma paterno, Paidós, Buenos Aires, 2008.
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Bibliografía |
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