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El cuerpo, el significante y el goce
Segunda parte
El cuerpo y la época: niños y adolescentes afectados
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 
Introducción

En la primera parte de este trabajo –El cuerpo, el significante y el goce-  tomamos algunos de los conceptos de Lacan respecto del cuerpo. Enfocaremos, con esos instrumentos, algunos rasgos de la época que dejan su marca en los seres hablantes. Los niños y los adolescentes son, en ese sentido, un blanco privilegiado.

Vimos que el cuerpo no nos es dado de entrada, salvo en una materialidad que no es la que sí nos concierne como humanos. En su construcción, en su dolor o su placer, hay un artífice privilegiado, el Otro de la historia individual, quien –a su vez- viene impregnado por el Otro de la época. La cultura, como modo común, habilitado, de gozar, produce -como efecto- un malestar. Los discursos son modos del vínculo social que trabajan de diferente manera sobre el goce. Los dioses actuales -Mercado, Ciencia y Tecnología- dejan su marca,   forjan hoy su afectación en la construcción de los cuerpos/subjetividades, o al menos en aquellos que nos interpelan como psicoanalistas. Intentamos, en un psicoanálisis, que las marcas de época, los efectos culturales, den lugar a síntomas singulares que puedan, así, ser tratados.


Niños vulnerables

En otra oportunidad nos hemos ocupado de la constitución subjetiva, del amparo que lo simbólico brinda en ese punto, de la función del amor y del deseo. Por otro lado, el prototipo de la situación traumática, del desencadenamiento de angustia, es el trauma de nacimiento para Freud. En ese sentido, todos somos vulnerables, pues se trata de un universal: el infans no tiene recursos para vérselas con magnitudes crecientes de estímulos a la espera de tramitación. La agitación motriz es la respuesta posible al desamparo, y será el modelo del ataque de angustia. Es el Otro el que podrá tramitar con/por el infans, anticipando al sujeto.

Este modelo freudiano no remite exclusivamente a un tiempo único sino que, como prototipo, da cuenta de las vacilaciones angustiosas a lo largo de la vida del sujeto. Ante el desfallecimiento de lo simbólico, ante el sinsentido, ante todo aquello que cuestiona su recurso al fantasma y lo deja inerme frente a los peligros internos y externos, la angustia, incluso como señal, hace su aparición.

Si pensamos en los niños, el sujeto atraviesa momentos constitutivos -incluso de la función protectora, defensiva, del fantasma-  y, mientras tanto, se encuentra con mayor facilidad frente a la irrupción angustiosa, a merced de  la vivencia del desamparo. La tramitación implica tiempo y alojamiento amoroso/deseante del Otro primordial. Es en ese hábitat que el sujeto podrá hacerse en cuanto a su ser y a su tener, lo cual involucra al cuerpo.

Un saber popular llevó a rodear a los recién nacidos de colores pastel, sonidos melódicos tenues, movimientos rítmicos suaves, así como a dirigirse a ellos sin estridencias. Se trata de un cuidado frente al exceso, de una barrera a los estímulos exagerados. Podríamos interpretarlo como un saber hacer espontáneo, de respeto frente a la vulnerabilidad psíquica del infans.

En contraste, podemos encontrar hoy que las modas cambiaron, que –por motivos que el mercado impuso- frecuentemente se los rodea de juguetes de brillantes colores primarios, se los expone a música estridente muy tempranamente, se los lleva a lugares concurridos y ruidosos. Todo parece apuntar a una aceleración que, sin duda, hace juego con la prisa de la época, la que marca precoz y descuidadamente a los niños. Un párrafo aparte le dedicaremos a la oferta de imágenes que captura a niños muy pequeños.

En la primera parte de este trabajo abordamos el aspecto traumático de la incidencia del lenguaje en la constitución subjetiva. Decíamos allí: “El encuentro, para el infans que aún no está en el discurso, es con algo que marca el cuerpo por venir, que lo afecta, que funciona por fuera del sentido y que Lacan llamará lalengua, así en una sola palabra. Se trata de una materialidad sonora que podríamos equiparar a lo que Freud nombró como ‘(…) algo que el niño vio u oyó en la época en que apenas era capaz de lenguaje todavía (…)’ (2) , origen del Superyo, hundiendo sus raíces en el Ello.

Lacan remarca aquí el efecto de goce del lenguaje. Cada lalengua alberga toda clase de equívocos propicios a la operación de lectura, pues su origen está en el malentendido. Es una serie de Unos, por lo tanto asemánticos, que ni se enlazan ni se dialectizan, sino que insisten en su repetición, que es repetición de goce, más allá del principio del placer. Es el encuentro inaugural siempre traumatizante, al estilo de lo que formuló Freud como modelos para la histeria y la obsesión en la primera vivencia sexual: el demasiado poco o el demasiado mucho como defensa.”

El lenguaje mismo, entonces, en tanto materialidad sonora, es la materialidad traumática que hace al cuerpo a partir del organismo, que afecta a un ser que no tiene la posibilidad de la ligazón representativa, el recurso aliviante del sentido. Cuando luego pueda apelar al mismo, de todos modos quedará expuesto al malentendido, a aquello que -desde el discurso del Otro- aparece como enigmático, y podrá –en el mejor de los casos- tejer algo para soportarlo, el refugio del fantasma. Nuevamente, se trata de operaciones que transcurren, que se dan en un tiempo, que albergan la retroacción significante, que se prestan a la rememoración y al ordenamiento como representaciones ligadas, saturadas de afecto. Estamos considerando, así, las operaciones constitutivas, sus efectos inevitables e incluso deseables en el proceso de humanización.

¿Qué podemos suponer, entonces, que sucede con los niños expuestos tempranamente a la estimulación de las pantallas y a las imágenes sucesivas y vertiginosas que allí se generan? Reduplicamos la experiencia mortificante sin dar posibilidad al sujeto incipiente de responder con la tramitación del aparato psíquico, la de las representaciones. La velocidad tiene una gran incidencia en este tema ya que no permite una distancia con el estímulo, el cual es incorporado por el niño de un modo masivo, sin que lo pueda analizar, en el sentido de descomponer para considerar.  El efecto hipnótico del medio visual mismo -tema que hemos tratado previamente-  completa la escena y deja al sujeto infantil sin recursos. Si me fuera preciso dar alguna indicación concreta al respecto, desalentaría drásticamente el uso de pantallas antes de los tres años de edad. Los mayores, incluso bajo el mismo régimen hipnótico, podrían contar con mejores recursos para preservarse.

Cabe suponer que no es lo mismo, sin embargo, que el niño esté depositado frente a una pantalla en soledad a que un adulto lo acompañe, le hable, detenga ocasionalmente la emisión, modere –así- el impacto. De todos modos, aun contando con esa posibilidad, mantendría la indicación precedente y alentaría fervorosamente la relación, muy temprana, de los niños con los libros. Los hay especiales, incluso,  para los bebés más pequeños. El libro permite otra dialéctica, favorece un devenir en el que el sujeto puede ser el dueño del transcurrir: puede - según el momento- volver a mirar, preguntar, detenerse, puede incluso interrogarse y hasta criticar.  Los libros favorecen, de este modo, la ubicación del niño como sujeto y, en este sentido, le permiten muy tempranamente la construcción de un refugio que se ubica a contramano del empuje de la época; más del lado de la separación de los significantes del Otro que del lado de la alienación que propone la pantalla.

Con el libro, la distancia frente al estímulo y la ausencia de prisa permiten desplegar la imaginación, la creación y la crítica, procesos que pueden suministrarle auxilio en la época en que el mercado lleva a los sujetos a ocupar con facilidad un lugar de objeto manipulado. La radio podría, si se pensara en ello, formar también parte de una oferta promotora de creatividad dirigida a los niños.

Nos sorprendemos con la proliferación de los así llamados casos de TDAH (Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad). Si entendemos de qué modo se realiza la tramitación -la elaboración- por el aparato psíquico; si evaluamos las condiciones traumáticas normales de la constitución de los sujetos humanos, podemos entender esa casuística creciente que nos muestra los efectos de crianzas que las respetan cada vez menos. Así, un cada vez más llamativo número de niños tiene como recurso privilegiado, como única respuesta posible, la tramitación por la motricidad, el cuerpo agitado como vía. Son  niños afectados por una impulsividad difícil de contener, que raya en la violencia; niños que se aburren con facilidad y –por lo tanto- necesitan un zapping permanente de estímulos; que encuentran más difícil que lo esperable para la edad el sostener su atención; que fallan en la intersubjetividad con pares y recurren por ello a la agresión física del otro; que en la escuela son aislados y etiquetados; que terminan medicados por una Ciencia que, en su casamiento con los dictados del Mercado, tuvo mucho que ver en los efectos que acusan.

Sabemos que, para el Psicoanálisis, se trata siempre del uno por uno y no de generalizaciones, pero no por ello tenemos que renunciar a usar nuestros instrumentos para iluminar el modo en que la época trabaja sobre los sujetos, así como sus respuestas posibles. Queda para los psicoanálisis el modo singular de los arreglos, sintomáticos o no, que puedan alcanzar esos sujetos.


Adolescentes en orfandad

Sabemos que la adolescencia es de por sí una etapa conflictiva, de duelos y elaboraciones, que transcurre más aliviadamente gracias al marco que puedan ofrecerle los adultos significativos y las instituciones que los albergan. La confrontación con ellos y la conmoción de las  identificaciones sacude al sujeto inmerso en el embate de la sexualidad. Necesita rodearse de pares, encontrar insignias bajo las que cobijarse, compartir un lenguaje que lo diferencie de los adultos y  le permita ir armando un mundo simbólico propio, refugio ante el encuentro con lo real.

Los padres, muy frecuentemente, son adultos infantilizados que compiten con ellos, en la pretensión de mantenerse eternamente jóvenes. Desde un lugar de paridad, auspician sus demandas, se mezclan con sus amigos, hablan el mismo lenguaje -el que los adolescentes inventan- saltando así ese cerco productor de diferencia. Lejos están, desde esa posición narcisista, de acompañarlos como necesitan.

Los ritos de iniciación, presentes en casi todas las culturas, indican la pertinencia de un simbólico que enmarque el real en juego en esa etapa de la vida y lo torne vivible: le provea un sentido y lo civilice, también gracias a la mirada de aprobación y el festejo de los otros.  La caída en desuso de todo ritual es un hecho generalizado. Las fiestas de quince, por tomar un ejemplo, son su pálido reflejo y no alcanzan, en su valor de símbolo, para cumplir la función reguladora del rito. Están, en general, más a tono con el mandato superyoico de goce y, según la clase social, con el empuje al consumo.  Las chicas piden, y los padres conceden, intervenciones plásticas “para agrandarse las lolas”, por ejemplo,  por las que incluso están dispuestas a renunciar al festejo, en caso de tener que elegir.  El alcohol y/o las drogas llevan a muchos a las guardias de hospital, a las que –según dicen algunos profesionales- los padres tardan mucho en llegar. Se trata de una escenificación ajustada, aunque grotesca, de la verdadera coyuntura: cada vez menos se puede saber lo que es ser hombre o mujer. La caída de los semblantes -que en otras épocas daban pistas e indicaciones- desnuda ese punto de falta, el cual es abordado con intentos dramáticos de dar cuerpo a la identidad sexual.

Por otro lado, los adolescentes tienen ahora la posibilidad de jugar las posiciones sexuales más variadas y, en ese sentido, encuentran mejor albergue para las diferencias en cuanto a las elecciones de goce. Es la otra cara de la falla de los semblantes, una mayor tolerancia hacia el polimorfismo en que se despliega la sexualidad humana. Sin embargo,  veremos luego que -cuando la tolerancia toma la forma de mandato- la inhibición es la defensa del deseo que desfallece.

Es decisivo, en este momento vital, el encuentro con adultos que ofrezcan contención y, a la vez, límites claros que los chicos buscan incluso mediante los actings más estruendosos. Frente a los cambios corporales a significar, frente a la vacilación de las identificaciones infantiles, pueden aparecer conductas o posiciones desafiantes, incluso de contravención a los mandatos, que ubican al adolescente por fuera de los significantes ideales de su familia. En estos casos, sin embargo, éste permanece en una dialéctica de palabra. En otros casos, aparecen todas las variantes del culto del cuerpo, las dietas, las disciplinas del gimnasio, las religiones alimenticias y también las adhesiones a grupos de riesgo, que hemos ya abordado en otros artículos.

A medida que los intentos de ligazón -de tramitación-  se frustran, la angustia reaparece y se resuelve en actos cada vez más extremos de goce del cuerpo. Lacan dice, al referirse al tatuaje, a la escarificación: “La incisión tiene precisamente su función de ser para el Otro, de situar en él al sujeto, señalando su puesto en el campo de las relaciones del grupo, entre cada uno y todos los demás” [1]. Es un tratamiento del cuerpo enmarcado, en esta definición, por lo simbólico; es en sí una inscripción simbólica.

En esta época, sin embargo, los jóvenes apelan a marcas indelebles y dolorosas en el cuerpo: body art, tatuajes, piercing, pocketing, hasta los más extremos goces en relación con el cuerpo: branding (escaras en la piel a causa de quemaduras con hierro), escarificación (cortes superficiales o profundos en la piel y cicatrices a partir del tejido muerto), implantes subdérmicos, etc. Nada parece bastar para acotar el goce. El Carnal Art, como en el caso  Orlan es la expresión más extrema o el ‘saber hacer con’  de esta tendencia. La artista de sí misma cree posible, con la tecnología, reducir la distancia entre el cuerpo, lo que se tiene, y el ser. Asimismo, denuncia la imposibilidad de esta coincidencia cuando apunta a señalar la vacilación de las identidades, su continuo proceso de transformación. Para ello, en su Manifiesto dice: “El Arte Carnal transforma el cuerpo en lengua e invierte el principio cristiano del verbo que se hace carne en provecho de la carne hecha verbo.” (La traducción es mía) [2]. El dolor físico, gracias a la tecnología anestesiológica, puede eliminarse, señala Orlan, lo que hace posible ver hasta las propias vísceras; es el intento desesperado del sujeto por hacerse a sí mismo, ser su objeto, inventarse en medio de una escena que ella misma crea y dirige en sus mínimos detalles. Orlan probablemente merezca, respecto del cuerpo y la época, un trabajo aparte. Quizás sea, además de un abordaje artístico cuasi bizarro de la problemática del cuerpo femenino el intento más dramático por desmentir la distancia entre el ser del sujeto y su tener un cuerpo. Es el intento de cruzar todos los límites.

El cutting es otro ejemplo con el que, en la clínica, nos interpelan algunos sujetos. Ya no aparece con el revestimiento de la estética; está lejos de portar el velo identificatorio que hace de la marca corporal pertenencia a un grupo, sino que surge como impulso irrefrenable. Frente a la angustia, desamarrada de todo lazo significante, el corte en la piel, corte literal, como única solución, como freno temporario a un dolor psíquico innombrable, que -en su exigencia- no se deja domesticar por la palabra, que llama a una medida, incluso material.

Las impulsiones pasan a primer plano en la  época del desprestigio de la palabra, del avance de la insignificancia, al decir de Castoriadis. Entre los adolescentes muchos conflictos intersubjetivos se resuelven en violencia, como en el caso del  bullying. La falta de recursos simbólicos y la desvalorización del lazo con el otro hacen que la rivalidad especular, a la que nos referimos en la primera parte de este artículo, se adueñe de la escena.

Asimismo, la imagen -como eje de la época- junto con la oferta desmedida de objetos, en detrimento del vacío que causa el deseo, colabora para que éste busque los caminos de cornisa de la anorexia y la bulimia. Son padecimientos que toman al cuerpo, que cuestionan su belleza, que remiten a la dialéctica del espejo cuando el Otro deseante se ausenta. Las adicciones también pueden ubicarse en esta línea de defecto de la simbolización, de búsqueda de algo, fallido por autoerótico, que pueda suplir la inconsistencia del sujeto, su orfandad.

La  exigencia epocal empuja a los adolescentes, quizás precozmente, al encuentro sexual. Al mismo tiempo, el mandato a un goce ilimitado desmiente  la inexistencia de la relación sexual, en el sentido en que lo plantea Lacan, como imposibilidad estructural para los humanos, desterrados del instinto por la operación del lenguaje y desbrujulados –así- de los datos del saber del instinto. Los chicos, en esa coyuntura, necesitan estimularse con alcohol y o con Viagra. Es una paradoja: en la era de la libertad sexual, con la instalación del mandato de gozar de la sexualidad y cuanto más precozmente mejor, se instala una inhibición que lleva a los adolescentes a precisar la previa, en la que consumen alcohol en muchas oportunidades mezclado con psicofármacos, combinación que los  pone en peligro, los lleva a menudo al coma alcohólico, etc. La previa misma, en ocasiones, se convierte en  única y el encuentro sexual se frustra o toma los caminos de la virtualidad.

Esta paradoja se desanuda si pensamos que el deseo se nutre del obstáculo, de la prohibición que se le opone. En el caso del mandato de goce sexual, el Otro impulsa un encuentro sexual, sea cual sea para cada quien, y –al eliminar la resistencia de la que se alimenta el deseo- promueve el contacto de puro goce, tanático, en general sin la mediación del amor. Las barreras de la inhibición, no siendo las ideales, aun cuando impulsan a los adolescentes al consumo, incluso cuando ni siquiera logran avivar el deseo, tienen ese fin y son una defensa -aunque fracasada- para preservar el deseo que desfallece cuando nada lo objeta.

Además, muchos de los que logran consumar un acto sexual se filman y suben su performance a la Web, como para acompañar la desmentida de la inexistencia de la relación sexual, como si lo imaginario pudiera, así, suturar ese agujero de la estructura. El Todo, como  posible de la época, y la imposibilidad de estructura, la castración, se resuelven en este punto. La culpa se instala si no es posible gozar como lo indica el mandato de la época. Si se alcanza ese goce, autoerótico, desamarrado del lazo con el otro, surge la angustia y el vacío: el ciclo se relanza y adquiere un sesgo adictivo. Los gadgets de la tecnociencia, en este sentido, se constituyen en objetos/pareja del sujeto en su soledad.


Algunas conclusiones

El infans golpeado, entonces, por lo real del lenguaje; los adolescentes, asimismo, por lo real de la irrupción de la sexualidad. En ambos momentos, la carencia simbólica los hace especialmente vulnerables, vacilantes en su posición de sujetos. El niño sometido precozmente, además, al vértigo de las pantallas sólo puede responder con la motricidad agitada. El adolescente, por su parte,  inscribe marcas reales en su cuerpo de modo cada vez más crudo, las que hacen las veces de amarre simbólico fallido, como modo de atemperar ese real, a falta de sostenes de otro orden. Asimismo, inventa ámbitos y consumos autoeróticos para hacer de barrera frente a un orden que apunta a  aniquilar el deseo al promover lo ilimitado.  

Asimismo, las tres industrias más rentables del planeta –comercio de armas, trata de personas y narcotráfico- apuntan al cuerpo. Ya sea para su destrucción material, para gozar del mismo como objeto  o para convertirlo en su esclavo, estas industrias, entre otras, hacen de estos cuerpos/objeto un asunto de mercado. La perversión polimorfa pasa a primer plano cuando los velos imaginarios y simbólicos caen; niños y adolescentes son su blanco privilegiado.

El Psicoanálisis es, en este marco, una apuesta renovada al sujeto, al lazo social y al deseo.  Asimismo, en el caso de los niños y los adolescentes, es ocasión para provocar interrogación en los adultos que los traen y que se encuentran también a merced del golpe objetivante de la época. El desafío es encontrar las vías para innovar- de acuerdo a los datos de época- en el ejercicio de esa operación.



 
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Nota
 
[1] Lacan, Jacques, Seminario XI: Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, pág 214, Buenos Aires, Paidós, 1987.
[2] “L’Art Charnel transforme le corps en langue et renverse le principe chrétien du verbe qui ce fait chair au profit de la chair faite verbe.” Manifiesto of Carnal Art .
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